DIARIO
ANA FRANK
LECTURA 18
Alegría Fernández
PARTE III
Era
propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero que lo más
probable era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que mi madre
hablaba tanto cómo yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran muy
difíciles de cambiar.
Al
profesor Keesing le hicieron mucha gracia mis argumentos, pero cuando en la
clase siguiente seguí hablando,
tuve que hacer
una segunda redacción
esta vez sobre
«La parlanchina empedernida». También
entregué esa redacción,
y Keesing no
tuvo motivo de queja
durante dos clases.
En la tercera,
sin embargo, le pareció que
había vuelto a pasarme de la raya. «Ana Frank, castigada
por hablar en clase. Redacción sobre el tema:
"Cuacuá,
cuacuá, parpaba la pata".»
Todos
mis compañeros soltaron la carcajada. No tuve más remedio que reírme con ellos,
aunque ya se
me había agotado
la inventiva en
lo referente a
las redacciones sobre el parloteo.
Tendría que ver
si le encontraba
un giro original
al asunto. Mi
amiga Sanne, poetisa excelsa, me
ofreció su ayuda para hacer la redacción en verso de principio a fin, con lo
que me dio una gran alegría. Keesing quería ponerme en evidencia mandándome hacer una
redacción sobre un
tema tan ridículo,
pero con mi
poema yo le
pondría en evidencia a él por
partida triple.
Logramos terminar
el poema y
quedó muy bonito.
Trataba de una
pata y un
cisne que tenían tres
patitos. Como los
patitos eran tan
parlanchines, el papá
cisne los mató a
picotazos. Keesing por suerte entendió y soportó la broma; leyó y comentó el
poema en clase y hasta en otros cursos. A partir de entonces no se opuso a que
hablara en clase y nunca más me castigó; al contrario, ahora es él el que
siempre está gastando bromas.
Tu
Ana
Miércoles,
24 de junio de 1942
Querida
Kitty:
¡Qué bochorno!
Nos estamos asando,
y con el
calor que hace
tengo que ir
andando a todas partes. Hasta
ahora no me había dado cuenta de lo cómodo que puede resultar un tranvía, sobre
todo los que son abiertos, pero ese privilegio ya no lo tenemos los judíos: a nosotros
nos toca ir en el «coche de San Fernando». Ayer a mediodía tenía hora con el dentista
en la Jan Luykenstraat, que desde el colegio es un buen trecho. Lógico que
luego por la tarde
en el colegio
casi me durmiera.
Menos mal que
la gente te
ofrece algo de beber sin tener que pedirlo. La ayudante
del dentista es verdaderamente muy amable.
El único
medio de transporte
que nos está
permitido coger es
el transbordador. El barquero
del canal Jozef
Israëlskade nos cruzó
nada más pedírselo.
De verdad, los holandeses no tienen la culpa de que los
judíos padezcamos tantas desgracias.
Ojalá
no tuviera que ir al colegio. En las vacaciones de Semana Santa me robaron la
bici, y la de mamá, papá la ha dejado en casa de unos amigos cristianos. Pero
por suerte ya se acercan las vacaciones: una semana más y ya todo habrá quedado
atrás.
Ayer por
la mañana me
ocurrió algo muy
cómico. Cuando pasaba
por el garaje
de las bicicletas, oí
que alguien me llamaba. Me
volví y vi detrás de
mí a un
chico muy simpático que
conocí anteanoche en
casa de Wilma,
y que es
un primo segundo
suyo. Wilma es una chica que al principio me caía muy bien, pero que se
pasa el día hablando nada más que de chicos, y eso termina por aburrirte. El
chico se me acercó algo tímido y me dijo que se llamaba Helio Silberberg. Yo
estaba un tanto sorprendida y no sabía muy bien
lo que pretendía,
pero no tardó
en decírmelo: buscaba
mi compañía y
quería acompañarme al colegio. «Ya que vamos en la misma dirección,
podemos ir juntos», le contesté, y juntos
salimos. Helio ya tiene
dieciséis años y
me cuenta cosas
muy entretenidas.
Hoy
por la mañana me estaba esperando otra vez, y supongo que en adelante lo
seguirá haciendo.
Tu
Ana
Miércoles,1ºi
de julio de 194.2
Querida
Kitty:
Hasta
hoy te aseguro que no he tenido tiempo para volver a escribirte. El jueves
estuve toda la tarde en casa de unos amigos, el viernes tuvimos visitas y así
sucesivamente hasta hoy.
Helio
y yo nos hemos conocido más a fondo esta semana. Me ha contado muchas cosas de
su vida. Es oriundo de Gelsenkirchen y vive en Holanda en casa de sus abuelos.
Sus padres están en Bélgica, pero no tiene posibilidades de viajar allí para
reunirse con ellos.
Helio
tenía una novia, Ursula. La conozco, es la dulzura y el aburrimiento
personificado.
Desde
que me conoció a mí, Helio se ha dado cuenta de que al lado de Ursula se
duerme.
O
sea, que soy una especie de antisomnífero. ¡Una nunca sabe para lo que puede
llegar a servir!
El
sábado por la noche, Jacque se quedó a dormir conmigo, pero por la tarde se fue
a casa de Hanneli y me aburrí como una ostra.
Helio
había quedado en pasar por la noche, pero a eso de las seis me llamó por
teléfono.
Descolgué el
auricular y me dijo:
-Habla Helmuth Silberberg.
¿Me podría poner
con
Ana?
-Sí, Helio, soy Ana.
-Hola,
Ana. ¿Cómo estás?
-Bien,
gracias.
-Siento tener
que decirte que
esta noche no
podré pasarme por
tu casa, pero
quisiera hablarte un momento. ¿Te parece bien que vaya dentro de diez
minutos?
-Sí,
está bien. ¡Hasta ahora!
-¡Hasta
ahora!
Colgué
el auricular y corrí a cambiarme de ropa y a arreglarme el pelo. Luego me
asomé, nerviosa, por la
ventana. Por fin
lo vi llegar.
Por milagro no
me lancé escaleras
abajo, sino que esperé hasta que sonó el timbre. Bajé a abrirle y él fue
directamente al grano:
-Mira, Ana,
mi abuela dice
que eres demasiado
joven para que
esté saliendo contigo.
Dice
que tengo que ir a casa de los Löwenbach, aunque quizá sepas que ya no salgo
con Ursula.
-No,
no lo sabía. ¿Acaso habéis reñido?
-No,
al contrario. Le he dicho a Ursula que de todos modos no nos entendíamos bien y
que era mejor que dejáramos de salir juntos, pero que en casa siempre sería
bien recibida, y que yo esperaba serlo también en la suya. Es que yo pensé que
ella se estaba viendo con otro chico, y la traté como si así fuera. Pero resultó
que no era cierto, y ahora mi tío me ha dicho que le tengo que pedir disculpas,
pero yo naturalmente no quería, y por eso he roto con ella, pero ése es sólo
uno de muchos motivos. Ahora mi abuela quiere que vaya a ver a Ursula y no a
ti, pero yo no opino como ella y no tengo intención de hacerlo. La gente mayor
tiene a veces ideas muy anticuadas, pero creo que no pueden imponérnoslas a
nosotros. Es cierto que necesito a mis abuelos, pero ellos en cierto modo
también me necesitan. Ahora resulta que los miércoles por la noche tengo libre
porque se supone que voy a clase de talla de madera, pero en realidad voy a una
de esas reuniones del partido sionista. Mis abuelos no quieren que vaya porque
se oponen rotundamente al sionismo. Yo no es que sea fanático, pero me
interesa, aunque últimamente están armando tal jaleo que había pensado no ir
más. El próximo miércoles será la última vez que vaya. Entonces podremos vernos
los miércoles por la noche, los sábados por la tarde y por la noche, los domingos
por la tarde, y quizá también otros días.
-Pero
si tus abuelos no quieren, no deberías hacerlo a sus espaldas.
-El
amor no se puede forzar.
En ese
momento pasamos por
delante de la
librería Blankevoort, donde
estaban Peter Schiff y otros dos
chicos. Era la primera vez que me saludaba en mucho tiempo, y me produjo una
gran alegría. El lunes, al final de la tarde, vino Helio a casa a conocer a
papá y mamá. Yo había comprado una tarta y dulces, y además había té y
galletas, pero ni a
Helio
ni a mí nos apetecía estar sentados en una silla uno al lado del otro, así que
salimos a dar una vuelta, y no regresamos hasta las ocho y diez. Papá se enfadó
mucho, dijo que no podía ser que llegara a casa tan tarde. Tuve que prometerle que
en adelante estaría en casa a las ocho menos diez a más tardar. Helio me ha
invitado a ir a su casa el sábado que viene.
Wilma
me ha contado que un día que Helio fue a su casa le preguntó:
-¿Quién
te gusta más, Ursula o Ana?
Y
entonces él le dijo:
-No
es asunto tuyo.
Pero
cuando se fue, después de no haber cambiado palabra con Wilma en toda la noche,
le dijo:
-¡Pues
Ana! Y ahora me voy. ¡No se lo digas a nadie!
Y
se marchó.
Todo indica
que Helio está
enamorado de mí,
y a mí,
para variar, no
me desagrada.
Margot
diría que Helio es un buen tipo, y yo opino igual que ella, y aún más. También
mamá está todo el día alabándolo. Que es un muchacho apuesto, que es muy
corté,' simpático. Me alegro de que en casa a todos les caiga tan
bien, menos a
mis amigas, a
las que él
encuentra muy niñas,
y en eso
tiene razón. Jacque siempre
me está tomando
el pelo por
lo de Hello.
Yo no es
que esté enamorada, nada de eso.
¿Es que no puedo tener amigos? Con eso no hago mal a nadie.
Mamá
sigue preguntándome con quién querría casarme, pero creo que ni se imagina que sea
con Peter, porque yo lo desmiento una y otra vez sin pestañear. Quiero a Peter
como nunca he querido a nadie, y siempre trato de convencerme de que sólo vive
persiguiendo a todas las chicas para esconder sus sentimientos. Quizá él ahora
también crea que Hello y yo estamos enamorados, pero eso no es cierto. No es
más que un amigo o, como dice mamá, un galán.
Tu
Ana
Domingo,
f de julio de 1942
Querida Kitty:
El
acto de fin de curso del viernes en el Teatro Judío salió muy bien. Las notas
que me han dado no son nada malas: un solo insuficiente (un cinco en álgebra) y
por lo demás todo sietes, dos ochos y dos seises. Aunque en casa se pusieron
contentos, en cuestión de notas mis padres
son muy distintos a
otros padres; nunca les
importa mucho que
mis notas sean buenas o malas; sólo se fijan en si estoy sana, en que no
sea demasiado fresca y en si me divierto. Mientras estas tres cosas estén bien,
lo demás viene solo.
Yo
soy todo lo contrario: no quiero ser mala alumna. Me aceptaron en el liceo de
forma condicional, ya que
en realidad me
faltaba ir al
séptimo curso del
colegio Montessori, pero cuando a
los chicos judíos nos obligaron a ir a colegios judíos, el señor Elte, después de algunas
idas y venidas,
a Lies Goslar
y a mí nos dejó
matricularnos de manera condicional. Lies
también ha aprobado
el curso pero
tendrá que hacer
un examen de geometría de recuperación bastante
difícil.
Pobre
Lies, en su casa casi nunca puede sentarse a estudiar tranquila. En su
habitación se pasa jugando todo el día su hermana pequeña, una niñita consentida
que está a punto de cumplir dos años. Si no hacen lo que ella quiere, se pone a
gritar, y si Lies no se ocupa de ella,
la que se
pone a gritar
es su madre.
De esa manera
es imposible estudiar
nada, y tampoco ayudan mucho las
incontables clases de recuperación que tiene a cada rato. Y es que la casa de
los Goslar es una verdadera casa de tócame Roque. Los abuelos maternos de Lies
viven en la casa de al lado, pero comen con ellos. Luego hay una criada, la
niñita, el eternamente distraído y despistado padre y la siempre nerviosa e
irascible madre, que está nuevamente embarazada. Con un panorama así, la patosa
de Lies está completamente perdida.
A
mi hermana Margot también le han dado las notas, estupendas como siempre. Si en
el colegio existiera el cum laude, se lo habrían dado. ¡Es un hacha!
Papá
está mucho en casa últimamente; en la oficina no tiene nada que hacer. No debe
ser nada agradable sentirse
un inútil. El
señor Kleiman se
ha hecho cargo
de Opekta, y el señor
Kugler, de Gies & Cía., la compañía de los sucedáneos de especias, fundada
hace poco, en 1941.
Hace
unos días, cuando estábamos dando una vuelta alrededor de la plaza, papá empezó
a hablar del tema
de la clandestinidad. Dijo
que será muy
difícil vivir completamente separados del mundo. Le
pregunté por qué me estaba hablando de eso ahora.
-Mira, Ana
-me dijo-. Ya
sabes que desde
hace más de un año
estamos llevando ropa, alimentos y
muebles a casa
de otra gente.
No queremos que
nuestras cosas caigan
en manos de los alemanes, pero menos aún que nos pesquen a nosotros
mismos. Por eso, nos iremos por propia iniciativa y no esperaremos a que vengan
por nosotros.
-Pero
papá, ¿cuándo será eso?
La
seriedad de las palabras de mi padre me dio miedo.
-De
eso no te preocupes, ya lo arreglaremos nosotros. Disfruta de tu vida
despreocupada mientras puedas.
Eso
fue todo. ¡Ojalá que estas tristes palabras tarden mucho en cumplirse!
Acaban
de llamar al timbre. Es Hello. Lo dejo.
Tu
Ana
Miércoles,
8 de julio de 1942
Querida Kitty:
Desde
la mañana del domingo hasta ahora parece que hubieran pasado años. Han pasado tantas
cosas que es como si de repente el mundo estuviera patas arriba, pero ya ves,
Kitty: aún estoy viva, y eso es lo principal, como dice papá. Sí, es cierto,
aún estoy viva, pero no me preguntes dónde ni cómo. Hoy no debes de entender
nada de lo que te escribo, de modo que empezaré por contarte lo que pasó el
domingo por la tarde.
A
las tres de la tarde -Helio acababa de salir un momento, luego volvería-
alguien llamó a la puerta. Yo no lo oí, ya que estaba leyendo en una tumbona al
sol en la galería. Al rato apareció Margot toda alterada por la puerta de la
cocina.
-Ha
llegado una citación de la SS para papá -murmuró-. Mamá ya ha salido para la
casa de Van Daan. (Van Daan es un amigo y socio de papá.)
Me asusté
muchísimo. ¡Una citación!
Todo el mundo
sabe lo que
eso significa. En mi mente
se me aparecieron campos de concentración y celdas solitarias. ¿Acaso íbamos a permitir
que a papá se lo llevaran a semejantes lugares?
-Está
claro que no irá -me aseguró Margot cuando nos sentamos a esperar en el salón a
que regresara mamá-. Mamá ha ido a preguntarle a Van Daan si podemos
instalarnos en nuestro escondite mañana. Los Van Daan se esconderán con
nosotros. Seremos siete.
Silencio. Ya
no podíamos hablar.
Pensar en papá,
que sin sospechar
nada había ido al
asilo judío a hacer unas visitas, esperar a que volviera mamá, el calor, la
angustia, todo ello junto hizo que guardáramos silencio.
De
repente llamaron nuevamente a la puerta. -Debe de ser Helio -dije yo.
-No
abras -me detuvo Margot, pero no hacía falta, oímos a mamá y al señor Van Daan abajo
hablando con Helio. Luego entraron y cerraron la puerta. A partir de ese
momento, cada vez que llamaran a la puerta, una de nosotras debía bajar
sigilosamente para ver si era papá; no abriríamos la puerta a extraños. A
Margot y a mí nos hicieron salir del salón;
Van
Daan quería hablar a solas con mamá.
Una
vez en nuestra habitación, Margot me confesó que la citación no estaba dirigida
a papá, sino a ella. De nuevo me asusté muchísimo y me eché a llorar. Margot
tiene dieciséis años.
De modo que
quieren llevarse a
chicas solas tan jóvenes como ella... Pero por suerte no
iría, lo había dicho mamá, y seguro que a eso se había referido
papá cuando conversaba
conmigo sobre el
hecho de escondernos.
Escondernos...
¿Dónde nos esconderíamos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en una
cabaña, cómo, cuándo, dónde? Eran muchas las preguntas que no podía hacer, pero
que me venían a la mente una y otra vez.
Margot y
yo empezamos a
guardar lo indispensable
en una cartera
del colegio. Lo primero que guardé fue este cuaderno de
tapas duras, luego unas plumas, pañuelos, libros del colegio, un peine, cartas
viejas... Pensando en el escondite, metí en la cartera las cosas más estúpidas,
pero no me arrepiento. Me importan más los recuerdos que los vestidos.
A
las cinco llegó por fin papá. Llamamos por teléfono al señor Kleiman,
pidiéndole que viniera esa misma tarde. Van Daan fue a buscar a Miep. Miep
vino, y en una bolsa se llevó algunos zapatos, vestidos, chaquetas, ropa
interior y medias, y prometió volver por la noche. Luego hubo un gran silencio
en la casa: ninguno de nosotros quería comer nada, aún hacía calor y todo
resultaba muy extraño.
La
habitación grande del piso de arriba se la habíamos alquilado a un tal
Goldschmidt, un hombre divorciado de treinta y pico, que por lo visto no tenía
nada que hacer, por lo que se quedó matando
el tiempo hasta
las diez con
nosotros e4 el salón, sin
que hubiera manera de hacerle
entender que se fuera.
A
las once llegaron Miep y Jan Gies. Miep trabaja desde 1933 para papá y se ha
hecho íntima amiga de
la familia, al
igual que su
flamente marido Jan.
Nuevamente desaparecieron
zapatos, medias, libros
y ropa interior
en la bolsa
de Miep y
en los grandes bolsillos
del abrigo de
Jan, y a
las once y media también
desaparecieron ellos mismos.
Estaba
muerta de cansancio, y aunque sabía que sería la última noche en que dormiría
en mi cama, me dormí en seguida y no me desperté hasta las cinco y media de la
mañana, cuando me llamó mamá. Por suerte hacía menos calor que el domingo;
durante todo el día cayó una lluvia cálida. Todos nos pusimos tanta ropa que
era como si tuviéramos que pasar la noche en un frigorífico, pero era para
poder llevarnos más prendas de vestir. A ningún judío que estuviera en nuestro
lugar se le habría ocurrido salir de casa con una maleta llena
de ropa. Yo lleva a
puestas dos camisetas,
tres pantalones, un
vestido, encima una falda,
una chaqueta, un
abrigo de verano,
dos pares de
me 'as, zapatos cerrados, un gorro, un pañuelo y
muchas cosas as; estando todavía en casa ya me entró asfixia, pero no había'
más remedio.
Margot
llenó de libros la cartera del colegio, sacó la bicicleta del garaje para
bicicletas y salió detrás de Miep, con un rumbo para mí desconocido. Y es que
yo seguía sin saber cuál era nuestro misterioso destino.
A
las siete y media también nosotros cerramos la puerta a nuestras espaldas. Del
único del que había tenido que despedirme era de Moortje, mi gatito, que sería
acogido en casa de los vecinos, según le indicamos al señor Goldschmidt en una
nota. Las camas deshechas, la mesa del desayuno sin recoger, medio kilo de
carne para el gato en la nevera,
todo daba la
impresión de que
habíamos abandonado la
casa atropelladamente. Pero no nos importaba la impresión que dejáramos,
queríamos irnos, sólo irnos y llegar a puerto seguro, nada más.
Seguiré
mañana.
Tu
Ana