NOCHE DE VAMPIROS
Una rosa negra...
Llora lágrimas
negras...
Sobre las líneas...
Negras...
De sus ojos…
Negros...
Avanza entre las calles sin mirar. Recuerdos. Piensa. Pero
nada llega a su mente. Se ha bajado de la montura hace años. Pero no sabe bien,
tampoco, cual es el nombre o el color de lo que siente. Una mujer se cruza en
su camino y lo esquiva. Él no se da cuenta. Sólo escucha el sonido de la calle
como si se tratara de un concierto. Sus ojos al mirar convierten cada detalle
en una fotografía. Luego la guarda en algún lugar de la memoria. Sólo manchas.
Formas. Cosas raras. El dolor lo ha anestesiado. Quieto. Quieto. Alguien a su
lado hace ruido. Él mira. Siempre mira, aunque apenas recuerda quién es ese ser
que lo acompaña.
Es Londres, 1985. Primavera.
Es primavera, eso lo recuerda, aunque recordar es un trabajo
difícil, hace falta concentración y estar despierto, y él nunca está despierto
ni concentrado. Le duele la cabeza. Por las tardes le ocurre eso, una punzada,
justo sobre los ojos. Como un sombrero de copa afilado. Vamos, se dice tratando
de ordenar un poco las cosas.
Su nombre es Mateo Alvear, eso lo sabe Camina despacio por
Trafalgar Square hacia Wardour Street en medio del aire tibio de una noche que
recién comienza. Es lunes, No sabe mucho más.
El rechinar de ruedas a su lado lo inquieta. Siente el roce
de los cuerpos en el tumulto, tocándolo. ¿Ha dicho algo? Tal vez, No está
seguro, A su lado, alguien se mantiene atento. No se logra alejar. Cree saber
que su nombre es Paul. Lo mira con los ojos nublados. Paul es un chico pálido,
maquillado, rubio y estúpido.
Sí. Tiene que ser Paul Rainer, piensa, y baja los ojos.
Claro. Claro. Paul Rainer. El nombre queda flotando. Pero en realidad todo
siempre queda flotando. Ruuuun. Se da vuelta. Un automóvil pasa cerca y siente
una estela de aire sobre la oreja izquierda. Los ojos se le cierran
instintivamente. Mira nuevamente a Paul Rainer. Él lo mira de vuelta con los
ojos embrutecidos. Le dice algo, Mateo no entiende. Tampoco quiere saber más.
Está bien. Que se quede ahí, a su lado, tampoco le gusta estar tanto tiempo
solo.
Vuelve a abrir la boca. Este tipo es insoportable. ¿Comamos
un Mc Donald? Dice. Mateo da vuelta el cuello y lo contempla. Ok, es cierto.
Ahí está la tienda. A sus espaldas. Pero no puede siquiera pensar en masticar
un pedazo de carne de vaca. Lo imagina. Manos. Pan tibio. Aroma a cebolla y
pepiños. Carne de vaca estrujada y caliente. Siente como una bocanada de
nauseas lo invade. Decide no contestar. Seguir caminando. Ya están cerca. Si
Paul Rainer quiere comer cadáveres por él está bien. Pero nada ocurre.
Simplemente giran en Wardour y Paul Rainer baja el rostro ofendido. Tu no me
escuchas, ha dicho, pero Mateo tampoco responderá a eso. ¿Para qué?
II
Desde luego que hace falta, le habían dicho sus padres. Algo
hay que hacer. Entonces surgió esta idea. Mateo la pensó durante semanas y
luego consiguió que la psiquiatra lo recomendara. Así sería todo mucho más
fácil, ¿No?. Para todos.
Después, cuando estuvo seguro, cuando supo que vendría a esta
ciudad se prometió no hacer nada tonto. Nada que lo echara a perder. Suficiente
había pensado. Suficientes palabras de adultos y explicaciones y psiquíatras.
Mateo es casi un niño. Pero no lo sabe. Jamás lo ha sabido. Ahora tampoco.
Ahora mucho menos. Sólo acepta las cosas. Buenos días. Buenos Noches. Muchas
Gracias. Todo eso lo dice como un autómata. También a Paul Rainer, su
improvisado hermano en este improvisado intercambio estudiantil. Mateo Alvear,
el mejor alumno de literatura inglesa en un colegio caro y repleto de
literatura inglesa. Mateo Alvear, el pequeño Mateo es enviado de intercambio a
un prestigioso internado para jóvenes ricos en Londres. ¿Se entiende?
¿Algo así? Supongo. Es decir. Suponemos. Todo parece normal,
aunque a Mateo Alvear nada le ocurre alrededor. Todo lo que pasa es sólo una
replica de lo que le pasa a él, adentro, en algún punto de su voluntad que
jamás sede. Le importa estar aquí, eso sí. Y escuchar como todo el mundo habla
con ese acento rebuscado que él practicó día tras días, sólo por joder.
Este es un buen lugar para él. No quiere echarlo todo a
perder. Aquí, su rostro blanco que contrasta con los labios casi morados está
de moda. Muy bien, piensa, esto está muy bien. Aunque él nunca ha usado
maquillaje, como los demás, como Paul Rainer, que se pasa horas frente al
espejo para obtener esa palidez pegajosa, una copia apenas tímida del blanco
fantasmal de Mateo.
Ya lo sabemos ¿no?
Dos adolescentes caminan por Wardour Streer. Mateo Alvear ha
llegado a la ciudad unos meses antes, sus padres lo han enviado en un programa
de intercambio estudiantil. Para ver si mejora, piensan, para ver si es
posible. Mateo, en cambio, no piensa. Su mente pasa. Camina por la calle
Wardour escuchando el sonido que producen las suelas de sus zapatos sobre la
piedra y los adoquines. De vez en cuando mira de reojo a Paul, quien se detiene
en cada vitrina, para confirmar su aspecto, para corregir los mechones de pelo
que caen sobre su frente, y palpar el maquillaje blanco que cubre su rostro. El
delineador que dibuja sus párpados para darle aquel aspecto lloroso que añora, y
que a Mateo no le hace falta.
El cielo está despejado y corre un viento delgado y cálido.
Londres no parece la ciudad brumosa de las postales, y el genero de las ropas
negras que cubren a Mateo Alvear corre delicadamente por su piel. Lleva una
camisa blanca, de seda, repleta de pequeños botones. Su cuello largo y lampiño
se mantiene tieso, sosteniendo una cabeza cuadrada y simétrica. Mateo insulta
las calles con su belleza. Nadie lo mira a los ojos. Escupe sus brazos largos y
delgados, vomita en el rostro de los Punks, gritándoles justo encima de las
orejas descubiertas, la angustia imposible de dos ojos perfectos, teñidos de
petróleo.
Pero es completamente incapaz de saberlo. Su mente está apagada.
No existen espejos que lo reflejen, hace años que no se mira. Es por eso que
nada le importa, es por eso que ahora se siente bien, aunque tampoco lo sepa.
Hay palabras que no tienen sentido, ha pensado antes, también, mientras
reflexionaba acerca de los motivos por los que llegó tan lejos. Los mismos por
los que sus padres de entonces no pudieron más. Pero ya sus pasos los han
llevado hasta Meard Street, ese oscuro callejón por el que las tribus de
adolescentes vestidos de negro hacen su aparición en la noche, el lugar se
llama Gossip, the dark heart of Soho… en la esquina de la calle Dean. Es noche
de Batcave.
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