SIN CADENA
CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ
Owin y Beky
jugaban a las damas chinas cuando escucharon golpes insistentes. —¡Abran!
—gritó una voz. —¿Quién es? —¡Traigo a su padre! ¡Está enfermo! Los mellizos se
miraron atemorizados. Beky saltó y abrió la puerta sin preguntar más. Dos
hombres, uno de overol azul y otro de bata blanca, cargaban al señor Meneses,
quien arrastraba los pies y cabeceaba como si estuviese a punto de desmayarse.
—¿Dónde
podemos acostarlo? —preguntó el que parecía médico. —Aquí, en el sillón. El
padre de Owin y Beky trabajaba como obrero. Era flaco, un tanto encorvado, de
temperamento nervioso y con frecuencia deprimido desde que su esposa murió.
Apenas lo recostaron, comenzó a temblar y a emitir gemidos de pánico como si
viera fantasmas alrededor. —¿Qué le pasa a mi papá? —preguntó Beky. El médico
abrió su maletín y sacó una jeringa. —Voy a inyectarle un sedante. La angustia
había invadido a los muchachos. Miraban a su padre y después al médico.
—¿Qué... qué tiene mi... mi papá? —insistió Owin tartamudeando como solía
hacerlo—, ¿po... por qué tiembla y llora? ¿Por qué hace esos ruidos? ¿Se vo...
volvió loco? El doctor habló mientras preparaba la ampolleta. —Ha sufrido un
colapso nervioso. —¿U... un qué? —Los pensamientos negativos lo han dominado.
Su espíritu está como encadenado. Necesita terapia psicológica. Beky protestó:
—¿Encadenado? ¿Terapia? ¡No entiendo nada! El hombre de overol azul que
acompañaba al médico le explicó a los niños. —Su papá se preocupa demasiado. Es
perfeccionista y se toma todo demasiado en serio. Algunos compañeros le hacen
bromas y él se enfurece. ¡Se pone como loco! Hoy, nuestro jefe lo regañó. Le
dijo que era un bueno para nada, lo hizo quedar en ridículo frente a todos y lo
amenazó con despedirlo. ¡Meneses comenzó a temblar y a gritar! Tomó una barreta
de acero y golpeó la maquinaria. Trataron de detenerlo, pero también le pegó a
un compañero. Por fortuna sólo le sacó el aire. Entonces se puso a llorar y a
sacudirse como si le estuviese dando un ataque. Así está desde entonces. Owin y
Beky se quedaron callados mientras el doctor terminaba de inyectar a su padre.
La medicina tardó en hacerle efecto. Mientras tanto, comenzó a jadear como si
le faltara el aire. El médico trató de tranquilizarlo. —No se preocupe, todo va
a estar bien. —Papá, cálmate —dijo Beky—, nos estás asustando. —¡Es injusto!
—gritó el enfermo con todas sus fuerzas—. ¡Van a correrme del trabajo! Desde
que murió mi esposa, me ven triste y nadie me quiere. ¿Qué va a pasar si me
despiden? Tengo dos hijos que mantener —gimió amargamente como lloriqueando—.
¡Injusto! ¡Injusto! Yo siempre he sido un hombre trabajador y honrado, pero no
tengo apoyo. Odio la fábrica, odio a mis compañeros, odio a mi jefe. Ojalá que
a todos les vaya mal. ¡Se lo merecen! —Tranquilícese, Meneses —sugirió el
médico—, trate de no pensar en nada. El hombre temblaba y sudaba como si
estuviese ardiendo en fiebre. Luego se giró de espaldas sin cerrar los
párpados. Sus hijos lo contemplaron un largo rato. Después Beky comentó en voz
baja: —Él nunca se había puesto así antes. —E... es cierto —confirmó Owin—,
cua... cuando mamá vivía... nue... nuestra familia e... era muy hermosa...
pe... pero ahora... Echó un vistazo alrededor como queriendo explicar. La casa
estaba descuidada y los escasos muebles se caían a pedazos; como había comenzado
la época de lluvias, numerosas goteras hacían tintinear los recipientes llenos
de agua que estaban distribuidos por toda la vivienda.
—Nuestra
familia sigue siendo hermosa —rebatió Beky. El doctor escribió una receta,
cerró su maletín y dejó sobre la mesa una caja de medicina. —Su papá está
sedado. Dormirá hasta mañana. Que se tome estas pastillas como lo indica la
receta y no vaya a trabajar. Necesita descanso. Si tiene otra crisis llámenme.
Los muchachos asintieron sin poder hablar. Vieron salir al médico y al hombre
de bata azul. Se quedaron solos. No hablaron por un largo rato. Después Beky
comentó: —Debemos animar a papá... Owin dijo que sí con la cabeza y luego
agregó: —Siempre que... que él se ponía hi... histérico, ma... mamá le decía
co... cosas que lo tranquilizaban... E... ella sabía cómo a... ayudarlo a
controlar su... su mal carácter. Beky miró a su hermano y levantó la cabeza
como si se le hubiese ocurrido una gran idea. —¿Qué haría mamá? —preguntó. Owin
comprendió. Su madre asistió a una escuela de asertividad en la que aprendió
técnicas para fortalecer su personalidad y tomó varios cursos que influyeron en
ella de manera importante. Fueron a las repisas en donde había libros y notas.
Beky sacó una libreta y la hojeó. Halló reflexiones personales de su mamá. Leyó
una de las páginas en voz alta: Siempre me ha costado trabajo atreverme a
exigir mis derechos. Toda la vida me enseñaron a ser recatada, tímida y
respetuosa, pero he llevado la cortesía a un grado extremo. Mi personalidad se
ha anulado. Tiendo a ser demasiado pasiva mientras que mi esposo suele ser
agresivo. Ninguno de los dos estamos bien. Temo que hemos dado mal ejemplo a
nuestros hijos.
Hoy fui a
comer a un restaurante con mis compañeros del curso de asertividad. Me
desagradó el guiso, pero me quedé callada. En cambio, una compañera, reclamó.
Le dieron otro plato, y como tampoco le gustó, llamó al capitán de meseros y
comenzaron a discutir. Al final le llevaron un nuevo platillo gratis. Fue muy
interesante verla aplicar las técnicas que hemos aprendido. A mí me cuesta
mucho trabajo. Siempre me ense- ñaron que debo ser amable, no causar problemas
y callarme si algo está mal. Por mi bien y el de mi familia, debo trabajar en
tres aspectos:
1. Mi
individualidad. Así acabaré con la timidez, la inseguridad, el miedo a lo
desconocido, el deseo exagerado de ser aceptada.
2. Mi
control emocional. Así romperé con el negativismo, la rabia, la vergüenza insana,
la preocupación.
3. Mi
capacidad de comunicación. Así evitaré la descortesía, las peleas, amenazas,
gritos, insultos y manipulación. Con estos cursos he aprendido que en la vida
se requiere ser valiente, pues muchas cosas buenas sólo se consiguen discutiendo
y exigiendo nuestros derechos; que quien no lucha contra la inseguridad, se va
haciendo cada vez más miedoso; que los triunfadores son afirmativos: expresan
sin rodeos sus deseos y opiniones, controlan sus emociones con ideas
constructivas, no se dejan manejar por otros y ejercen su derecho a decir “no”.
Owin le quitó el cuaderno a su hermana y lo hojeó. —E... esto es increíble...
¿Mamá lo... lo escribió? —Eso parece.
Los
hermanos habían hallado un verdadero tesoro. ¡Ese cuaderno tenía plasmadas
ideas personales de su madre! —Devuélvemelo —Beky quiso arrebatárselo a Owin
pero el joven lo sostuvo. Estuvieron a punto de romperlo. —¿Qué... qué haces?
¡Te... ten cuidado! —Pues dámelo. —Yo lo guardaré. El señor Meneses gimió, se
incorporó del sillón y se recargó en el respaldo con ambas manos en la cabeza.
Beky y Owin dejaron de pelear por la libreta. —Recuéstate papá —sugirió ella—,
tienes que descansar. Sin abrir los ojos, Waldo Meneses les dijo a sus hijos:
—Acérquense, por favor. Los muchachos obedecieron. El hombre abrió los brazos y
los atrajo cariñosamente hacia él. —Los quiero mucho. Perdónenme por ser un mal
padre. —No digas eso. —¡Tengo miedo de fallarles ahora que su mamacita nos ha
dejado! ¡La amaba tanto! ¡La extraño tanto! Los muchachos abrazaron a su papá y
se abrazaron entre sí. Eran una familia resquebrajada: A los chicos se les
había derrumbado su soporte emocional y el padre había perdido la estructura de
su vida. Tenían que recuperarse pronto o nada volvería a ser igual. Estaban a
tiempo. Los tres lo sabían...