jueves, 26 de septiembre de 2013

2da Lectura

El Club de los Corazones Solitarios 
                                                                            Elizabeth Eulberg


DECLARACIÓN

Yo, Penny Lane Bloom, juro solemnemente no volver a salir con ningún chico en lo que me queda de vida.
De acuerdo, quizá cambie de opinión dentro de unos diez años, cuando ya no viva en Parkview, Illinois (EE.UU), ni asista al instituto McKinley; pero, por el momento, he acabado con los chicos. Son unos mentirosos y unos estafadores. La escoria de la Tierra.
Sí, desde el primero hasta el último. La maldad personificada.
Algunos parecen agradables, claro; pero en cuanto consiguen lo que buscan, se deshacen de ti y pasan al objetivo siguiente.
Así que he terminado.
No más chicos.
Punto final.

Uno

Cuando tenía cinco años, caminé hasta el altar con el hombre de mis sueños.
Bueno, dejémoslo en «el niño» de mis sueños. También tenía cinco años.
Conocía a Nate Taylor prácticamente desde que nací. Su padre y el mío eran amigos de la niñez y, todos los años, Nate y sus padres pasaban el verano con mi familia. Mi álbum de recuerdos de la infancia está lleno de fotos de los dos: bañándonos juntos, de bebés; jugando en la casa del árbol del jardín trasero y —mi preferida— disfrazados de novios en miniatura en la boda de mi prima. (Poco después, colgué la foto con orgullo en la pared de mi cuarto: yo, con mi vestido blanco; Nate, con su esmoquin).
Todo el mundo bromeaba y aseguraba que algún día nos casaríamos de verdad. Nate y yo también lo creíamos. Nos considerábamos la pareja perfecta. No me importaba jugar a la guerra con Nate, y él llegó a jugar con mis muñecas (aunque nunca lo admitió). Me empujaba en los columpios y yo le ayudaba a organizar sus muñecos de acción. Nate opinaba que estaba preciosa con mis coletas, y yo pensaba que era muy guapo (incluso en su breve etapa de gordinflón). Sus padres me caían bien, y a él le caían bien los míos. Yo quería un bulldog inglés y Nate, un pug. Los macarrones con queso eran mi plato favorito, y el suyo también.
¿Qué más podría pedir una chica?
Para mí, esperar con ilusión la llegada del verano equivalía a esperar con ilusión a Nate. Como resultado, casi todos mis recuerdos tenían que ver con él:
Mi primer beso (en mi casita del árbol, cuando teníamos ocho años. Le propiné un puñetazo y, luego, me eché a llorar).
La primera vez que cogí de la mano a un chico (cuando nos perdimos durante una yincana en tercero de primaria).
Mi primera tarjeta de San Valentín (un corazón de cartulina roja con mi nombre escrito).
Mi primera acampada (cuando teníamos diez años, instalamos una tienda en el jardín trasero y nos pasamos la noche a la intemperie, solos los dos).
La primera vez que engañé a mis padres adrede (el año pasado me monté sola en el tren a Chicago para ver a Nate. Les dije a mis padres que iba a dormir en casa de Tracy, mi mejor amiga).
Nuestro primer beso de verdad (catorce años. Esta vez no me defendí).
Después de aquel beso, mi entusiasmo por la llegada del verano se incrementó. Ya no eran juegos de niños. Nuestros sentimientos eran auténticos, diferentes. El corazón ya no era de cartulina: estaba vivo, latía… Era de verdad.
Cuando pensaba en el verano, pensaba en Nate. Cuando pensaba en el amor, pensaba en Nate. Cuando pensaba en cualquier cosa, pensaba en Nate.
Sabía que aquel verano iba a ocurrir. Nate y yo estaríamos juntos.
El último mes de instituto me resultó insoportable. Inicié la cuenta atrás de su llegada. Salía de compras con mis amigas en busca de ropa para gustar a Nate. Incluso me compré mi primer biquini pensando en él. Organicé mi horario de trabajo en la clínica dental de mi padre adaptándolo al horario de Nate en el club de campo. No quería que nada se interpusiera entre nosotros.
Y entonces, sucedió.
Allí estaba.
Más alto.
Más mayor.
Ya no era sólo guapo, sino sexy.
Y era mío.
Quería estar conmigo. Y yo, con él. Parecía así de simple.
Al poco tiempo, estábamos juntos. Por fin, juntos de verdad.
Solo que no fue el cuento de hadas que yo había esperado.
Porque los chicos cambian.
Mienten.
Te pisotean el corazón.
A fuerza de desengaños, descubrí que ni los cuentos de hadas ni el amor verdadero existen.
Que el chico perfecto no existe.
¿Y esa adorable foto de una inocente novia en miniatura con el chico que algún día le partiría el corazón?
Tampoco existía.

Me quedé mirando cómo ardía en llamas.


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miércoles, 18 de septiembre de 2013

1ra. Lectura El caballero de la armadura oxidada

El caballero de la armadura oxidada
Robert Fisher


Cuenta la historia, que hace mucho tiempo existió un caballero bueno y generoso; luchaba en batallas, mataba dragones y rescataba damiselas.
Él era famoso por su armadura, la cual tenía un brillo resplandeciente. Pero a pesar de ello, la armadura no le permitía darse cuenta realmente de las cosas que sucedían a su alrededor. Tenía una mujer llamada Julieta, a la cual, a pesar de sus muestras de cariño no hacía ningún caso; también tenía un hijo, Cristóbal, aunque el niño ni siquiera sabía cómo era su padre en realidad.
Un día al volver a casa, Julieta le dijo que si no era capaz de quitarse la armadura y parar de ir a todas las batallas, en lugar de hacer caso a su familia, se marcharía de su lado para siempre. Otras veces se hacía el dormido pero esta vez se lo tomo en serio, y cuando intentó desprenderse de su armadura no pudo. Al comprobar esto, fue rápidamente al herrero, y a pesar de los esfuerzos de este, le fue imposible desprenderse de ella. Durante tanto tiempo la había llevado sin dar importancia a nada más que ya formaba parte de él. Por ello decidió irse en busca de alguien que pudiera ayudarle a desprenderse de su pesada armadura. Triste abandonó su hogar y fue a despedirse del rey, al llegar a palacio solo encontró a un bufón que le informó que el rey se había marchado a una cruzada y le aconsejó que la única persona que podía ayudarle era el mago Merlín.
Dudoso se encaminó con su caballo hacía el bosque donde anduvo sin encontrar al mago durante mucho tiempo. Finalmente cuando se encontraba exhausto apareció frente a él rodeado de animalillos. Merlín y sus amigos se encargaron de alimentar al caballero para que recuperase sus fuerzas.
Pasaron unos días, y conoció a una simpática ardilla que le impresionó con sus sabios consejos, y también a una astuta paloma, la cual aconsejada por Merlín y autorizada por el caballero, hizo llegar una nota a manos de Cristóbal para comprobar si este conocía realmente a su padre. Después de unos días la paloma regresó con la nota, impaciente la cogió y cuando la vio se quedó sin palabras y comenzó a llorar desesperado. La carta estaba en blanco, su propio hijo no había podido dar una repuesta ya que no le conocía lo suficiente. Al despertar Merlín le dijo que se tenía que ir, naturalmente no podía volver a casa ya que Julieta y Cristóbal no le querían con la armadura puesta. Se dio cuenta en ese mismo instante de que ya no recordaba las sensaciones del exterior porque se había acostumbrado a llevar constantemente la armadura. Entendió que debía desprenderse de ella por sí mismo.
Merlín le explico que podía seguir dos caminos, uno como el que había seguido hasta ahora, u otro más complicado con el cual conseguiría desprenderse de la armadura. Este camino era el sendero de la verdad. Debía ir sin su espada y sin su caballo, únicamente con la compañía de la ardilla y la paloma; le explicó que en su camino hacia el final de la empinada cima de la montaña encontraría tres castillos: El de la soledad, el del conocimiento y el de la osadía.
Se puso en marcha y a la mañana siguiente comprobó que se le había caído una parte de la visera, la ardilla le explicó que las lágrimas que derramo por su hijo habían oxidado la armadura; el dolor que sintió fue tan profundo que la armadura no pudo protegerle. Esto le dio fuerzas y continuó su camino.
Después de caminar un tiempo se encontró con el primer castillo, allí impresionado vio al rey y este le explicó que la única salida debía sacarla de su interior. El rey se marchó y el caballero estando allí en una soledad tan profunda se dio cuenta de la soledad que había sentido su mujer durante tanto tiempo, comenzó a llorar y a preguntarse una y otra vez porque cada vez eran más pequeñas las habitaciones, una voz respondió a su pregunta y se identificó como su “yo verdadero”. Para no hacerse líos quedaron en que a partir de entonces le llamaría “Sam”. Poco a poco se le fueron cerrando los ojos y cuando despertó se encontró fuera, al otro lado del castillo. Entusiasmado vio que le faltaba el yelmo debido a que volvió a llorar dentro del castillo; la armadura se oxidó ya que el tiempo pasaba muy deprisa aunque él apenas se daba cuenta. Después se dirigió al segundo castillo, en este si podía entrar con sus compañeras de viaje. El castillo estaba a oscuras y a medida que iba descifrando las inscripciones había más claridad, poco a poco el caballero se daba cuenta de todo el tiempo que había perdido encerrado en esa armadura y que había necesitado más a las personas de lo que las había amado. Allí vio su verdadera imagen en un espejo, comprendió que él era bueno, generoso y que no tenía que demostrárselo a nadie. Sam le ayudo a comprender que la ambición es positiva si es pura de corazón, cuando con ella no se tiene que probar nada ni superar a nadie, sino cuando se puede ayudar a los demás. Y sus lagrimas de nuevo consiguieron oxidar la parte de la armadura que cubría sus brazos y sus piernas.
Ya por fin llegaron al último castillo. Al intentar atravesar el puente se toparon con un gran dragón que desprendía grandes llamaradas. El caballero no sabía que hacer sin su espada, intento llamar una y otra vez a Merlín, pero este no acudió a su llamada.
El dragón se definió como el “dragón del miedo y de la duda”. La ardilla explicó al caballero que la única forma de vencer al dragón era con el conocimiento y que si de verdad pensaba que el dragón no era real conseguiría destruirle. Después de un momento de reflexión el caballero se armo de valor y consiguió hacer frente al dragón, el cual se fue haciendo cada vez más y más pequeño hasta que desapareció; y con él también desapareció el castillo.
Finalmente el caballero llegó poco a poco a la cima de la montaña pero se encontró con una inscripción que bloqueaba el camino. Aunque estaba exhausto, intentó descifrarla y llegó a la conclusión de que lo que debía hacer era soltarse y dejarse llevar por lo desconocido, como no estaba muy convencido, Sam le dio las palabras de apoyo necesarias para arriesgarse y haciendo caso a su propio “yo” se tiró al vacío, pero en lugar de caer hacia abajo iba ¡hacia arriba!. De repente, cayó sobre la cima de la montaña y comprendió la inscripción; en la caída había soltado todo aquello que había tenido y pensado y no le hacía feliz.
Sus lágrimas de alegría terminaron de oxidar la parte de la armadura que le quedaba. Se dio cuenta que una nueva luz había en su interior y afloraba hacia el exterior, una luz mucho más brillante que la que daba su pesada armadura, por ello el caballero comprendió ese universo desconocido, y consiguió al fin, formar parte de él.


De autor desconocido basado en El caballero de la armadura oxidada de Robert Fisher



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