¿ Y si quedamos como amigos ?
CAPÍTULO OCHO
Pensaba que
tener novia y una amiga íntima me ayudaría a entender mejor los misterios de la
mente femenina. Me equivocaba. La relación con Emily se enrareció muchísimo.
Siempre que estaba conmigo se ponía superentusiasta. Y cada vez que yo
mencionaba el nombre de Macallan, se echaba a reír y cambiaba de tema. Con
Macallan, las cosas no iban mucho mejor. Antes, siempre que yo nombraba a
Emily, sonreía. Últimamente, ponía cara de tristeza. Un amigo mío de California
tenía la teoría de que las dos estaban enamoradas de mí y se estaban peleando
por mi corazoncito. Sí, claro. A lo mejor en sueños. Evitaba hablar de Macallan
con Emily y viceversa. Siempre y cuando el nombre de Emily no saliera a
colación, todo fluía con normalidad entre mi mejor amiga y yo. Así que estaba
deseando asistir a la competición de la secundaria y coincidir allí con
Macallan y con Danielle. Nos sentamos en las gradas, con Macallan entre los
dos. Ella se llevó la mano a la frente para protegerse los ojos del sol. —Menos
mal que traje bloqueador —dijo mientras rebuscaba en la bolsa para aplicárselo
en la cara y los brazos. El pelo de Macallan me gustaba más que nunca en
primavera y en verano; al sol, adquiría un tono rojizo con reflejos
anaranjados. En cualquier interior, sin embargo, tenía el mismo aspecto que en
otoño. Seguía haciendo guiños para poder mirar la pista. —Toma, ponte mis
lentes oscuros—le dije. Yo me había llevado una gorra para evitar las molestias
del sol. —Oh —Danielle le dio un codazo a Macallan—. Mira… allí está Ian, haciendo
estiramientos. No vi la reacción de Macallan, pero en cualquier caso hizo reír
a Danielle. “¿Quién es Ian?”, pensé. Seguí sus miradas y vi a un chavo que
estiraba las pantorrillas y luego corría sin desplazarse con las rodillas muy
levantadas. ¿Acaso Macallan lo conocía? No recordaba que me hubiera hablado
nunca de un tal Ian. Lo observé. Era alto y delgado, con el cabello oscuro y
chino por las puntas. Supongo que se podría decir que era guapo, si te gustan
los chavos desgarbados. O sea, yo era bastante desgarbado también. ¿Significaba
eso que yo era el tipo de Macallan? Ian se colocó en la línea de salida con
otros siete corredores. Él ocupaba el carril central. —¿Qué tiempo sería
óptimo? —me preguntó Macallan. No parecía muy pendiente de él. ¿Sería Danielle
la que estaba interesada en aquel tipo? —Yo suelo hacer los cuatrocientos en
cincuenta y cinco segundos. Confío en que ronden ese tiempo. El juez dio la
salida y los participantes echaron a correr. Me fijé en que sacaban más el
pecho que yo. Tengo tendencia a encorvarme cuando corro, lo que no ayuda en las
carreras de velocidad. Ian iba en segundo lugar, a un paso del primero. Cuando
tomaron la curva final de la pista, aceleró. —¡VAMOS, IAN! —Danielle se levantó
para animarlo. Jaló a Macallan del brazo para que se uniera a ella. —¿No
podrías hacer un poco más el ridículo? —le preguntó Macallan. —Hecho. Macallan
agitó las manos. —Da igual. Me rindo. Las dos aplaudieron cuando Ian ganó por
un pelo. Esperamos a que anunciaran los tiempos. Ian terminó en 50.82, casi
cuatro segundos por debajo de mi mejor tiempo. Puede que cuatro segundos
parezcan una miseria, pero en una carrera bien podrían ser cuatro horas. —¿De
qué conoces a Ian? —le pregunté a Macallan mientras él se disponía a descansar.
—Ah, vino a… —se encogió apenada. —Estuvo en la fiesta de Año Nuevo —respondió
Danielle en su lugar—. Ha estado preguntando por Macallan. —Oh. Claro, los
chicos se interesaban por Macallan. ¿De qué me sorprendía? Además, yo tenía
novia, así que habría sido una hipocresía por mi parte ponerme celoso ante la
mera posibilidad de que saliera con alguien. Me dije a mí mismo que no estaba
celoso. Sólo quería protegerla. Danielle se puso en pie. —Voy a buscar algo de
beber. Y resulta que tendré que pasar justo por delante de Ian. ¿Qué les
parece? Macallan gimió. —Que te diviertas… Vas a ir de todas formas, te diga lo
que te diga… —Conoces tus límites. Bien por ti. Danielle descendió por las
gradas y se apoyó contra la valla para hablar con Ian.
—¿Es demasiado
tarde para pedir un cambio de escuela? —preguntó Macallan. —Entonces, ¿te
gusta? Se me escapó la pregunta antes de que pudiera morderme la lengua. Ella
se encogió de hombros. —No lo sé. En realidad casi no lo conozco. Es mono. O
sea que sí era el tipo de Macallan. —Ya… —yo no sabía qué decir. Era consciente
de que debía animarla, pero todo aquello me hacía sentir incómodo. Opté por
tratarla como a uno de mis amigos de casa —. ¿Por qué no lo invitas y salimos
los cuatro? Otra vez aquel gesto afligido. Decidí dejar de hacerme el loco.
—¿Emily y tú se pelearon? —le pregunté. —No exactamente. Macallan se puso a
hurgar en la bolsa. Hacía lo mismo cada vez que quería cambiar de tema. —¿Y
entonces qué les pasa? Estás muy rara últimamente. Las dos están raras. Le
quité la bolsa para que dejara de rebuscar y me prestara atención. —Mira, no
quiero meterme en sus cosas. Habla con Emily —me soltó a bocajarro. —Hablo con
Emily constantemente —le recordé. —¡MACALLAN! —gritó Danielle desde abajo—.
¡VEN A SALUDAR! Ella gimió. —Mira, Levi, me encuentro en una posición muy
incómoda y no quiero volver a mentirte otra vez. Así que habla con Emily. De
verdad, habla con ella. —¿Por qué dices que no quieres volver a mentirme? ¿Me
mentiste? Macallan nunca me había parecido la típica mentirosa. —No exactamente
—me tomó la mano y se echó hacia delante—. Lo siento mucho. Tú habla con Emily.
Se levantó y se dirigió hacia Ian. Yo no sabía qué me dolía más: el hecho de
que mi mejor amiga me hubiera ocultado algo o verla tonteando con un tipo.
Al llegar a casa
de Emily, subí los peldaños de la entrada, abrumado por el peso de la
revelación que me aguardaba al otro lado de la puerta, fuera cual fuese.
—¡Hola! —Ella me saludó con el beso de costumbre. —¡Hola! —Intenté regresarle
la sonrisa, pero advertí que algo iba mal. No me sentía cómodo. Puede que la
sensación me rondara desde hacía un tiempo, pero era la primera vez que
reparaba en ella. Y, por lo visto, a Emily le pasó lo mismo.
—¿Va todo bien?
—me preguntó ladeando la cabeza, como si buscara la respuesta en mi expresión.
—En realidad, no —reconocí—. Creo que tenemos que hablar. —Oh —Emily no parecía
sorprendida. Me llevó al sofá de la sala—. ¿Qué pasa? —Eres tú la que debería
decírmelo. Guardó silencio un momento. —No sé de qué estás hablando. Sin
embargo, a juzgar por aquel silencio, sabía muy bien a qué me refería. —Hoy vi
a Macallan. Al oír el nombre de Macallan, la sonrisa de Emily se esfumó. —¿Y
qué tiene que ver Macallan en esto? —adoptó un tono brusco de repente. —Dice
que tú y yo tenemos que hablar. No me dijo de qué se trata, pero me dio a
entender que algo no va bien. Ojalá me lo hubiera contado. Lo único que sé es
que, por lo visto, Macallan intenta portarse como una buena amiga. —Ya, vaya
amiga —replicó Emily con frialdad. Sentí el impulso de salir en defensa de
Macallan, que había sido la mejor amiga de Emily desde la infancia. Odiaba la
idea de que algo se interpusiera en su amistad. Y de que ese algo fuera yo.
Intenté sonsacarla. —¿Por qué tengo la sensación de que esto no guarda relación
con nada que Macallan haya hecho sino con algo que sabe? Emily no supo qué
responder. Entonces comprendí que había dado en el clavo. —Dime la verdad —le
pedí en tono apagado. En aquel instante supe que Emily y yo habíamos terminado.
Era imposible que todo aquello se debiera a algún tipo de malentendido y que,
una vez aclarado, las cosas volvieran a su lugar. Si se trataba de algo tan
importante como para que Macallan me engañara, no podía ser nada bueno. Emily
me escudriñó unos instantes. El labio inferior le empezó a temblar. El instinto
me dijo que la consolara. La cabeza me advirtió que estaba presenciando una
actuación. No me moví. —Lo siento mucho —se tapó la cara con las manos—. Lo
siento mucho. Se acercó a mí. Yo permanecí inmóvil. No pensaba rodearla con los
brazos para confortarla, no si ella era incapaz de hacer lo único que le había
pedido: decir la verdad. —¿Qué pasó? Emily se irguió y empezó a enjugarse las
lágrimas. —Yo… Durante unos instantes, pensé que no hablaría. Que se lo tendría
que sacar a Macallan. Emily
debió de advertir que no conseguiría conmoverme. —Ya sabes que últimamente he
estado viendo a Troy. Todo comenzó en Año Nuevo, pero entonces tú no estabas
aquí, así que no le di importancia. Luego me di cuenta de que quería saber si
lo que había entre Troy y yo era real, ¿sabes? Pero no quería renunciar a
nuestra relación y me sentía confusa y no sabía qué hacer y ahora seguro que me
odias. Se detuvo para respirar, lo cual me proporcionó el tiempo que necesitaba
para procesar lo que estaba oyendo. Había pasado algo en Año Nuevo. Aunque
Emily me había asegurado lo contrario. Y, si no recordaba mal, fue por aquel
entonces cuando Macallan empezó a ponerse rara cada vez que le mencionaba a
Emily. Así que Macallan estaba al tanto de lo sucedido y me lo había ocultado.
Sabía que debería estar furioso con la que era mi novia desde hacía casi ocho
meses. En cambio, sólo me sentía decepcionado con Macallan. Se había visto
obligada a escoger entre Emily y yo. Y había escogido a la mentirosa de Emily.
Me levanté. —Gracias por decirme la verdad al fin. Ni siquiera esperé
respuesta. Crucé la puerta y al instante supe con quién debía hablar. Lo lógico
habría sido enojarme con Macallan por dejarme en la ignorancia, pero me
preocupaba más la posibilidad de perderla. Lo que empezó siendo una caminata se
convirtió pronto en un trote ligero. Jamás había corrido peligro de perder a un
amigo tras romper con una chica. Esta vez, sin embargo, las cosas eran
distintas. Macallan conocía a Emily de toda la vida. No iba a pedirle que se
pusiera de mi lado, pero una parte de mí sabía que tendría que elegir de todos
modos. A mí no me importaba que conservara la amistad con Emily, pero no creía
que ésta fuera tan generosa. Aunque Macallan debería haberme informado de lo
que pasaba, en el fondo no la culpaba. Seguro que había actuado así por lealtad
hacia Emily. Porque Macallan es una buena amiga. Es de fiar. Sin embargo,
precisamente por su gran sentido de la lealtad, temía que se pusiera de parte
de mi ex. Vi a Macallan en la cocina cuando me acerqué a su casa. Alzó la vista
y me divisó. Me dedicó una sonrisa triste, seguramente al intuir que yo ya
sabía la verdad. ¿O temía que se rompiera nuestra amistad? Abrió la puerta y
ninguno de los dos se movió. —¿Hablaron? —me preguntó. —Sí. Asintió. —Siento
mucho no haberte dicho la verdad el día que llegaste. Debería haberlo hecho. No
tengo excusa.
De repente, se
instaló entre nosotros una tensión que no habíamos vuelto a experimentar desde
que nos conocimos. Ninguno de los dos sabía qué hacer. En aquel instante,
maldije el día que empecé a salir con Emily. Sobre todo si eso iba a costarme
mi relación más importante. —Tú no tienes la culpa —dije, y noté que su postura
perdía algo de rigidez—. Seguimos siendo amigos, ¿no? Casi me dio coraje lo
desesperado que estaba por oírla decir que sí, aunque en el fondo yo ya había
tirado la toalla. Sin Macallan, estaba perdido. Ambos lo sabíamos. Estoy seguro
de que todo el mundo lo sabía. Me miró extrañada. —Claro. —¿No vas a tener que
escoger? Me sentía como un niño pequeño que, plantado ante su puerta, le
suplicaba que lo cargara. —Ya lo hice. Se apartó a un lado para dejarme entrar.
Al principio, me
sentí un poco culpable por haber sido la causa de su ruptura. Macallan no dijo
gran cosa al respecto. Más bien lo dio por hecho: Emily y ella ya no eran
amigas. Quería tener algún gesto con ella para demostrarle lo mucho que
agradecía todo lo que había hecho por mí. Por desgracia, como no tenía medios
para construirle la cocina de sus sueños, estaba pasmado. Fue mi mamá quien
tuvo la genial idea de que celebráramos una fiesta de graduación con la familia
de Macallan. Y Macallan tenía prohibido cocinar nada. La iban a mimar todo el
día, de principio a fin. La mañana de la ceremonia, mi mamá la llevó a que le
hicieran el manicure y la pedicura. Me preguntaron si quería acompañarlas, pero
rechacé la invitación; tenía que preservar mi maltrecha imagen de tipo rudo. La
ceremonia fue soporífera. Tuvimos que subir al escenario a recoger el diploma,
aunque no habíamos acabado los estudios. En otoño, todos volveríamos a vernos
en una escuela distinta. Con más gente. Gracias a Dios. Cuando la ceremonia concluyó,
nos dirigimos a mi casa: Macallan, su padre y su tío por un lado y yo con mis
padres y mi familia de Chicago por otro. Mi mamá se había pasado toda la semana
preparando cosas, consciente de que Macallan había eclipsado por completo sus
habilidades culinarias. Nos reunimos en la sala para botanear (Macallan no
paraba de decirle a mi mamá lo delicioso que estaba todo). Poco después, mi
amiga y yo nos escabullíamos al jardín trasero. —¿Significa esto que ya somos
oficialmente jóvenes? —le pregunté. —No sé. Yo llevo unos cuantos años leyendo
libros juveniles. —Vaya. ¿Entonces yo sigo siendo un niño? Me encanta ¡Todo el
mundo hace caca! —¿Tengo que responder a eso? Me dio un codazo amistoso. —Mejor
no. Se hizo un silencio. Nos pasaba de vez en cuando. Cuando te sientes a tus
anchas con alguien, no necesitas llenar todos los vacíos. Me encantaba que nos
limitáramos a estar juntos. —¿Crees que las cosas cambiarán el año que viene?
—preguntó Macallan. —No lo sé. Pero tengo ganas de ver qué pasa, ¿sabes lo que
quiero decir? Ella se encogió de hombros. —Supongo. Yo sabía que el cambio la
tenía preocupada. Era lógico. Lo raro era que yo me lo tomara con tanta calma.
En realidad, estaba emocionado. Tenía la sensación de que en la secundaria
podría volver a empezar. De que tendría más oportunidades. —Todo podría cambiar
—dijo con voz queda antes de mirarme de reojo—. O no. Que me cuelguen si lo sé.
—Eh, esa frase es mía —bromeé antes de rodearle los hombros con el brazo—.
Mira, nada cambiará entre nosotros. Te prometo aquí y ahora que estaré contigo
pase lo que pase, en las buenas y en las malas. Ni los amigos, ni los chicos,
ni los profes ni nada se interpondrán entre nosotros. Y siempre podrás contar
conmigo para cualquier acontecimiento social que requiera un acompañante
masculino. Dicen por ahí que me las arreglo muy bien. —No me fío de tus fuentes
—una sonrisa asomó a sus labios—. ¿Y por qué crees que nadie querrá salir
conmigo? Negué con la cabeza. —Que conste que estoy seguro de que los chicos se
pelearán por salir contigo, pero no creo que ninguno dé la talla cuando los
compares conmigo. Nunca estarán a la altura de tus desmesuradas expectativas.
Me miró imperturbable. —Lo único desmesurado que hay por aquí es tu ego. —Está
bien, está bien. Iré solo, pues. Agaché la cabeza. —Bueno, si ninguno de los
dos sale con nadie, podríamos asistir juntos a los bailes y eso. ¿Por qué no?
De todas formas, todo el mundo da por supuesto que somos pareja… —¿Por qué no?
Me lo tomaré como un sí. ¿Te parece bien?
Le tendí la
mano. Macallan me la estrechó. —Me parece perfecto.
Pues sí. Fue
perfecto. Y tú no parecías horrorizada precisamente cuando te llevé al baile de
bienvenida de primero. La pasé muy bien. De hecho, primero fue un curso
magnífico. Una agradable transición. Ambos hicimos nuevos amigos. Ningún trauma
emocional que no se resolviera con una buena maratón de Buggy y Floyd. Y
entonces tuviste que buscarte novio. Sólo era cuestión de tiempo para que
alguien me tirara la onda. Sobre todo porque preparo unos brownies para
chuparse los dedos. Ah, ¿ahora lo llaman así? ¿Preparar brownies? Pero mira que
eres vulgar. Y no olvides que tú tenías novia a principios de segundo. Sí,
tenía. ¿Y eso disipó las dudas sobre si estábamos juntos? No, no lo hizo.
CAPÍTULO NUEVE
Si hubiera
podido hablar con mi yo de octavo de primaria, le habría dicho que no se
preocupara por nada. En primero de secundaria, todo salió bien. Aunque
reconozco que andar con un chico de segundo ayudó bastante. —¿Tienes frío? —Ian
me rodeó con el brazo. —¿Por qué tengo la sensación de que buscas excusas para
acercarte a mí? —me acurruqué contra él. Él me estrechó un momento mientras nos
sentábamos en las gradas para presenciar un partido de futbol escolar. Acababa
de empezar el curso. A mi llegada a la secundaria, Ian había dado por supuesto
que Levi y yo andábamos, claro. Yo lo entendía perfectamente. No sólo íbamos y
regresábamos juntos a diario (excepto cuando él tenía entrenamiento), sino que
nos sentábamos juntos a la hora de comer, acudimos juntos al baile de
bienvenida y lo hacíamos casi todo juntos. Lo comprendía. De verdad que sí,
pero no por eso iba a renunciar a pasar tiempo con mi mejor amigo. Supongo que
Ian acabó por aceptar la clase de relación que teníamos Levi y yo, porque un
sábado, después de Acción de Gracias, me pidió salir. El día del partido
llevábamos juntos diez meses, y en todo ese tiempo no había formulado ni una
sola queja sobre Levi. Bromeaba al respecto, claro que sí, pero yo era
consciente de que, en parte, tenía motivos. —¿Alguna vez te he dicho que más
que una buena amiga eres una santa? —se rio Ian. —Algún día tendrán que dejarlo
jugar. Rezaba para que el universo me escuchara. Habíamos acudido al partido
para animar a Levi, aunque ni siquiera había pisado el campo. Nunca. Ni en
primero ni en los dos primeros partidos de segundo. La velocidad no era el
problema; el entrenador siempre le decía que era el más rápido del equipo. El
balón, en cambio, se le resistía. Así que Levi se sentaba en el banquillo. Eso
sí, formaba parte del equipo. Y como Levi, a su vez, formaba parte de mi vida,
yo me sentaba en las gradas para animarlo. —¿Tengo que recordarte que en
primavera no me perdí ni una sola de tus carreras? —le propiné un codazo a Ian.
—¿Tengo que recordarte que Levi también competía? No finjas que estabas allí
sólo por mí. Abrí la boca, estupefacta.
—¿Exactamente
qué quieres decir con eso? Ian negó con la cabeza. —Nada. Desde luego no te
estoy preguntando a quién prefieres. En esa guerra, siempre tendré las de
perder. Además, ya sabes que me cae bien… si no fuera porque está a punto de
superar mi tiempo. Me tapé la cara. Daba gracias de que mi novio y mi mejor
amigo sólo compitieran en las carreras de atletismo. El entrenador, el señor
Scharfenberg, ya le había dicho a Levi que se considerara dentro del equipo.
Ian y yo nos tragamos todo el partido. Yo intentaba fingir interés, pero, la
verdad, si Levi no jugaba y los jugadores no lucían el uniforme verde y dorado,
todo aquello me parecía aburrido a más no poder. Dediqué buena parte del tiempo
a evitar el contacto visual con las animadoras. Emily actuó como si no tuviera
ninguna preocupación en el mundo, y supongo que así era. Había salido con Troy
un tiempo, después con Keith, luego le tocó a James, a Mark y a Dave. Pese a
sus muchos temores, no tuvo que hacer ningún esfuerzo para encajar. Su círculo
de amigos había aumentado considerablemente. Danielle me había apoyado durante
“el divorcio”, lo cual fue una suerte, porque su sarcasmo me vino muy bien para
superar la ruptura. Cuando Emily y yo compartíamos alguna clase, charlábamos
con normalidad, pero en cuanto sonaba el timbre ella se largaba con sus nuevos
compinches. Afortunadamente, yo también había hecho amigos, y eso me ayudaba a
no guardarle rencor. Cuando el partido terminó, Ian y yo esperamos a Levi junto
a los vestidores. Salió del edificio con la capucha de la sudadera echada sobre
la cabeza. Todos sus movimientos proyectaban derrota. —¡Eh! —intenté adoptar un
tono entusiasta, pero no demasiado. —Hola —Levi no levantó la vista del suelo.
—Le dije a tu mamá que te llevaríamos a casa. Pero ¿qué te parece si primero
comemos un helado? ¿En casa de Ian? —¡Eh! —Ian me tomó por la cintura. Le
aparté las manos de un manotazo. —Ya salió el caballero. A Levi no le hizo
gracia. —No, tranquilos. Ni siquiera nos miró. Basta una palabra para describir
los momentos como ése: incómodos. Subimos al coche de Ian. Prácticamente vi
cómo Levi ponía los ojos en blanco cuando empezó a sonar un tema rap a todo
volumen. Bajé la música. —Qué onda, Levi —Ian lo miró por el espejo retrovisor—.
Oí que andas con Carrie Pope. Yo no pensaba que tomar un café e ir al cine
pudiera llamarse “andar”, pero Levi asintió. —¿Es de primero? El interés de Ian
en la vida amorosa de Levi me estaba poniendo nerviosa. —Uy, uy, uy, cuánto
interés —replicó Levi con una carcajada. Me alivió comprobar que no había
perdido su sentido del humor. —No —balbuceó Ian—, si sólo lo digo porque es
bonita. —¡Eh! —le palmeé el brazo en broma. —No me refiero a eso. No es mi
tipo. —Ya veo. ¿Demasiado bonita para ser tu tipo? —lo molesté. —A mí me sonó a
eso —declaró Levi desde el asiento trasero. —¿Saben qué? No es chistoso —se
enfurruñó Ian—. Un pobre tipo como yo no tiene ninguna posibilidad contra dos
fieras como ustedes. —Cómo crees. Me di media vuelta y entrechoqué la mano con
la de Levi para molestar a Ian un poco más. —Que me cuelguen si puedo evitarlo
—dijo Levi con acento británico. —¡Agh! —protestó Ian—. Basta ya con ese rollo.
Son demasiado para mí. —Se refiere a que somos demasiado ingeniosos —apostillé.
—Es obvio —asintió Levi—. ¿A qué se iba a referir si no? —O quizá quiera decir
que somos alucinantes. —Ése es otro de los adjetivos que usa la gente para
describirnos, sí señor. —Y fabulosos —le recordé. —Fantásticos. —Extraordinarios.
—¡Basta! —exclamó Ian como si lo estuvieran golpeando—. ¿Saben?, se me ocurren
muchas maneras de describirlos, ya lo creo que sí. Detuvo el auto ante la casa
de Levi. —Bueno, Levi, ¿qué te parece si nos olvidamos del partido y salimos
los cuatro? Así Carrie y yo nos podríamos aliar contra ustedes. Un extraño
silencio se apoderó del carro. Levi y yo dejamos de bromear de golpe. No sé por
qué ambos reaccionamos de una forma tan rara. Es verdad que Levi salía con
nosotros a menudo, pero ¿invitar a una cuarta persona? ¿No nos sentiríamos
incómodos? —¿Dije alguna tontería? —preguntó Ian para quitarle tensión al
momento. Intenté aterrizar el asunto y no sacar las cosas de quicio. —No, sí,
si es muy buena idea.
Miré a Levi, que
me observaba atentamente. —Claro —añadió. Aunque no parecía muy seguro.
—¡Genial! —Ian estaba encantado con la idea—. El próximo fin de semana vamos a
una fiesta en casa de Keith. —¿Ah, sí? Yo no sabía que nos hubieran invitado a
ninguna fiesta. —Sí, ¿no te lo había dicho? —negué con la cabeza. Él
prosiguió—. Bueno, pues podemos quedar antes para comer algo y luego vamos
todos juntos. —Ah, sale. Levi se bajó del coche y me saludó con la mano antes
de entrar a la casa. —¿Qué? —Ian se acercó a mí—. ¿Viste qué amable soy con tu
mejor amigo del mundo? ¿Qué me merezco? —El privilegio de llevarme a casa
—repuse con voz apagada. Él se echó a reír. —Eres lo máximo. Lo sabes, ¿verdad?
Eso dicen por ahí.
No sabía si
debía sentirme mejor por el hecho de que a Levi se le antojaba tan poco como a
mí la idea de la doble cita. Había coincidido con Carrie un par de veces, pero
procuraba no imponer mi presencia. Sabía que el hecho de que la mejor amiga de
Levi fuera una chica podía intimidarla. Parecía alivianada y me caía bien, así
que quería facilitarle las cosas. Además, había aprendido a llamar a los
dormitorios antes de entrar, tanto metafórica como literalmente. El viernes, de
camino al restaurante para celebrar la noche del pescado frito, los cuatro
guardábamos un extraño silencio. Le dejé a Levi el asiento del copiloto,
pensando que así Ian y él podrían hablar de cosas de chicos mientras yo
intentaba conocer mejor a Carrie. —Me gusta tu falda —le comenté. Llevaba una
falda de color naranja con un top cruzado de cachemira en color beige.
—Gracias. Tu ropa también es muy bonita —respondió, aunque yo sólo llevaba
jeans y una playera negra normal y corriente. Obviamente, hacía esfuerzos por
quedar bien. —Gracias. Me sonrió. —Y tu pelo es, o sea, increíble. Empezó a
juguetear con su propia melena color miel. —Tu también tienes un pelo
fantástico. Se encogió de hombros.
—Mi color es muy
aburrido. Levi se dio media vuelta. —En serio, ¿ropa y pelo? Así me gusta,
Macallan. Rompiendo estereotipos. Le lancé mi famosa mirada incendiaria. —¿Y de
qué van a hablar ustedes? ¿De deportes? —Claro, de cosas de hombres. —¿De
verdad te quieres meter en este jardín delante de Carrie? —enarqué una ceja con
gesto desafiante. Él regresó la vista al frente. —Ya sabía yo que esto era una
mala idea. Aunque era consciente de que lo decía en broma, estaba de acuerdo
con él al cien por ciento. Cuando nos sentamos en la Taberna Curran, traté de
comportarme. Charlamos de cualquier cosa hasta que el mesero se acercó a tomar
la orden. Levi me dedicó una sonrisa traviesa. —¿Pido yo o pides tú? —Siempre
ordenamos lo mismo —les expliqué a nuestros acompañantes, que nos miraban
sorprendidos—. Sí, yo comeré bacalao frito con una papa al horno, pero que
tenga ración doble de crema agria. Y salsa de queso azul para la ensalada.
Gracias. —Lo mismo para mí —pidió Levi—. Pero olvidaste una cosa. —¡Oh! ¡Queso
en grano! —exclamé casi gritando—. Este… ¿podemos empezar con queso en grano
también? Gracias. El mesero asintió y se volteó hacia Carrie, que ordenó una
ensalada césar con pollo a la parrilla. —Y yo comeré una hamburguesa mediana
con queso —pidió Ian. No tuve que decir nada porque sabía que Levi lo haría.
—¿Es en serio? ¿A quién se le ocurre pedir carne en un restaurante de pescado
frito? —negó con la cabeza—. En primer lugar, no pienso compartir mis buñuelos
de maíz con nadie, y sé a ciencia cierta que Macallan tampoco lo hará. —Así se
habla —lo animé. Levi se echó hacia delante con una expresión muy seria, casi
solemne. —Escúchenme, yo jamás había oído hablar de la noche del pescado frito
hasta que la familia de Macallan nos trajo aquí. No se imaginan la suerte que
tienen aquí en Wisconsin: pescado frito, buñuelos de maíz con mantequilla de
miel, alubias con jitomate, pan y mantequilla, ensalada de col, papas… ¡papas
al gusto! ¿Y he mencionado ya la mantequilla! ¡Carros de mantequilla! O sea,
¿qué más te puede ofrecer un viernes por la noche? Pedir otra cosa… ¡es de
locos, de locos! Aunque Carrie e Ian no parecían tan animados como yo, me
invadió una extraña sensación de orgullo. Ojalá el Levi de séptimo pudiera
verse ahora. Incluso se le había pegado el acento del medio oeste. —¿Por qué
sonríes? —quiso saber Levi. —Por nada —respondí a toda prisa. —No me lo creo
—se echó hacia delante y me miró a los ojos como si quisiera leerme el
pensamiento. Yo desvié la vista. A esas alturas, lo creía capaz—. Ah, ¿lo ves?,
estás tramando algo. —¿Quién, yo? —repliqué con mi voz más inocente. —Por favor
—se arrellanó en el asiento y pasó el brazo por el respaldo de la silla de
Carrie—. Te voy a decir un secreto sobre ella, Carrie. No te creas ese rollo de
la buena muchacha que saca sobresaliente en todo. Bajo su dulce apariencia se
esconde un corazón retorcido de gran perspicacia e infinitos recursos. —Lo cual
explica por qué eres mi mejor amigo. —Obviamente —asintió Levi. Ian carraspeó.
—Bueno, Carrie, habrá que intervenir antes de que el Show de Levi y Macallan
nos amargue la noche. Cuando empiezan, ya no se callan. Nunca. Carrie se
revolvió incómoda en el asiento y se toqueteó los tirantes del top. Mirando a
Ian, articulé “lo siento” con los labios. No era la primera vez, ni sería la
última, que mi novio me llamaba la atención cuando Levi y yo nos enzarzábamos
en una de nuestras conversaciones épicas. Acabé jugando a “veinte preguntas
para conocerte mejor” con Carrie hasta que llegó la comida. Además de ser muy
simpática, se iba a presentar al consejo estudiantil y trabajaba como
voluntaria en el refugio de animales los fines de semana. Comparada con ella,
me sentí una holgazana. Aunque me estaba divirtiendo, tenía que hacer esfuerzos
para reprimir el impulso de ponerme a hablar con Levi cada vez que se me
ocurría una réplica ingeniosa o algún comentario gracioso. Debíamos ser
considerados con nuestras parejas. Al fin y al cabo, era un milagro que
hubiéramos conocido a dos personas del sexo opuesto capaces de disfrutar tanto
como nosotros mismos de nuestra compañía.
Cuando llegamos
a casa de Keith, la fiesta estaba en pleno apogeo. El equipo de futbol
completo, todas las animadoras e incluso la banda de música estaban allí. —¡Eh,
California! —Keith se acercó e intercambió con Levi ese saludo que hacen los
chicos con la mano y el pecho y que deben de enseñar en alguna clase de
machotes —. ¡Bienvenidos! Me miró de arriba abajo y yo le dejé muy claro, con
mi expresión más gélida, que no me interesaba nada de lo que me ofrecía.
—Eh, hermano
—dijo Ian interponiéndose entre los dos—. Gracias por invitarnos. —Ah, claro,
ustedes dos están juntos. Siempre se me olvida. Como no se despega de éste
—señaló a Levi, que echaba chispas. —Keith, ella es Carrie —Levi hizo un gesto
en dirección a la chica. Por la razón que fuera, Keith se rio. —Está bien, ya
lo capto —metió la mano en el refrigerador y sacó unos refrescos de lata—. Te
lo aventaría, Levi, pero a mi mamá no le agradaría nada encontrarse el tapete
todo manchado. Volvió a reírse. Nosotros lo mirábamos imperturbable. Agarramos
una lata cada uno y nos encaminamos a una esquina de la cocina. —Ignóralo —le
dije a Levi. —Pero si tiene razón. Soy incapaz de atrapar nada al vuelo…
excepto las burlas — negó con la cabeza. Me puse de espaldas a Carrie y a Ian.
Sabía que a Levi le avergonzaba su poca habilidad con el balón. —Estás
mejorando mucho. El otro día, Adam me dijo que habías agarrado el balón casi
desde la otra punta de la cuadra. —Supongo —repuso con un hilo de voz—. Pero es
humillante calentar banquillo partido tras partido. —Pensaba que sólo querías
jugar futbol para hacer amigos e integrarte un poco más. Se encogió de hombros.
—Pero eso no significa que no quiera jugar. —Ya lo sé, pero mira a tu
alrededor. Estás en una fiesta y fue Keith el que te invitó. —Invitó a todo el
mundo. —Ya, pero al menos estás aquí. Y te tomó el pelo. ¿No es eso lo que
hacen los amigotes? —Los amigotes —se rio. —Ya sabes, la forma que tienen los
hombres de demostrar afecto. De marcar su territorio. Como los perros, que
hacen pipí para dejar su marca. —No sabes de lo que hablas. —Claro que no
—reconocí—. Pero ¿verdad que te sientes un poco mejor? —Sí, un poquito. Le di
un codazo amistoso. —Pues con eso no me basta. Está claro que mi trabajo no ha
terminado. ¿Que si eres un tipo rudo? Deja que cuente las maneras. —Espera,
espera —Levi sacó su celular—. Esto tengo que grabarlo. A lo mejor lo pongo
como tono. Agarré su teléfono y hablé directamente al micro.
—Yo, Macallan
Marion Dietz, juro solemnemente que Levi Rodgers es un machote de la cabeza a
los pies, un hombre de verdad. Razón número uno: imita fatal el acento
británico. Razón número dos: se deshace en halagos ante una buena cocinera.
Mmm… razón número tres. Mm… —Buenísimo —recuperó el celular—. ¿No puedes ni
discurrir tres razones? —Verás, es que hay tantas que mi cerebro se ha colapsado.
—Por los pelos. —Uf —me enjugué la frente con un gesto teatral. —¡Eh! —Danielle
se acercó a nosotros—. No los vi llegar. Pero sus ligues están ahí fuera y
supuse que ustedes estarían platicando. Danielle leyó la comunicación no verbal
que intercambiamos Levi y yo. —A ver si lo adivino. No se dieron cuenta de que
esos dos se habían ido. Hice un gesto de dolor. Ella negó con la cabeza.
—Ustedes no son de este mundo. —Obviamente —dijimos Levi y yo al unísono.
—Bueno, pues les sugiero que sigan divirtiéndose en el patio y hagan compañía a
sus parejas. —¡Gracias! Le di un abrazo rápido a Danielle antes de que se
alejara para reunirse con sus amigos de la banda de música. Levi y yo nos
acercamos a las puertas de vidrio. Carrie e Ian estaban fuera, apoyados contra
la barandilla. Ella se estaba riendo de algo que Ian le contaba. —Bueno, por lo
menos la están pasando bien —observó Levi—. De hecho, parece que la están
pasando mejor ahora que durante la cena. —Levi —lo retuve antes de que abriera
la puerta—, me parece que no es buena idea que salgamos los cuatro en parejas.
Asintió. —Ya lo sé. Cuesta mucho incorporar a alguien en este combinado. No
quiero estropear las cosas con Carrie. —Podemos seguir viéndonos. Sólo digo que
quizá las noches de pareja deberían ser cosa de dos. No obligar a nadie a que
nos aguante. Levi miraba fijamente ante sí. Tenía la mandíbula algo crispada.
—¿Levi? Como no respondía, seguí su mirada. Ian se acercó a Carrie y le recogió
un mechón detrás de la oreja. Ella se sonrojó, pero se inclinó hacia él. Ian la
rodeó con el brazo. —¿Están coqueteando? —exclamé indignada. No podía creer lo
que veían mis ojos. Levi y yo observamos petrificados cómo Ian y Carrie se
acercaban cada vez más. Él volvió a decir algo que la hizo reír. Carrie se enrolló al dedo un
mechón de pelo. Ahora, Ian se inclinaba aún más hacia ella. Carrie dejó de
sonreír. Se miraban a los ojos. Con expresión intensa. Conocía bien la
expresión que mostraba Ian ahora mismo. Ladeó la cabeza y levantó la barbilla
de Carrie con el dedo índice. Aquello no estaba pasando. —No me creo… —la voz
aterrada de Levi me hizo reaccionar. Abrí la puerta corrediza con tanta fuerza
que el vidrio traqueteó. —¿Cómo te atreves? Me sorprendí a mí misma plantada
delante de Carrie. Sabía que debería haberme encarado con Ian, pero en aquel
momento estaba furiosa con ella. Levi había salido con Carrie unas cuantas
veces, le había presentado a sus amigos y la había llevado a una fiesta a la
que ella no estaba invitada, ¿y así se lo agradecía? Carrie se apartó pero Ian
dio un paso hacia mí. —¿Esto va en serio? Nunca lo había visto enfadado, pero
ahora mismo echaba chispas. —¡Dímelo tú! —repliqué. Me miró asqueado. —¿No te
das cuenta de lo que estás haciendo? ¿Te enojas con Carrie? ¿Acaso te da igual
lo que yo haga? ¿Sabes qué?, no hace falta que me contestes. Está claro que
sólo te importa Levi, no tu novio. No, perdona, tu exnovio. —A ver si te he
entendido bien —mi mente intentaba ordenar lo sucedido durante aquellos últimos
minutos—. Tú estabas tonteando con otra chica. Si yo no hubiera intervenido,
seguramente la habrías besado. Eras tú el que se disponía a engañarme. ¿Y te
enojas conmigo? ¿Rompes conmigo? —¿Tienes la menor idea de lo mucho que me
duele esto? A Ian se le quebró la voz y comprendí que era sincero. Me sentí
fatal. Le había hecho daño. Sin embargo, yo no había hecho nada que justificara
la infidelidad. —¿Por qué me echas a mí la culpa? —no entendía nada. Ian y yo
nunca nos habíamos peleado. Ni una vez. Estábamos pensando en ir a Milwaukee
para celebrar nuestro primer aniversario. ¿Y ahora rompía conmigo?—. ¿Estuviste
tomando? —Ya sabes que no tomo —me espetó—. Puede que lo haya hecho adrede,
para que sepas lo que se siente cuando tu novio está pendiente de otra. Me
gustas mucho, Macallan, pero no puedo seguir siendo el segundón. —No dirías eso
si Levi fuera una chica. —Pero no lo es. Y ése es el problema. ¿Por qué no
salen de una vez? Siempre íbamos a parar al mismo punto. Al eterno prejuicio de
que Levi y yo no podíamos ser sólo amigos. Nadie se lo creía.
Sobre todo
porque aquellas personas nunca habían tenido un amigo íntimo del sexo opuesto.
O quizá fuera más exacto decir que ninguno de ellos era el mejor amigo de Levi.
—Si tan mal te parecía, ¿por qué esperaste hasta ahora para decírmelo? Ian
gimió. —Porque supuse que cuanto más unidos estuviéramos tú y yo, menos
problemas tendría con él. —¿Problemas con él? —Ya sabes lo que quiero decir.
—No, no lo sé. Estuve a punto de caerme del susto cuando oí a Levi decir: —Lo
siento mucho. Había olvidado que Carrie y él estaban allí. De hecho, se estaba
congregando una multitud junto a las puertas. Carrie estaba encorvada, como si
quisiera que se la tragara la tierra. —Tengo que irme —dijo con un hilo de voz.
—Te llevo a casa. Ian se internó en el grupo de chismosos y se alejó con Carrie
pegada a sus talones. Oí unos aplausos. —Amigos —gritó Keith saliendo de entre
el gentío—, siempre se puede contar con ustedes para pasar un buen rato. ¡Ojalá
hubiera traído palomitas! ¡Qué fuerte! —Muy chistoso, Keith. Algo en mi tono de
voz le cerró la boca. —Oh, vaya. Perdona, Macallan. Me quedé esperando el
comentario sarcástico de turno, pero él se limitó a mirarme con expresión
compasiva. Lo que me hizo sentir aún peor. Si Keith te compadece, puedes estar
segura de que eres patética. —Salgamos de aquí. Agarré a Levi del brazo y nos
dirigimos al recibidor. —Este… El chofer se marchó —dijo con apagada
resignación. —Ya pensaremos algo —abrí la puerta y eché a andar—. El aire
fresco nos sentará bien. Durante varios minutos, Levi guardó un silencio poco
habitual en él. Lo dejé a solas con sus pensamientos, mientras yo intentaba
aclarar mis propias ideas. ¿Qué acababa de pasar? A lo mejor se me había
escapado algo. Rebusqué en mi memoria por si encontraba algún signo de que Ian
se hubiera sentido desgraciado conmigo. Bromeaba a menudo sobre la cantidad de
tiempo que le dedicaba a Levi y fingía vomitar cada vez que hablaba de él,
pero, al fin y al cabo, es un chico. Pensaba que me tomaba el pelo.
Además, al
margen de lo que yo hubiera hecho, no tenía excusa para ponerse a coquetear con
otra en cuanto yo me diera la vuelta. En realidad, lo que más me molestaba era
que le hubiera tirado la onda al ligue de Levi. Yo, en su lugar, me habría
alegrado de que Levi tuviera novia. —¿Tú entiendes algo? —le pregunté. Negó con
la cabeza y siguió andando. Mala señal. Por lo visto, ambos tuvimos la misma
idea. No llegamos a comentar hacia dónde nos dirigíamos, sencillamente fuimos a
parar al parque Riverside. En silencio, nos encaminamos a los columpios y nos
sentamos. Yo en el columpio del centro y Levi en el de mi izquierda. Así nos
sentábamos siempre en séptimo, cuando íbamos al parque después de la escuela.
Empecé a columpiarme. —He estado pensando —anunció Levi, que seguía inmóvil en
su columpio— que tienes razón. No deberíamos repetir lo de la cita doble. Le
eché un vistazo y vi un amago de sonrisa en su cara. —¿Eso es un chiste?
—Bueno, o eso o tendré que afrontar que ya es la segunda vez que me ponen el
cuerno. —Estrictamente hablando, no te pusieron el cuerno. Tronó la lengua con
impaciencia. —Ya, pero sólo porque tú lo impediste. —No sabemos lo que habría
pasado —ni yo misma me creía mis palabras. Intenté quitarle tensión al asunto—.
Y yo tendré que pasar de las fiestas si sé que alguna novia tuya estará
presente. Y si hay puertas. —A quién se lo vas a decir. Se levantó y empezó a
empujarme. Cerré los ojos y dejé que el columpio me llevara cada vez más
arriba. Nos pasamos así cosa de una hora. Eché un vistazo al reloj. —O nos
ponemos en marcha o llamamos a nuestros papás para que vengan a buscarnos.
Decidimos que sería mejor llamar a la mamá de Levi. Mi papá y el tío Adam se
preocupan mucho por mí y no creía que se tomaran bien el hecho de que
prácticamente me hubieran abandonado en una fiesta. Por suerte estaba con Levi
y eso los haría sentir mejor. En cualquier caso, a los dos les caía bien Ian y
se disgustarían cuando se enteraran de que habíamos cortado. Cortado. No lo
podía creer. Levi y yo nos sentamos en el borde de la banqueta a esperar a su
mamá. —¿Va todo bien? —le pregunté.
—La verdad es
que no —se rodeó las piernas con los brazos—. No sé, puede que yo sea el
problema. —Tú no eres el problema —le aseguré. —¿Y entonces por qué todas las
chicas me engañan? —No te engañan todas las chicas. Una te engañó y otra tomó
una mala decisión. Suspiró. —¿Y si se debe a que beso fatal? —Estoy segura de
que no se debe a eso. —¿Cómo lo sabes? —en eso llevaba razón—. Piénsalo:
empiezo a salir con una chica, y, en cuanto desaparezco diez días, corre a
besarse con el primero que encuentra. Y esta noche me alejo de mi novia unos
diez segundos y cuando volteo a mirar está a punto de besarse con otro. Seguro
que hago algo mal. —Estás diciendo tonterías. —Yo no lo veo así. De repente, a
Levi le dio por hablar. Se pasó los siguientes cinco minutos diciendo sin parar
que debía de besar fatal y que nunca tendría novia porque era un lerdo. Y que
jamás volvería a salir con una chica porque no confiaba en ellas. Y que era un
tipo patético porque TODAS corrían a besarse con el primero que encontraban en
cuanto él se daba la vuelta. Me estaba poniendo histérica. Levi solía tomarse
las cosas con mucha filosofía y yo no estaba acostumbrada a que se
autoflagelara por culpa de una chica. Ni a que se pusiera melodramático. Le
repetí una y otra vez que él no tenía la culpa de nada. Emily era la típica que
coquetea con todos. Ni siquiera se podía pensar en ella en términos de “novia”
porque ella prefería picotear de aquí y de allá. En cuanto a Carrie, ¿quién
sabe? Era muy joven. Había cometido un error. Sin embargo, nada de lo que yo
decía servía para consolarlo. Empezaba a sentirme muy frustrada. Una parte de
mí tenía ganas de abofetearlo, pero sabía que eso no lo haría callar. —No, te
digo que se debe a eso. Beso fatal. Pronto correrá la voz por la escuela y
entonces ninguna chica querrá darme otra oportunidad. —¡Levi, por el amor de
Dios! —le grité. Y sin pararme a pensar lo que estaba haciendo, lo agarré por
las mejillas y lo besé. Se quedó paralizado durante un par de segundos,
seguramente de la impresión. Luego me rodeó con los brazos y me respondió. Me
aparté y Levi agarró aire. —¿Qué-que-qué…? —balbuceó. —No te pasa nada. No
besas mal. Lo he comprobado. Asunto arreglado.
Me miraba con
unos ojos como platos, incapaz de pronunciar palabra. Me encantó verlo tan
aturdido. En aquel momento, divisamos el coche de su mamá a lo lejos. Yo me
levanté, pero Levi se quedó sentado en el borde de la banqueta. Le tendí una
mano para ayudarlo a pararse. Tardó un segundo en asimilar la situación. Por
fin se levantó, aún atónito. —En eso les llevo ventaja a tus amigos de California
y a los de por aquí. Él me miró fijamente. Me reí y le di un puñetazo en el
hombro. —Ninguno de ellos se habría atrevido a demostrarte que sabes besar. De
nada, por cierto. Guardó silencio durante todo el viaje a mi casa. En el
asiento trasero, yo me reía para mis adentros. Basta un simple beso para
cerrarle la boca a un chico.
Sí. ¿Lo ves? Aún
no te has recuperado. Déjame en paz, ¿quieres? Allí estaba yo, abriéndote mi
corazón, y vas tú y te abalanzas sobre mí. Normalmente prefiero que me lleven a
alguna parte en la primera cita. Al menos podrías invitar a los chicos una
pizza antes de aprovecharte de ellos. Sobre todo si están atravesando momentos
difíciles. Ay, sí, pobrecito. No parabas de decir tonterías. ¿Cómo querías que
te hiciera callar si no? Tendré que hablar más a menudo. ¿Te sonrojaste? Mm…
¿De qué estábamos hablando? De que soy el amor de tu vida. Obviamente.
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