viernes, 22 de enero de 2016

Lectura 14

¿ Y si quedamos como amigos ?

CAPÍTULO OCHO

Pensaba que tener novia y una amiga íntima me ayudaría a entender mejor los misterios de la mente femenina. Me equivocaba. La relación con Emily se enrareció muchísimo. Siempre que estaba conmigo se ponía superentusiasta. Y cada vez que yo mencionaba el nombre de Macallan, se echaba a reír y cambiaba de tema. Con Macallan, las cosas no iban mucho mejor. Antes, siempre que yo nombraba a Emily, sonreía. Últimamente, ponía cara de tristeza. Un amigo mío de California tenía la teoría de que las dos estaban enamoradas de mí y se estaban peleando por mi corazoncito. Sí, claro. A lo mejor en sueños. Evitaba hablar de Macallan con Emily y viceversa. Siempre y cuando el nombre de Emily no saliera a colación, todo fluía con normalidad entre mi mejor amiga y yo. Así que estaba deseando asistir a la competición de la secundaria y coincidir allí con Macallan y con Danielle. Nos sentamos en las gradas, con Macallan entre los dos. Ella se llevó la mano a la frente para protegerse los ojos del sol. —Menos mal que traje bloqueador —dijo mientras rebuscaba en la bolsa para aplicárselo en la cara y los brazos. El pelo de Macallan me gustaba más que nunca en primavera y en verano; al sol, adquiría un tono rojizo con reflejos anaranjados. En cualquier interior, sin embargo, tenía el mismo aspecto que en otoño. Seguía haciendo guiños para poder mirar la pista. —Toma, ponte mis lentes oscuros—le dije. Yo me había llevado una gorra para evitar las molestias del sol. —Oh —Danielle le dio un codazo a Macallan—. Mira… allí está Ian, haciendo estiramientos. No vi la reacción de Macallan, pero en cualquier caso hizo reír a Danielle. “¿Quién es Ian?”, pensé. Seguí sus miradas y vi a un chavo que estiraba las pantorrillas y luego corría sin desplazarse con las rodillas muy levantadas. ¿Acaso Macallan lo conocía? No recordaba que me hubiera hablado nunca de un tal Ian. Lo observé. Era alto y delgado, con el cabello oscuro y chino por las puntas. Supongo que se podría decir que era guapo, si te gustan los chavos desgarbados. O sea, yo era bastante desgarbado también. ¿Significaba eso que yo era el tipo de Macallan? Ian se colocó en la línea de salida con otros siete corredores. Él ocupaba el carril central. —¿Qué tiempo sería óptimo? —me preguntó Macallan. No parecía muy pendiente de él. ¿Sería Danielle la que estaba interesada en aquel tipo? —Yo suelo hacer los cuatrocientos en cincuenta y cinco segundos. Confío en que ronden ese tiempo. El juez dio la salida y los participantes echaron a correr. Me fijé en que sacaban más el pecho que yo. Tengo tendencia a encorvarme cuando corro, lo que no ayuda en las carreras de velocidad. Ian iba en segundo lugar, a un paso del primero. Cuando tomaron la curva final de la pista, aceleró. —¡VAMOS, IAN! —Danielle se levantó para animarlo. Jaló a Macallan del brazo para que se uniera a ella. —¿No podrías hacer un poco más el ridículo? —le preguntó Macallan. —Hecho. Macallan agitó las manos. —Da igual. Me rindo. Las dos aplaudieron cuando Ian ganó por un pelo. Esperamos a que anunciaran los tiempos. Ian terminó en 50.82, casi cuatro segundos por debajo de mi mejor tiempo. Puede que cuatro segundos parezcan una miseria, pero en una carrera bien podrían ser cuatro horas. —¿De qué conoces a Ian? —le pregunté a Macallan mientras él se disponía a descansar. —Ah, vino a… —se encogió apenada. —Estuvo en la fiesta de Año Nuevo —respondió Danielle en su lugar—. Ha estado preguntando por Macallan. —Oh. Claro, los chicos se interesaban por Macallan. ¿De qué me sorprendía? Además, yo tenía novia, así que habría sido una hipocresía por mi parte ponerme celoso ante la mera posibilidad de que saliera con alguien. Me dije a mí mismo que no estaba celoso. Sólo quería protegerla. Danielle se puso en pie. —Voy a buscar algo de beber. Y resulta que tendré que pasar justo por delante de Ian. ¿Qué les parece? Macallan gimió. —Que te diviertas… Vas a ir de todas formas, te diga lo que te diga… —Conoces tus límites. Bien por ti. Danielle descendió por las gradas y se apoyó contra la valla para hablar con Ian.
—¿Es demasiado tarde para pedir un cambio de escuela? —preguntó Macallan. —Entonces, ¿te gusta? Se me escapó la pregunta antes de que pudiera morderme la lengua. Ella se encogió de hombros. —No lo sé. En realidad casi no lo conozco. Es mono. O sea que sí era el tipo de Macallan. —Ya… —yo no sabía qué decir. Era consciente de que debía animarla, pero todo aquello me hacía sentir incómodo. Opté por tratarla como a uno de mis amigos de casa —. ¿Por qué no lo invitas y salimos los cuatro? Otra vez aquel gesto afligido. Decidí dejar de hacerme el loco. —¿Emily y tú se pelearon? —le pregunté. —No exactamente. Macallan se puso a hurgar en la bolsa. Hacía lo mismo cada vez que quería cambiar de tema. —¿Y entonces qué les pasa? Estás muy rara últimamente. Las dos están raras. Le quité la bolsa para que dejara de rebuscar y me prestara atención. —Mira, no quiero meterme en sus cosas. Habla con Emily —me soltó a bocajarro. —Hablo con Emily constantemente —le recordé. —¡MACALLAN! —gritó Danielle desde abajo—. ¡VEN A SALUDAR! Ella gimió. —Mira, Levi, me encuentro en una posición muy incómoda y no quiero volver a mentirte otra vez. Así que habla con Emily. De verdad, habla con ella. —¿Por qué dices que no quieres volver a mentirme? ¿Me mentiste? Macallan nunca me había parecido la típica mentirosa. —No exactamente —me tomó la mano y se echó hacia delante—. Lo siento mucho. Tú habla con Emily. Se levantó y se dirigió hacia Ian. Yo no sabía qué me dolía más: el hecho de que mi mejor amiga me hubiera ocultado algo o verla tonteando con un tipo.
Al llegar a casa de Emily, subí los peldaños de la entrada, abrumado por el peso de la revelación que me aguardaba al otro lado de la puerta, fuera cual fuese. —¡Hola! —Ella me saludó con el beso de costumbre. —¡Hola! —Intenté regresarle la sonrisa, pero advertí que algo iba mal. No me sentía cómodo. Puede que la sensación me rondara desde hacía un tiempo, pero era la primera vez que reparaba en ella. Y, por lo visto, a Emily le pasó lo mismo.
—¿Va todo bien? —me preguntó ladeando la cabeza, como si buscara la respuesta en mi expresión. —En realidad, no —reconocí—. Creo que tenemos que hablar. —Oh —Emily no parecía sorprendida. Me llevó al sofá de la sala—. ¿Qué pasa? —Eres tú la que debería decírmelo. Guardó silencio un momento. —No sé de qué estás hablando. Sin embargo, a juzgar por aquel silencio, sabía muy bien a qué me refería. —Hoy vi a Macallan. Al oír el nombre de Macallan, la sonrisa de Emily se esfumó. —¿Y qué tiene que ver Macallan en esto? —adoptó un tono brusco de repente. —Dice que tú y yo tenemos que hablar. No me dijo de qué se trata, pero me dio a entender que algo no va bien. Ojalá me lo hubiera contado. Lo único que sé es que, por lo visto, Macallan intenta portarse como una buena amiga. —Ya, vaya amiga —replicó Emily con frialdad. Sentí el impulso de salir en defensa de Macallan, que había sido la mejor amiga de Emily desde la infancia. Odiaba la idea de que algo se interpusiera en su amistad. Y de que ese algo fuera yo. Intenté sonsacarla. —¿Por qué tengo la sensación de que esto no guarda relación con nada que Macallan haya hecho sino con algo que sabe? Emily no supo qué responder. Entonces comprendí que había dado en el clavo. —Dime la verdad —le pedí en tono apagado. En aquel instante supe que Emily y yo habíamos terminado. Era imposible que todo aquello se debiera a algún tipo de malentendido y que, una vez aclarado, las cosas volvieran a su lugar. Si se trataba de algo tan importante como para que Macallan me engañara, no podía ser nada bueno. Emily me escudriñó unos instantes. El labio inferior le empezó a temblar. El instinto me dijo que la consolara. La cabeza me advirtió que estaba presenciando una actuación. No me moví. —Lo siento mucho —se tapó la cara con las manos—. Lo siento mucho. Se acercó a mí. Yo permanecí inmóvil. No pensaba rodearla con los brazos para confortarla, no si ella era incapaz de hacer lo único que le había pedido: decir la verdad. —¿Qué pasó? Emily se irguió y empezó a enjugarse las lágrimas. —Yo… Durante unos instantes, pensé que no hablaría. Que se lo tendría que sacar a Macallan. Emily debió de advertir que no conseguiría conmoverme. —Ya sabes que últimamente he estado viendo a Troy. Todo comenzó en Año Nuevo, pero entonces tú no estabas aquí, así que no le di importancia. Luego me di cuenta de que quería saber si lo que había entre Troy y yo era real, ¿sabes? Pero no quería renunciar a nuestra relación y me sentía confusa y no sabía qué hacer y ahora seguro que me odias. Se detuvo para respirar, lo cual me proporcionó el tiempo que necesitaba para procesar lo que estaba oyendo. Había pasado algo en Año Nuevo. Aunque Emily me había asegurado lo contrario. Y, si no recordaba mal, fue por aquel entonces cuando Macallan empezó a ponerse rara cada vez que le mencionaba a Emily. Así que Macallan estaba al tanto de lo sucedido y me lo había ocultado. Sabía que debería estar furioso con la que era mi novia desde hacía casi ocho meses. En cambio, sólo me sentía decepcionado con Macallan. Se había visto obligada a escoger entre Emily y yo. Y había escogido a la mentirosa de Emily. Me levanté. —Gracias por decirme la verdad al fin. Ni siquiera esperé respuesta. Crucé la puerta y al instante supe con quién debía hablar. Lo lógico habría sido enojarme con Macallan por dejarme en la ignorancia, pero me preocupaba más la posibilidad de perderla. Lo que empezó siendo una caminata se convirtió pronto en un trote ligero. Jamás había corrido peligro de perder a un amigo tras romper con una chica. Esta vez, sin embargo, las cosas eran distintas. Macallan conocía a Emily de toda la vida. No iba a pedirle que se pusiera de mi lado, pero una parte de mí sabía que tendría que elegir de todos modos. A mí no me importaba que conservara la amistad con Emily, pero no creía que ésta fuera tan generosa. Aunque Macallan debería haberme informado de lo que pasaba, en el fondo no la culpaba. Seguro que había actuado así por lealtad hacia Emily. Porque Macallan es una buena amiga. Es de fiar. Sin embargo, precisamente por su gran sentido de la lealtad, temía que se pusiera de parte de mi ex. Vi a Macallan en la cocina cuando me acerqué a su casa. Alzó la vista y me divisó. Me dedicó una sonrisa triste, seguramente al intuir que yo ya sabía la verdad. ¿O temía que se rompiera nuestra amistad? Abrió la puerta y ninguno de los dos se movió. —¿Hablaron? —me preguntó. —Sí. Asintió. —Siento mucho no haberte dicho la verdad el día que llegaste. Debería haberlo hecho. No tengo excusa.
De repente, se instaló entre nosotros una tensión que no habíamos vuelto a experimentar desde que nos conocimos. Ninguno de los dos sabía qué hacer. En aquel instante, maldije el día que empecé a salir con Emily. Sobre todo si eso iba a costarme mi relación más importante. —Tú no tienes la culpa —dije, y noté que su postura perdía algo de rigidez—. Seguimos siendo amigos, ¿no? Casi me dio coraje lo desesperado que estaba por oírla decir que sí, aunque en el fondo yo ya había tirado la toalla. Sin Macallan, estaba perdido. Ambos lo sabíamos. Estoy seguro de que todo el mundo lo sabía. Me miró extrañada. —Claro. —¿No vas a tener que escoger? Me sentía como un niño pequeño que, plantado ante su puerta, le suplicaba que lo cargara. —Ya lo hice. Se apartó a un lado para dejarme entrar.
Al principio, me sentí un poco culpable por haber sido la causa de su ruptura. Macallan no dijo gran cosa al respecto. Más bien lo dio por hecho: Emily y ella ya no eran amigas. Quería tener algún gesto con ella para demostrarle lo mucho que agradecía todo lo que había hecho por mí. Por desgracia, como no tenía medios para construirle la cocina de sus sueños, estaba pasmado. Fue mi mamá quien tuvo la genial idea de que celebráramos una fiesta de graduación con la familia de Macallan. Y Macallan tenía prohibido cocinar nada. La iban a mimar todo el día, de principio a fin. La mañana de la ceremonia, mi mamá la llevó a que le hicieran el manicure y la pedicura. Me preguntaron si quería acompañarlas, pero rechacé la invitación; tenía que preservar mi maltrecha imagen de tipo rudo. La ceremonia fue soporífera. Tuvimos que subir al escenario a recoger el diploma, aunque no habíamos acabado los estudios. En otoño, todos volveríamos a vernos en una escuela distinta. Con más gente. Gracias a Dios. Cuando la ceremonia concluyó, nos dirigimos a mi casa: Macallan, su padre y su tío por un lado y yo con mis padres y mi familia de Chicago por otro. Mi mamá se había pasado toda la semana preparando cosas, consciente de que Macallan había eclipsado por completo sus habilidades culinarias. Nos reunimos en la sala para botanear (Macallan no paraba de decirle a mi mamá lo delicioso que estaba todo). Poco después, mi amiga y yo nos escabullíamos al jardín trasero. —¿Significa esto que ya somos oficialmente jóvenes? —le pregunté. —No sé. Yo llevo unos cuantos años leyendo libros juveniles. —Vaya. ¿Entonces yo sigo siendo un niño? Me encanta ¡Todo el mundo hace caca! —¿Tengo que responder a eso? Me dio un codazo amistoso. —Mejor no. Se hizo un silencio. Nos pasaba de vez en cuando. Cuando te sientes a tus anchas con alguien, no necesitas llenar todos los vacíos. Me encantaba que nos limitáramos a estar juntos. —¿Crees que las cosas cambiarán el año que viene? —preguntó Macallan. —No lo sé. Pero tengo ganas de ver qué pasa, ¿sabes lo que quiero decir? Ella se encogió de hombros. —Supongo. Yo sabía que el cambio la tenía preocupada. Era lógico. Lo raro era que yo me lo tomara con tanta calma. En realidad, estaba emocionado. Tenía la sensación de que en la secundaria podría volver a empezar. De que tendría más oportunidades. —Todo podría cambiar —dijo con voz queda antes de mirarme de reojo—. O no. Que me cuelguen si lo sé. —Eh, esa frase es mía —bromeé antes de rodearle los hombros con el brazo—. Mira, nada cambiará entre nosotros. Te prometo aquí y ahora que estaré contigo pase lo que pase, en las buenas y en las malas. Ni los amigos, ni los chicos, ni los profes ni nada se interpondrán entre nosotros. Y siempre podrás contar conmigo para cualquier acontecimiento social que requiera un acompañante masculino. Dicen por ahí que me las arreglo muy bien. —No me fío de tus fuentes —una sonrisa asomó a sus labios—. ¿Y por qué crees que nadie querrá salir conmigo? Negué con la cabeza. —Que conste que estoy seguro de que los chicos se pelearán por salir contigo, pero no creo que ninguno dé la talla cuando los compares conmigo. Nunca estarán a la altura de tus desmesuradas expectativas. Me miró imperturbable. —Lo único desmesurado que hay por aquí es tu ego. —Está bien, está bien. Iré solo, pues. Agaché la cabeza. —Bueno, si ninguno de los dos sale con nadie, podríamos asistir juntos a los bailes y eso. ¿Por qué no? De todas formas, todo el mundo da por supuesto que somos pareja… —¿Por qué no? Me lo tomaré como un sí. ¿Te parece bien?
Le tendí la mano. Macallan me la estrechó. —Me parece perfecto.
Pues sí. Fue perfecto. Y tú no parecías horrorizada precisamente cuando te llevé al baile de bienvenida de primero. La pasé muy bien. De hecho, primero fue un curso magnífico. Una agradable transición. Ambos hicimos nuevos amigos. Ningún trauma emocional que no se resolviera con una buena maratón de Buggy y Floyd. Y entonces tuviste que buscarte novio. Sólo era cuestión de tiempo para que alguien me tirara la onda. Sobre todo porque preparo unos brownies para chuparse los dedos. Ah, ¿ahora lo llaman así? ¿Preparar brownies? Pero mira que eres vulgar. Y no olvides que tú tenías novia a principios de segundo. Sí, tenía. ¿Y eso disipó las dudas sobre si estábamos juntos? No, no lo hizo.

CAPÍTULO NUEVE

Si hubiera podido hablar con mi yo de octavo de primaria, le habría dicho que no se preocupara por nada. En primero de secundaria, todo salió bien. Aunque reconozco que andar con un chico de segundo ayudó bastante. —¿Tienes frío? —Ian me rodeó con el brazo. —¿Por qué tengo la sensación de que buscas excusas para acercarte a mí? —me acurruqué contra él. Él me estrechó un momento mientras nos sentábamos en las gradas para presenciar un partido de futbol escolar. Acababa de empezar el curso. A mi llegada a la secundaria, Ian había dado por supuesto que Levi y yo andábamos, claro. Yo lo entendía perfectamente. No sólo íbamos y regresábamos juntos a diario (excepto cuando él tenía entrenamiento), sino que nos sentábamos juntos a la hora de comer, acudimos juntos al baile de bienvenida y lo hacíamos casi todo juntos. Lo comprendía. De verdad que sí, pero no por eso iba a renunciar a pasar tiempo con mi mejor amigo. Supongo que Ian acabó por aceptar la clase de relación que teníamos Levi y yo, porque un sábado, después de Acción de Gracias, me pidió salir. El día del partido llevábamos juntos diez meses, y en todo ese tiempo no había formulado ni una sola queja sobre Levi. Bromeaba al respecto, claro que sí, pero yo era consciente de que, en parte, tenía motivos. —¿Alguna vez te he dicho que más que una buena amiga eres una santa? —se rio Ian. —Algún día tendrán que dejarlo jugar. Rezaba para que el universo me escuchara. Habíamos acudido al partido para animar a Levi, aunque ni siquiera había pisado el campo. Nunca. Ni en primero ni en los dos primeros partidos de segundo. La velocidad no era el problema; el entrenador siempre le decía que era el más rápido del equipo. El balón, en cambio, se le resistía. Así que Levi se sentaba en el banquillo. Eso sí, formaba parte del equipo. Y como Levi, a su vez, formaba parte de mi vida, yo me sentaba en las gradas para animarlo. —¿Tengo que recordarte que en primavera no me perdí ni una sola de tus carreras? —le propiné un codazo a Ian. —¿Tengo que recordarte que Levi también competía? No finjas que estabas allí sólo por mí. Abrí la boca, estupefacta.
—¿Exactamente qué quieres decir con eso? Ian negó con la cabeza. —Nada. Desde luego no te estoy preguntando a quién prefieres. En esa guerra, siempre tendré las de perder. Además, ya sabes que me cae bien… si no fuera porque está a punto de superar mi tiempo. Me tapé la cara. Daba gracias de que mi novio y mi mejor amigo sólo compitieran en las carreras de atletismo. El entrenador, el señor Scharfenberg, ya le había dicho a Levi que se considerara dentro del equipo. Ian y yo nos tragamos todo el partido. Yo intentaba fingir interés, pero, la verdad, si Levi no jugaba y los jugadores no lucían el uniforme verde y dorado, todo aquello me parecía aburrido a más no poder. Dediqué buena parte del tiempo a evitar el contacto visual con las animadoras. Emily actuó como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo, y supongo que así era. Había salido con Troy un tiempo, después con Keith, luego le tocó a James, a Mark y a Dave. Pese a sus muchos temores, no tuvo que hacer ningún esfuerzo para encajar. Su círculo de amigos había aumentado considerablemente. Danielle me había apoyado durante “el divorcio”, lo cual fue una suerte, porque su sarcasmo me vino muy bien para superar la ruptura. Cuando Emily y yo compartíamos alguna clase, charlábamos con normalidad, pero en cuanto sonaba el timbre ella se largaba con sus nuevos compinches. Afortunadamente, yo también había hecho amigos, y eso me ayudaba a no guardarle rencor. Cuando el partido terminó, Ian y yo esperamos a Levi junto a los vestidores. Salió del edificio con la capucha de la sudadera echada sobre la cabeza. Todos sus movimientos proyectaban derrota. —¡Eh! —intenté adoptar un tono entusiasta, pero no demasiado. —Hola —Levi no levantó la vista del suelo. —Le dije a tu mamá que te llevaríamos a casa. Pero ¿qué te parece si primero comemos un helado? ¿En casa de Ian? —¡Eh! —Ian me tomó por la cintura. Le aparté las manos de un manotazo. —Ya salió el caballero. A Levi no le hizo gracia. —No, tranquilos. Ni siquiera nos miró. Basta una palabra para describir los momentos como ése: incómodos. Subimos al coche de Ian. Prácticamente vi cómo Levi ponía los ojos en blanco cuando empezó a sonar un tema rap a todo volumen. Bajé la música. —Qué onda, Levi —Ian lo miró por el espejo retrovisor—. Oí que andas con Carrie Pope. Yo no pensaba que tomar un café e ir al cine pudiera llamarse “andar”, pero Levi asintió. —¿Es de primero? El interés de Ian en la vida amorosa de Levi me estaba poniendo nerviosa. —Uy, uy, uy, cuánto interés —replicó Levi con una carcajada. Me alivió comprobar que no había perdido su sentido del humor. —No —balbuceó Ian—, si sólo lo digo porque es bonita. —¡Eh! —le palmeé el brazo en broma. —No me refiero a eso. No es mi tipo. —Ya veo. ¿Demasiado bonita para ser tu tipo? —lo molesté. —A mí me sonó a eso —declaró Levi desde el asiento trasero. —¿Saben qué? No es chistoso —se enfurruñó Ian—. Un pobre tipo como yo no tiene ninguna posibilidad contra dos fieras como ustedes. —Cómo crees. Me di media vuelta y entrechoqué la mano con la de Levi para molestar a Ian un poco más. —Que me cuelguen si puedo evitarlo —dijo Levi con acento británico. —¡Agh! —protestó Ian—. Basta ya con ese rollo. Son demasiado para mí. —Se refiere a que somos demasiado ingeniosos —apostillé. —Es obvio —asintió Levi—. ¿A qué se iba a referir si no? —O quizá quiera decir que somos alucinantes. —Ése es otro de los adjetivos que usa la gente para describirnos, sí señor. —Y fabulosos —le recordé. —Fantásticos. —Extraordinarios. —¡Basta! —exclamó Ian como si lo estuvieran golpeando—. ¿Saben?, se me ocurren muchas maneras de describirlos, ya lo creo que sí. Detuvo el auto ante la casa de Levi. —Bueno, Levi, ¿qué te parece si nos olvidamos del partido y salimos los cuatro? Así Carrie y yo nos podríamos aliar contra ustedes. Un extraño silencio se apoderó del carro. Levi y yo dejamos de bromear de golpe. No sé por qué ambos reaccionamos de una forma tan rara. Es verdad que Levi salía con nosotros a menudo, pero ¿invitar a una cuarta persona? ¿No nos sentiríamos incómodos? —¿Dije alguna tontería? —preguntó Ian para quitarle tensión al momento. Intenté aterrizar el asunto y no sacar las cosas de quicio. —No, sí, si es muy buena idea.
Miré a Levi, que me observaba atentamente. —Claro —añadió. Aunque no parecía muy seguro. —¡Genial! —Ian estaba encantado con la idea—. El próximo fin de semana vamos a una fiesta en casa de Keith. —¿Ah, sí? Yo no sabía que nos hubieran invitado a ninguna fiesta. —Sí, ¿no te lo había dicho? —negué con la cabeza. Él prosiguió—. Bueno, pues podemos quedar antes para comer algo y luego vamos todos juntos. —Ah, sale. Levi se bajó del coche y me saludó con la mano antes de entrar a la casa. —¿Qué? —Ian se acercó a mí—. ¿Viste qué amable soy con tu mejor amigo del mundo? ¿Qué me merezco? —El privilegio de llevarme a casa —repuse con voz apagada. Él se echó a reír. —Eres lo máximo. Lo sabes, ¿verdad? Eso dicen por ahí.
No sabía si debía sentirme mejor por el hecho de que a Levi se le antojaba tan poco como a mí la idea de la doble cita. Había coincidido con Carrie un par de veces, pero procuraba no imponer mi presencia. Sabía que el hecho de que la mejor amiga de Levi fuera una chica podía intimidarla. Parecía alivianada y me caía bien, así que quería facilitarle las cosas. Además, había aprendido a llamar a los dormitorios antes de entrar, tanto metafórica como literalmente. El viernes, de camino al restaurante para celebrar la noche del pescado frito, los cuatro guardábamos un extraño silencio. Le dejé a Levi el asiento del copiloto, pensando que así Ian y él podrían hablar de cosas de chicos mientras yo intentaba conocer mejor a Carrie. —Me gusta tu falda —le comenté. Llevaba una falda de color naranja con un top cruzado de cachemira en color beige. —Gracias. Tu ropa también es muy bonita —respondió, aunque yo sólo llevaba jeans y una playera negra normal y corriente. Obviamente, hacía esfuerzos por quedar bien. —Gracias. Me sonrió. —Y tu pelo es, o sea, increíble. Empezó a juguetear con su propia melena color miel. —Tu también tienes un pelo fantástico. Se encogió de hombros.
—Mi color es muy aburrido. Levi se dio media vuelta. —En serio, ¿ropa y pelo? Así me gusta, Macallan. Rompiendo estereotipos. Le lancé mi famosa mirada incendiaria. —¿Y de qué van a hablar ustedes? ¿De deportes? —Claro, de cosas de hombres. —¿De verdad te quieres meter en este jardín delante de Carrie? —enarqué una ceja con gesto desafiante. Él regresó la vista al frente. —Ya sabía yo que esto era una mala idea. Aunque era consciente de que lo decía en broma, estaba de acuerdo con él al cien por ciento. Cuando nos sentamos en la Taberna Curran, traté de comportarme. Charlamos de cualquier cosa hasta que el mesero se acercó a tomar la orden. Levi me dedicó una sonrisa traviesa. —¿Pido yo o pides tú? —Siempre ordenamos lo mismo —les expliqué a nuestros acompañantes, que nos miraban sorprendidos—. Sí, yo comeré bacalao frito con una papa al horno, pero que tenga ración doble de crema agria. Y salsa de queso azul para la ensalada. Gracias. —Lo mismo para mí —pidió Levi—. Pero olvidaste una cosa. —¡Oh! ¡Queso en grano! —exclamé casi gritando—. Este… ¿podemos empezar con queso en grano también? Gracias. El mesero asintió y se volteó hacia Carrie, que ordenó una ensalada césar con pollo a la parrilla. —Y yo comeré una hamburguesa mediana con queso —pidió Ian. No tuve que decir nada porque sabía que Levi lo haría. —¿Es en serio? ¿A quién se le ocurre pedir carne en un restaurante de pescado frito? —negó con la cabeza—. En primer lugar, no pienso compartir mis buñuelos de maíz con nadie, y sé a ciencia cierta que Macallan tampoco lo hará. —Así se habla —lo animé. Levi se echó hacia delante con una expresión muy seria, casi solemne. —Escúchenme, yo jamás había oído hablar de la noche del pescado frito hasta que la familia de Macallan nos trajo aquí. No se imaginan la suerte que tienen aquí en Wisconsin: pescado frito, buñuelos de maíz con mantequilla de miel, alubias con jitomate, pan y mantequilla, ensalada de col, papas… ¡papas al gusto! ¿Y he mencionado ya la mantequilla! ¡Carros de mantequilla! O sea, ¿qué más te puede ofrecer un viernes por la noche? Pedir otra cosa… ¡es de locos, de locos! Aunque Carrie e Ian no parecían tan animados como yo, me invadió una extraña sensación de orgullo. Ojalá el Levi de séptimo pudiera verse ahora. Incluso se le había pegado el acento del medio oeste. —¿Por qué sonríes? —quiso saber Levi. —Por nada —respondí a toda prisa. —No me lo creo —se echó hacia delante y me miró a los ojos como si quisiera leerme el pensamiento. Yo desvié la vista. A esas alturas, lo creía capaz—. Ah, ¿lo ves?, estás tramando algo. —¿Quién, yo? —repliqué con mi voz más inocente. —Por favor —se arrellanó en el asiento y pasó el brazo por el respaldo de la silla de Carrie—. Te voy a decir un secreto sobre ella, Carrie. No te creas ese rollo de la buena muchacha que saca sobresaliente en todo. Bajo su dulce apariencia se esconde un corazón retorcido de gran perspicacia e infinitos recursos. —Lo cual explica por qué eres mi mejor amigo. —Obviamente —asintió Levi. Ian carraspeó. —Bueno, Carrie, habrá que intervenir antes de que el Show de Levi y Macallan nos amargue la noche. Cuando empiezan, ya no se callan. Nunca. Carrie se revolvió incómoda en el asiento y se toqueteó los tirantes del top. Mirando a Ian, articulé “lo siento” con los labios. No era la primera vez, ni sería la última, que mi novio me llamaba la atención cuando Levi y yo nos enzarzábamos en una de nuestras conversaciones épicas. Acabé jugando a “veinte preguntas para conocerte mejor” con Carrie hasta que llegó la comida. Además de ser muy simpática, se iba a presentar al consejo estudiantil y trabajaba como voluntaria en el refugio de animales los fines de semana. Comparada con ella, me sentí una holgazana. Aunque me estaba divirtiendo, tenía que hacer esfuerzos para reprimir el impulso de ponerme a hablar con Levi cada vez que se me ocurría una réplica ingeniosa o algún comentario gracioso. Debíamos ser considerados con nuestras parejas. Al fin y al cabo, era un milagro que hubiéramos conocido a dos personas del sexo opuesto capaces de disfrutar tanto como nosotros mismos de nuestra compañía.
Cuando llegamos a casa de Keith, la fiesta estaba en pleno apogeo. El equipo de futbol completo, todas las animadoras e incluso la banda de música estaban allí. —¡Eh, California! —Keith se acercó e intercambió con Levi ese saludo que hacen los chicos con la mano y el pecho y que deben de enseñar en alguna clase de machotes —. ¡Bienvenidos! Me miró de arriba abajo y yo le dejé muy claro, con mi expresión más gélida, que no me interesaba nada de lo que me ofrecía.
—Eh, hermano —dijo Ian interponiéndose entre los dos—. Gracias por invitarnos. —Ah, claro, ustedes dos están juntos. Siempre se me olvida. Como no se despega de éste —señaló a Levi, que echaba chispas. —Keith, ella es Carrie —Levi hizo un gesto en dirección a la chica. Por la razón que fuera, Keith se rio. —Está bien, ya lo capto —metió la mano en el refrigerador y sacó unos refrescos de lata—. Te lo aventaría, Levi, pero a mi mamá no le agradaría nada encontrarse el tapete todo manchado. Volvió a reírse. Nosotros lo mirábamos imperturbable. Agarramos una lata cada uno y nos encaminamos a una esquina de la cocina. —Ignóralo —le dije a Levi. —Pero si tiene razón. Soy incapaz de atrapar nada al vuelo… excepto las burlas — negó con la cabeza. Me puse de espaldas a Carrie y a Ian. Sabía que a Levi le avergonzaba su poca habilidad con el balón. —Estás mejorando mucho. El otro día, Adam me dijo que habías agarrado el balón casi desde la otra punta de la cuadra. —Supongo —repuso con un hilo de voz—. Pero es humillante calentar banquillo partido tras partido. —Pensaba que sólo querías jugar futbol para hacer amigos e integrarte un poco más. Se encogió de hombros. —Pero eso no significa que no quiera jugar. —Ya lo sé, pero mira a tu alrededor. Estás en una fiesta y fue Keith el que te invitó. —Invitó a todo el mundo. —Ya, pero al menos estás aquí. Y te tomó el pelo. ¿No es eso lo que hacen los amigotes? —Los amigotes —se rio. —Ya sabes, la forma que tienen los hombres de demostrar afecto. De marcar su territorio. Como los perros, que hacen pipí para dejar su marca. —No sabes de lo que hablas. —Claro que no —reconocí—. Pero ¿verdad que te sientes un poco mejor? —Sí, un poquito. Le di un codazo amistoso. —Pues con eso no me basta. Está claro que mi trabajo no ha terminado. ¿Que si eres un tipo rudo? Deja que cuente las maneras. —Espera, espera —Levi sacó su celular—. Esto tengo que grabarlo. A lo mejor lo pongo como tono. Agarré su teléfono y hablé directamente al micro.
—Yo, Macallan Marion Dietz, juro solemnemente que Levi Rodgers es un machote de la cabeza a los pies, un hombre de verdad. Razón número uno: imita fatal el acento británico. Razón número dos: se deshace en halagos ante una buena cocinera. Mmm… razón número tres. Mm… —Buenísimo —recuperó el celular—. ¿No puedes ni discurrir tres razones? —Verás, es que hay tantas que mi cerebro se ha colapsado. —Por los pelos. —Uf —me enjugué la frente con un gesto teatral. —¡Eh! —Danielle se acercó a nosotros—. No los vi llegar. Pero sus ligues están ahí fuera y supuse que ustedes estarían platicando. Danielle leyó la comunicación no verbal que intercambiamos Levi y yo. —A ver si lo adivino. No se dieron cuenta de que esos dos se habían ido. Hice un gesto de dolor. Ella negó con la cabeza. —Ustedes no son de este mundo. —Obviamente —dijimos Levi y yo al unísono. —Bueno, pues les sugiero que sigan divirtiéndose en el patio y hagan compañía a sus parejas. —¡Gracias! Le di un abrazo rápido a Danielle antes de que se alejara para reunirse con sus amigos de la banda de música. Levi y yo nos acercamos a las puertas de vidrio. Carrie e Ian estaban fuera, apoyados contra la barandilla. Ella se estaba riendo de algo que Ian le contaba. —Bueno, por lo menos la están pasando bien —observó Levi—. De hecho, parece que la están pasando mejor ahora que durante la cena. —Levi —lo retuve antes de que abriera la puerta—, me parece que no es buena idea que salgamos los cuatro en parejas. Asintió. —Ya lo sé. Cuesta mucho incorporar a alguien en este combinado. No quiero estropear las cosas con Carrie. —Podemos seguir viéndonos. Sólo digo que quizá las noches de pareja deberían ser cosa de dos. No obligar a nadie a que nos aguante. Levi miraba fijamente ante sí. Tenía la mandíbula algo crispada. —¿Levi? Como no respondía, seguí su mirada. Ian se acercó a Carrie y le recogió un mechón detrás de la oreja. Ella se sonrojó, pero se inclinó hacia él. Ian la rodeó con el brazo. —¿Están coqueteando? —exclamé indignada. No podía creer lo que veían mis ojos. Levi y yo observamos petrificados cómo Ian y Carrie se acercaban cada vez más. Él volvió a decir algo que la hizo reír. Carrie se enrolló al dedo un mechón de pelo. Ahora, Ian se inclinaba aún más hacia ella. Carrie dejó de sonreír. Se miraban a los ojos. Con expresión intensa. Conocía bien la expresión que mostraba Ian ahora mismo. Ladeó la cabeza y levantó la barbilla de Carrie con el dedo índice. Aquello no estaba pasando. —No me creo… —la voz aterrada de Levi me hizo reaccionar. Abrí la puerta corrediza con tanta fuerza que el vidrio traqueteó. —¿Cómo te atreves? Me sorprendí a mí misma plantada delante de Carrie. Sabía que debería haberme encarado con Ian, pero en aquel momento estaba furiosa con ella. Levi había salido con Carrie unas cuantas veces, le había presentado a sus amigos y la había llevado a una fiesta a la que ella no estaba invitada, ¿y así se lo agradecía? Carrie se apartó pero Ian dio un paso hacia mí. —¿Esto va en serio? Nunca lo había visto enfadado, pero ahora mismo echaba chispas. —¡Dímelo tú! —repliqué. Me miró asqueado. —¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿Te enojas con Carrie? ¿Acaso te da igual lo que yo haga? ¿Sabes qué?, no hace falta que me contestes. Está claro que sólo te importa Levi, no tu novio. No, perdona, tu exnovio. —A ver si te he entendido bien —mi mente intentaba ordenar lo sucedido durante aquellos últimos minutos—. Tú estabas tonteando con otra chica. Si yo no hubiera intervenido, seguramente la habrías besado. Eras tú el que se disponía a engañarme. ¿Y te enojas conmigo? ¿Rompes conmigo? —¿Tienes la menor idea de lo mucho que me duele esto? A Ian se le quebró la voz y comprendí que era sincero. Me sentí fatal. Le había hecho daño. Sin embargo, yo no había hecho nada que justificara la infidelidad. —¿Por qué me echas a mí la culpa? —no entendía nada. Ian y yo nunca nos habíamos peleado. Ni una vez. Estábamos pensando en ir a Milwaukee para celebrar nuestro primer aniversario. ¿Y ahora rompía conmigo?—. ¿Estuviste tomando? —Ya sabes que no tomo —me espetó—. Puede que lo haya hecho adrede, para que sepas lo que se siente cuando tu novio está pendiente de otra. Me gustas mucho, Macallan, pero no puedo seguir siendo el segundón. —No dirías eso si Levi fuera una chica. —Pero no lo es. Y ése es el problema. ¿Por qué no salen de una vez? Siempre íbamos a parar al mismo punto. Al eterno prejuicio de que Levi y yo no podíamos ser sólo amigos. Nadie se lo creía.
Sobre todo porque aquellas personas nunca habían tenido un amigo íntimo del sexo opuesto. O quizá fuera más exacto decir que ninguno de ellos era el mejor amigo de Levi. —Si tan mal te parecía, ¿por qué esperaste hasta ahora para decírmelo? Ian gimió. —Porque supuse que cuanto más unidos estuviéramos tú y yo, menos problemas tendría con él. —¿Problemas con él? —Ya sabes lo que quiero decir. —No, no lo sé. Estuve a punto de caerme del susto cuando oí a Levi decir: —Lo siento mucho. Había olvidado que Carrie y él estaban allí. De hecho, se estaba congregando una multitud junto a las puertas. Carrie estaba encorvada, como si quisiera que se la tragara la tierra. —Tengo que irme —dijo con un hilo de voz. —Te llevo a casa. Ian se internó en el grupo de chismosos y se alejó con Carrie pegada a sus talones. Oí unos aplausos. —Amigos —gritó Keith saliendo de entre el gentío—, siempre se puede contar con ustedes para pasar un buen rato. ¡Ojalá hubiera traído palomitas! ¡Qué fuerte! —Muy chistoso, Keith. Algo en mi tono de voz le cerró la boca. —Oh, vaya. Perdona, Macallan. Me quedé esperando el comentario sarcástico de turno, pero él se limitó a mirarme con expresión compasiva. Lo que me hizo sentir aún peor. Si Keith te compadece, puedes estar segura de que eres patética. —Salgamos de aquí. Agarré a Levi del brazo y nos dirigimos al recibidor. —Este… El chofer se marchó —dijo con apagada resignación. —Ya pensaremos algo —abrí la puerta y eché a andar—. El aire fresco nos sentará bien. Durante varios minutos, Levi guardó un silencio poco habitual en él. Lo dejé a solas con sus pensamientos, mientras yo intentaba aclarar mis propias ideas. ¿Qué acababa de pasar? A lo mejor se me había escapado algo. Rebusqué en mi memoria por si encontraba algún signo de que Ian se hubiera sentido desgraciado conmigo. Bromeaba a menudo sobre la cantidad de tiempo que le dedicaba a Levi y fingía vomitar cada vez que hablaba de él, pero, al fin y al cabo, es un chico. Pensaba que me tomaba el pelo.
Además, al margen de lo que yo hubiera hecho, no tenía excusa para ponerse a coquetear con otra en cuanto yo me diera la vuelta. En realidad, lo que más me molestaba era que le hubiera tirado la onda al ligue de Levi. Yo, en su lugar, me habría alegrado de que Levi tuviera novia. —¿Tú entiendes algo? —le pregunté. Negó con la cabeza y siguió andando. Mala señal. Por lo visto, ambos tuvimos la misma idea. No llegamos a comentar hacia dónde nos dirigíamos, sencillamente fuimos a parar al parque Riverside. En silencio, nos encaminamos a los columpios y nos sentamos. Yo en el columpio del centro y Levi en el de mi izquierda. Así nos sentábamos siempre en séptimo, cuando íbamos al parque después de la escuela. Empecé a columpiarme. —He estado pensando —anunció Levi, que seguía inmóvil en su columpio— que tienes razón. No deberíamos repetir lo de la cita doble. Le eché un vistazo y vi un amago de sonrisa en su cara. —¿Eso es un chiste? —Bueno, o eso o tendré que afrontar que ya es la segunda vez que me ponen el cuerno. —Estrictamente hablando, no te pusieron el cuerno. Tronó la lengua con impaciencia. —Ya, pero sólo porque tú lo impediste. —No sabemos lo que habría pasado —ni yo misma me creía mis palabras. Intenté quitarle tensión al asunto—. Y yo tendré que pasar de las fiestas si sé que alguna novia tuya estará presente. Y si hay puertas. —A quién se lo vas a decir. Se levantó y empezó a empujarme. Cerré los ojos y dejé que el columpio me llevara cada vez más arriba. Nos pasamos así cosa de una hora. Eché un vistazo al reloj. —O nos ponemos en marcha o llamamos a nuestros papás para que vengan a buscarnos. Decidimos que sería mejor llamar a la mamá de Levi. Mi papá y el tío Adam se preocupan mucho por mí y no creía que se tomaran bien el hecho de que prácticamente me hubieran abandonado en una fiesta. Por suerte estaba con Levi y eso los haría sentir mejor. En cualquier caso, a los dos les caía bien Ian y se disgustarían cuando se enteraran de que habíamos cortado. Cortado. No lo podía creer. Levi y yo nos sentamos en el borde de la banqueta a esperar a su mamá. —¿Va todo bien? —le pregunté.
—La verdad es que no —se rodeó las piernas con los brazos—. No sé, puede que yo sea el problema. —Tú no eres el problema —le aseguré. —¿Y entonces por qué todas las chicas me engañan? —No te engañan todas las chicas. Una te engañó y otra tomó una mala decisión. Suspiró. —¿Y si se debe a que beso fatal? —Estoy segura de que no se debe a eso. —¿Cómo lo sabes? —en eso llevaba razón—. Piénsalo: empiezo a salir con una chica, y, en cuanto desaparezco diez días, corre a besarse con el primero que encuentra. Y esta noche me alejo de mi novia unos diez segundos y cuando volteo a mirar está a punto de besarse con otro. Seguro que hago algo mal. —Estás diciendo tonterías. —Yo no lo veo así. De repente, a Levi le dio por hablar. Se pasó los siguientes cinco minutos diciendo sin parar que debía de besar fatal y que nunca tendría novia porque era un lerdo. Y que jamás volvería a salir con una chica porque no confiaba en ellas. Y que era un tipo patético porque TODAS corrían a besarse con el primero que encontraban en cuanto él se daba la vuelta. Me estaba poniendo histérica. Levi solía tomarse las cosas con mucha filosofía y yo no estaba acostumbrada a que se autoflagelara por culpa de una chica. Ni a que se pusiera melodramático. Le repetí una y otra vez que él no tenía la culpa de nada. Emily era la típica que coquetea con todos. Ni siquiera se podía pensar en ella en términos de “novia” porque ella prefería picotear de aquí y de allá. En cuanto a Carrie, ¿quién sabe? Era muy joven. Había cometido un error. Sin embargo, nada de lo que yo decía servía para consolarlo. Empezaba a sentirme muy frustrada. Una parte de mí tenía ganas de abofetearlo, pero sabía que eso no lo haría callar. —No, te digo que se debe a eso. Beso fatal. Pronto correrá la voz por la escuela y entonces ninguna chica querrá darme otra oportunidad. —¡Levi, por el amor de Dios! —le grité. Y sin pararme a pensar lo que estaba haciendo, lo agarré por las mejillas y lo besé. Se quedó paralizado durante un par de segundos, seguramente de la impresión. Luego me rodeó con los brazos y me respondió. Me aparté y Levi agarró aire. —¿Qué-que-qué…? —balbuceó. —No te pasa nada. No besas mal. Lo he comprobado. Asunto arreglado.
Me miraba con unos ojos como platos, incapaz de pronunciar palabra. Me encantó verlo tan aturdido. En aquel momento, divisamos el coche de su mamá a lo lejos. Yo me levanté, pero Levi se quedó sentado en el borde de la banqueta. Le tendí una mano para ayudarlo a pararse. Tardó un segundo en asimilar la situación. Por fin se levantó, aún atónito. —En eso les llevo ventaja a tus amigos de California y a los de por aquí. Él me miró fijamente. Me reí y le di un puñetazo en el hombro. —Ninguno de ellos se habría atrevido a demostrarte que sabes besar. De nada, por cierto. Guardó silencio durante todo el viaje a mi casa. En el asiento trasero, yo me reía para mis adentros. Basta un simple beso para cerrarle la boca a un chico.
Sí. ¿Lo ves? Aún no te has recuperado. Déjame en paz, ¿quieres? Allí estaba yo, abriéndote mi corazón, y vas tú y te abalanzas sobre mí. Normalmente prefiero que me lleven a alguna parte en la primera cita. Al menos podrías invitar a los chicos una pizza antes de aprovecharte de ellos. Sobre todo si están atravesando momentos difíciles. Ay, sí, pobrecito. No parabas de decir tonterías. ¿Cómo querías que te hiciera callar si no? Tendré que hablar más a menudo. ¿Te sonrojaste? Mm… ¿De qué estábamos hablando? De que soy el amor de tu vida. Obviamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario