viernes, 29 de enero de 2016

Aviso

Nota:

Se les recuerda que la próxima semana habrá Examen Bimestral; por lo tanto no se publicará Lectura, hasta la próxima semana.
De nuevo recordando que es para que  los jóvenes estudien y le den la importancia de esta Prueba

Gracias.

Sec. Téc. Nº 33

viernes, 22 de enero de 2016

Lectura 14

¿ Y si quedamos como amigos ?

CAPÍTULO OCHO

Pensaba que tener novia y una amiga íntima me ayudaría a entender mejor los misterios de la mente femenina. Me equivocaba. La relación con Emily se enrareció muchísimo. Siempre que estaba conmigo se ponía superentusiasta. Y cada vez que yo mencionaba el nombre de Macallan, se echaba a reír y cambiaba de tema. Con Macallan, las cosas no iban mucho mejor. Antes, siempre que yo nombraba a Emily, sonreía. Últimamente, ponía cara de tristeza. Un amigo mío de California tenía la teoría de que las dos estaban enamoradas de mí y se estaban peleando por mi corazoncito. Sí, claro. A lo mejor en sueños. Evitaba hablar de Macallan con Emily y viceversa. Siempre y cuando el nombre de Emily no saliera a colación, todo fluía con normalidad entre mi mejor amiga y yo. Así que estaba deseando asistir a la competición de la secundaria y coincidir allí con Macallan y con Danielle. Nos sentamos en las gradas, con Macallan entre los dos. Ella se llevó la mano a la frente para protegerse los ojos del sol. —Menos mal que traje bloqueador —dijo mientras rebuscaba en la bolsa para aplicárselo en la cara y los brazos. El pelo de Macallan me gustaba más que nunca en primavera y en verano; al sol, adquiría un tono rojizo con reflejos anaranjados. En cualquier interior, sin embargo, tenía el mismo aspecto que en otoño. Seguía haciendo guiños para poder mirar la pista. —Toma, ponte mis lentes oscuros—le dije. Yo me había llevado una gorra para evitar las molestias del sol. —Oh —Danielle le dio un codazo a Macallan—. Mira… allí está Ian, haciendo estiramientos. No vi la reacción de Macallan, pero en cualquier caso hizo reír a Danielle. “¿Quién es Ian?”, pensé. Seguí sus miradas y vi a un chavo que estiraba las pantorrillas y luego corría sin desplazarse con las rodillas muy levantadas. ¿Acaso Macallan lo conocía? No recordaba que me hubiera hablado nunca de un tal Ian. Lo observé. Era alto y delgado, con el cabello oscuro y chino por las puntas. Supongo que se podría decir que era guapo, si te gustan los chavos desgarbados. O sea, yo era bastante desgarbado también. ¿Significaba eso que yo era el tipo de Macallan? Ian se colocó en la línea de salida con otros siete corredores. Él ocupaba el carril central. —¿Qué tiempo sería óptimo? —me preguntó Macallan. No parecía muy pendiente de él. ¿Sería Danielle la que estaba interesada en aquel tipo? —Yo suelo hacer los cuatrocientos en cincuenta y cinco segundos. Confío en que ronden ese tiempo. El juez dio la salida y los participantes echaron a correr. Me fijé en que sacaban más el pecho que yo. Tengo tendencia a encorvarme cuando corro, lo que no ayuda en las carreras de velocidad. Ian iba en segundo lugar, a un paso del primero. Cuando tomaron la curva final de la pista, aceleró. —¡VAMOS, IAN! —Danielle se levantó para animarlo. Jaló a Macallan del brazo para que se uniera a ella. —¿No podrías hacer un poco más el ridículo? —le preguntó Macallan. —Hecho. Macallan agitó las manos. —Da igual. Me rindo. Las dos aplaudieron cuando Ian ganó por un pelo. Esperamos a que anunciaran los tiempos. Ian terminó en 50.82, casi cuatro segundos por debajo de mi mejor tiempo. Puede que cuatro segundos parezcan una miseria, pero en una carrera bien podrían ser cuatro horas. —¿De qué conoces a Ian? —le pregunté a Macallan mientras él se disponía a descansar. —Ah, vino a… —se encogió apenada. —Estuvo en la fiesta de Año Nuevo —respondió Danielle en su lugar—. Ha estado preguntando por Macallan. —Oh. Claro, los chicos se interesaban por Macallan. ¿De qué me sorprendía? Además, yo tenía novia, así que habría sido una hipocresía por mi parte ponerme celoso ante la mera posibilidad de que saliera con alguien. Me dije a mí mismo que no estaba celoso. Sólo quería protegerla. Danielle se puso en pie. —Voy a buscar algo de beber. Y resulta que tendré que pasar justo por delante de Ian. ¿Qué les parece? Macallan gimió. —Que te diviertas… Vas a ir de todas formas, te diga lo que te diga… —Conoces tus límites. Bien por ti. Danielle descendió por las gradas y se apoyó contra la valla para hablar con Ian.
—¿Es demasiado tarde para pedir un cambio de escuela? —preguntó Macallan. —Entonces, ¿te gusta? Se me escapó la pregunta antes de que pudiera morderme la lengua. Ella se encogió de hombros. —No lo sé. En realidad casi no lo conozco. Es mono. O sea que sí era el tipo de Macallan. —Ya… —yo no sabía qué decir. Era consciente de que debía animarla, pero todo aquello me hacía sentir incómodo. Opté por tratarla como a uno de mis amigos de casa —. ¿Por qué no lo invitas y salimos los cuatro? Otra vez aquel gesto afligido. Decidí dejar de hacerme el loco. —¿Emily y tú se pelearon? —le pregunté. —No exactamente. Macallan se puso a hurgar en la bolsa. Hacía lo mismo cada vez que quería cambiar de tema. —¿Y entonces qué les pasa? Estás muy rara últimamente. Las dos están raras. Le quité la bolsa para que dejara de rebuscar y me prestara atención. —Mira, no quiero meterme en sus cosas. Habla con Emily —me soltó a bocajarro. —Hablo con Emily constantemente —le recordé. —¡MACALLAN! —gritó Danielle desde abajo—. ¡VEN A SALUDAR! Ella gimió. —Mira, Levi, me encuentro en una posición muy incómoda y no quiero volver a mentirte otra vez. Así que habla con Emily. De verdad, habla con ella. —¿Por qué dices que no quieres volver a mentirme? ¿Me mentiste? Macallan nunca me había parecido la típica mentirosa. —No exactamente —me tomó la mano y se echó hacia delante—. Lo siento mucho. Tú habla con Emily. Se levantó y se dirigió hacia Ian. Yo no sabía qué me dolía más: el hecho de que mi mejor amiga me hubiera ocultado algo o verla tonteando con un tipo.
Al llegar a casa de Emily, subí los peldaños de la entrada, abrumado por el peso de la revelación que me aguardaba al otro lado de la puerta, fuera cual fuese. —¡Hola! —Ella me saludó con el beso de costumbre. —¡Hola! —Intenté regresarle la sonrisa, pero advertí que algo iba mal. No me sentía cómodo. Puede que la sensación me rondara desde hacía un tiempo, pero era la primera vez que reparaba en ella. Y, por lo visto, a Emily le pasó lo mismo.
—¿Va todo bien? —me preguntó ladeando la cabeza, como si buscara la respuesta en mi expresión. —En realidad, no —reconocí—. Creo que tenemos que hablar. —Oh —Emily no parecía sorprendida. Me llevó al sofá de la sala—. ¿Qué pasa? —Eres tú la que debería decírmelo. Guardó silencio un momento. —No sé de qué estás hablando. Sin embargo, a juzgar por aquel silencio, sabía muy bien a qué me refería. —Hoy vi a Macallan. Al oír el nombre de Macallan, la sonrisa de Emily se esfumó. —¿Y qué tiene que ver Macallan en esto? —adoptó un tono brusco de repente. —Dice que tú y yo tenemos que hablar. No me dijo de qué se trata, pero me dio a entender que algo no va bien. Ojalá me lo hubiera contado. Lo único que sé es que, por lo visto, Macallan intenta portarse como una buena amiga. —Ya, vaya amiga —replicó Emily con frialdad. Sentí el impulso de salir en defensa de Macallan, que había sido la mejor amiga de Emily desde la infancia. Odiaba la idea de que algo se interpusiera en su amistad. Y de que ese algo fuera yo. Intenté sonsacarla. —¿Por qué tengo la sensación de que esto no guarda relación con nada que Macallan haya hecho sino con algo que sabe? Emily no supo qué responder. Entonces comprendí que había dado en el clavo. —Dime la verdad —le pedí en tono apagado. En aquel instante supe que Emily y yo habíamos terminado. Era imposible que todo aquello se debiera a algún tipo de malentendido y que, una vez aclarado, las cosas volvieran a su lugar. Si se trataba de algo tan importante como para que Macallan me engañara, no podía ser nada bueno. Emily me escudriñó unos instantes. El labio inferior le empezó a temblar. El instinto me dijo que la consolara. La cabeza me advirtió que estaba presenciando una actuación. No me moví. —Lo siento mucho —se tapó la cara con las manos—. Lo siento mucho. Se acercó a mí. Yo permanecí inmóvil. No pensaba rodearla con los brazos para confortarla, no si ella era incapaz de hacer lo único que le había pedido: decir la verdad. —¿Qué pasó? Emily se irguió y empezó a enjugarse las lágrimas. —Yo… Durante unos instantes, pensé que no hablaría. Que se lo tendría que sacar a Macallan. Emily debió de advertir que no conseguiría conmoverme. —Ya sabes que últimamente he estado viendo a Troy. Todo comenzó en Año Nuevo, pero entonces tú no estabas aquí, así que no le di importancia. Luego me di cuenta de que quería saber si lo que había entre Troy y yo era real, ¿sabes? Pero no quería renunciar a nuestra relación y me sentía confusa y no sabía qué hacer y ahora seguro que me odias. Se detuvo para respirar, lo cual me proporcionó el tiempo que necesitaba para procesar lo que estaba oyendo. Había pasado algo en Año Nuevo. Aunque Emily me había asegurado lo contrario. Y, si no recordaba mal, fue por aquel entonces cuando Macallan empezó a ponerse rara cada vez que le mencionaba a Emily. Así que Macallan estaba al tanto de lo sucedido y me lo había ocultado. Sabía que debería estar furioso con la que era mi novia desde hacía casi ocho meses. En cambio, sólo me sentía decepcionado con Macallan. Se había visto obligada a escoger entre Emily y yo. Y había escogido a la mentirosa de Emily. Me levanté. —Gracias por decirme la verdad al fin. Ni siquiera esperé respuesta. Crucé la puerta y al instante supe con quién debía hablar. Lo lógico habría sido enojarme con Macallan por dejarme en la ignorancia, pero me preocupaba más la posibilidad de perderla. Lo que empezó siendo una caminata se convirtió pronto en un trote ligero. Jamás había corrido peligro de perder a un amigo tras romper con una chica. Esta vez, sin embargo, las cosas eran distintas. Macallan conocía a Emily de toda la vida. No iba a pedirle que se pusiera de mi lado, pero una parte de mí sabía que tendría que elegir de todos modos. A mí no me importaba que conservara la amistad con Emily, pero no creía que ésta fuera tan generosa. Aunque Macallan debería haberme informado de lo que pasaba, en el fondo no la culpaba. Seguro que había actuado así por lealtad hacia Emily. Porque Macallan es una buena amiga. Es de fiar. Sin embargo, precisamente por su gran sentido de la lealtad, temía que se pusiera de parte de mi ex. Vi a Macallan en la cocina cuando me acerqué a su casa. Alzó la vista y me divisó. Me dedicó una sonrisa triste, seguramente al intuir que yo ya sabía la verdad. ¿O temía que se rompiera nuestra amistad? Abrió la puerta y ninguno de los dos se movió. —¿Hablaron? —me preguntó. —Sí. Asintió. —Siento mucho no haberte dicho la verdad el día que llegaste. Debería haberlo hecho. No tengo excusa.
De repente, se instaló entre nosotros una tensión que no habíamos vuelto a experimentar desde que nos conocimos. Ninguno de los dos sabía qué hacer. En aquel instante, maldije el día que empecé a salir con Emily. Sobre todo si eso iba a costarme mi relación más importante. —Tú no tienes la culpa —dije, y noté que su postura perdía algo de rigidez—. Seguimos siendo amigos, ¿no? Casi me dio coraje lo desesperado que estaba por oírla decir que sí, aunque en el fondo yo ya había tirado la toalla. Sin Macallan, estaba perdido. Ambos lo sabíamos. Estoy seguro de que todo el mundo lo sabía. Me miró extrañada. —Claro. —¿No vas a tener que escoger? Me sentía como un niño pequeño que, plantado ante su puerta, le suplicaba que lo cargara. —Ya lo hice. Se apartó a un lado para dejarme entrar.
Al principio, me sentí un poco culpable por haber sido la causa de su ruptura. Macallan no dijo gran cosa al respecto. Más bien lo dio por hecho: Emily y ella ya no eran amigas. Quería tener algún gesto con ella para demostrarle lo mucho que agradecía todo lo que había hecho por mí. Por desgracia, como no tenía medios para construirle la cocina de sus sueños, estaba pasmado. Fue mi mamá quien tuvo la genial idea de que celebráramos una fiesta de graduación con la familia de Macallan. Y Macallan tenía prohibido cocinar nada. La iban a mimar todo el día, de principio a fin. La mañana de la ceremonia, mi mamá la llevó a que le hicieran el manicure y la pedicura. Me preguntaron si quería acompañarlas, pero rechacé la invitación; tenía que preservar mi maltrecha imagen de tipo rudo. La ceremonia fue soporífera. Tuvimos que subir al escenario a recoger el diploma, aunque no habíamos acabado los estudios. En otoño, todos volveríamos a vernos en una escuela distinta. Con más gente. Gracias a Dios. Cuando la ceremonia concluyó, nos dirigimos a mi casa: Macallan, su padre y su tío por un lado y yo con mis padres y mi familia de Chicago por otro. Mi mamá se había pasado toda la semana preparando cosas, consciente de que Macallan había eclipsado por completo sus habilidades culinarias. Nos reunimos en la sala para botanear (Macallan no paraba de decirle a mi mamá lo delicioso que estaba todo). Poco después, mi amiga y yo nos escabullíamos al jardín trasero. —¿Significa esto que ya somos oficialmente jóvenes? —le pregunté. —No sé. Yo llevo unos cuantos años leyendo libros juveniles. —Vaya. ¿Entonces yo sigo siendo un niño? Me encanta ¡Todo el mundo hace caca! —¿Tengo que responder a eso? Me dio un codazo amistoso. —Mejor no. Se hizo un silencio. Nos pasaba de vez en cuando. Cuando te sientes a tus anchas con alguien, no necesitas llenar todos los vacíos. Me encantaba que nos limitáramos a estar juntos. —¿Crees que las cosas cambiarán el año que viene? —preguntó Macallan. —No lo sé. Pero tengo ganas de ver qué pasa, ¿sabes lo que quiero decir? Ella se encogió de hombros. —Supongo. Yo sabía que el cambio la tenía preocupada. Era lógico. Lo raro era que yo me lo tomara con tanta calma. En realidad, estaba emocionado. Tenía la sensación de que en la secundaria podría volver a empezar. De que tendría más oportunidades. —Todo podría cambiar —dijo con voz queda antes de mirarme de reojo—. O no. Que me cuelguen si lo sé. —Eh, esa frase es mía —bromeé antes de rodearle los hombros con el brazo—. Mira, nada cambiará entre nosotros. Te prometo aquí y ahora que estaré contigo pase lo que pase, en las buenas y en las malas. Ni los amigos, ni los chicos, ni los profes ni nada se interpondrán entre nosotros. Y siempre podrás contar conmigo para cualquier acontecimiento social que requiera un acompañante masculino. Dicen por ahí que me las arreglo muy bien. —No me fío de tus fuentes —una sonrisa asomó a sus labios—. ¿Y por qué crees que nadie querrá salir conmigo? Negué con la cabeza. —Que conste que estoy seguro de que los chicos se pelearán por salir contigo, pero no creo que ninguno dé la talla cuando los compares conmigo. Nunca estarán a la altura de tus desmesuradas expectativas. Me miró imperturbable. —Lo único desmesurado que hay por aquí es tu ego. —Está bien, está bien. Iré solo, pues. Agaché la cabeza. —Bueno, si ninguno de los dos sale con nadie, podríamos asistir juntos a los bailes y eso. ¿Por qué no? De todas formas, todo el mundo da por supuesto que somos pareja… —¿Por qué no? Me lo tomaré como un sí. ¿Te parece bien?
Le tendí la mano. Macallan me la estrechó. —Me parece perfecto.
Pues sí. Fue perfecto. Y tú no parecías horrorizada precisamente cuando te llevé al baile de bienvenida de primero. La pasé muy bien. De hecho, primero fue un curso magnífico. Una agradable transición. Ambos hicimos nuevos amigos. Ningún trauma emocional que no se resolviera con una buena maratón de Buggy y Floyd. Y entonces tuviste que buscarte novio. Sólo era cuestión de tiempo para que alguien me tirara la onda. Sobre todo porque preparo unos brownies para chuparse los dedos. Ah, ¿ahora lo llaman así? ¿Preparar brownies? Pero mira que eres vulgar. Y no olvides que tú tenías novia a principios de segundo. Sí, tenía. ¿Y eso disipó las dudas sobre si estábamos juntos? No, no lo hizo.

CAPÍTULO NUEVE

Si hubiera podido hablar con mi yo de octavo de primaria, le habría dicho que no se preocupara por nada. En primero de secundaria, todo salió bien. Aunque reconozco que andar con un chico de segundo ayudó bastante. —¿Tienes frío? —Ian me rodeó con el brazo. —¿Por qué tengo la sensación de que buscas excusas para acercarte a mí? —me acurruqué contra él. Él me estrechó un momento mientras nos sentábamos en las gradas para presenciar un partido de futbol escolar. Acababa de empezar el curso. A mi llegada a la secundaria, Ian había dado por supuesto que Levi y yo andábamos, claro. Yo lo entendía perfectamente. No sólo íbamos y regresábamos juntos a diario (excepto cuando él tenía entrenamiento), sino que nos sentábamos juntos a la hora de comer, acudimos juntos al baile de bienvenida y lo hacíamos casi todo juntos. Lo comprendía. De verdad que sí, pero no por eso iba a renunciar a pasar tiempo con mi mejor amigo. Supongo que Ian acabó por aceptar la clase de relación que teníamos Levi y yo, porque un sábado, después de Acción de Gracias, me pidió salir. El día del partido llevábamos juntos diez meses, y en todo ese tiempo no había formulado ni una sola queja sobre Levi. Bromeaba al respecto, claro que sí, pero yo era consciente de que, en parte, tenía motivos. —¿Alguna vez te he dicho que más que una buena amiga eres una santa? —se rio Ian. —Algún día tendrán que dejarlo jugar. Rezaba para que el universo me escuchara. Habíamos acudido al partido para animar a Levi, aunque ni siquiera había pisado el campo. Nunca. Ni en primero ni en los dos primeros partidos de segundo. La velocidad no era el problema; el entrenador siempre le decía que era el más rápido del equipo. El balón, en cambio, se le resistía. Así que Levi se sentaba en el banquillo. Eso sí, formaba parte del equipo. Y como Levi, a su vez, formaba parte de mi vida, yo me sentaba en las gradas para animarlo. —¿Tengo que recordarte que en primavera no me perdí ni una sola de tus carreras? —le propiné un codazo a Ian. —¿Tengo que recordarte que Levi también competía? No finjas que estabas allí sólo por mí. Abrí la boca, estupefacta.
—¿Exactamente qué quieres decir con eso? Ian negó con la cabeza. —Nada. Desde luego no te estoy preguntando a quién prefieres. En esa guerra, siempre tendré las de perder. Además, ya sabes que me cae bien… si no fuera porque está a punto de superar mi tiempo. Me tapé la cara. Daba gracias de que mi novio y mi mejor amigo sólo compitieran en las carreras de atletismo. El entrenador, el señor Scharfenberg, ya le había dicho a Levi que se considerara dentro del equipo. Ian y yo nos tragamos todo el partido. Yo intentaba fingir interés, pero, la verdad, si Levi no jugaba y los jugadores no lucían el uniforme verde y dorado, todo aquello me parecía aburrido a más no poder. Dediqué buena parte del tiempo a evitar el contacto visual con las animadoras. Emily actuó como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo, y supongo que así era. Había salido con Troy un tiempo, después con Keith, luego le tocó a James, a Mark y a Dave. Pese a sus muchos temores, no tuvo que hacer ningún esfuerzo para encajar. Su círculo de amigos había aumentado considerablemente. Danielle me había apoyado durante “el divorcio”, lo cual fue una suerte, porque su sarcasmo me vino muy bien para superar la ruptura. Cuando Emily y yo compartíamos alguna clase, charlábamos con normalidad, pero en cuanto sonaba el timbre ella se largaba con sus nuevos compinches. Afortunadamente, yo también había hecho amigos, y eso me ayudaba a no guardarle rencor. Cuando el partido terminó, Ian y yo esperamos a Levi junto a los vestidores. Salió del edificio con la capucha de la sudadera echada sobre la cabeza. Todos sus movimientos proyectaban derrota. —¡Eh! —intenté adoptar un tono entusiasta, pero no demasiado. —Hola —Levi no levantó la vista del suelo. —Le dije a tu mamá que te llevaríamos a casa. Pero ¿qué te parece si primero comemos un helado? ¿En casa de Ian? —¡Eh! —Ian me tomó por la cintura. Le aparté las manos de un manotazo. —Ya salió el caballero. A Levi no le hizo gracia. —No, tranquilos. Ni siquiera nos miró. Basta una palabra para describir los momentos como ése: incómodos. Subimos al coche de Ian. Prácticamente vi cómo Levi ponía los ojos en blanco cuando empezó a sonar un tema rap a todo volumen. Bajé la música. —Qué onda, Levi —Ian lo miró por el espejo retrovisor—. Oí que andas con Carrie Pope. Yo no pensaba que tomar un café e ir al cine pudiera llamarse “andar”, pero Levi asintió. —¿Es de primero? El interés de Ian en la vida amorosa de Levi me estaba poniendo nerviosa. —Uy, uy, uy, cuánto interés —replicó Levi con una carcajada. Me alivió comprobar que no había perdido su sentido del humor. —No —balbuceó Ian—, si sólo lo digo porque es bonita. —¡Eh! —le palmeé el brazo en broma. —No me refiero a eso. No es mi tipo. —Ya veo. ¿Demasiado bonita para ser tu tipo? —lo molesté. —A mí me sonó a eso —declaró Levi desde el asiento trasero. —¿Saben qué? No es chistoso —se enfurruñó Ian—. Un pobre tipo como yo no tiene ninguna posibilidad contra dos fieras como ustedes. —Cómo crees. Me di media vuelta y entrechoqué la mano con la de Levi para molestar a Ian un poco más. —Que me cuelguen si puedo evitarlo —dijo Levi con acento británico. —¡Agh! —protestó Ian—. Basta ya con ese rollo. Son demasiado para mí. —Se refiere a que somos demasiado ingeniosos —apostillé. —Es obvio —asintió Levi—. ¿A qué se iba a referir si no? —O quizá quiera decir que somos alucinantes. —Ése es otro de los adjetivos que usa la gente para describirnos, sí señor. —Y fabulosos —le recordé. —Fantásticos. —Extraordinarios. —¡Basta! —exclamó Ian como si lo estuvieran golpeando—. ¿Saben?, se me ocurren muchas maneras de describirlos, ya lo creo que sí. Detuvo el auto ante la casa de Levi. —Bueno, Levi, ¿qué te parece si nos olvidamos del partido y salimos los cuatro? Así Carrie y yo nos podríamos aliar contra ustedes. Un extraño silencio se apoderó del carro. Levi y yo dejamos de bromear de golpe. No sé por qué ambos reaccionamos de una forma tan rara. Es verdad que Levi salía con nosotros a menudo, pero ¿invitar a una cuarta persona? ¿No nos sentiríamos incómodos? —¿Dije alguna tontería? —preguntó Ian para quitarle tensión al momento. Intenté aterrizar el asunto y no sacar las cosas de quicio. —No, sí, si es muy buena idea.
Miré a Levi, que me observaba atentamente. —Claro —añadió. Aunque no parecía muy seguro. —¡Genial! —Ian estaba encantado con la idea—. El próximo fin de semana vamos a una fiesta en casa de Keith. —¿Ah, sí? Yo no sabía que nos hubieran invitado a ninguna fiesta. —Sí, ¿no te lo había dicho? —negué con la cabeza. Él prosiguió—. Bueno, pues podemos quedar antes para comer algo y luego vamos todos juntos. —Ah, sale. Levi se bajó del coche y me saludó con la mano antes de entrar a la casa. —¿Qué? —Ian se acercó a mí—. ¿Viste qué amable soy con tu mejor amigo del mundo? ¿Qué me merezco? —El privilegio de llevarme a casa —repuse con voz apagada. Él se echó a reír. —Eres lo máximo. Lo sabes, ¿verdad? Eso dicen por ahí.
No sabía si debía sentirme mejor por el hecho de que a Levi se le antojaba tan poco como a mí la idea de la doble cita. Había coincidido con Carrie un par de veces, pero procuraba no imponer mi presencia. Sabía que el hecho de que la mejor amiga de Levi fuera una chica podía intimidarla. Parecía alivianada y me caía bien, así que quería facilitarle las cosas. Además, había aprendido a llamar a los dormitorios antes de entrar, tanto metafórica como literalmente. El viernes, de camino al restaurante para celebrar la noche del pescado frito, los cuatro guardábamos un extraño silencio. Le dejé a Levi el asiento del copiloto, pensando que así Ian y él podrían hablar de cosas de chicos mientras yo intentaba conocer mejor a Carrie. —Me gusta tu falda —le comenté. Llevaba una falda de color naranja con un top cruzado de cachemira en color beige. —Gracias. Tu ropa también es muy bonita —respondió, aunque yo sólo llevaba jeans y una playera negra normal y corriente. Obviamente, hacía esfuerzos por quedar bien. —Gracias. Me sonrió. —Y tu pelo es, o sea, increíble. Empezó a juguetear con su propia melena color miel. —Tu también tienes un pelo fantástico. Se encogió de hombros.
—Mi color es muy aburrido. Levi se dio media vuelta. —En serio, ¿ropa y pelo? Así me gusta, Macallan. Rompiendo estereotipos. Le lancé mi famosa mirada incendiaria. —¿Y de qué van a hablar ustedes? ¿De deportes? —Claro, de cosas de hombres. —¿De verdad te quieres meter en este jardín delante de Carrie? —enarqué una ceja con gesto desafiante. Él regresó la vista al frente. —Ya sabía yo que esto era una mala idea. Aunque era consciente de que lo decía en broma, estaba de acuerdo con él al cien por ciento. Cuando nos sentamos en la Taberna Curran, traté de comportarme. Charlamos de cualquier cosa hasta que el mesero se acercó a tomar la orden. Levi me dedicó una sonrisa traviesa. —¿Pido yo o pides tú? —Siempre ordenamos lo mismo —les expliqué a nuestros acompañantes, que nos miraban sorprendidos—. Sí, yo comeré bacalao frito con una papa al horno, pero que tenga ración doble de crema agria. Y salsa de queso azul para la ensalada. Gracias. —Lo mismo para mí —pidió Levi—. Pero olvidaste una cosa. —¡Oh! ¡Queso en grano! —exclamé casi gritando—. Este… ¿podemos empezar con queso en grano también? Gracias. El mesero asintió y se volteó hacia Carrie, que ordenó una ensalada césar con pollo a la parrilla. —Y yo comeré una hamburguesa mediana con queso —pidió Ian. No tuve que decir nada porque sabía que Levi lo haría. —¿Es en serio? ¿A quién se le ocurre pedir carne en un restaurante de pescado frito? —negó con la cabeza—. En primer lugar, no pienso compartir mis buñuelos de maíz con nadie, y sé a ciencia cierta que Macallan tampoco lo hará. —Así se habla —lo animé. Levi se echó hacia delante con una expresión muy seria, casi solemne. —Escúchenme, yo jamás había oído hablar de la noche del pescado frito hasta que la familia de Macallan nos trajo aquí. No se imaginan la suerte que tienen aquí en Wisconsin: pescado frito, buñuelos de maíz con mantequilla de miel, alubias con jitomate, pan y mantequilla, ensalada de col, papas… ¡papas al gusto! ¿Y he mencionado ya la mantequilla! ¡Carros de mantequilla! O sea, ¿qué más te puede ofrecer un viernes por la noche? Pedir otra cosa… ¡es de locos, de locos! Aunque Carrie e Ian no parecían tan animados como yo, me invadió una extraña sensación de orgullo. Ojalá el Levi de séptimo pudiera verse ahora. Incluso se le había pegado el acento del medio oeste. —¿Por qué sonríes? —quiso saber Levi. —Por nada —respondí a toda prisa. —No me lo creo —se echó hacia delante y me miró a los ojos como si quisiera leerme el pensamiento. Yo desvié la vista. A esas alturas, lo creía capaz—. Ah, ¿lo ves?, estás tramando algo. —¿Quién, yo? —repliqué con mi voz más inocente. —Por favor —se arrellanó en el asiento y pasó el brazo por el respaldo de la silla de Carrie—. Te voy a decir un secreto sobre ella, Carrie. No te creas ese rollo de la buena muchacha que saca sobresaliente en todo. Bajo su dulce apariencia se esconde un corazón retorcido de gran perspicacia e infinitos recursos. —Lo cual explica por qué eres mi mejor amigo. —Obviamente —asintió Levi. Ian carraspeó. —Bueno, Carrie, habrá que intervenir antes de que el Show de Levi y Macallan nos amargue la noche. Cuando empiezan, ya no se callan. Nunca. Carrie se revolvió incómoda en el asiento y se toqueteó los tirantes del top. Mirando a Ian, articulé “lo siento” con los labios. No era la primera vez, ni sería la última, que mi novio me llamaba la atención cuando Levi y yo nos enzarzábamos en una de nuestras conversaciones épicas. Acabé jugando a “veinte preguntas para conocerte mejor” con Carrie hasta que llegó la comida. Además de ser muy simpática, se iba a presentar al consejo estudiantil y trabajaba como voluntaria en el refugio de animales los fines de semana. Comparada con ella, me sentí una holgazana. Aunque me estaba divirtiendo, tenía que hacer esfuerzos para reprimir el impulso de ponerme a hablar con Levi cada vez que se me ocurría una réplica ingeniosa o algún comentario gracioso. Debíamos ser considerados con nuestras parejas. Al fin y al cabo, era un milagro que hubiéramos conocido a dos personas del sexo opuesto capaces de disfrutar tanto como nosotros mismos de nuestra compañía.
Cuando llegamos a casa de Keith, la fiesta estaba en pleno apogeo. El equipo de futbol completo, todas las animadoras e incluso la banda de música estaban allí. —¡Eh, California! —Keith se acercó e intercambió con Levi ese saludo que hacen los chicos con la mano y el pecho y que deben de enseñar en alguna clase de machotes —. ¡Bienvenidos! Me miró de arriba abajo y yo le dejé muy claro, con mi expresión más gélida, que no me interesaba nada de lo que me ofrecía.
—Eh, hermano —dijo Ian interponiéndose entre los dos—. Gracias por invitarnos. —Ah, claro, ustedes dos están juntos. Siempre se me olvida. Como no se despega de éste —señaló a Levi, que echaba chispas. —Keith, ella es Carrie —Levi hizo un gesto en dirección a la chica. Por la razón que fuera, Keith se rio. —Está bien, ya lo capto —metió la mano en el refrigerador y sacó unos refrescos de lata—. Te lo aventaría, Levi, pero a mi mamá no le agradaría nada encontrarse el tapete todo manchado. Volvió a reírse. Nosotros lo mirábamos imperturbable. Agarramos una lata cada uno y nos encaminamos a una esquina de la cocina. —Ignóralo —le dije a Levi. —Pero si tiene razón. Soy incapaz de atrapar nada al vuelo… excepto las burlas — negó con la cabeza. Me puse de espaldas a Carrie y a Ian. Sabía que a Levi le avergonzaba su poca habilidad con el balón. —Estás mejorando mucho. El otro día, Adam me dijo que habías agarrado el balón casi desde la otra punta de la cuadra. —Supongo —repuso con un hilo de voz—. Pero es humillante calentar banquillo partido tras partido. —Pensaba que sólo querías jugar futbol para hacer amigos e integrarte un poco más. Se encogió de hombros. —Pero eso no significa que no quiera jugar. —Ya lo sé, pero mira a tu alrededor. Estás en una fiesta y fue Keith el que te invitó. —Invitó a todo el mundo. —Ya, pero al menos estás aquí. Y te tomó el pelo. ¿No es eso lo que hacen los amigotes? —Los amigotes —se rio. —Ya sabes, la forma que tienen los hombres de demostrar afecto. De marcar su territorio. Como los perros, que hacen pipí para dejar su marca. —No sabes de lo que hablas. —Claro que no —reconocí—. Pero ¿verdad que te sientes un poco mejor? —Sí, un poquito. Le di un codazo amistoso. —Pues con eso no me basta. Está claro que mi trabajo no ha terminado. ¿Que si eres un tipo rudo? Deja que cuente las maneras. —Espera, espera —Levi sacó su celular—. Esto tengo que grabarlo. A lo mejor lo pongo como tono. Agarré su teléfono y hablé directamente al micro.
—Yo, Macallan Marion Dietz, juro solemnemente que Levi Rodgers es un machote de la cabeza a los pies, un hombre de verdad. Razón número uno: imita fatal el acento británico. Razón número dos: se deshace en halagos ante una buena cocinera. Mmm… razón número tres. Mm… —Buenísimo —recuperó el celular—. ¿No puedes ni discurrir tres razones? —Verás, es que hay tantas que mi cerebro se ha colapsado. —Por los pelos. —Uf —me enjugué la frente con un gesto teatral. —¡Eh! —Danielle se acercó a nosotros—. No los vi llegar. Pero sus ligues están ahí fuera y supuse que ustedes estarían platicando. Danielle leyó la comunicación no verbal que intercambiamos Levi y yo. —A ver si lo adivino. No se dieron cuenta de que esos dos se habían ido. Hice un gesto de dolor. Ella negó con la cabeza. —Ustedes no son de este mundo. —Obviamente —dijimos Levi y yo al unísono. —Bueno, pues les sugiero que sigan divirtiéndose en el patio y hagan compañía a sus parejas. —¡Gracias! Le di un abrazo rápido a Danielle antes de que se alejara para reunirse con sus amigos de la banda de música. Levi y yo nos acercamos a las puertas de vidrio. Carrie e Ian estaban fuera, apoyados contra la barandilla. Ella se estaba riendo de algo que Ian le contaba. —Bueno, por lo menos la están pasando bien —observó Levi—. De hecho, parece que la están pasando mejor ahora que durante la cena. —Levi —lo retuve antes de que abriera la puerta—, me parece que no es buena idea que salgamos los cuatro en parejas. Asintió. —Ya lo sé. Cuesta mucho incorporar a alguien en este combinado. No quiero estropear las cosas con Carrie. —Podemos seguir viéndonos. Sólo digo que quizá las noches de pareja deberían ser cosa de dos. No obligar a nadie a que nos aguante. Levi miraba fijamente ante sí. Tenía la mandíbula algo crispada. —¿Levi? Como no respondía, seguí su mirada. Ian se acercó a Carrie y le recogió un mechón detrás de la oreja. Ella se sonrojó, pero se inclinó hacia él. Ian la rodeó con el brazo. —¿Están coqueteando? —exclamé indignada. No podía creer lo que veían mis ojos. Levi y yo observamos petrificados cómo Ian y Carrie se acercaban cada vez más. Él volvió a decir algo que la hizo reír. Carrie se enrolló al dedo un mechón de pelo. Ahora, Ian se inclinaba aún más hacia ella. Carrie dejó de sonreír. Se miraban a los ojos. Con expresión intensa. Conocía bien la expresión que mostraba Ian ahora mismo. Ladeó la cabeza y levantó la barbilla de Carrie con el dedo índice. Aquello no estaba pasando. —No me creo… —la voz aterrada de Levi me hizo reaccionar. Abrí la puerta corrediza con tanta fuerza que el vidrio traqueteó. —¿Cómo te atreves? Me sorprendí a mí misma plantada delante de Carrie. Sabía que debería haberme encarado con Ian, pero en aquel momento estaba furiosa con ella. Levi había salido con Carrie unas cuantas veces, le había presentado a sus amigos y la había llevado a una fiesta a la que ella no estaba invitada, ¿y así se lo agradecía? Carrie se apartó pero Ian dio un paso hacia mí. —¿Esto va en serio? Nunca lo había visto enfadado, pero ahora mismo echaba chispas. —¡Dímelo tú! —repliqué. Me miró asqueado. —¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿Te enojas con Carrie? ¿Acaso te da igual lo que yo haga? ¿Sabes qué?, no hace falta que me contestes. Está claro que sólo te importa Levi, no tu novio. No, perdona, tu exnovio. —A ver si te he entendido bien —mi mente intentaba ordenar lo sucedido durante aquellos últimos minutos—. Tú estabas tonteando con otra chica. Si yo no hubiera intervenido, seguramente la habrías besado. Eras tú el que se disponía a engañarme. ¿Y te enojas conmigo? ¿Rompes conmigo? —¿Tienes la menor idea de lo mucho que me duele esto? A Ian se le quebró la voz y comprendí que era sincero. Me sentí fatal. Le había hecho daño. Sin embargo, yo no había hecho nada que justificara la infidelidad. —¿Por qué me echas a mí la culpa? —no entendía nada. Ian y yo nunca nos habíamos peleado. Ni una vez. Estábamos pensando en ir a Milwaukee para celebrar nuestro primer aniversario. ¿Y ahora rompía conmigo?—. ¿Estuviste tomando? —Ya sabes que no tomo —me espetó—. Puede que lo haya hecho adrede, para que sepas lo que se siente cuando tu novio está pendiente de otra. Me gustas mucho, Macallan, pero no puedo seguir siendo el segundón. —No dirías eso si Levi fuera una chica. —Pero no lo es. Y ése es el problema. ¿Por qué no salen de una vez? Siempre íbamos a parar al mismo punto. Al eterno prejuicio de que Levi y yo no podíamos ser sólo amigos. Nadie se lo creía.
Sobre todo porque aquellas personas nunca habían tenido un amigo íntimo del sexo opuesto. O quizá fuera más exacto decir que ninguno de ellos era el mejor amigo de Levi. —Si tan mal te parecía, ¿por qué esperaste hasta ahora para decírmelo? Ian gimió. —Porque supuse que cuanto más unidos estuviéramos tú y yo, menos problemas tendría con él. —¿Problemas con él? —Ya sabes lo que quiero decir. —No, no lo sé. Estuve a punto de caerme del susto cuando oí a Levi decir: —Lo siento mucho. Había olvidado que Carrie y él estaban allí. De hecho, se estaba congregando una multitud junto a las puertas. Carrie estaba encorvada, como si quisiera que se la tragara la tierra. —Tengo que irme —dijo con un hilo de voz. —Te llevo a casa. Ian se internó en el grupo de chismosos y se alejó con Carrie pegada a sus talones. Oí unos aplausos. —Amigos —gritó Keith saliendo de entre el gentío—, siempre se puede contar con ustedes para pasar un buen rato. ¡Ojalá hubiera traído palomitas! ¡Qué fuerte! —Muy chistoso, Keith. Algo en mi tono de voz le cerró la boca. —Oh, vaya. Perdona, Macallan. Me quedé esperando el comentario sarcástico de turno, pero él se limitó a mirarme con expresión compasiva. Lo que me hizo sentir aún peor. Si Keith te compadece, puedes estar segura de que eres patética. —Salgamos de aquí. Agarré a Levi del brazo y nos dirigimos al recibidor. —Este… El chofer se marchó —dijo con apagada resignación. —Ya pensaremos algo —abrí la puerta y eché a andar—. El aire fresco nos sentará bien. Durante varios minutos, Levi guardó un silencio poco habitual en él. Lo dejé a solas con sus pensamientos, mientras yo intentaba aclarar mis propias ideas. ¿Qué acababa de pasar? A lo mejor se me había escapado algo. Rebusqué en mi memoria por si encontraba algún signo de que Ian se hubiera sentido desgraciado conmigo. Bromeaba a menudo sobre la cantidad de tiempo que le dedicaba a Levi y fingía vomitar cada vez que hablaba de él, pero, al fin y al cabo, es un chico. Pensaba que me tomaba el pelo.
Además, al margen de lo que yo hubiera hecho, no tenía excusa para ponerse a coquetear con otra en cuanto yo me diera la vuelta. En realidad, lo que más me molestaba era que le hubiera tirado la onda al ligue de Levi. Yo, en su lugar, me habría alegrado de que Levi tuviera novia. —¿Tú entiendes algo? —le pregunté. Negó con la cabeza y siguió andando. Mala señal. Por lo visto, ambos tuvimos la misma idea. No llegamos a comentar hacia dónde nos dirigíamos, sencillamente fuimos a parar al parque Riverside. En silencio, nos encaminamos a los columpios y nos sentamos. Yo en el columpio del centro y Levi en el de mi izquierda. Así nos sentábamos siempre en séptimo, cuando íbamos al parque después de la escuela. Empecé a columpiarme. —He estado pensando —anunció Levi, que seguía inmóvil en su columpio— que tienes razón. No deberíamos repetir lo de la cita doble. Le eché un vistazo y vi un amago de sonrisa en su cara. —¿Eso es un chiste? —Bueno, o eso o tendré que afrontar que ya es la segunda vez que me ponen el cuerno. —Estrictamente hablando, no te pusieron el cuerno. Tronó la lengua con impaciencia. —Ya, pero sólo porque tú lo impediste. —No sabemos lo que habría pasado —ni yo misma me creía mis palabras. Intenté quitarle tensión al asunto—. Y yo tendré que pasar de las fiestas si sé que alguna novia tuya estará presente. Y si hay puertas. —A quién se lo vas a decir. Se levantó y empezó a empujarme. Cerré los ojos y dejé que el columpio me llevara cada vez más arriba. Nos pasamos así cosa de una hora. Eché un vistazo al reloj. —O nos ponemos en marcha o llamamos a nuestros papás para que vengan a buscarnos. Decidimos que sería mejor llamar a la mamá de Levi. Mi papá y el tío Adam se preocupan mucho por mí y no creía que se tomaran bien el hecho de que prácticamente me hubieran abandonado en una fiesta. Por suerte estaba con Levi y eso los haría sentir mejor. En cualquier caso, a los dos les caía bien Ian y se disgustarían cuando se enteraran de que habíamos cortado. Cortado. No lo podía creer. Levi y yo nos sentamos en el borde de la banqueta a esperar a su mamá. —¿Va todo bien? —le pregunté.
—La verdad es que no —se rodeó las piernas con los brazos—. No sé, puede que yo sea el problema. —Tú no eres el problema —le aseguré. —¿Y entonces por qué todas las chicas me engañan? —No te engañan todas las chicas. Una te engañó y otra tomó una mala decisión. Suspiró. —¿Y si se debe a que beso fatal? —Estoy segura de que no se debe a eso. —¿Cómo lo sabes? —en eso llevaba razón—. Piénsalo: empiezo a salir con una chica, y, en cuanto desaparezco diez días, corre a besarse con el primero que encuentra. Y esta noche me alejo de mi novia unos diez segundos y cuando volteo a mirar está a punto de besarse con otro. Seguro que hago algo mal. —Estás diciendo tonterías. —Yo no lo veo así. De repente, a Levi le dio por hablar. Se pasó los siguientes cinco minutos diciendo sin parar que debía de besar fatal y que nunca tendría novia porque era un lerdo. Y que jamás volvería a salir con una chica porque no confiaba en ellas. Y que era un tipo patético porque TODAS corrían a besarse con el primero que encontraban en cuanto él se daba la vuelta. Me estaba poniendo histérica. Levi solía tomarse las cosas con mucha filosofía y yo no estaba acostumbrada a que se autoflagelara por culpa de una chica. Ni a que se pusiera melodramático. Le repetí una y otra vez que él no tenía la culpa de nada. Emily era la típica que coquetea con todos. Ni siquiera se podía pensar en ella en términos de “novia” porque ella prefería picotear de aquí y de allá. En cuanto a Carrie, ¿quién sabe? Era muy joven. Había cometido un error. Sin embargo, nada de lo que yo decía servía para consolarlo. Empezaba a sentirme muy frustrada. Una parte de mí tenía ganas de abofetearlo, pero sabía que eso no lo haría callar. —No, te digo que se debe a eso. Beso fatal. Pronto correrá la voz por la escuela y entonces ninguna chica querrá darme otra oportunidad. —¡Levi, por el amor de Dios! —le grité. Y sin pararme a pensar lo que estaba haciendo, lo agarré por las mejillas y lo besé. Se quedó paralizado durante un par de segundos, seguramente de la impresión. Luego me rodeó con los brazos y me respondió. Me aparté y Levi agarró aire. —¿Qué-que-qué…? —balbuceó. —No te pasa nada. No besas mal. Lo he comprobado. Asunto arreglado.
Me miraba con unos ojos como platos, incapaz de pronunciar palabra. Me encantó verlo tan aturdido. En aquel momento, divisamos el coche de su mamá a lo lejos. Yo me levanté, pero Levi se quedó sentado en el borde de la banqueta. Le tendí una mano para ayudarlo a pararse. Tardó un segundo en asimilar la situación. Por fin se levantó, aún atónito. —En eso les llevo ventaja a tus amigos de California y a los de por aquí. Él me miró fijamente. Me reí y le di un puñetazo en el hombro. —Ninguno de ellos se habría atrevido a demostrarte que sabes besar. De nada, por cierto. Guardó silencio durante todo el viaje a mi casa. En el asiento trasero, yo me reía para mis adentros. Basta un simple beso para cerrarle la boca a un chico.
Sí. ¿Lo ves? Aún no te has recuperado. Déjame en paz, ¿quieres? Allí estaba yo, abriéndote mi corazón, y vas tú y te abalanzas sobre mí. Normalmente prefiero que me lleven a alguna parte en la primera cita. Al menos podrías invitar a los chicos una pizza antes de aprovecharte de ellos. Sobre todo si están atravesando momentos difíciles. Ay, sí, pobrecito. No parabas de decir tonterías. ¿Cómo querías que te hiciera callar si no? Tendré que hablar más a menudo. ¿Te sonrojaste? Mm… ¿De qué estábamos hablando? De que soy el amor de tu vida. Obviamente.

viernes, 15 de enero de 2016

Lectura 13

¿Y si quedamos como amigos?


CAPÍTULO SEIS

Prácticamente salí corriendo del avión en cuanto aterrizamos en Milwaukee. Fue muy raro. Me había pasado los últimos dieciocho meses soñando con ir a California, pero en cuanto llegué, empecé a extrañar todo lo que había dejado en Wisconsin. Fue genial volver a ver a mis cuates, ya lo creo que sí, pero echaba de menos a mis chicas: Macallan y Emily. Supongo que muchos tipos dirían que era un aprovechado por jugar a dos bandas, pero es que para mí significaban cosas completamente distintas. Macallan era algo así como mi mitad buena. El yin de mi yang. Ejemplo, eso suena más pervertido de lo que pretendía. Y Emily era una novia alucinante. Irradiaba energía positiva. Saltaba a la vista que le encantaba estar conmigo. ¿Qué chavo no querría algo así? Ahora bien, debo confesar algo. Le mentí a Emily sobre el viaje. Le dije que no volvería hasta el sábado por la noche, pero llegué por la tarde. Lo hice porque quería ver primero a Macallan. Sabía que Emily querría quedar conmigo en cuanto llegara, pero aún no le había dado a mi amiga su regalo. Tenía una estúpida sonrisa pegada al rostro cuando llamé al timbre de casa de los Dietz. —¡Eh! Abracé a Macallan con fuerza en cuanto la vi. —¡Hola a ti también! —se rio cuando la solté—. ¿Qué tal el choque cultural? Entré en el recibidor y empecé a quitarme capas y más capas de ropa. —El verdadero choque fue el azote del frío al bajar del avión. Pasé Año Nuevo en chanclas. Una sombra cruzó el semblante de Macallan. —¿Pasa algo? Ella sacudió la cabeza con energía. —No, para nada. Es que, este, me cuesta imaginar una Navidad soleada. Mi mamá siempre se enojaba si no nevaba en Navidad. Eso aclaraba la extraña expresión de Macallan. Sabía que a su mamá le encantaba la Navidad, así que debía de extrañarla más que nunca en estas fechas. Lo cual también explicaba el desorden que reinaba en la cocina. Había ollas y sartenes por todas partes. Macallan cocinaba mucho cuando algo la preocupaba. O cuando necesitaba distraerse. Y como estábamos en vacaciones, no tenía tarea para llenar el vacío. Le froté el brazo, pensando que ese gesto de afecto sería el mejor modo de consolarla. Desde que me había llevado al panteón, sabía que no le molestaba que yo mencionara a su mamá. Sin embargo, también era consciente de que, si quería compartir conmigo sus sentimientos, lo haría. Cada vez se me daba mejor descifrar sus expresiones. Sabía cuándo debía sonsacarla y cuándo prefería que la dejara en paz. Y, ahora mismo, la expresión de su rostro gritaba: “No quiero hablar de ello”. —Bueno, es que yo estoy acostumbrado al buen tiempo durante todo el año —le recordé—. Y siento haberte pedido que le mintieras a Emily sobre la hora de mi llegada. —Sí… —se puso a limpiar la barra de la cocina—. ¿Quieres comer algo? Nunca desperdiciaba la ocasión de probar las delicias que preparaba Macallan. Me sirvió un plato de brownies rellenos de caramelo, dulces de arroz inflado y una porción de tarta de nuez. Metí la mano en la bolsa y saqué su regalo. —Feliz Navidad, con una semana de retraso. Vaciló un momento antes de abrirlo. —No será un gorro de los Bears, ¿verdad? Me eché a reír. Me había regalado un gorro tejido de los Green Bay Packers para ayudarme a “integrarme”. Todo el mundo se partió de risa, sobre todo Adam. Pero después de que me molestaran, me regaló también un vale para una comida casera de mi elección. Fue el mejor regalo de aquella Navidad. Empezó a desenvolver la caja. Se echó a reír en cuanto vio las fotos de la portada. —No puedo creer que me hayas comprado… —se detuvo al ver algo escrito a mano —. ¿Cómo has…? Abrió la boca de par en par. Su reacción me hizo muy feliz. —El amigo de mi papá conoce al productor de la serie. Se lo pedí como favor. Bajó la vista y leyó la dedicatoria que llevaba el DVD de Buggy y Floyd, escrita de puño y letra del actor que hacía de Buggy: “Que me cuelguen si no me tomaría ahora mismo un vaso de Macallan”. —No acabo de tener claro si es genial o un poco verde —reconocí. —¡Padre! —Macallan se echó a reír. Me encantaba verla reírse con ganas. Tenía dos clases de risa: una era la típica risita tonta y la otra una risa a carcajadas, con la cabeza echada hacia atrás. Si tuviera un solo objetivo en la vida, sería hacerla reír a diario. Y aquel día, cumplí mi misión. —¡Es fantástico, muchas gracias! —me abrazó—. ¡Te prepararé todos los platillos que quieras, siempre que te apetezca! —Pónmelo por escrito, por favor. Volvió a echar la cabeza hacia atrás para reírse y, lo digo en serio, se me encogió el corazón.
—Y bien —empecé a juguetear con su pelo, que cambiaba de color en función de la estación, como los árboles. En aquel momento era castaño oscuro con reflejos rojizos —. Cuéntamelo todo. ¿Qué tal Año Nuevo? La sonrisa desapareció de su rostro. Debería haber sido más listo y no sacar a colación una y otra vez un tema que le recordaba a su mamá. —Bien —respondió—. Este… ¿cuándo tienes pensado ir a ver a Emily? Miré el reloj. —Le dije que el avión aterrizaba más o menos a esta hora, así que debería llamarla enseguida. —Sí, llámala. Tiene muchas ganas de verte. Por cosas como esa sabía que Macallan era la mejor amiga del mundo. Hacía diez días que no nos veíamos, pero allí estaba ella pidiéndome que llamara a mi novia. —¿Me acompañas a su casa? Aún no tenía ganas de despedirme de ella. Negó con la cabeza. —No, tendrán ganas de estar solos. —Ven aquí —la abracé con fuerza—. Eres la mejor. Lo sabes, ¿verdad? Macallan sonrió con timidez. Yo no quería marcharme, porque saltaba a la vista que le pasaba algo. Por otro lado, a lo mejor necesitaba quedarse a solas; no veía el momento de que me largara de allí. —Tú también —repuso con infinita tristeza. Mientras recorría las siete cuadras que me separaban de la casa de Emily, no podía sacarme a Macallan de la cabeza. Mi mejor amiga me necesitaba, y yo tenía que averiguar cómo ayudarla. Sin embargo, antes tenía que ver a mi fantástica novia.
—¡LEVI! —gritó Emily antes de que alcanzara la puerta siquiera. Salió corriendo al jardín y me besó. Reconozco que el gesto me ayudó a entrar en calor. —¡Pensaba que me llamarías en cuanto aterrizaras! Estaba preocupada. Me jaló de la mano y me llevó adentro. Estaba tan inquieto por Macallan que había olvidado avisar a Emily de que me dirigía hacia allí. —Tuve que pasar por la casa de Macallan —le expliqué. No quería decirle más mentiras. —Ah, ¿viste a Macallan? —sonrió de oreja a oreja—. ¿Y de qué hablaron? Me encogí de hombros. —De nada en especial. Es que aún no le había dado su regalo de Navidad.
—Ah, ¿aquel DVD? Me llevó al sofá y me preguntó qué había hecho en California. Apenas me dejó preguntarle por sus vacaciones. Le había enviado montones de mensajes durante mi ausencia, pero igualmente quiso conocer hasta el último detalle del viaje. —Este, ¿y qué tal la fiesta de Año Nuevo en casa de Macallan? —conseguí preguntar por fin. —¿Por qué? —replicó a la defensiva. —Por nada. Sólo por curiosidad. Macallan no me contó gran cosa. —Ah —Emily parecía aliviada—. Fue genial, la pasamos de lujo —se mordió el labio—. Este… hay una cosa que deberías saber. En realidad no tiene ninguna importancia. Ya sabes que Troy estaba allí y todo eso. Me ofrecí a enseñarle la casa y acabamos en la recámara de Macallan. Creo que la puerta estaba cerrada… Noté una presión en el pecho. —Da igual, estábamos platicando y se estaba haciendo tarde. Macallan entró cuando hablábamos en la cama. Como es lógico, nos sobresaltamos, y ella pensó que estábamos haciendo algo. No pasó nada. Te lo juro. Es que te echaba mucho de menos. Yo no sabía qué decir. Sobre todo porque no podía creer que Macallan no me lo hubiera contado. Aunque no fuera nada. —Pero es Año Nuevo, un nuevo comienzo —Emily se inclinó hacia mí. Apenas nos separaban unos centímetros—. No debería haber hablado con Troy ni haberle enseñado la casa pero, mira, no sé. Ni siquiera pensaba decírtelo, pero no quiero ocultarte nada —me frotó la pierna—. ¿Me perdonas? Me besó. Al principio, titubeé. No porque Emily bese mal, ni muchos menos, sino porque era demasiada información para asimilarla de golpe. De haber sido algo importante, Macallan me habría hecho algún comentario. No concebía que mi mejor amiga hubiera visto a Emily con otro y me lo hubiera ocultado. Tal vez me equivocara al fiarme de Emily, pero habría puesto las manos en el fuego por Macallan.
Ejemplo. Ya sabes que nada de lo que digas me hará sentir culpable. Ya lo sé. Pero vas a decir algo de todas formas, ¿verdad? No. ¿No? Caray, Macallan, uno de los dos tiene que comportarse como una persona madura en estos casos. No hablarás en serio. ¿Desde cuándo eres una persona madura? Desde que te perdoné tu traición. Tienes razón. ¡Vaya! ¿En serio ha funcionado? ¿Tengo razón? ¿En algo? ¡Milagro! Te sientes muy orgulloso de ti mismo, ¿verdad? Bueno, es agradable tener razón por una vez. No te acostumbres. Tranquila, no lo haré.
CAPÍTULO SIETE
Fue una tortura. La peor tortura del mundo. No podía ni respirar la noche que Levi se marchó de mi casa para ir a ver a Emily. Clavé la mirada en el teléfono, convencida de que estaba a punto de descubrir la versión de Levi que me quedaba por conocer: con el corazón partido. Sonó el celular, pero era Emily. —Por favor —me suplicó—. Sé que cometí un error pero, si la verdad sale a la luz, Levi será el único perjudicado. Tú no quieres que sufra, ¿verdad? No, no quería, pero no era yo la que le había puesto el cuerno. —Te prometo que nunca volveré a hacer nada parecido y, si lo hago, te doy permiso para que no vuelvas a hablarme nunca en la vida. De todos modos, no lo harías —casi podía oír su pulso acelerado—. Me gusta mucho Levi y no quiero que corte conmigo. Por favor, Macallan. No me gusta guardar secretos. Los secretos acaban por lastimar a todos los implicados. Ella siguió suplicando. —Eres mi mejor amiga. Y si no puedo confiar en mi mejor amiga, ¿en quién voy a confiar? Apuesto a que Levi pensaba lo mismo. —Te conozco de toda la vida y hemos pasado muchísimas cosas juntas. ¿Me perdonas, por favor, para que pueda perdonarme a mí misma? Aquello me tocó la fibra sensible. No había pensado en lo mal que la estaba pasando Emily, en lo dura que debía de resultar la situación para ella también. Por más que se lo hubiera buscado. —Por favor, Macallan. Te lo suplico. Si estuviera allí contigo, me arrastraría por el suelo. Si es lo que quieres, me planto allí en dos minutos y te lo pido de rodillas. Me sentía dividida. ¿Podía aceptar su palabra de que aquello nunca volvería a suceder? Sabía que la verdad destrozaría a Levi. A lo mejor, pensé, es preferible fingir que no ha pasado nada. —Está bien —repuse en voz baja. Se hizo un silencio al otro lado. —¿De verdad? Oh, Dios mío, Macallan. ¡Graciasgraciasgracias! Los compensaré por esto, lo juro. A los dos. —Por favor, trata bien a Levi. Se lo merece. —¡Lo haré! ¡Te lo prometo! ¡Te quiero!
Debería haber experimentado alivio cuando la llamada finalizó, pero sólo sentía miedo. Por más que quisiera borrar aquella horrible noche de mi pensamiento, sabía que algunos recuerdos son más persistentes que otros. Sobre todo, los recuerdos dolorosos.
Me había mentido a mí misma muchas veces a lo largo de los años. Y mi mentira favorita era “Todo irá bien”. Sí, todo iría bien. Vas a crecer sin mamá, pero todo irá bien. Te despertarás cada mañana y comprenderás que no tuviste una pesadilla, que sucedió realmente. Pero todo irá bien. Tendrás que guardar un secreto que podría destruir la relación con tus dos mejores amigos, pero todo irá bien. En el fondo, mentir se me daba fatal. En cambio, me había vuelto una experta en el arte de disimular. Evitaba encontrarme con Emily y con Levi al mismo tiempo. Evitaba hablar de su relación con cualquiera de los dos. Evitaba cualquier tema de conversación relacionado con fiestas, Troy, mi dormitorio, traumas, etcétera. Lo conseguí durante tres meses enteros. Tres meses sin concederme permiso a mí misma para ser totalmente sincera. Tres meses vigilando cada una de mis palabras, cada uno de mis movimientos. Tres meses de completa y absoluta tortura. Cuando la nieve se fundió y los primeros rayos de sol empezaron a asomar entre las nubes, pensé que quizá hacia el verano ya lo habría superado. A principios de abril, vi abrirse una flor mientras caminaba hacia la cafetería de la escuela. Lo consideré un buen presagio. Danielle me llamó por gestos desde nuestra mesa de siempre. —Adivina a quién me encontré ayer. —¿A quién? Saqué mi lonchera con el almuerzo: zanahorias y hummus casero. —A Ian. Movió las cejas con expresión traviesa. —¿Ian? Suspiró. —Ian Branigan, de tu fiesta de Año Nuevo. Oh. Casi había olvidado que aquella noche habían sucedido más cosas. —Sí. Y parecía muy interesado en saber qué tal te va últimamente. —¿Y? —“¿Y?”, responde ella —comentó Danielle sin dirigirse a nadie en particular.
—Oh, lo siento. ¿Preguntó por mí? ¿Debería empezar a redactar la lista de invitados a la boda? —Ahora bromea. —Sí, bromea. Danielle se echó hacia delante y me robó un poco de hummus. —Pensaba que te agradaría saber que un chavo muy lindo se interesa por ti. Y a lo mejor le conté que el viernes asistiremos a la competencia de atletismo. —Vamos porque Levi quiere echar un vistazo. —Claro, y mientras Levi echa un vistazo al equipo del que le gustaría formar parte, tú puedes echarle un vistazo a Ian. —Está en primero de secundaria. Danielle se golpeteó el labio con el dedo índice. —Cierto. ¿Y qué puede querer un sujeto perteneciente al último eslabón de la cadena alimentaria de la secundaria de una chica tan guapa como tú? —No quería decir eso —no sabía qué quería decir exactamente. —Yo sólo digo que preguntó por ti y que le comenté que acudiremos a la carrera del viernes. No tiene más importancia. —Ya —era yo la que le estaba dando importancia. —Sí, no tiene más importancia —Danielle me dedicó esa sonrisa suya que usaba para informarme de que estaba a punto de soltarme uno de sus típicos comentarios sarcásticos—. Y ahora, ¿te importaría explicarme por qué te pusiste como un jitomate?
Yo siempre recurría a la mamá de Levi cuando tenía dudas sobre cuestiones femeninas, pero no me apetecía consultarle qué me podía poner para asistir a la competición de atletismo. Sabía que me habría ayudado encantada, pero no estaba segura de que le sentara bien saber que me gustaba un chico. Siempre que Levi y yo empezábamos a lanzarnos indirectas, descubría a nuestros papás intercambiando miraditas. Con cara de “pero qué lindos son”. Una parte de mí estaba segura de que se alegraría, pero otra parte pensaba que la mamá de Levi quería que su hijo y yo acabáramos juntos. Si bien no creía que Ian estuviera interesado en mí en ese aspecto, también sabía que, si yo saliera con alguien, no estaría tan pendiente de la relación de Emily y Levi. Y yo adoraba las distracciones. Así que acudí a la única persona, aparte de la mamá de Levi, que me inspiraba confianza en cuestiones femeninas: Emily. Le envié un mensaje de texto rápido para decirle que iba a pasar por su casa y me puse en marcha. Estaba demasiado emocionada como para aguardar su respuesta. A menudo pasábamos por la casa de la otra sin avisar. Casi había llegado al portal cuando la puerta se abrió. Durante una milésima de segundo, pensé que Emily me había visto desde la ventana, pero entonces vi salir a alguien. A Troy. —¡Eh, Macallan! —me saludó—. ¿Cómo va todo? La puerta se abrió del todo y Emily apareció tras él. —¡Hola, qué sorpresa! —Te envié un mensaje —balbuceé mientras intentaba asimilar lo que estaba viendo. Emily agitó la mano con aire despreocupado. —Oh, no pasa nada. Troy vino a… este… hacer un trabajo de historia. Troy la miró extrañado. —Sí, eso. Luego nos vemos. Se alejó calle abajo como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. —No es lo que parece —me aseguró Emily cuando entramos en su recámara. —¿Y entonces qué es? —le pregunté. No quise sentarme a su lado en la cama. Me crucé de brazos esperando una explicación. —Troy y yo sólo estábamos platicando. De verdad. Sencillamente, me gustaría conocerlo mejor. La última vez que pregunté, no era ningún crimen. —¿Y qué pasa con Levi? —Levi lo sabe. Agarró una revista de su buró y se puso a hojearla como si diera la conversación por terminada. No dejé que se saliera con la suya. —¿Qué sabe Levi? —la presioné. —Sabe que Troy venía hoy a mi casa para estudiar. Son amigos. —Ya, vaya amigo. —Es complicado. Estaba harta de aquella excusa. Y sabía que no era sino eso: una excusa. —Pues explícamelo. Porque sinceramente, Emily, no sé qué es lo que te pasa últimamente. Emily soltó la revista como si fuera yo la que no quería entrar en razón. —Estoy confusa, eso es todo. Y te agradecería que no me juzgaras. No todos podemos ser tan perfectos como tú. Fulminé a mi amiga con la mirada. Me molestaba mucho que me echara la culpa. Aquello no tenía nada que ver conmigo. Por más que yo tuviera la sensación de que sí. Emily se dio cuenta de que yo seguía esperando una explicación. —Mira, me gusta Levi, claro que me gusta. Es super cariñoso y muy mono. Pero también me gusta Troy. Así que lo vi unas cuantas veces para saber si, ya sabes…
—No, no sé. Casi pude oír cómo las sílabas se congelaban al salir de mis labios. Emily se enfurruñó. —Me gustan los dos. Quiero estar bien informada antes de tomar una decisión. —¿Estás hablando en serio? Lo que le estás haciendo a Levi no tiene nombre. —Ya lo sé —reconoció Emily con tristeza—. Claro que lo sé. Me prometí a mí misma que tomaré una decisión antes de la graduación. —Pero si falta un mes para eso… —le recordé. —Por favor, no se lo cuentes a Levi, ¿quieres? Me levanté y me encaminé hacia la puerta. —¿Que no se lo cuente? No sabría ni por dónde empezar.

¿Por dónde empezar? Ya sé por dónde vas. Cuando una amiga te dice que lo que viste podría meterla en un lío, es obvio que algo va mal. Y cuando una amiga te dice que quedó con su antiguo amor platónico sólo para estudiar, no le crees. Una gran verdad. Y cuando tu mejor amiga te dice que te acompaña a una competición de atletismo, no te imaginas que en realidad va para tirarle la onda a otro. No fui por eso. ¿Quién es ahora la mentirosa? No estoy mintiendo. Si los chicos se quedan prendados de mi pálida piel y de mi increíble carisma, yo no tengo la culpa. ¿Qué quieres que haga, mandarlos a volar? Lo que tú digas.

lunes, 11 de enero de 2016

Lectura 12

CAPÍTULO CUATRO

De haber sabido que un corte de pelo me iba a convertir en un imán para las nenas, me habría rasurado la cabeza en cuanto llegué a Wisconsin. Desde el primer momento, me di cuenta de que Emily se comportaba de manera distinta, pero di por supuesto que su actitud se debía a que Macallan no estaba presente. Luego empezó a hacer todas esas cosas que hacen las chicas para informarte que están interesadas en ti. Se moría de risa cada vez que yo abría la boca, aunque no hubiera dicho nada especialmente divertido. No paraba de tocarme el brazo y de mirarme a los ojos. Al principio, pensé que quizá se le había aflojado un tornillo durante el verano, pero luego caí en la cuenta: Emily estaba coqueteando. No digo que fuera la primera vez que una chica tonteaba conmigo. En casa había salido con unas cuantas. Sin embargo, desde que había llegado al país del queso, ninguna me había prestado atención en ese sentido. No estaba seguro de si contarle a Macallan lo de Emily. O sea, sabía que Macallan y yo sólo éramos amigos, pero la gente siempre daba por supuesto que andábamos. Y cuando lo hacían, Macallan fruncía la nariz o fingía que la mera idea le producía arcadas. Lo cual no era nada halagador, pero yo entendía por qué lo hacía. Y cuando Macallan me dijo que Emily estaba interesada en mí e incluso me ayudó a pedirle que saliera conmigo, lo tuve claro. Macallan y yo nunca seríamos pareja. Sólo éramos amigos. No quería nada más de mí. Y quizá fuera mejor para los dos que nuestra relación no pasara de ahí. A mí me parecía bien. Sobre todo porque era mi mejor amiga aquí en Wisconsin. Decidí darle una sorpresa después de la escuela. Le dije a mi mamá que no viniera a buscarnos para poder estar a solas con ella. —¿A dónde vamos? —me preguntó cuando tomé un desvío a la izquierda en lugar de doblar a la derecha. —Es una sorpresa. La agarré por el codo y la guie calle abajo. —Está bien —lo dijo como si no se fiara de mí—. ¿Ya sabes lo que van a hacer el viernes? —¿A quién le importa? Aquella semana, había repetido esa misma frase hasta el cansancio. Cada vez que Macallan se interesaba por mi inminente cita, yo me preguntaba si lo hacía por mera curiosidad o si me estaba sonsacando información para pasársela a Emily. —A mí. Lo preguntaba por si no sabías qué hacer.
—Oh —me sentí un bobo por haberme puesto paranoico—. Pensaba ir a comer algo y al cine. ¿Te parece aburrido? —A mí me parece bien. Por aquí no hay muchas más opciones. —Ya, en casa tampoco. Advertí que Macallan se crispaba. Estuve a punto de preguntarle si había hecho algo que le molestara, pero ya llegábamos a nuestro destino. —¡Mira! Señalé la marquesina del restaurante Culver’s. Abrió los ojos como platos. —¡Sí! ¡La crema de pastel de queso es mi favorita! Ya lo sabías, ¿verdad? —Claro. Cuando pasé por aquí y vi que era el sabor del día, decidí traerte. Invito yo. Cuando entramos en el restaurante y nos formamos en la cola, Macallan sonreía. —Bueno, si tú invitas, pediré cuatro raciones. —Lo suponía. Yo pediré una hamburguesa doble. Tengo que engordar un poco —me di unas palmaditas en la barriga. Quería inscribirme a algún deporte cuando fuera a la secundaria, pero seguía siendo el alumno más delgado del salón—. Creía que, entre lo bien que cocinas y todas las frituras que se comen en esta ciudad, habría ganado unos kilos a estas alturas, pero no. —Vaya problema —negó con la cabeza—. Será mejor que no le comentes a Emily lo mucho que te cuesta engordar. Tiene buen cuerpo, pero eso no significa que esté contenta con él. —Qué absurdo. Nunca he entendido por qué las chicas están, o sea, tan obsesionadas con el peso. Emily está… mm… —en momentos así, el hecho de que tu mejor amiga sea una chica te pone en apuros. No podía decir “enferma” como les habría dicho a mis amigos de casa—. No está gorda. Ni mucho menos. Ni tú tampoco. Las dos están… este… o sea… muy… bien. Macallan se cruzó de brazos. Decidí que sería mejor cerrar la boca. Sabía que el tema la incomodaba. Macallan había engordado un poco últimamente, aunque sólo por… bueno… ciertas partes del cuerpo. Me había fijado en que las playeras le apretaban más que antes. Soy un chico, luego soy humano. Muy, muy humano. Sacudí la cabeza para alejar de mi mente la imagen de Macallan con su suéter lila de cuello en V. Gracias a Dios, nos tocaba ordenar. Cuando nos sirvieron, buscamos una mesa. —Bueno, ¿algún otro tema de conversación que deba evitar el viernes? —pregunté mientras Macallan se abalanzaba sobre su crema de vainilla con caramelo, chocolate y nueces pecanas.
Asintió. —Será mejor que no le hables del próximo curso. Está paranoica con la idea de ir a la secundaria. Mientras me contaba la historia de la hermana de Emily, tomé notas mentalmente. Por lo visto, el viernes tendría que ir con pies de plomo. No sería como salir con Macallan; con ella podía hablar de casi todo. Bueno, excepto de cambios corporales. —Sí, ya lo sé, ella… Me callé cuando Macallan se quedó mirando la zona del rincón. Cuando me volteé, vi que un grupo de chicos grandes se estaba metiendo con el empleado que limpiaba las mesas del fondo. Lo señalaban y se reían de él. No supe por qué hasta que se dio media vuelta y vi que tenía síndrome de Down o algo así. —¿Esos chicos…? Me interrumpió. —Qué idiotas. No tienen por qué hacer eso. Estaba muy agitada. —¿Quieres que vaya a buscar al encargado? —me ofrecí. Macallan, sin embargo, pasó directamente a la acción. Se levantó y se encaminó al rincón. Yo vacilé un momento pero enseguida comprendí que debía seguirla por si necesitaba ayuda. —¿Hay algún problema? —les espetó a los tres chicos, que debían de tener unos dieciséis o diecisiete años. —Oh, ¿es tu novia? —preguntó uno. Estaba acostumbrado a oír esa pregunta dirigida a mí, pero esta vez se la formulaban al joven que limpiaba la mesa de al lado. —Ohhh —otro chavo tiró un refresco al suelo—. Será mejor que limpies esto, retrasado. —¿PERDONA? La voz de Macallan resonó por todo el local. La gente de la cola empezó a mirar en nuestra dirección. —No hablaba contigo. El otro se echó a reír. Ella se plantó ante la mesa. —Bueno, pues ahora sí. Los chicos soltaban risitas tontas y decían cosas que yo no alcanzaba a oír. Macallan golpeó la mesa con los puños. El tipo que parecía el cabecilla se sobresaltó. —¿Qué les pasa? —les preguntó ella, temblando con todo el cuerpo—. Este chavo está aquí trabajando, sin molestar a nadie, limpiando la porquería de cerdos como ustedes. Contribuye a la sociedad, que es más de lo que se puede decir de ustedes. Así que, ¿quién es el que sobra aquí? El encargado se acercó. —¿Está todo bien? Los chicos farfullaron que sí, pero Macallan no pensaba dejar que se libraran tan fácilmente. —No, no está todo bien. Estos caballeros —pronunció la palabra con infinito desdén — estaban molestando a uno de sus empleados que, por cierto, está haciendo un trabajo excelente. —Sí —asintió el encargado, que debía de tener la misma edad que los revoltosos—. Hank es uno de nuestros mejores empleados. Hank, ¿por qué no descansas un poco? Hank agarró su jerga, recogió las charolas de la mesa y se alejó. El encargado aguardó a que el chico se marchara. Luego se volteó hacia la mesa del grupito. —Voy a tener que pedirles que se vayan. Ellos se rieron. —Da igual. De todas formas, ya nos íbamos. Cuando se levantaron para marcharse, uno de ellos me empujó al pasar diciendo: —Tendrás que ponerle un bozal a tu novia. Yo me había quedado allí callado, sin hacer nada. Macallan les había plantado cara a aquellos maleducados mientras yo lo miraba todo pasmado. Macallan platicó unos instantes con el encargado y, por fin, él le dio las gracias por haber intervenido. —Te felicito por lo que hiciste. Por desgracia, esas cosas pasan. —Pues no deberían —replicó ella con frialdad. Cuando regresamos a la mesa, de nuevo a solas, le pregunté: —¿Estás bien? —No. Odio a esa gente. Se creen mejores que Hank. Y seguramente se creen mejores que tú y que yo. Me pone mal que esos idiotas vayan por ahí metiéndose con la gente sin que nadie les diga nada. Te aseguro que Adam trabaja más en un solo día de lo que trabajarán esos tipos en toda su vida. Nunca había visto a Macallan tan enojada. Sabía que no aguantaba las estupideces, pero no tenía ni idea de que la sacaran de quicio hasta tal punto. —Tienes razón —le dije—. Y estoy orgulloso de ti. Además, juro que nunca te haré enojar. Aluciné. Una sonrisa se abrió paso en su semblante. —Lo siento. No puedo evitarlo. —No, lo digo en serio. Fue alucinante. Nunca te había visto así. Lo tendré en cuenta.
—Sólo cuando se comete un abuso, espero. —Marchémonos de aquí. Esto requiere una maratón de Buggy y Floyd. —Y un poco más de crema. Ésa era la Macallan que yo conocía. —Ya sabes que no puedo negarte nada. Se rio mientras nos formábamos otra vez en la fila. Le di un codazo. —Te lo juro, en casa no hay ninguna chica tan cool como tú. Macallan volvió a crisparse. Al instante, miré a mi alrededor para comprobar si aquellos tipos habían regresado. —¿Sabes? —se volteó a mirarme—. Entiendo que pasaras los primeros doce años de tu vida en California, pero ahora ésta es tu casa. Yo no acababa de entender por qué estaba tan molesta. —Yo no… Hundió los hombros e impostó un tono de voz más grave. —Sí, mis amigos de casa esto, en casa hacemos esto otro, en casa tal y cual, en casa todo es alucinante. Creo que me estaba imitando, pero yo no hablo con un acento tan fresa. Al menos, eso espero. Me miró fijamente. —Ahora, éste es tu hogar. Se acercó al mostrador y pidió una segunda ración de crema. Yo me quedé donde estaba, pensando en lo que Macallan acababa de decir. Puede que siguiera viviendo en el pasado. Era posible que no hubiera aceptado que el traslado era definitivo. A lo mejor había llegado la hora de vivir en el presente, de aceptar la nueva escuela y a mis nuevos compañeros. Quizá no me hubiera esforzado lo necesario. Tenía que afrontar el hecho de que ahora Wisconsin era mi hogar.
Dejé de considerarlo todo, en especial la escuela, como algo temporal. Tendría que encontrar la manera de sentirme cómodo en ella y también entre los estudiantes. No obstante, primero debía centrarme en un asunto más inminente: la cita con Emily. Estábamos sentados el uno frente al otro, como hacíamos cada día a la hora de comer. Esta vez, sin embargo, todo era distinto. No sólo porque estuviéramos en una pizzería haciendo tiempo antes de ir al cine. Esto era una cita. Y no una cita cualquiera, sino con la más guapa del salón que, además, era la mejor amiga de Macallan. Gran responsabilidad. Emily siempre se ponía muy guapa para ir a la escuela, pero aquella noche estaba despampanante. Me quedé impresionado cuando nos vimos en el centro comercial. Llevaba un vestido de flores y un pasador de brillos en el pelo. Y cada vez que me sonreía, me entraban náuseas. No náuseas del tipo “voy a vomitar”, sino más bien onda “estoy superemocionado”. Di un gran trago al refresco y Emily me sonrió mientras esperábamos la pizza. Tenía la sensación de que debía decir algo ingenioso, algo que no fuera el típico repaso a la jornada escolar. —Y bien… —se enrolló un mechón suelto en el dedo. —Y bien… —fue mi brillante respuesta. Tendió la mano libre hacia mí. —Me alegro tanto de que hayamos quedado… —Yo también. Puaj. Juro que no se me da mal conversar con chicas. Hablo con Macallan constantemente. Por desgracia, empezaba a temer que, platicando con Emily a la hora de comer, hubiera agotado mi capacidad de decir banalidades. —Estoy pensando en dar una fiesta de Halloween —comentó Emily sin dejar de retorcerse el mechón. Yo no era el único que estaba algo nervioso. —Sería divertido. Asintió. —Sí, sobre todo porque estoy pensando en invitar a los chicos. A Keith, a Troy… —Troy me cae muy bien. Además, era el único que me daba los buenos días. —Ya, y tengo la sensación de que te vendría bien pasar más tiempo con ellos. Me molestó saber que todo el mundo había notado que los chicos de la escuela pasaban de mí. Me tragué mi maltrecho orgullo. —Gracias. —No te agobies por eso. Incluso a mí me cuesta integrarme. El comentario me sorprendió. Emily era una de las chicas más populares de la escuela. Siguió hablando: —Sobre todo con Keith. Siempre ha tenido muchísimos amigos, desde que éramos pequeños. Todos queríamos que nos invitara a sus fiestas de cumpleaños. Para él, no va a cambiar nada. No tendrá problemas para encontrar su lugar. Pero la secundaria es muy grande. Me da miedo sentirme sola —bajó la voz y se hundió un poco en el asiento. Emily siempre era tan alegre y encantadora que tuve la sensación de estar descubriendo una nueva faceta suya—. No sé. Supongo que le doy demasiadas vueltas. Es que me gusta este pequeño círculo que tenemos. Las cosas ya han cambiado mucho desde que tú llegaste. O sea, ahora veo menos a Macallan. Emily agrandó los ojos como si acabara de darse cuenta de que estaba hablando más de la cuenta. Antes de que yo pudiera responder que no tenía la menor intención de separarlas, Emily me cortó para aclarar: —No digo que… —titubeó un momento—. Me alegro de que vinieras. Espero que no me malinterpretes. —No, lo entiendo perfectamente. —De todas formas… —Emily se irguió, y supe que la conversación también iba a cambiar de tono— conozco a una persona que no tendrá ningún problema en formar parte del círculo de Keith el año que viene. Enarcó las cejas con ademán travieso. ¿A quién se refería? A mí no, eso seguro. —Macallan. Hace un tiempo Keith estaba loquito por ella. No me extrañaría que aún lo estuviera. Juraría que los ojos casi se me salieron de las órbitas. Emily se echó a reír. —¿Te sorprende que un chico esté interesado en Macallan? —No, no, para nada. En realidad, alguna que otra vez me había preguntado por qué nunca me hablaba de chicos. Había supuesto que reservaba ese tipo de conversaciones para sus amigas. —Sí, cuando estábamos en sexto. Pero a ella no le interesaba Keith, ni nada en realidad, después de que su mamá… La frase inacabada de Emily proyectó una sombra sobre nosotros, como una nube negra. Yo siempre evitaba mencionar a la madre de Macallan. Sabía que lo correcto habría sido decirle lo mucho que sentía su pérdida si se presentaba la ocasión, pero nunca encontraba el momento. Macallan siempre me hablaba de su padre, de su tío, de la escuela…, casi nunca de su madre. —No sé cómo le hace para llevarlo tan bien. No sólo me sorprendió que aquellas palabras hubieran salido de mi boca, sino también la timidez con que las pronuncié. Emily agachó la cabeza. —Fue horrible. Espantoso. Ojalá hubieras conocido a Macallan antes de que muriera su mamá. Era otra persona. Siempre estaba sonriendo y riendo. No digo que ahora vaya por ahí con cara de funeral, pero fue… muy fuerte. Estaba seguro de que “muy fuerte” era decir poco. —Pero te digo una cosa: últimamente está mucho mejor. Como cuando empieza a hablar de las clases de cocina o de las recetas nuevas que ha aprendido. Y, además, no sé si te das cuenta de lo mucho que tu mamá la está ayudando. Asentí. Tenía clarísimo que Macallan adoraba a mi mamá. Me había ayudado a comprender la suerte que tenía de contar con ella. De contar con los dos, con mi papá y con mi mamá, por mucho coraje que me diera que mi papá pasara tanto tiempo en el hospital. —¡Oh! —Emily empezó a brincar en el asiento—. ¡Ya lo tengo! Le pediré a Macallan que prepare algo para la fiesta de Halloween. Se pondrá muy contenta, ¿no crees? —Sí, le encantará —me puse a pensar en todos los platillos que Macallan había aprendido últimamente—. ¿Por qué no le pides que prepare los bocadillos de carne de cerdo? —Hecho —Emily sonrió radiante. Nos saltamos la función de las siete y luego la siguiente. Emily y yo nos quedamos platicando horas y horas. Todo el nerviosismo del principio se había esfumado. Sólo volví a ponerme nervioso cuando llegó la hora de despedirnos. Porque tenía ganas de besarla. No sólo porque fuera muy bonita sino porque, por primera vez desde que había llegado, tenía un aliciente que no incluía a Macallan. Así que la besé. Y ella me regresó el beso. No volvería a desperdiciar ninguna otra oportunidad.
Normalmente, cuando empiezas a salir con una chica, acabas pasando menos tiempo con tus amigos. Con Emily sucedió todo lo contrario. Antes de que me diera cuenta, había trabado amistad con Keith y Troy. Fuimos juntos al centro comercial para comprar los disfraces que pensábamos llevar a la fiesta de Halloween. Acabamos comiendo unas pizzas y hablando de deportes. No había pasado tanto tiempo en plan de cuates desde que me marché de California. Incluso me emocioné cuando Keith me tomó el pelo por ser tan amigo de Macallan sin intentar nada. Me tomé sus burlas como un cumplido. O sea, ya era uno más. —¿Te dije que eres el mejor novio del mundo? La noche de la fiesta, Emily me pellizcó la mejilla mientras yo colocaba la última telaraña de mentira en la sala de su casa. —Hoy no. Le hice un guiño. Se rio y echó un último vistazo a la habitación antes de que llegaran los invitados. Habíamos movido los muebles para dejar una zona despejada donde platicar o bailar. Pusimos una mesa a un lado, sobre la que servimos “limo verde” (que básicamente era ponche de color verde), papas fritas, salsas, galletitas saladas y chucherías. Y dejamos mucho sitio para la comida de Macallan. Macallan, como tenía por costumbre, se superó a sí misma. Trajo minipizzas de momia (con aceitunas negras como ojos), huevos picantes con cuernos hechos de pimiento (de tal modo que los huevos parecían diablos) y cupcakes decorados con palomitas dulces. Y, por supuesto, sus inigualables bocadillos de carne de cerdo. —¡Todo se ve increíble, Macallan! —Emily la abrazó. Habíamos decidido disfrazarnos de personajes de Grease. Las chicas iban de Damas Rosas, mientras que los chicos nos habíamos vestido de T-Birds. Emily se había disfrazado de Sandy con una chamarra de cuero, ropa negra y unos zapatos rojos. Se había rizado el pelo, que era oscuro y liso cuando lo llevaba al natural, y le había dado tanto volumen que casi no se la reconocía. Si Emily era Sandy, supongo que a mí me tocaba hacer de Danny. Los chicos lo teníamos fácil; sólo tuvimos que buscar playeras blancas y escribir en ellas “T-Birds”. Algunos llevábamos chamarras de cuero. Yo agarré la vieja chamarra de motociclista de mi papá (mi mamá lo obligó a deshacerse de la moto cuando quedó embarazada). Las chavas habían comprado playeras rosas y habían escrito “Damas Rosas” con tinta de brillantina. Completaron el disfraz con faldas amplias, diademas de color rosa y cardados en el pelo. El señor Dietz, Adam y los padres de Emily se quedaron en la cocina mientras la fiesta transcurría en la sala y en el comedor. Casi todos los chicos que no pertenecían a nuestro grupo se habían disfrazado de jugadores de futbol o de vaqueros, lo cual significaba básicamente una playera a cuadros y un sombrero de cowboy. Fueron las chicas las que se esmeraron al máximo: maestras, colegialas de uniforme y en general cualquier cosa que requiriera un disfraz llamativo y un montón de maquillaje. No podía quejarme. —¡Eh, California! —me gritó Keith. Estaba sentado en el sofá, delante de la tele—. Te toca. Me tiró un control y me apoltroné a su lado. Estuvimos jugando con la consola durante cosa de una hora. De vez en cuando, Keith se burlaba de mi acento, de mi disfraz (que era idéntico al suyo), de mi pelo (que llevaba corto desde hacía dos meses, pero él no se había percatado) y de casi todo lo que decía. Yo lo soporté estoicamente. Keith trataba así a sus amigos. —Hermano, el próximo fin de semana en mi casa. ¿Te apuntas? —me dijo después de que le ganara una pelea de boxeo. No tenía ni idea de qué fin de semana era ése ni de lo que haríamos en su casa, pero asentí. Tenía novia, una amiga íntima alucinante y un grupo de amigos. La vida empezaba a sonreírme.
No creas que me encanta eso de que estuvieras desesperado por tener amigotes. Güey, ya sabes que no me refería a eso. Güey. Tal como lo cuentas, cualquiera diría que te obligaba a tomar el té con mis muñecas y a trenzarme el pelo. Pasabas mucho rato en la cocina. Qué raro. No recuerdo haber oído ni una queja cuando te tragabas mi comida. Porque eres la mejor cocinera del estado de Wisconsin. De todo el mundo gastronómico, en realidad. Los halagos te llevarán muy lejos. No me digas.

CAPÍTULO CINCO

Ver en pareja a tus dos mejores amigos no es tan raro como yo pensaba. Es peor, muchísimo peor. El primer mes resultó bastante incómodo. Tenía que ser cuidadosa con lo que decía de uno en presencia del otro. Ellos, por su parte, intentaban sonsacarme todo el rato. A veces tenía que hacer de mensajera. Incluso me tocó ir de chambelán varias veces en sus primeras citas. Una vez, en el cine, fui a buscar palomitas antes de que empezara la película y cuando volví me los encontré besándose (o, más bien, besuqueándose como locos). Me quedé helada, sin saber qué hacer. Durante unas milésimas de segundo, consideré la idea de dar media vuelta y golpearme la cabeza contra la pared con la esperanza de sufrir amnesia. En cambio, carraspeé con fuerza y ellos se separaron despacio. Gracias a Dios, las luces se atenuaron mientras me sentaba, así que no tuve que establecer contacto visual con ninguno de los dos. No tenía claro quién se habría sentido más incómodo, si ellos o yo. Hacia el mes de noviembre, Levi y Emily eran inseparables. Siempre estaban agarraditos de la mano y juro que una vez los vi frotarse las narices entre clases. Yo me esforzaba al máximo por llevarlo bien. No digo que me apeteciera tener novio, pero sentía una punzada de celos cuando me insinuaban que querían estar solos; no podía evitarlo. En vez de ser una necesidad, me había convertido en un estorbo. Cada vez que les proponía hacer algo a alguno de los dos, ellos ya tenían planes… Que no me incluían. A veces, casi tenía ganas de que cortaran, pero luego me decía que eso sólo serviría para empeorar las cosas. ¿Y si me obligaban a tomar partido? Jamás conseguiría que las cosas volvieran a la normalidad. Así que opté por pasar más tiempo con Danielle. —Van muy en serio, ¿eh? —comentó Danielle mientras hacíamos cola en el cine, las dos solas, la semana anterior a las vacaciones de Navidad. —Sí. También me estaba hartando de ser la portavoz de la parejita feliz. Danielle titubeó un momento. —¿No crees que…? —miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera por allí ningún conocido—. ¿No crees que Emily nos evita? O sea, ya sé que quiere estar a solas con su novio. Obvio. Pero nunca se había alejado tanto de nosotras. Se está pasando un poco, ¿no?
Sí, se estaba pasando un poco. Y por partida doble en mi caso. Si aún seguía viendo a Levi los miércoles era porque Emily tenía práctica con las animadoras. —Ya lo creo que sí. Sólo me permitía a mí misma reconocerlo delante de Danielle. —Aunque, seamos sinceras, seguramente tendrás que recordarme esta conversación cuando por fin consiga novio —bromeó ella. Asentí de mala gana, como si compartiera su sentimiento, aunque tener novio no era una de mis prioridades. —Hablando del diablo. Seguí la mirada de Danielle hacia el puesto de palomitas, donde estaba Levi rodeando a Emily con el brazo. Ella se apretujó contra él y se rio de algo que le decía. Me cae bien Levi, de verdad que sí, pero no es tan gracioso como Emily daba a entender. Gemí. —¿Crees que van a ver la misma película que nosotras? Durante un momento, me dio miedo tener que tragarme Emily y Levi coquetean en vez de la nueva comedia romántica de Paul Grohl. Danielle me leyó el pensamiento. —¿Y si fingimos que no los vimos y nos sentamos en las primeras filas? —Por mí, hecho. Agarramos las entradas y nos encaminamos hacia la sala cabizbajas. El corazón me latía desbocado. —¡Eh, hola! Me quedé paralizada al oír la voz de Emily. Por una milésima de segundo, consideré la idea de hacer oídos sordos, pero Danielle ya caminaba hacia la parejita. —¡Hola! —los saludó en tono alegre—. ¿Qué hacen aquí? Tomé nota mental de animar a Danielle a unirse al grupo de teatro. Emily se rio. —¡Vamos a ver una peli, boba! —¿En serio? ¿No vinieron sólo por las palomitas? —le soltó Danielle. —Vamos a ver El juicio de Salem —Emily fingió un escalofrío—. Menos mal que estaré bien protegida —sonrió a Levi. Hacía muchos años que conocía a Emily y siempre se había negado a ver una película de terror. Aunque fuera de categoría B, de esas que son divertidas de tan malas. Supongo que aprovechaba cualquier excusa para EPL (exhibir públicamente a Levi). —Qué padre —dijo Danielle, cuya expresión reflejaba todo lo contrario—. Bueno, tengo que ir al baño antes de pasar noventa minutos en compañía del romántico y encantador Paul Grohl. —Te acompaño. Emily agarró a Danielle del brazo y ambas se dirigieron a los baños. —Hola —Levi se dignó a saludarme por fin. —Hola —decidí no tratar de aparentar que me sentía cómoda. —Oye —empezó a decir—. Estaba pensando que a lo mejor el miércoles podríamos ir a comer algo y luego de compras. Tengo que buscar el regalo de Navidad para mi mamá. Dejé que las estalactitas que se multiplicaban a mi alrededor se derritieran un poco. Se estaba esforzando. Además, me estaba pidiendo ayuda con el regalo de su mamá porque yo la conocía mejor que Emily. Y también a él. A lo mejor me estaba pasando de suspicaz. Nadie me estaba reemplazando. Por más que yo tuviera esa sensación. Me estaba portando como una tonta. Levi jamás me sustituiría. Cuando Emily y Danielle regresaron del baño, nosotros dos ya habíamos quedado. —¿Listo? Emily agarró a Levi de la mano. —Sí —Levi me hizo un guiño—. Que se diviertan. —Lo mismo digo —respondí. Y hablaba en serio. Levi y Emily no eran el problema, sino mi actitud. Estaba claro que yo tenía problemas si me sentía amenazada sólo porque mis dos mejores amigos no me prestaban el cien por ciento de su atención. En aquel momento decidí cuál iba a ser mi buen propósito de Año Nuevo: dejar de ser tan dependiente.
Como parte de mi cambio de actitud, empecé a sonreír siempre que veía juntos a Levi y a Emily. Recordaba haber leído en alguna parte que si sonríes cada vez que ves algo, ese algo acaba por hacerte feliz. De modo que si Levi o Emily sacaban al otro a colación, yo sonreía. Pronto se convirtió en un reflejo automático. Levi y yo caminábamos por el centro comercial cargados con bolsas de la compra. —Y le dije a Emily —“¡SONRÍE!”— que no acabo de acostumbrarme a este clima. Todo el mundo dice que el invierno pasado fue brutal, pero a mí éste me parece aún peor. O sea, ¿bajo cero? ¿En qué cabeza cabe que la temperatura deje de existir, que se exprese en negativo? ¿Cómo es posible algo así? Suerte que Emily prometió ayudarme a entrar en calor. “¡SONRÍE!” No tenía más remedio. Tenía que representar un papel, una versión más alegre de mí misma para que no se le quitaran las ganas de verme.
Levi se tomó mi silencio como una invitación a proseguir. —Así que esperaba que me ayudaras a escoger un regalo para Emily. “¡SONRÍE!” —¡Oh, genial! —repuso Levi. Aunque yo no había dicho nada, juzgó por mi estúpida sonrisa que lo ayudaría encantada a elegir un regalo. Levi me llevó a la joyería. —Qué buena onda. No sabía si te sentaría mal que te lo pidiera, pero ¿quién conoce a Emily mejor que tú? Algo de razón tenía. Yo no entendía por qué todo aquel asunto me ponía tan mal. Él seguía siendo el mismo. Y estaba claro que, antes o después, uno de los dos iba a acabar saliendo con alguien. Además, siendo prácticos, su relación impedía que la gente diera por supuesto que andábamos. —Claro que te ayudaré —accedí—. ¿Qué tenías pensado? —Bueno, estuve aquí con mi mamá la semana pasada y vi un collar. Quería saber qué opinas —me llevó a una vitrina llena de cadenas de oro y plata con colgantes diversos. Señaló la del centro—. Ésa, pero con una E. Me dio un vuelco el corazón cuando vi el collar al que se refería. Era una cadena de plata con un colgante que llevaba grabada una P. Retrocedí unos pasos. El suelo empezó a oscilar bajo mis pies. Oí a Levi preguntarme si me encontraba bien, pero no podía concentrarme. Lo veía todo borroso. Ya no oía lo que estaba diciendo; en realidad no podía hacer nada. —No puedo respirar, tengo que… Salí de la tienda dando traspiés y me senté en el piso, junto a una fuente. Puse la cabeza entre las rodillas y traté de respirar con normalidad. —Macallan, ¿qué pasa? —a Levi se le quebró la voz—. Por favor, háblame. Empecé a sollozar. No podía recuperar el aliento. Necesitaba respirar. Tenía que tranquilizarme y respirar. No podía. Justo cuando pensaba que estaba mejorando, recibía un golpe bajo. Y siempre sucedía cuando menos lo esperaba. Siempre. —¿Macallan? —sacó el teléfono—. Señor Dietz, estoy con Macallan. No sé qué le pasa, creo que ha tenido un ataque de pánico o algo así. “Mi papá no”, pensé. “Por favor, no metas a mi papá en esto.” Sin saber cómo, reuní fuerzas para estirar el brazo y tocarle la pierna. —Espere, creo que quiere decirme algo —Levi se arrodilló—. Tu papá quiere hablar contigo. Levi me acercó el celular al oído. —Calley, cariño, ¿qué tienes? —mi papá parecía preocupadísimo. Me sabía fatal lo que le estaba haciendo—. Por favor, háblame. —Es… por… —intenté tranquilizarme, pero oír la voz de mi papá empeoró aún más las cosas. Inspiré profundamente—. Cuéntale lo del collar. No pude decir nada más, pero mi papá ya me había entendido. Vi cómo Levi escuchaba sus explicaciones. Palideció. —Lo siento mucho. No lo sabía —hablaba con voz grave y queda—. No tenía ni idea. Yo no distinguía si se estaba disculpando con mi papá o conmigo. Seguramente con los dos. Claro que no lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo? ¿Cómo iba a saber que mi mamá llevaba un collar muy parecido, el suyo con la letra M, que mi papá le regaló el día que me llevaron a casa del hospital, después de mi nacimiento? ¿Cómo iba a saber que jamás se lo quitó? ¿Cómo iba a saber que lo llevaba puesta cuando murió? ¿Que la enterramos con él? Levi cortó la comunicación y se sentó a mi lado. Me rodeó con el brazo, y yo apoyé mi cabeza en su hombro. —Tu papá viene hacia aquí. Perdóname, Macallan. Siento mucho no haberlo sabido. Lamento haberte recordado algo tan horrible. Siento no saber cómo ayudarte con esa parte de tu vida. Si acaso es posible. Siento muchísimo no saber qué decir ahora mismo. Se quedó en silencio un momento, pero el mero hecho de tenerlo allí, a mi lado, me hizo sentir mejor. —Sé que últimamente me he portado como un idiota y que no he estado a tu lado cuando me necesitabas. Siento mucho eso también. Ya sé que ignoro muchas cosas, pero te prometo que te apoyaré. Puedes contar conmigo, cuando me necesites, para lo que me necesites, ¿está bien? Nada va a cambiar eso. Nada. Lo sabes, ¿verdad? No creo que yo lo hubiera sabido hasta aquel mismo instante. Y si bien el recuerdo de mi mamá me destrozaba el corazón, dejé que el gesto de Levi me ayudara a recomponerlo.
Comprendí que había llegado el momento de que Levi conociera a alguien. Subimos la cuesta muy cargados. Levi guardó silencio durante todo el camino. Yo no estaba segura de cuál iba a ser su reacción, pero sabía que había llegado el momento de abrirle mi corazón. Nos acercamos a nuestro destino. Levi caminaba unos pasos por detrás de mí, cabizbajo. —Levi, quiero que conozcas a mi mamá —me senté junto a la tumba de mármol gris —. Mamá, éste es Levi. Ya te he hablado de él.
Aparté la nieve que cubría la piedra. —Hola —dijo Levi con suavidad. —Ven a sentarte —saqué una cobija y la extendí sobre el suelo frío—. Quería traerte aquí para hablarte un poco de mi mamá. Me temblaba la voz. Tal como me temía. Me costaba mucho hablar de mi mamá sin ponerme triste. Pero el psicólogo al que visité después de su muerte me dijo que era importante que hablara de ella. Que compartiera mis recuerdos con otras personas. Ojalá Levi hubiera conocido a mi mamá. Se habrían llevado de maravilla. —Ella… —empecé a decir, pero se me saltaron las lágrimas. —No pasa nada —me tranquilizó Levi—. No lo hagas si te cuesta demasiado. —Quiero hacerlo. —¿Empiezo yo? —preguntó—. Hola, señora Dietz, soy Levi. Estoy seguro de que Macallan le ha contado un montón de cosas sobre mí. Y, bueno, nada es verdad, a menos que le haya dicho que soy alucinante. Se me escapó una risita de gratitud. —Sí, la conocí el primer día de clases y debería haber visto lo bien que me trató. He visto fotos suyas en su casa y sé lo mucho que se parece a usted. Y, ejem, es una alumna sobresaliente. Casi da coraje lo lista que es —me miró preocupado—. ¿Te parece bien? Me encantó que mantuviera una conversación con mi mamá como si ella estuviera presente. —Sí, genial. —Bien, pues, o sea, cuando la conocí, pensé que le había caído fatal. Verá, yo llevaba el pelo largo y estoy seguro de que me tomó por un hippy o algo así. Pero luego descubrió que nos gustaba la misma serie, Buggy y Floyd —alzó la vista—. ¿Sabe de qué estoy hablando? Asentí. Me alegré mucho de que usara el tiempo presente al hablar de mi mamá. —Sí, y a partir de ese momento como que conectamos. Es la única persona que se ha esforzado al máximo por hacerme sentir en casa. Así que, gracias, señora Dietz, por haber educado a su hija como lo hizo. Me habría encantado conocerla, pero supongo que, en cierto modo, ha sido así. A través de Macallan. Y, para que lo sepa, haré cuanto esté en mis manos por protegerla. Y ella podrá contar conmigo siempre que me necesite. Aunque tenga un gusto pésimo respecto a equipos de futbol. —¡Eh! —le propiné un manotazo—. Mi mamá es superfán de los Packers. Sólo te toma el pelo, mamá. Levi me agarró la mano sin quitarse el guante. —¿Te parece bien que bromee? —Sí, ella siempre está bromeando.
—¿Y qué otras cosas le gustan? Y no hizo falta nada más. A lo largo de la hora siguiente, le conté a Levi todo sobre mi mamá. Todo lo que recordaba. Muchos de los recuerdos me hicieron reír. Y no derramé ni una sola lágrima más. Me dolía pensar en mi mamá, pero cuando hablaba de ella sentía como si cobrara vida en mi interior. No tenía la menor duda de que, allá en lo alto, mi mamá nos miraba sonriente.
Todo cambió después de aquel día. Puede que “cambiar” no sea la mejor forma de describirlo, pero Levi y yo estábamos más unidos que nunca. Entre la crisis del centro comercial y la visita a mi mamá, Levi se aseguró de pasar más tiempo conmigo. No digo que ignorara a Emily por mí. Él sabía muy bien que yo nunca le pediría eso. Sólo empezó a ser más consciente de su conducta. De las decisiones que tomaba. Del tiempo que dedicaba a cada cual. Cuando se marchó a California para Navidad, me llamaba como mínimo una vez al día, aunque nos enviábamos mensajes constantemente. —Sé que te vas a alegrar muchísimo de lo que te voy a decir —me anunció cuando llamó para felicitarme en Año Nuevo—. Todo el mundo se queja de lo mucho que hablo de “mi casa”. —¿No será que sufres la enfermedad de “el pasto siempre crece más verde al otro lado de la cerca”? —le pregunté. Se echó a reír. —Seguramente. Pero lo que más les interesa a mis amigos son las fotos de la chica más cool que existe sobre la faz de la Tierra. —Espero que estés hablando de mí. —Pues claro. Aunque la susodicha esté celebrando una fiesta salvaje sin mí. —Eh, que no soy yo la que se largó a tres mil kilómetros. Y la fiesta no será salvaje con tantos adultos presentes. Mi papá creyó que sería divertido dar una fiesta de Año Nuevo, así que había invitado a unos cuantos amigos y a sus hijos, y yo había invitado a mis amigos y a sus padres. Al principio, pensé que nadie querría venir a una fiesta con sus padres, pero supongo que, si queríamos celebrar la llegada del Año Nuevo como Dios manda, no teníamos más remedio. Tuve que dejar a Levi para prepararme. Emily y Danielle llegarían temprano para echarme una mano en la cocina. Preparé macarrones al horno, fettuccini alfredo con pollo, espagueti con albóndigas de pavo, pan de ajo y ensalada picada. Por suerte, nos dejaron el sótano para nosotros y pudimos disfrutar de cierta intimidad, aunque me supo mal en parte por Trisha e Ian, que eran hijos de los amigos de mi papá, porque no conocían a nadie. Trisha acababa de llegar de Minneapolis e Ian era un año mayor que nosotros. Cuando supe que venía, pensé que no se le antojaría nada tener que pasar la noche con chicos tan jóvenes, pero bajó con una gran sonrisa en el rostro y se presentó a todo el mundo muy tranquilo. Trisha se puso a ver la tele en un rincón con la hermana pequeña de Emily y el hermano de Danielle. —Ojalá Levi estuviera aquí —se lamentó Emily—. ¿A quién voy a besar a medianoche? —A mí no me mires —bromeó Danielle—. Voy a desplegar mis encantos con el chico mayor. Está guapísimo. Fíjense en cómo lo deslumbro con mi increíble personalidad. Danielle se alejó para sentarse junto a Ian. —¿Crees que Levi habrá quedado con alguna chica esta noche? —me preguntó Emily. —No, salía con sus amigos —la tranquilicé. Me había tocado repetirle eso mismo cada día desde la partida de Levi. Estaba segura de que Emily no tenía por qué preocuparse. Levi no es de los que engañan. —¿Qué onda? —Troy se acercó con un plantón de papas fritas—. ¿Jugamos a algo o qué? Emily le sonrió. —¡Qué buena idea! ¡Sí, juguemos a algo! Se llevó a Troy hacia una mesa sobre la que habíamos dejado unos cuantos juegos. La hermana de Emily agarró unas damas y se las llevó al otro lado de la salita para jugar con el hermano de Danielle. —Mira, se creen demasiado importantes como para jugar con sus hermanos mayores —se rio Emily—. Yo también me creía lo máximo cuando iba en quinto. Troy alzó la vista del Monopoly que tenía en la mano. —No sé… A mí me sigues pareciendo lo máximo. Emily echó la cabeza hacia atrás y lanzó aquella risita tonta que siempre soltaba cuando había chicos cerca. Troy se rascó la cabeza y el cabello se le quedó medio de punta. Sonreía con ganas, y advertí por primera vez el hoyuelo que se le marcaba en la mejilla derecha. Tuve la sensación de que Emily, en cambio, ya se había fijado en aquel rasgo. Al fin y al cabo, antes de que empezara a salir con Levi le gustaba Troy. —Cómo crees —Emily le palmeó la mano. Luego se retorció la melena con ademán nervioso y volvió a soltarla enseguida. Por fin se volteó a mirarme—. ¿Por qué no preguntas por ahí si alguien quiere jugar a…? Al principio, pensé que intentaba deshacerse de mí, pero luego pensé que me estaba poniendo paranoica. Emily sólo quería asegurarse de que la gente la pasara bien, justo lo que yo debería estar haciendo. Como una buena anfitriona, me acerqué al rincón donde estaban sentados Danielle, Ian y Trisha. —¿Quieren jugar a algo o ver una película? Aún faltan dos horas para la medianoche. O si gustan, les puedo traer algo de comer. —Una peli sería genial —respondió Trisha. —Sale. Escójanla ustedes mismos. Danielle se unió a Trisha para ayudarla a elegir. Ian se levantó. —Voy a buscar algo de comer. Lo acompañé arriba. Las risas de los adultos resonaban en la sala. Por lo visto, su fiesta era mucho más salvaje que la nuestra. —No puedo creer que hayas preparado todo esto —comentó Ian cuando llegamos a la cocina. Volvió a llenarse el plato de macarrones—. Están riquísimos. —Gracias —metí más pan de ajo en el horno—. Me encanta cocinar. —Pues te digo una cosa… la cafetería de la secu te va a horrorizar. Estuve a punto de preguntarle más cosas sobre la secundaria, pero no quería parecer tan… joven. —Pues tendré que llevarme una lonchera —fue lo único que se me ocurrió. Hundió el tenedor en la pasta. Le cayó un mechón sobre los ojos y sacudió la cabeza para apartarlo. —Buena idea. Y si quieres que te aconseje sobre las mejores clases o los profes que debes evitar, no tienes más que decirlo. Me dedicó una gran sonrisa. Tenía el labio superior manchado de jitomate. —Gracias. Me daba perfecta cuenta de que estaba haciendo un papel penoso. Por lo que parecía, había olvidado cómo se habla con los chicos, sin contar a Levi. No digo que nunca platicase con chicos, sino que no me apetecía hablar por hablar. Ian me ayudó a cortar el pan y les llevamos una cesta a los adultos, que estaban enzarzados en una discusión sobre política. Cuando regresamos al sótano, encontramos a Danielle y a Trisha viendo Se busca novio. —No la he visto —comentó Ian dejándose caer en el sofá, a mi lado. —Es un clásico —le dijo Trisha—. Mi mamá dice que a mi edad estaba obsesionada con esta peli. Miré a mi alrededor. —¿Dónde están Emily y Troy? Danielle le robó a Ian una rebanada de pan de ajo. —¿No los han visto? Fueron arriba a buscar no sé qué.
—Oh. Debían de haber pasado por el comedor cuando estábamos en la cocina. Nos pusimos a ver Se busca novio. De vez en cuando, hacíamos algún que otro comentario sobre la ropa y los peinados de los personajes. —Recuérdame que te enseñe alguna foto de mi mamá —se rio Danielle—. Llevaba el pelo superchino y como parado por la parte del fleco. Jura que ese peinado estaba de moda en su época, pero no sé en qué planeta. A mí me parece vulgar, ahora y en los ochenta. —Al menos la música era decente —intercedió Ian. —Sí —asentí mientras sacaba la película del reproductor. Eché un vistazo al reloj —. ¡Quince minutos para las doce! Encendimos la tele para ver cómo bajaba la bola de Times Square. Sólo hacía dos años que me había enterado de que retrasaban una hora la transmisión para las zonas horarias del centro. Hasta entonces, pensaba que dejaban caer la bola cuatro veces, una por cada zona horaria. Me parecía la bomba que en Nueva York se celebrara el fin de año cuatro veces. —Ya, en serio, ¿dónde están Emily y Troy? —preguntó Danielle. Casi me había olvidado de ellos. —Se habrán quedado platicando con los adultos. Voy a rescatarlos. Miré en la planta superior, pero no los encontré en la cocina ni en la sala. Entré al cuarto de baño y no estaban allí. Cuando subí al primer piso, encontré cerrada la puerta de mi recámara. No se me ocurrió que tuviera que llamar. ¿Por qué iba a llamar a mi propia puerta? —Eh…, em, ¿están…? Me quedé helada. Emily y Troy se estaban besando en mi cama. Se levantaron de golpe. —Oh, este…, estábamos, este… Emily se mordió el labio, seguramente discurriendo a toda prisa una mentira convincente. Y yo estaba deseando oír algo que me persuadiera de que no acababa de ver a mi mejor amiga engañando a mi otro mejor amigo. Troy pronunció la frase más inteligente que se le ocurrió dadas las circunstancias. —Voy abajo. Cuando se marchó, Emily y yo guardamos silencio. Sólo se oían las voces de los adultos, que se reían ajenos al drama. Mi amiga habló por fin. —Ya lo sé. —¿Ya lo sabes?
—Ha sido una tontería, pero es que… es Año Nuevo. Estoy en una fiesta. ¿Qué tiene de malo que quiera divertirme un poco? —volvió a sentarse en mi cama y se tapó la cara con las manos—. No se lo digas a Levi. Yo no sabía qué responder. No podía creer que todo hubiera cambiado en un instante. Emily me miró por fin. —Di algo, por favor. Lo que sea. Me daba miedo abrir la boca porque no tenía ni idea de lo que iba a salir de ella. Por fin, no pude contenerme más. —¿Cómo pudiste? Emily negó con la cabeza. —No sé. O sea, ya sabes que Troy me gustaba hasta hace poco. Y nos pusimos a tontear mientras jugábamos. Es muy mono. Y sabes que me gustaba. —Pero sales con otro. Y, por si no lo recuerdas, es mi mejor amigo. —Pensaba que yo era tu mejor amiga. —Los dos lo son. En aquel momento, sin embargo, me sentía mucho más unida a Levi que a ella. —Levi es genial. Pero no está aquí. Emily se tendió en la cama, con los pies colgando hacia el suelo. Era una postura que ambas adoptábamos a menudo. Una posición física. En cambio, era la primera vez que yo me encontraba en aquella incómoda posición emocional. Y esperaba que fuera la última. —¿Y eso lo justifica? —le pregunté. —No, no lo justifica —su respuesta me alivió—. Estoy confundida, nada más. —¿Con qué? —Con todo —se echó a llorar—. Me da pánico pasar a la secundaria. Me parece que no te das cuenta de lo mucho que van a cambiar las cosas. Todo va a cambiar. Ya está cambiando. Me tendí a su lado y las dos nos quedamos mirando las estrellas fosforescentes del techo. —Emily, tienes que olvidarte de eso. Tú no eres tu hermana. —Pero tú sabes lo que le pasó. La viste. Cassie tenía montones de amigos a nuestra edad. Luego entró a secundaria y la excluyeron. El primer año, llegaba a casa de la escuela y se encerraba en su recámara a llorar. —Pero tu hermana es mucho más tímida que tú. A ti no te cuesta nada hacer amigos. No te van a excluir. Y me tienes a mí —quise añadir que salir con toda la población masculina de la escuela al mismo tiempo no iba a mejorar las cosas, pero comprendí que no era el momento. Necesitaba decirle algo que la tranquilizara—. No todo va a cambiar. —Nuestro grupo se separará. Antes, yo era tu mejor amiga, y no creas que no me duele que pases tanto tiempo con Levi. No podía creer que me hiciera reproches. Sí, yo pasaba mucho tiempo con Levi, pero era ella la que cancelaba los planes conmigo para quedar con él. —Además, estoy preocupada por ti, Macallan. En serio. Levi es increíble, pero cuando vaya a la secu, ¿crees que se conformará contigo? Tendrá un montón de amigos y no quiero que te quedes sola. —Nunca pensé que fuera a quedarme sola —se me hizo un nudo en la garganta—. Creía que tú también eras mi mejor amiga. Volteé a tiempo de ver cómo se encogía al comprender lo que acababa de insinuar. —Soy tu mejor amiga. Pero a veces me pregunto de qué lado estás. Me quedé pasmada repitiendo mentalmente las palabras de Emily. Acababa de ponerme entre la espada y la pared. ¿De verdad me estaba pidiendo que hiciera una elección imposible? Se me encogió el estómago. ¿Podía escoger entre los dos? Conocía a Emily de toda la vida. Siempre estaba dispuesta a echarme una mano cuando necesitaba consejo femenino. Estuvo a mi lado durante la época más terrible de mi vida. A lo mejor Emily tenía razón. Puede que la hubiera desplazado un poco desde que Levi apareció. Pero ¿acaso eso le daba derecho a pedirme lo que me estaba pidiendo? Levi y su familia habían transformado mi existencia durante los últimos dieciocho meses. No me imaginaba la vida sin él. Y tampoco sin Emily. ¿Por qué de repente todo dependía de mí? Me encontraba en la situación exacta que tanto había temido desde que Emily y Levi habían empezado a salir. ¿Qué pasaría cuando cortaran? Intenté que no me temblara la voz. —¿Me estás dando un ultimátum? ¿Me estás pidiendo que escoja? —No sé lo que digo —Emily se incorporó—. Estoy hecha un lío. Perdóname. Me siento fatal. No quiero interponerme entre Levi y tú, y no quiero que él se interponga entre nosotras. “Ya”, pensé, “llegas unos cuantos besos tarde para eso”. En aquel momento, oí que abajo empezaba la cuenta regresiva. Mientras todos contaban a voz en grito, yo intentaba discurrir cómo salvar las dos relaciones más importantes de mi vida. —¡FELIZ AÑO NUEVO! —bramó un coro de voces. —¡Eh! —Emily me abrazó mientras yo me levantaba—. ¡Feliz Año Nuevo, Macallan! ¿Podemos empezar de cero? Te prometo que hablaré con Levi. No quiero que te preocupes por eso. Es mi problema, no el tuyo.
Yo no podía hacer nada más que confiar en que tuviera razón. Emily se levantó de la cama y dio una palmada. —¡Anda, Macallan! ¡Es Año Nuevo, un nuevo comienzo! Todo es posible. Un temor difuso me invadió en aquel momento. Porque Emily tenía razón: todo era posible. Y los últimos diez minutos me habían demostrado lo peligroso que era eso.

Los nuevos comienzos están sobrevalorados. Ya lo sé. Jamás entenderé por qué la gente le da tanta importancia al 1° de enero. Tuvieron trescientos sesenta y cuatro días para cambiar. O para empezar de cero. O para ponerse a dieta. Te prohíbo que empieces a cocinar con ingredientes light. Cómo crees. O que me vuelvas a ocultar algo. Pues yo te prohíbo que vuelvas a salir del estado de Wisconsin. Sale, me parece justo. Es que yo sola no puedo controlarlo todo. Ojalá estuvieras a cargo del mundo. ¡Por fin alguien se da cuenta! Yo debería estar a cargo del mundo. ¿Verdad que la vida sería mucho mejor? Ya lo creo. Condeno a los Chicago Bears al destierro. Ahora que lo pienso… Eh, es mi mundo. Puedo gobernarlo como me plazca. ¿Y si decido que tú seas el parámetro con el que medir a todos los chicos? Como si no lo hicieras ya. Exacto. Pregunta: ¿cuántos soles hay en nuestro mundo?