El Club de los Corazones Solitarios
Elizabeth Eulberg
DECLARACIÓN
Yo,
Penny Lane Bloom, juro solemnemente no volver a salir con ningún chico en lo
que me queda de vida.
De
acuerdo, quizá cambie de opinión dentro de unos diez años, cuando ya no viva en
Parkview, Illinois (EE.UU), ni asista al instituto McKinley; pero, por el
momento, he acabado con los chicos. Son unos mentirosos y unos estafadores. La
escoria de la Tierra.
Sí,
desde el primero hasta el último. La maldad personificada.
Algunos
parecen agradables, claro; pero en cuanto consiguen lo que buscan, se deshacen
de ti y pasan al objetivo siguiente.
Así
que he terminado.
No
más chicos.
Punto final.
Uno
Cuando tenía cinco años, caminé hasta el altar
con el hombre de mis sueños.
Bueno, dejémoslo en «el niño» de mis sueños.
También tenía cinco años.
Conocía a Nate Taylor prácticamente desde que
nací. Su padre y el mío eran amigos de la niñez y, todos los años, Nate y sus
padres pasaban el verano con mi familia. Mi álbum de recuerdos de la infancia
está lleno de fotos de los dos: bañándonos juntos, de bebés; jugando en la casa
del árbol del jardín trasero y —mi preferida— disfrazados de novios en
miniatura en la boda de mi prima. (Poco después, colgué la foto con orgullo en
la pared de mi cuarto: yo, con mi vestido blanco; Nate, con su esmoquin).
Todo el mundo bromeaba y aseguraba que algún
día nos casaríamos de verdad. Nate y yo también lo creíamos. Nos considerábamos
la pareja perfecta. No me importaba jugar a la guerra con Nate, y él llegó a
jugar con mis muñecas (aunque nunca lo admitió). Me empujaba en los columpios y
yo le ayudaba a organizar sus muñecos de acción. Nate opinaba que estaba
preciosa con mis coletas, y yo pensaba que era muy guapo (incluso en su breve
etapa de gordinflón). Sus padres me caían bien, y a él le caían bien los míos.
Yo quería un bulldog inglés y Nate, un pug. Los macarrones con queso eran mi
plato favorito, y el suyo también.
¿Qué más podría pedir una chica?
Para mí, esperar con ilusión la llegada del
verano equivalía a esperar con ilusión a Nate. Como resultado, casi todos mis
recuerdos tenían que ver con él:
Mi primer beso (en mi casita del árbol, cuando
teníamos ocho años. Le propiné un puñetazo y, luego, me eché a llorar).
La primera vez que cogí de la mano a un chico
(cuando nos perdimos durante una yincana en tercero de primaria).
Mi primera tarjeta de San Valentín (un corazón
de cartulina roja con mi nombre escrito).
Mi primera acampada (cuando teníamos diez
años, instalamos una tienda en el jardín trasero y nos pasamos la noche a la
intemperie, solos los dos).
La primera vez que engañé a mis padres adrede
(el año pasado me monté sola en el tren a Chicago para ver a Nate. Les dije a
mis padres que iba a dormir en casa de Tracy, mi mejor amiga).
Nuestro primer beso de verdad (catorce
años. Esta vez no me defendí).
Después
de aquel beso, mi entusiasmo por la llegada del verano se incrementó. Ya no
eran juegos de niños. Nuestros sentimientos eran auténticos, diferentes. El corazón
ya no era de cartulina: estaba vivo, latía… Era de verdad.
Cuando pensaba en el verano, pensaba en Nate.
Cuando pensaba en el amor, pensaba en Nate. Cuando pensaba en cualquier cosa,
pensaba en Nate.
Sabía que aquel verano iba a ocurrir. Nate y
yo estaríamos juntos.
El último mes de instituto me resultó
insoportable. Inicié la cuenta atrás de su llegada. Salía de compras con mis
amigas en busca de ropa para gustar a Nate. Incluso me compré mi primer biquini
pensando en él. Organicé mi horario de trabajo en la clínica dental de mi padre
adaptándolo al horario de Nate en el club de campo. No quería que nada se
interpusiera entre nosotros.
Y entonces, sucedió.
Allí estaba.
Más alto.
Más mayor.
Ya no era sólo guapo, sino sexy.
Y era mío.
Quería estar conmigo. Y yo, con él. Parecía
así de simple.
Al poco tiempo, estábamos juntos. Por fin,
juntos de verdad.
Solo que no fue el cuento de hadas que yo
había esperado.
Porque los chicos cambian.
Mienten.
Te pisotean el corazón.
A fuerza de desengaños, descubrí que ni los
cuentos de hadas ni el amor verdadero existen.
Que el chico perfecto no existe.
¿Y esa adorable foto de una inocente novia en
miniatura con el chico que algún día le partiría el corazón?
Tampoco existía.
Me quedé mirando cómo ardía en llamas.
Semana del .30 al 4 de Octubre la utilizara tus Profesores en clase., recuerda leer en casa, firmar. Se hara registro.