El Ave
María de Schubert y la novela histórica
El
niño se quedó cojo. La polio le había dejado huella aquella secuela. Y aun así
estaban contentos porque había sobrevivido a una enfermedad que con frecuencia
era mortal; pero, pese a ello, ser cojo a finales del siglo XVIII no era
pasaporte hacia el éxito en ningún ámbito profesional. Por eso sus padres lo
intentaron todo. Primero le enviaron de Edimburgo al norte, al campo en
Sandyknowe. Tenían la esperanza de que el aire más puro de las montañas,
alejado de las grandes factorías de la ciudad, le ayudara. Sin embargo, el niño
no mejoro. Lo único bueno de todo aquello fue que conoció a su tía Jenny, una
mujer dotada para la narración oral que empezó a contarle centenares de
historias de la Escocia medieval; y, esta es la clave, aquellos relatos se
quedaron en la cabeza de aquel niño para siempre. Sus padres, no obstante, que seguían
preocupados por la falta de mejoría en la salud del joven muchacho, nose daban
por vencidos. Le enviaron entonces al sur, a Bath, con la esperanza de que
allí, con los tratamientos de aguas de la ciudad, quizá su salud se
fortaleciera y la cojera, por fin, empezara a remitir. Lo esencial, de nuevo,
fue que la tía Jenny volvió a hacer de enfermera y, una vez más, de eterna
narradora de historias. Además, en este nuevo viaje, le hizo un regalo muy
especial: le enseño a leer. La cojera, sin embrago, nunca desapareció.
El
niño se hizo grande y empezó a estudiar Derecho en la Universidad de Edimburgo,
y luego, al poco tiempo de terminar su licenciatura, entro como aprendiz en el
despacho de abogados de su padre. La cojera nunca le supuso cortapisas más allá
de las que todos habían querido ver en aquel defecto. Aunque no todo era fácil.
Un primer romance no fructifico y la mujer de sus sueños se casó con otro
hombre. Pero nuestro joven protagonista no se hundió. Tenía determinación y un
ansia enorme por mejorar. Empujado por esa decisión que le caracterizo siempre,
aprendió a montar a caballo. Aquello le permitió moverse y viajar de una forma
que nunca antes había podido disfrutar con su torpe modo de caminar. Además,
aquel muchacho ya hombre manejaba bien las palabras y supo con ellas y con su
arrojo persuadir a una hermosa joven de origen francés, Charlotte Geneviene
Charpentier, para que se casara con él. Con ella tendría cinco hijos.
Comprendió entonces que su camino estaba en las palabras: primero fueron
poemas, luego relatos y por fin novelas. Su nombre pronto se hizo conocido por
el mundillo literario del Edimburgo de finales del siglo XVIII y principios del
XIX. Sus colecciones de poemas, en particular La dama del lago, le granjearon fama nacional e internacional,
hasta el punto de que el famoso Ave María
de Schubert no lo compuso Schubert originalmente para poner música a la
oración dedicada a la Virgen María, sino que el compositor hizo esa genial
pieza para poner música a un poema de este escritor cojo. Posteriormente, como
el poema de La dama del lago al que
Schubert había puesto música empezaba con las palabras “Ave María”, el
compositor pensó en adaptar la obra musical a la oración a la Virgen.
Pero
divago; volvamos a nuestro protagonista: con el correr de los años se le nombre
Poeta Laureado, un reconocimiento solo propio de los grandes maestros, pero el,
lo rechazo. Nunca quedo muy claro el motivo. O bien no se consideraba merecedor
de este o bien no quería las ataduras que su aceptación implicaba, pues, a
cambio del título y la remuneración que conllevaba, el poseedor de semejante
mención también contraía una serie de obligaciones literarias que podían
coartar sus escritos futuros. Y es que, pensaran lo que pensasen de él y sus
poemas, no parecía estar satisfecho aun consigo mismo; al menos, desde el punto
de vista de la literatura. Había algo que le reconcomía por dentro. Y es que,
allí donde otros veían el cenit de una gran carrera literaria, el aun no la
daba por empezada. Pero ¿por qué? ¿Qué reconcomía las entrañas de nuestro
escritor? Algo a lo que, por fin, decidió enfrentarse.
Así,
después de tantos años, empezó a dar forma narrativa a las viejas historias de
su tía Jenny, a aquellas antiguas leyendas de la legendaria Escocia medieval
que todo el mundo menos el parecía haber olvidado. Eso era lo que bullía en su
mente, lo que no le dejaba dormir por las noches y lo que, por otro lado, se le
aparecía como un magnifico desafío. Y se dedicó a la tarea con ahínco, sin descanso,
con energía y las destrezas adquiridas en la poesía, pero puestas ahora al
servicio de crear una novela. Y la termino y consiguió que se publicara, pero
tuvo miedo y recurrió a un seudónimo para evitar identificarse como su autor. Y
es que, a principios del siglo XIX, escribir novelas no era precisamente la
actividad literaria mejor considerada, más bien al contrario. Si, temía que
aquella novela que recreaba el pasado pudiera dañar su reputación como gran
poeta. Pero la novela gusto y los editores pidieron más; y el, siempre con su
seudónimo, entrego, una tras otra, cinco novelas más. Todas fueron
recompensadas con un grandísimo éxito popular, pero él seguía sin
identificarse. Se trataba de novelas históricas sobre aquella antigua Escocia
que le contaba en su niñez la tía Jenny. El público disfrutaba tanto como estas
obras que empezaron a llamarle el Mago del Norte, pues se intuía que el
escritor debía de ser de Escocia o de algún otro lugar del norte de las islas
Británicas. Pero llego un día en que hasta el mismísimo rey Jorge III de
Inglaterra confeso que le gustaban aquellas novelas medievales e incluso
manifestó que quería conocer a ese enigmático escritor. Y el, el escritor en
cuestión, al fin, reconoció tremendo en todo el Reino Unido, donde su
popularidad ya era incontenible. Ya había habido rumores, pero muchos se
negaban a creerlo, pues a aquel gran poeta se le consideraba un escritor serio.
Y fue entonces, cuando todos sabían ya quién era, cuando publico su obra maestra,
Ivanhoe, para muchos la primera gran
novela histórica de la historia de la literatura moderna, una vez más centrada
en aquella Escocia de las historias de su vieja tía Jenny. El éxito fue
arrollador. Sir Walter Scott, que así se llamaba aquel niño cojo que nunca dejo
de serlo, pasó a ser leído por toda Europa y Estados Unidos. Todo iba a la
perfección, incluido su negocio de impresión de libros, hasta que llego una
brutal crisis económica y financiera (imagino que esto de una crisis brutal,
lamentablemente, les suena). Aquella crisis de principios del siglo XIX se
llevó por delante los sueños y las inversiones de centenares de miles, de
millones de personas en todo el Reino Unido; y el negocio de Scott, como el de
tantos otros, quebró por completo. Sin financiación ni crédito, rodeado por
decenas de acreedores, sus propios lectores y hasta el mismísimo rey ofrecieron
ayuda económica a sir Walter Scott, pero el, como cuando era niño, no se
arredro por las inclemencias de la vida. Y era hombre orgulloso. En lugar de
aceptar esas ayudas, reunió a sus acreedores y les propuso creas una fundación
a nombre de todos aquellos a quienes debía dinero (la deuda ascendía a más de
cien mil libras esterlinas de 1820). La idea era que todo el dinero de las
ventas de sus libros, excepto una mínima cantidad para subsistir él y su
familia, revertiría en esa fundación para así, poco a poco, ir satisfaciendo a
sus acreedores. Les aseguro a todos ellos, además, que escribiría tantos libros
como fuera necesario para pagar todas sus deudas. Nadie le creyó capaza de
ello, pero aceptaron.
Y
no, no fue capaz de conseguirlo. Cine mil libras del XIX era una cantidad
astronómica. No, sir Walter Scott no consiguió pagar su deuda. Esto es, en
vida. Pero la fundación continuo generando ingresos tras su muerte porque sus
libros seguían vendiéndose sin parar, y sir Walter Scott podría ver desde su
tumba como su palabra se cumplió. La fundación devolvió a cada acreedor hasta
el último penique. Sin ayuda bancaria, sin créditos, solo por la fuerza de su
pasión por la literatura y por la novela histórica.
La
crítica literaria se empeñó en hundir a Scott como novelista. Aun hoy muchos
críticos siguen en ello (sin conseguirlo), pero para todos los que amamos la
novela histórica, el Mago del Norte es nuestra estrella y en él nos miramos
como humildad deseando simplemente aprender y disfrutar.