¿Y SI QUEDAMOS COMO AMIGOS?
CAPÍTULO TRES
— ¿Y si me corto
el pelo? Levi acababa de formular una pregunta muy sencilla, pero no podía
imaginar el efecto que iba a provocar en mí. A menudo jugaba conmigo misma a “y
si…”. Me había pasado todo el verano haciendo ese juego. ¿Y si hubiera sido
otra persona la que le hubiera enseñado a Levi la escuela el primer día de
clases? ¿Y si no hubiera visto su pin de “MANTÉN LA CALMA Y SIGUE COLGADO” y no
me hubiera puesto a hablar con él para descubrir qué más teníamos en común? ¿Y
si el tío Adam no le hubiera mencionado a la mamá de Levi el problema de los
miércoles? ¿Y si su mamá no hubiera estado siempre ahí cuando yo la necesitaba?
Ése es el quid del juego de “y si…”. Nadie conoce la respuesta a esas
preguntas. Y puede que sea mejor así. Porque por debajo de todos esos “y si…”
se esconden otros mucho peores. ¿Y si aquel día no se me hubiera olvidado el
libro de ciencias? ¿Y si no hubiera estado lloviendo? ¿Y si el otro conductor
no hubiera estado usando su celular? ¿Y si mi mamá hubiera tardado tres
segundos más en salir de casa? ¿Y si…? —Eh, Macallan —Levi agitó la mano
delante de mi cara—. ¿Qué te parece? Se quitó la liga para soltarse el pelo.
—Tengo la sensación de que, ahora que voy a empezar octavo, debería comenzar de
cero. Me encogí de hombros. —A lo mejor te queda bien. —Algunos de mis amigos
de casa ya se lo cortaron. De casa. Aunque Levi llevaba casi un año en
Wisconsin y sus padres no tenían previsto regresar, seguía refiriéndose a
California como “su casa”. Como si le costara aceptar que éste era su nuevo
hogar. —¿Y bien? —preguntó Levi. En aquel momento me di cuenta de que estábamos
delante de la peluquería del centro comercial. —¿Ahora mismo?
Titubeó unos
instantes. —¿Por qué no? Veinte minutos después, aguardaba sentado en una
butaca, peinado con la cola de caballo de siempre. El estilista la sujetó y
empezó a trabajar con las tijeras. Segundos después, la cola de caballo colgaba
de su mano. Levi se llevó las manos a la nuca. —Qué fuerte. Hablaba en un tono
apagado, como si no acabara de creerse lo que había hecho. La estilista me pasó
la cola de caballo. Yo me la quedé mirando, preguntándome cuánto tiempo habría
tardado en crecer. Pensando en la vida que llevaba Levi antes de conocerme. En
aquel momento, comprendí lo que significa empezar de cero. En cierto sentido,
yo también había sentido que tendría que empezar de cero después del accidente.
Sin embargo, aún me despertaba en la misma cama, iba a la misma escuela, tenía
los mismos amigos. Es un alivio despertarte por la mañana y saber que estás en
casa. Tenía la esperanza de que algún día, muy pronto, Levi también tendría la
sensación de que éste era su hogar. Miré hipnotizada los mechones que seguían
cayendo alrededor de la silla. La estilista no decía gran cosa, concentrada en
igualar los laterales. Cuando terminó de cortar y de darle forma al pelo, hizo
girar el asiento de Levi. Al verlo de frente, apenas lo reconocí. Llevaba el
pelo muy corto por la parte superior y de un color más oscuro, más rubio
ceniza, seguramente porque su cabello “reciente” apenas había visto la luz del
sol. —¿Qué te parece? —me preguntó Levi con los ojos muy abiertos. —Me gusta.
Era verdad, aunque llevaba el mismo corte que casi todos los chicos de la
escuela. —¿En serio? —ahora se estaba mirando al espejo—. ¿De verdad te gusta?
—Sí —me acerqué y le acaricié la cabeza. No me pude resistir—. Te lo dejaron
muy corto, pero te queda bien. Levi se estremeció con el roce, probablemente
porque no estaba acostumbrado a tener nada ni a nadie tan cerca de la nuca. Se
paró de un salto. —Hagamos algo. —Mmmm… pensaba que estábamos haciendo algo.
Estamos en el centro comercial. Gimió. —Ya sabes que no me refiero a eso.
Vayamos al minigolf o al parque. Hagamos algo. Miré el reloj. —No puedo. Tengo
que prepararlo todo para esta noche. Hundió los hombros con ademán derrotado.
—Está bien. Pero
mi mamá insiste en llevar algo. Y si le digo que no necesitas nada, se enojará
conmigo. —No quiero que traiga nada. Los invité a cenar para darles las gracias
por todo y para celebrar que la escuela empieza la semana que viene. —Eres la
única persona del mundo que se alegra de regresar a la escuela. Con lo bien que
la hemos pasado este verano. El verano había sido increíble, claro que sí, pero
de todas formas estaba ansiosa por sumirme en la rutina del curso escolar. Aún
necesitaba distraerme.
Sabía que mi
papá sólo quería ayudar, pero yo lo tenía todo pensado al detalle. Aquel
verano, había asistido a clases de cocina en el YMCA y cada vez se me daba
mejor. Estaba preparando una ensalada mientras la lasaña se cocía en el horno.
—¿Seguro que no necesitas nada? —me preguntó por enésima vez. —En serio, papá,
lo tengo todo controlado. Por favor, haz algo, lo que sea. Vete a ver la tele
con Adam. Soltó una risita tonta. —Hablas igual que tu mamá. Era la primera vez
que la mencionaba sin ponerse triste. Se estaba riendo. Se reía de mí, claro,
pero no era el momento de enojarse. Tenía que tostar el pan de ajo. Por suerte,
el timbre de la puerta me rescató. Mi papá se marchó a recibir a Levi y a sus
padres. Oí las voces a lo lejos. —Huele de maravilla —dijo la señora Rodgers
cuando pasó por la cocina para saludarme—. No quiero molestarte; sólo quería
decirte que noté un aroma delicioso al entrar. Mi papá apareció a continuación
con una botella de vino en la mano, seguramente obsequio de los padres de Levi.
Luego vi a mi amigo y apenas lo reconocí con su nuevo corte de pelo. Tardé un
momento en darme cuenta de que sostenía un ramo de flores. Su padre entró tras
él y lo apremió con un gesto. —Oh, sí —dijo Levi cayendo en la cuenta—. Ejem,
para la chef. Me tendió las flores algo ruborizado. —¡Gracias! —las agarré a
toda prisa. El padre de Levi le guiñó el ojo a su esposa antes de abrazarme.
Era todo un honor que el doctor Rodgers hubiera venido. Trabajaba hasta tan
tarde que casi nunca llegaba a tiempo para la cena, ni siquiera en su propia
casa. Los eché a todos de la cocina para poder terminar. Se me escapó una
sonrisa cuando los oí platicar y reír en la sala. Me encantaba que la alegría
volviera a reinar en mi hogar. De vez en cuando oía gemir a Adam y supuse que
Levi estaba provocando a los presentes con comentarios sobre la próxima
temporada de futbol. Aunque llevaba aquí casi un año, aún no había aprendido a
disimular su simpatía por los Bears. El temporizador del horno sonó justo
cuando dejaba la ensalada sobre la mesa del comedor. No habíamos vuelto a
usarla desde la fiesta de mi décimo cumpleaños. Llevábamos una larga temporada
sin tener motivos para celebrar nada ni para sacar la vajilla buena. Eché un
último vistazo a la mesa para asegurarme de que todo estuviera en su lugar
antes de llamarlos a cenar. Se me hinchó el pecho de orgullo cuando entraron y
estallaron en exclamaciones. En cuanto empezamos a comer, se hizo el silencio
en la mesa salvo por algún que otro cumplido a la ensalada. A continuación
serví la lasaña con pan de ajo y para terminar saqué el pastel de chocolate que
había preparado de postre. —¡Pastel! —la señora Rodgers se palmeó su esbelta
cintura—. ¡Me alegro de haber apartado un lugar en la clase de spinning de
mañana! —Oh —me disculpé—. Es de caja. Las clases de postres aún no han
empezado. Abrió los ojos como platos. —Querida, todo esto es increíble. Tendré
que esmerarme más cuando te quedes a cenar. Me entraron ganas de abrazarla.
Estar sentada a una mesa con tantos comensales me hizo darme cuenta de lo mucho
que añoraba aquellos momentos. Había olvidado lo que era disfrutar de una cena
en familia. Nos habíamos acostumbrado a cenar bocadillos o a ordenar comida
preparada. Encendíamos la tele para llenar el silencio. Porque a veces el
silencio es más elocuente que cualquier palabra. En aquel momento, supe que ésa
sería la primera de muchas otras cenas compartidas. Quería instaurar una
tradición con aquellos nuevos miembros de mi familia. Era consciente de que los
Rodgers y yo no éramos parientes, claro que no, pero las familias no siempre
están unidas por lazos de sangre. Yo creo que una familia se crea también a
partir de un sentimiento. —¿Saben?, esto me recuerda una cosa —mi papá levantó
un dedo en alto—. Hace tiempo que les quería comentar algo sobre el curso que
viene. A partir de ahora, Macallan se puede quedar en casa los miércoles, o
cualquier otro día en realidad. Ha estado haciendo de niñera en casa de los
vecinos y ha pasado mucho tiempo a solas este verano, así que ya no hace falta
que cuiden de ella. Levi y yo intercambiamos una mirada. Estoy segura de que
pusimos la misma cara, o al menos eso esperaba. Me gustaba ir a su casa y pasar
un rato con su mamá y con él. No me latía llegar a un hogar desierto pero
atestado de recuerdos. Mi papá prosiguió: —Creo que la he estado
sobreprotegiendo. Mi niña pronto irá a la secundaria. No puedo creerlo. La
mirada de mi papá se desplazó hacia la pared que quedaba a mi espalda. No tuve
que darme la vuelta. Ya sabía lo que había allí: una foto de mis papás bailando
el día de su boda. Mi papá había hecho un chiste y los dos se estaban riendo.
—Pero si nos encanta que Macallan venga a casa —objetó la señora Rodgers. Me
sentí mejor al instante—. ¿Verdad, Levi? Contuve el aliento. Sabía que Levi
anhelaba hacerse amigo de algún chavo, pero esperaba que eso no afectara
nuestra amistad. Hablábamos de cosas de las que no podía hablar con mis amigas.
No quería pasarme el día hablando de los chicos o del modelito que llevaríamos
al día siguiente. Con Levi mantenía conversaciones de verdad. Y hacía años que
no me reía tanto con nadie. Levi miró a mi papá a los ojos. —No sería lo mismo
sin ella, señor Dietz. Sentí tal alivio al oír su respuesta que me ardieron los
ojos. Me levanté y empecé a quitar la mesa. Levi me imitó. Cuando dejamos los
platos apilados sobre la barra de la cocina, me miró con esa sonrisa burlona
suya. —Oye, estuvo de pelos. Que me cuelguen si habría sabido qué hacer sin ti.
Yo sentía exactamente lo mismo.
Cuando nos
entregaron los horarios de octavo, descubrimos que lo impensable había
sucedido. Emily, Levi, Danielle y yo almorzábamos a horas distintas. Por
suerte, nos habían separado de dos en dos, así que nadie tendría que comer a
solas. Emily y Levi lo harían en el primer turno, mientras que a Danielle y a
mí nos había tocado el segundo. Emily fue la más afectada por el desastre, lo
cual me agarró por sorpresa. Siempre ha sido de esas personas que llegan a un
lugar y se ponen a charlar con el primero que encuentran, pero la idea de
empezar octavo la tenía preocupadísima. Se había pasado todo el verano
repitiendo que aquél tendría que ser nuestro mejor curso, pues nadie sabía lo
que pasaría al año siguiente, cuando fuéramos a la secundaria. Gran parte de sus
miedos, estaba claro, se debían al hecho de que la hermana mayor de Emily, al
entrar a la preparatoria South Lake, había pasado (en palabras textuales de mi
amiga) “de ser popular a convertirse en una marginada”. Me pasé toda la clase
de historia sufriendo por Levi. ¿Se sentaría Emily con él? ¿O lo dejaría tirado
para compartir mesa con las animadoras o con Troy, el chavo que le gustaba
últimamente? Mis miedos se esfumaron en cuanto vi a Emily y a Levi riéndose
juntos en el pasillo. —¡Eh! —me saludó Emily—. No te acerques a los sándwiches.
Están super pastosos. Le hizo un guiño a Levi y sentí una punzada de celos. Lo
cual, me dije al momento, era una tontería. Yo quería que Emily y Levi fueran
amigos. Cuando nos despedimos de Levi, Emily se ofreció a acompañarme a mi
casillero. Por suerte, al él lo vería más tarde en clase de inglés. Mi amiga me
agarró del brazo. —No me habías dicho que Levi se había cortado el pelo. ¡Está
muy mono! —Oh —fue la única respuesta que se me ocurrió. —Y bien… Dejó la frase
en el aire. Yo sabía lo que venía a continuación. Decidí cortar por lo sano.
—¿Qué tal te va con Troy? —le pregunté. A principios de cada curso, a Emily le
gustaba un chico distinto. La cosa siempre funcionaba igual: Emily declaraba
que le gustaba fulanito, se encargaba de que todo el mundo lo supiera, el chico
le pedía salir, salían y ella se fijaba en otro. Había tenido ocho novios
formales antes de empezar octavo. Yo siempre le tomaba el pelo diciéndole que,
a ese paso, no le quedaría ningún chico disponible para el baile de graduación,
pero ella juraba que para entonces ya saldría con universitarios. No me cabía
duda de que cumpliría su promesa. —Ugh, Troy. No sé —por la cara con que me
miró, supe que sí sabía—. Levi tiene un aire de misterio… ¿Le hablarás de mí?
Se me quitó el hambre. ¿De verdad quería que mi mejor amiga saliera con mi…?
Bueno, Levi se había convertido en uno de mis mejores amigos también. Me
imaginé a mí misma haciendo de celestina y mensajera. Sin embargo, enseguida me
di cuenta de que no era tan mala idea que mis dos mejores amigos salieran. A
veces tenía la sensación de que debía escoger entre ver a Levi o pasar el rato
con Emily. Si andaban, podríamos salir en grupo. —Claro —asentí. Al fin y al
cabo, ¿qué era lo peor que podía pasar?