EL NÚMERO CERO
Carlos Peüalver Hernánde
Como
siempre digo cuando voy a contarle a alguien la historia de mi vida...
“Escuchadla con mucha atención, porque, la creáis o no, eso es lo de menos,
creo que disfrutaréis oyéndola, es realmente fantástica”.
Solo
me gusta contarlo en ocasiones especiales, como ahora, ante unas pocas personas
que me escuchen de verdad, y así evitar las reacciones lógicas, en cierto modo,
de los más incrédulos.
Antes
de nada, para situaros, deciros que soy un número cero; digo un número porque
hay otros muchos como yo, en mi mundo; soy gordito, simpático y tengo muchos
amigos.
Mis
padres siempre me dicen que soy un inútil, pero no es verdad. Yo soy un poco
especial.
Mis
padres no son malos; lo que pasa es que en mi mundo todo es muy exacto, muy
estricto y no hay segundas lecturas: las cosas son como son... Aquí es mejor no
equivocarse.
Ellos
son dos vectores perpendiculares; son un producto desde hace mucho tiempo, y
por eso nací solo, sin hermanos, nací número cero.
Mi
familia es muy antigua y de una gran relevancia social. Formamos un problema de
más de dos caras de hoja, y siempre se nos ha tenido un gran respeto aquí, en
el cuaderno de Maribel García García , 2.° C.
Es
muy dura la vida, en el miserable mundo de los cuadernos: es un mundo sucio Y
peligroso que no pega mucho con nuestra naturaleza exacta y perfecta. Por eso,
mi aspiración, como la del resto de mis amigos v de todos los habitantes de los
cuadernos en general, sería, algún día, poder llegar a los libros, Eso es lo
más grande que hay- para nosotros; son ciudades perfectas, exclusivas para
números sin errores, donde todo es orden y limpieza v donde a todos nos hubiera
gustado nacer...
Eso
lo saben nuestros creadores, especialmente Maribel, que es muy aplicada y cuida
mucho de nosotros aquí en el cuaderno, aunque todos andamos un poco alborotados
desde que, hace unos días, se dice que un determinante de Van Der Monde vio
cómo borraba, justo al lado suyo, a todo un logaritmo resuelto y todo, sin dar
explicación.
Son
cosas que tenemos que aceptar: tenemos que vivir con ellas y resignarnos,
porque, al fin y al cabo, todo se lo debemos a ella
Mis
padres tampoco me dejan pensar de este modo, tener creencias, hablar de Maribel
concretamente...
Les molesta que hable de ella con tanta seguridad en su existencia. Porque
aquí, en los cuadernos, no todos piensan como yo, no todos creen en Maribel, y
aún en estos tiempos, algunos analfabetos piensan que las equis de las
ecuaciones se despejan solas, por pura lógica, sin darse cuenta de que antes ha
estado Maribel pensando en ello durante un rato, y de que ella es la causa de
todo lo que ocurre aquí, de que estamos en forma vectorial y no en
paramétrica
, por ejemplo, porque ella así lo ha querido.
Ahora
viene lo más fantástico de mi historia, lo que cambió por completo mi aburrida
vida de número.
Yo
detestaba la vida de los cuadernos, sentía vergüenza de mí mismo al compararme
con los robustos y perfectos números en negrita de los libros, y, como
cualquier otro de mis compañeros, habría dado hasta mi potencia cúbica para
salir de aquí si me fuera posible...
Pues
bien, este que era mi sueño iba a cumplirse en unas horas; así fue como
ocurrió.
Ese
día me había despertado muy tarde, debajo de la diagonal principal. Estábamos
donde siempre, cerca de las anillas dentro de la matriz transpuesta de A, con
mis amigos y 2 algunos parámetros, cuando , sin más, ocurrió.
Maribel
abrió el cuaderno por nuestra página; el número nueve enmudeció. Cuando esto
ocurre, suele ser un acontecimiento, Ella no es muy estudiosa, y todos nos
callamos y la observamos expectantes. Todos juraríamos que nos estaba mirando a
nosotros, con sus azules ojos brillantes, esa niña rubia de casi 17 años... No
lo podíamos creer... Alargó su dedo índice oteando nuestras cabezas y con una
precisión aterradora lo dirigió justo hacia mí, me iba a tocar a mí, me iba a
tocar, me iba...
Ya
no pude pensar nada más. Cuando me quise dar cuanta de qué había pasado, de
dónde estaba, no daba crédito.
Estaba
en su dedo: toda la tinta de mi pequeño cuerpecito redondo y- gordito había ido
a parar allí, a la punta de su dedo índice.
Me
fui alejando de mis amigos más y más, de la matriz, de la hoja, de la libreta,
del pupitre... Había salido de los cuadernos y lo estaba viendo todo: estaba,
estaba viendo que había algo más allá, el mundo real, un mundo que en mi
interior siempre supe que existía.
Pero
muy lejos de las maravillas que esperaba encontrar, mi decepción fue inmensa
cuando vi lo triste y caótica que era la vida fuera de las matemáticas, Decenas
de hombres como Maribel andaban sin orden ni control en este nuevo mundo,
destrozando todo cuanto encontraban a su paso. No pude reprimir mis lágrimas
cuando vi el maltrato al que estos sometían a los números.
Vi
los cuadernos tirados por el suelo, abiertos de cualquier manera, viejos y
descuidados y amontonados en grandes pilas. Vi a un niño que borraba sin parar,
vi a otro que escribía algo y, furioso, arrugaba el papel estampándolo con
fuerza contra el suelo..., vi cosas dantescas. También vi cómo un hombre, de un
solo golpe, tachaba con una línea roja todo un sistema de tres incógnitas con
parámetros al cubo, perfectamente clasificado y resuelto por el viejo Cramer
(era un tipo larguirucho y muy pesado, pero que siempre se había llevado bien
con los nuestros).
También
había una pared donde colgaba un extraño aparato, como una cárcel de cristal,
donde un puñado de números asustados estaban encerrados dentro, tratando de
pedirme ayuda golpeando el cristal, al tiempo que esquivaban tres peligrosas
agujas de diferentes tamaños que se dirigían a todas partes.
Había
visto muchas cosas horribles, pero aún no había visto lo peor... Solo os puedo
asegurar que es cierto esto que os digo. Un niño se levantó de repente y,
alzando al aire un libro abierto, cogió fuertemente una de sus páginas v...,
antes de que me diera tiempo a girar la vista, por desgracia pude ver cómo
la... cómo la arrancaba de cuajo.
No
quise ver nada más. Todo para mí había perdido el sentido, así que decidí
volver a mi viejo mundo de los cuadernos, que, aunque imperfecto, era mi mundo
y el de los míos, y era allí donde quería estar, fuera o no este mundo mío de
las matemáticas el mundo real.
Aproveché
que Maribel iba a escribir algo y me colé por un pequeño orificio que separa el
exterior del boli con el tubo de la tinta negra; me mezclé entre la tinta y.
cuando recobré el sentido, ya estaba allí de nuevo, dispuesto, como buen número
que soy, a decir únicamente la verdad y a contarles a todos que no se estaban
perdiendo nada ahí fuera...
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