Lisandro
era el único hijo de una familia muy humilde. Sus padres trabajaban en el campo
y si bien no habían pasado hambre jamás, el dinero únicamente había alcanzado
con lo justo durante toda su vida.
Al
joven no lo entristecía demasiado esa situación pues pensaba que habría un
futuro diferente para sus padres, a quienes amaba profundamente y por supuesto
para él también.
Desde
pequeño se había acostumbrado a ir solo al colegio, realizar los quehaceres del
hogar y hacer la comida. No había podido jugar demasiado, había que ayudar en
la casa, mientras los padres trabajaban.
Lisandro
ansiaba llegar pronto a los quince años, pues sabía que a esa edad podría ir
él a trabajar la tierra y su madre podría quedarse en la casa y descansar
como tan merecido lo tenía. El hecho de que su madre pudiese tener otra vida,
por humilde que siguiera siendo, lo obsesionaba.
Sin
embargo, cuando finalmente cumplió sus esperados quince años, no pudo hacer
realidad su sueño. Su madre enfermó gravemente. Consultaron al médico del
pueblo, quien les dijo que mucho no había para hacer allí con los pocos
recursos que contaban e indicó que viajaran a la ciudad.
Tanto
Lisandro como su padre se desesperaron. No contaban con el dinero necesario
para trasladar a la madre y menos aún para pagar el tratamiento necesario.
–
¡Algo hay que hacer! Trabajaré doble turno, las veinticuatro horas si es
necesario para conseguir el dinero – Dijo el padre con lágrimas en los ojos.
–
No seas ingenuo padre – Contestó Lisandro- Ni trabajando dos meses reuniríamos
el dinero suficiente para el viaje y el tratamiento, hay que hacer otra cosa.
Dicho
esto, el joven se calló, miró un largo rato a su madre delirando de fiebre,
miró a su padre en cuyo rostro ya no cabía más dolor ni más miedo y tomó una
decisión.
–
Prepara todo lo necesario para el viaje, vuelvo lo antes que puedo con el
dinero.
–
¿De dónde lo sacarás hijo? – Preguntó su padre.
–
Algo se me ocurrirá – Contestó Lisandro y partió, no sin antes buscar una gorra
y ropas que disimularan su aspecto.
Siempre
había sido una persona de bien, de principios. Así lo habían criado sus padres,
pobre, pero honrado. Sin embargo, ante esta situación límite y no encontrando
otra salida, Lisandro tomó un camino que jamás debería haber tomado.
Salió
de su casa corriendo como un loco, pensando en que sus vidas eran muy injustas,
que no había derecho a que su madre enfermase y menos aún que no pudieran
costear el viaje a la ciudad. Se enojó mucho, con la vida, con el destino, con
Dios mismo.
Sabía
que no tenía tiempo de juntar el dinero necesario trabajando, pues sus estudios
eran básicos y no sería fácil conseguir un trabajo bien pago.
La
desesperación y el enojo no son buenos consejeros y menos aún si van de la
mano. Lisandro tenía decidido obtener el dinero a toda costa y cómo única
salida pensó en el robo.
No
bien llegó al pueblo cobró su primera víctima, un señor bien vestido a quien
llevó por delante y despojó de todo su dinero. Salió corriendo tan rápido que
el hombre no pudo reaccionar, quedó tendido en el piso pidiendo ayuda.
Mientras
se escapaba, Lisandro creyó ver una sombra. Se distrajo por un momento, pero
siguió corriendo.
En
el camino pasó por un comercio. Entró, maniató a su dueño y se llevó el
contenido de la caja.
Una
vez más, mientras corría creyó ver la sombra. En realidad esta vez estaba
seguro, detrás de él había una sombra. Se asustó y mucho, pero no tenía tiempo
de pensar en que alguien lo hubiese visto y siguió su camino.
Se
topó con una anciana. No, no podía robarle a una pobre e indefensa señora
mayor… no, no podía. Sin embargo, la desesperación pudo más y lo hizo.
Nuevamente la sobra lo siguió.
Así
pasó dos días, robando, huyendo y sintiéndose la peor de las personas.
Durante
esos dos días la sombra lo acompañó, como si estuviese adherida a su persona,
no le dejaba ni libre, ni solo.
Estaba
seguro que alguien lo estaba siguiendo y esperando el momento justo para
apresarlo y que esa persona era la dueña de la sombra que no lo dejaba en paz.
Buscó
un escondite para contar el dinero.
Agitado,
desprolijo y humillado por su propio comportamiento, se tomó la cabeza sin
poder creer lo que había hecho. Con la respiración entrecortada y un cansancio
que parecía de años, contó el dinero obtenido, más de lo que pensaba realmente.
Fue
a su casa. Entró con mucho miedo de aquello que pudiera encontrar.
Su
madre seguía con fiebre y su padre le ponía paños fríos.
–
Aquí tienes, el dinero necesario para llevar a mamá a la cuidad. Apresúrate, no
hay mucho tiempo – Dijo Lisandro evitando mirar a lo ojos.
–
¿De dónde y cómo has obtenido semejante suma de dinero? – preguntó sorprendido
el padre.
–
Luego te lo explico, ahora lleva a mamá a la ciudad, yo los espero aquí, vete
rápido.
Hicieron
los arreglos necesarios y sus padres partieron. Una vez solo en su casa, el
joven se sintió más seguro, por poco tiempo.
De
repente, se dio cuenta que una vez más tenía la sombra detrás de si. Era
imposible, no había visto a nadie seguirlo, sin embargo allí estaba, casi
acariciándolo.
Se
sintió amenazado, supuso que el final estaba cerca. Apagó la luz y sin
explicación lógica, seguía viendo la sombra. En la más absoluta oscuridad, era
tangible su presencia. No había explicación posible.
Hay
cosas que sólo desde el alma se entienden.
Resignado
a su suerte, Lisandro prendió la luz, la sombra detrás de sí seguía casi
adherida a su cuerpo y su destino.
Recapituló
una y otra vez todo lo que había hecho y si bien era cierto que había robado
para salvar la vida de su madre, eso no lo eximía de sentirse sucio por dentro.
Supo
en ese momento que hay caminos que son difíciles de desandar y que no siempre
el fin justifica los medios. Cerró los ojos y pensó en sus padres y en cómo, a
pesar de sus necesidades y angustias, jamás habían traicionado sus principios,
como él lo había hecho.
Cuánto
más pensaba en todo esto y más arrepentido se sentía, la sobra más lo abrazaba
con un peso difícil de soportar.
Abrió
los ojos y una vez más no vio a nadie. Recién en ese momento comprendió que la
sombra tan temida no era más que su conciencia. No era alguien que venía a
apresarlo, era él mismo que no podía con la culpa y la vergüenza. No se sintió
aliviado. Ya no importaba si lo habían descubierto o no, él sabía lo que había
hecho y no podía borrar el pasado. La sombra seguiría allí por siempre adherida
a su vida como la más pesada de las pieles.
Sin
embargo, el joven no quiso quedarse con esa pesada carga, espero a que su madre
sanara, contó toda la verdad a sus padres y decidió hacer algo para revertir,
en la medida de lo posible, lo que había hecho. Comenzó a trabajar
prácticamente las veinticuatro horas, de sol a sol, de domingo a domingo.
Al
tiempo, volvió al pueblo, buscó a cada persona que le había robado, le explicó
porque lo había hecho y devolvió la mayor parte del dinero robado, el restó lo
devolvió con más trabajo.
Saldar
sus deudas le llevó a Lisandro un tiempo considerable, no tanto como sentirme
mejor con él mismo.
Se
dio una nueva oportunidad, era joven y estaba arrepentido de los errores
cometidos.
¿La
sombra? Jamás se pudo desprender del todo de ella, pero ya no la sentía como
una pesada carga, sino como un llamado de alerta para no olvidar cuáles son los
caminos que se deben tomar y cuáles no. Fin