jueves, 21 de abril de 2016

Lectura 19


¿Somos víctimas de un malentendido?

Antonio estaba preocupado. Advirtió que su buen amigo Leonardo, de pronto y sin motivo aparente, lo trataba con frialdad.  No le devolvía el saludo, y cuando estaban juntos, algo parecía distanciarlos. Antonio temía que su amigo hubiera malinterpretado algún comentario o acción de su parte. Pero ¿de qué se trataba?
Es común que se produzcan malentendidos. Muchos son triviales y fáciles de corregir. Otros pueden ser frustrantes, sobre todo cuando no conseguimos aclararlos de ningún modo. Ahora bien, ¿por qué surgen los malentendidos? ¿Cómo afectan a los implicados? ¿Qué hacer si se nos malinterpreta? ¿Importa realmente lo que otras personas piensen de nosotros?
Un hecho ineludible
Ya que nadie conoce nuestros pensamientos e intenciones, tarde o temprano alguien acabará malinterpretando lo que hagamos o digamos, y las posibilidades de que ello ocurra no son escasas. A veces sencillamente se trata de que no conseguimos comunicar las ideas con la claridad y la precisión deseadas. Los ruidos u otras distracciones quizá impidan a los demás dedicarnos toda su atención.
También existe la tendencia a malinterpretar ciertos comportamientos. Por ejemplo, alguien tímido puede causar la impresión equivocada de ser frío, distante u orgulloso. Ante determinadas circunstancias, las experiencias del pasado tal vez provoquen una reacción emocional en vez de una respuesta racional. No se debe dar por sentada una comprensión diáfana cuando existen diferencias culturales y lingüísticas. Añadamos a lo anterior una dosis de información inexacta y de chisme, y no nos debería extrañar que las palabras o acciones se tomen de un modo distinto al pretendido. Claro está, esto es un pobre consuelo para quienes creen que sus intenciones han sido malinterpretadas.
Por ejemplo, un comentario sin malicia que Anna hizo sobre la popularidad de una amiga ausente se repitió fuera de su contexto. Para sorpresa y consternación de Anna, su amiga la acusó encolerizada ante varias personas de estar celosa de las atenciones que cierto conocido le dispensaba. Lo que dijo Anna se había tergiversado por completo, y fue en vano todo el empeño que puso en demostrar a su amiga que no pretendía herirla. El malentendido ocasionó mucho sufrimiento, y pasó bastante tiempo hasta que Anna pudo aclararlo del todo.
El concepto que se tiene de nosotros a menudo depende de cómo se juzguen nuestras intenciones. Por tanto, es normal disgustarse cuando los demás confunden nuestros motivos. Quizá pensemos indignados que no hay razón para que nadie nos interprete mal. A nuestro parecer, una valoración así es parcial, crítica o totalmente errónea. Además, causa dolor profundo, en especial si tenemos en alta estima la opinión de quienes emiten tales apreciaciones injustas.
Aunque nos irrite el juicio que los demás se formen de nosotros, es prudente respetar las opiniones ajenas. Hacer caso omiso de ellas no es un proceder para querer, y herir al prójimo de palabra u obra es lo último que desearíamos. De modo que, a veces, se requerirá que hagamos un esfuerzo por rectificar conceptos erróneos sobre nosotros. 

Con todo, una preocupación excesiva por contar con la aprobación de los demás es contraproducente, pues conduce a la pérdida del amor propio o a un sentimiento de rechazo. Al fin y al cabo, nuestra verdadera valía no depende de las valoraciones de otras personas.

Por otro lado, quizá reconozcamos que la crítica está justificada. Y aunque eso también nos aflija, si admitimos nuestras imperfecciones de buen grado y con honradez, tales experiencias pueden ser positivas al servirnos de acicate para efectuar los cambios precios.


Consecuencias negativas

Los malentendidos pueden tener graves consecuencias. Por ejemplo, si oímos a un hombre elevar la voz en un restaurante, tal vez concluyamos que se trata o de alguien extrovertido o de un fanfarrón. No obstante, puede que padezca un trastorno auditivo. O quizá pensemos que una dependienta es desagradable, pero es posible que no se sienta bien. Aunque tales malentendidos producen impresiones negativas, lo más seguro es que no tengan consecuencias graves ni duraderas. Sin embargo, hay ocasiones en que los resultados pueden ser desastrosos. 

el lenguaje, herramienta defectuosa de la comunicación, es la fuente principal de los malentendidos. Sin duda alguna, esta constatación puede ser considerada como un truismo ya que cada uno de nosotros lo sabe o por lo menos lo tiene interiorizado. Así, este problema de comunicación, aunque presente, dentro de una cultura parece menos grave o incluso pasa desapercibido en el seno de una cultura dada, pero la situación se hace más interesante si entramos en el campo de la comunicación intercultural.

Así, tomemos como ejemplo dos amigos: un polaco, estudiante de español, que nació en Polonia y un latinoamericano que tiene raíces polacas, pero no sabe absolutamente nada de Polonia, de su historia, cultura, ni conoce el sistema lingüístico aunque se declara orgulloso de sus antecesores polacos cuyos apellidos no sabe pronunciar. En consecuencia, los dos amigos no se comunican en polaco, lo que es obvio, sino en el lenguaje común para los dos, el castellano. Resulta que estas dos personas se entienden perfectamente en lo que atañe a la cultura que podemos llamar global o general. Dicho de otro modo, el polaco y el latino tienen la facilidad de hablar de intereses y aficiones como motos, deporte internacional, líos de faldas, etc. No obstante, el problema aparece cuando nuestros amigos entran en el campo de la cultura autóctona de uno u del otro. El latinoamericano, cuando oye que su amigo polaco tiene una inclinación fuerte hacia su patria, lo que es nuestro vicio o virtud nacional (según el punto de vista), le llama “nacionalista” puesto que en castellano nacionalismo significa justamente esta “inclinación de los naturales de una nación hacia ella”. El amigo polaco entiende esta palabra que también existe en su lengua materna, pero se siente ofendido. ¿Por qué? La respuesta es fácil, se trata de la diferencia lingüístico-asociativa. Nacionalismo en polaco es un término que tiene connotación peyorativa y significa: “una postura socio-política y una ideología que supone superioridad de la nación propia, egoísmo nacional, falta de tolerancia y discriminación de otras naciones”.

Así, el chico polaco tiene todo el derecho de sentirse insultado, pero también debe tener en cuenta las diferencias socio-lingüísticas, culturales e históricas ya que es quien conoce la cultura polaca y tiene algunas nociones de la cultura hispanohablante como estudiante de español. Así, en vez de ofenderse mortalmente, mejor explicarle al amigo latino esta diferencia sutil. Además, hay que tener en cuenta que aunque el hispanohablante tenga sangre polaca, esto no significa necesariamente que conozca la cultura del país de sus padres o abuelos. Diría que es más probable que no la conozca bien puesto que su personalidad y su percepción del mundo se formaron básicamente en un país hispanohablante y fueron influenciadas por cultura, historia y lenguaje de este determinado país. En consecuencia, podemos constatar que aunque la palabra española “nacionalista” tiene su correspondiente polaca “nacjonalista”, el significado de las dos no es el mismo, ya que remiten a otras realidades y otras percepciones del mundo. Así, el problema de comunicación entre los dos amigos no consiste en no entender las palabras, sino en darles otro significado, otra asociación.

El caso presentado puede parecer trivial, pero es el ejemplo más frecuente de malentendidos entre polacos y sus amigos extranjeros. Obviamente, los polacos también cometemos este tipo de errores utilizando palabras o expresiones inocentes en nuestra lengua, pero que tienen su peso peyorativo en español, francés, finlandés, etc.

No obstante, la moraleja de esta fábula es simple y clara: entablando las amistades con los extranjeros a veces mejor preguntar o verificar el sentido de alguna frase y no ofenderse automáticamente. Asimismo, es gracias a esta investigación que se opera el enriquecimiento intercultural. Así, el amigo polaco puede explicárselo a su amigo latinoamericano y el hispanohablante puede, por su parte, aumentar sus conocimientos sobre el país de sus ancestros, si le importa hacerlo y si este elemento polaco en su vida no constituye sólo una marca de exotismo que le hace distinguir de los demás. E infelizmente a esta actitud me la he encontrado varias veces personalmente.

Para concluir, tengo que confesar que es justamente esta actitud de querer guardar ignorancia respecto al aspecto lingüístico-cultural del interlocutor que viene de otro ámbito cultural que me inspiró para escribir este texto. Hoy la técnica nos da tantas posibilidades de conocer otros países, su historia, su cultura. Además no tenemos que limitarnos a mirar las fotos ya que podemos hablar con la gente de diferentes zonas del mundo por Internet. Así, lo que importa es disfrutar de estos logros plenamente y no encerrarse en su propia cultura, afirmando por ejemplo: “sí, tengo ancestros de otras partes del mundo y me sirve para sacar provecho individual, pero me importa un pepino su historia o cultura”. Para mí es una actitud inaceptable.

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