viernes, 15 de enero de 2016

Lectura 13

¿Y si quedamos como amigos?


CAPÍTULO SEIS

Prácticamente salí corriendo del avión en cuanto aterrizamos en Milwaukee. Fue muy raro. Me había pasado los últimos dieciocho meses soñando con ir a California, pero en cuanto llegué, empecé a extrañar todo lo que había dejado en Wisconsin. Fue genial volver a ver a mis cuates, ya lo creo que sí, pero echaba de menos a mis chicas: Macallan y Emily. Supongo que muchos tipos dirían que era un aprovechado por jugar a dos bandas, pero es que para mí significaban cosas completamente distintas. Macallan era algo así como mi mitad buena. El yin de mi yang. Ejemplo, eso suena más pervertido de lo que pretendía. Y Emily era una novia alucinante. Irradiaba energía positiva. Saltaba a la vista que le encantaba estar conmigo. ¿Qué chavo no querría algo así? Ahora bien, debo confesar algo. Le mentí a Emily sobre el viaje. Le dije que no volvería hasta el sábado por la noche, pero llegué por la tarde. Lo hice porque quería ver primero a Macallan. Sabía que Emily querría quedar conmigo en cuanto llegara, pero aún no le había dado a mi amiga su regalo. Tenía una estúpida sonrisa pegada al rostro cuando llamé al timbre de casa de los Dietz. —¡Eh! Abracé a Macallan con fuerza en cuanto la vi. —¡Hola a ti también! —se rio cuando la solté—. ¿Qué tal el choque cultural? Entré en el recibidor y empecé a quitarme capas y más capas de ropa. —El verdadero choque fue el azote del frío al bajar del avión. Pasé Año Nuevo en chanclas. Una sombra cruzó el semblante de Macallan. —¿Pasa algo? Ella sacudió la cabeza con energía. —No, para nada. Es que, este, me cuesta imaginar una Navidad soleada. Mi mamá siempre se enojaba si no nevaba en Navidad. Eso aclaraba la extraña expresión de Macallan. Sabía que a su mamá le encantaba la Navidad, así que debía de extrañarla más que nunca en estas fechas. Lo cual también explicaba el desorden que reinaba en la cocina. Había ollas y sartenes por todas partes. Macallan cocinaba mucho cuando algo la preocupaba. O cuando necesitaba distraerse. Y como estábamos en vacaciones, no tenía tarea para llenar el vacío. Le froté el brazo, pensando que ese gesto de afecto sería el mejor modo de consolarla. Desde que me había llevado al panteón, sabía que no le molestaba que yo mencionara a su mamá. Sin embargo, también era consciente de que, si quería compartir conmigo sus sentimientos, lo haría. Cada vez se me daba mejor descifrar sus expresiones. Sabía cuándo debía sonsacarla y cuándo prefería que la dejara en paz. Y, ahora mismo, la expresión de su rostro gritaba: “No quiero hablar de ello”. —Bueno, es que yo estoy acostumbrado al buen tiempo durante todo el año —le recordé—. Y siento haberte pedido que le mintieras a Emily sobre la hora de mi llegada. —Sí… —se puso a limpiar la barra de la cocina—. ¿Quieres comer algo? Nunca desperdiciaba la ocasión de probar las delicias que preparaba Macallan. Me sirvió un plato de brownies rellenos de caramelo, dulces de arroz inflado y una porción de tarta de nuez. Metí la mano en la bolsa y saqué su regalo. —Feliz Navidad, con una semana de retraso. Vaciló un momento antes de abrirlo. —No será un gorro de los Bears, ¿verdad? Me eché a reír. Me había regalado un gorro tejido de los Green Bay Packers para ayudarme a “integrarme”. Todo el mundo se partió de risa, sobre todo Adam. Pero después de que me molestaran, me regaló también un vale para una comida casera de mi elección. Fue el mejor regalo de aquella Navidad. Empezó a desenvolver la caja. Se echó a reír en cuanto vio las fotos de la portada. —No puedo creer que me hayas comprado… —se detuvo al ver algo escrito a mano —. ¿Cómo has…? Abrió la boca de par en par. Su reacción me hizo muy feliz. —El amigo de mi papá conoce al productor de la serie. Se lo pedí como favor. Bajó la vista y leyó la dedicatoria que llevaba el DVD de Buggy y Floyd, escrita de puño y letra del actor que hacía de Buggy: “Que me cuelguen si no me tomaría ahora mismo un vaso de Macallan”. —No acabo de tener claro si es genial o un poco verde —reconocí. —¡Padre! —Macallan se echó a reír. Me encantaba verla reírse con ganas. Tenía dos clases de risa: una era la típica risita tonta y la otra una risa a carcajadas, con la cabeza echada hacia atrás. Si tuviera un solo objetivo en la vida, sería hacerla reír a diario. Y aquel día, cumplí mi misión. —¡Es fantástico, muchas gracias! —me abrazó—. ¡Te prepararé todos los platillos que quieras, siempre que te apetezca! —Pónmelo por escrito, por favor. Volvió a echar la cabeza hacia atrás para reírse y, lo digo en serio, se me encogió el corazón.
—Y bien —empecé a juguetear con su pelo, que cambiaba de color en función de la estación, como los árboles. En aquel momento era castaño oscuro con reflejos rojizos —. Cuéntamelo todo. ¿Qué tal Año Nuevo? La sonrisa desapareció de su rostro. Debería haber sido más listo y no sacar a colación una y otra vez un tema que le recordaba a su mamá. —Bien —respondió—. Este… ¿cuándo tienes pensado ir a ver a Emily? Miré el reloj. —Le dije que el avión aterrizaba más o menos a esta hora, así que debería llamarla enseguida. —Sí, llámala. Tiene muchas ganas de verte. Por cosas como esa sabía que Macallan era la mejor amiga del mundo. Hacía diez días que no nos veíamos, pero allí estaba ella pidiéndome que llamara a mi novia. —¿Me acompañas a su casa? Aún no tenía ganas de despedirme de ella. Negó con la cabeza. —No, tendrán ganas de estar solos. —Ven aquí —la abracé con fuerza—. Eres la mejor. Lo sabes, ¿verdad? Macallan sonrió con timidez. Yo no quería marcharme, porque saltaba a la vista que le pasaba algo. Por otro lado, a lo mejor necesitaba quedarse a solas; no veía el momento de que me largara de allí. —Tú también —repuso con infinita tristeza. Mientras recorría las siete cuadras que me separaban de la casa de Emily, no podía sacarme a Macallan de la cabeza. Mi mejor amiga me necesitaba, y yo tenía que averiguar cómo ayudarla. Sin embargo, antes tenía que ver a mi fantástica novia.
—¡LEVI! —gritó Emily antes de que alcanzara la puerta siquiera. Salió corriendo al jardín y me besó. Reconozco que el gesto me ayudó a entrar en calor. —¡Pensaba que me llamarías en cuanto aterrizaras! Estaba preocupada. Me jaló de la mano y me llevó adentro. Estaba tan inquieto por Macallan que había olvidado avisar a Emily de que me dirigía hacia allí. —Tuve que pasar por la casa de Macallan —le expliqué. No quería decirle más mentiras. —Ah, ¿viste a Macallan? —sonrió de oreja a oreja—. ¿Y de qué hablaron? Me encogí de hombros. —De nada en especial. Es que aún no le había dado su regalo de Navidad.
—Ah, ¿aquel DVD? Me llevó al sofá y me preguntó qué había hecho en California. Apenas me dejó preguntarle por sus vacaciones. Le había enviado montones de mensajes durante mi ausencia, pero igualmente quiso conocer hasta el último detalle del viaje. —Este, ¿y qué tal la fiesta de Año Nuevo en casa de Macallan? —conseguí preguntar por fin. —¿Por qué? —replicó a la defensiva. —Por nada. Sólo por curiosidad. Macallan no me contó gran cosa. —Ah —Emily parecía aliviada—. Fue genial, la pasamos de lujo —se mordió el labio—. Este… hay una cosa que deberías saber. En realidad no tiene ninguna importancia. Ya sabes que Troy estaba allí y todo eso. Me ofrecí a enseñarle la casa y acabamos en la recámara de Macallan. Creo que la puerta estaba cerrada… Noté una presión en el pecho. —Da igual, estábamos platicando y se estaba haciendo tarde. Macallan entró cuando hablábamos en la cama. Como es lógico, nos sobresaltamos, y ella pensó que estábamos haciendo algo. No pasó nada. Te lo juro. Es que te echaba mucho de menos. Yo no sabía qué decir. Sobre todo porque no podía creer que Macallan no me lo hubiera contado. Aunque no fuera nada. —Pero es Año Nuevo, un nuevo comienzo —Emily se inclinó hacia mí. Apenas nos separaban unos centímetros—. No debería haber hablado con Troy ni haberle enseñado la casa pero, mira, no sé. Ni siquiera pensaba decírtelo, pero no quiero ocultarte nada —me frotó la pierna—. ¿Me perdonas? Me besó. Al principio, titubeé. No porque Emily bese mal, ni muchos menos, sino porque era demasiada información para asimilarla de golpe. De haber sido algo importante, Macallan me habría hecho algún comentario. No concebía que mi mejor amiga hubiera visto a Emily con otro y me lo hubiera ocultado. Tal vez me equivocara al fiarme de Emily, pero habría puesto las manos en el fuego por Macallan.
Ejemplo. Ya sabes que nada de lo que digas me hará sentir culpable. Ya lo sé. Pero vas a decir algo de todas formas, ¿verdad? No. ¿No? Caray, Macallan, uno de los dos tiene que comportarse como una persona madura en estos casos. No hablarás en serio. ¿Desde cuándo eres una persona madura? Desde que te perdoné tu traición. Tienes razón. ¡Vaya! ¿En serio ha funcionado? ¿Tengo razón? ¿En algo? ¡Milagro! Te sientes muy orgulloso de ti mismo, ¿verdad? Bueno, es agradable tener razón por una vez. No te acostumbres. Tranquila, no lo haré.
CAPÍTULO SIETE
Fue una tortura. La peor tortura del mundo. No podía ni respirar la noche que Levi se marchó de mi casa para ir a ver a Emily. Clavé la mirada en el teléfono, convencida de que estaba a punto de descubrir la versión de Levi que me quedaba por conocer: con el corazón partido. Sonó el celular, pero era Emily. —Por favor —me suplicó—. Sé que cometí un error pero, si la verdad sale a la luz, Levi será el único perjudicado. Tú no quieres que sufra, ¿verdad? No, no quería, pero no era yo la que le había puesto el cuerno. —Te prometo que nunca volveré a hacer nada parecido y, si lo hago, te doy permiso para que no vuelvas a hablarme nunca en la vida. De todos modos, no lo harías —casi podía oír su pulso acelerado—. Me gusta mucho Levi y no quiero que corte conmigo. Por favor, Macallan. No me gusta guardar secretos. Los secretos acaban por lastimar a todos los implicados. Ella siguió suplicando. —Eres mi mejor amiga. Y si no puedo confiar en mi mejor amiga, ¿en quién voy a confiar? Apuesto a que Levi pensaba lo mismo. —Te conozco de toda la vida y hemos pasado muchísimas cosas juntas. ¿Me perdonas, por favor, para que pueda perdonarme a mí misma? Aquello me tocó la fibra sensible. No había pensado en lo mal que la estaba pasando Emily, en lo dura que debía de resultar la situación para ella también. Por más que se lo hubiera buscado. —Por favor, Macallan. Te lo suplico. Si estuviera allí contigo, me arrastraría por el suelo. Si es lo que quieres, me planto allí en dos minutos y te lo pido de rodillas. Me sentía dividida. ¿Podía aceptar su palabra de que aquello nunca volvería a suceder? Sabía que la verdad destrozaría a Levi. A lo mejor, pensé, es preferible fingir que no ha pasado nada. —Está bien —repuse en voz baja. Se hizo un silencio al otro lado. —¿De verdad? Oh, Dios mío, Macallan. ¡Graciasgraciasgracias! Los compensaré por esto, lo juro. A los dos. —Por favor, trata bien a Levi. Se lo merece. —¡Lo haré! ¡Te lo prometo! ¡Te quiero!
Debería haber experimentado alivio cuando la llamada finalizó, pero sólo sentía miedo. Por más que quisiera borrar aquella horrible noche de mi pensamiento, sabía que algunos recuerdos son más persistentes que otros. Sobre todo, los recuerdos dolorosos.
Me había mentido a mí misma muchas veces a lo largo de los años. Y mi mentira favorita era “Todo irá bien”. Sí, todo iría bien. Vas a crecer sin mamá, pero todo irá bien. Te despertarás cada mañana y comprenderás que no tuviste una pesadilla, que sucedió realmente. Pero todo irá bien. Tendrás que guardar un secreto que podría destruir la relación con tus dos mejores amigos, pero todo irá bien. En el fondo, mentir se me daba fatal. En cambio, me había vuelto una experta en el arte de disimular. Evitaba encontrarme con Emily y con Levi al mismo tiempo. Evitaba hablar de su relación con cualquiera de los dos. Evitaba cualquier tema de conversación relacionado con fiestas, Troy, mi dormitorio, traumas, etcétera. Lo conseguí durante tres meses enteros. Tres meses sin concederme permiso a mí misma para ser totalmente sincera. Tres meses vigilando cada una de mis palabras, cada uno de mis movimientos. Tres meses de completa y absoluta tortura. Cuando la nieve se fundió y los primeros rayos de sol empezaron a asomar entre las nubes, pensé que quizá hacia el verano ya lo habría superado. A principios de abril, vi abrirse una flor mientras caminaba hacia la cafetería de la escuela. Lo consideré un buen presagio. Danielle me llamó por gestos desde nuestra mesa de siempre. —Adivina a quién me encontré ayer. —¿A quién? Saqué mi lonchera con el almuerzo: zanahorias y hummus casero. —A Ian. Movió las cejas con expresión traviesa. —¿Ian? Suspiró. —Ian Branigan, de tu fiesta de Año Nuevo. Oh. Casi había olvidado que aquella noche habían sucedido más cosas. —Sí. Y parecía muy interesado en saber qué tal te va últimamente. —¿Y? —“¿Y?”, responde ella —comentó Danielle sin dirigirse a nadie en particular.
—Oh, lo siento. ¿Preguntó por mí? ¿Debería empezar a redactar la lista de invitados a la boda? —Ahora bromea. —Sí, bromea. Danielle se echó hacia delante y me robó un poco de hummus. —Pensaba que te agradaría saber que un chavo muy lindo se interesa por ti. Y a lo mejor le conté que el viernes asistiremos a la competencia de atletismo. —Vamos porque Levi quiere echar un vistazo. —Claro, y mientras Levi echa un vistazo al equipo del que le gustaría formar parte, tú puedes echarle un vistazo a Ian. —Está en primero de secundaria. Danielle se golpeteó el labio con el dedo índice. —Cierto. ¿Y qué puede querer un sujeto perteneciente al último eslabón de la cadena alimentaria de la secundaria de una chica tan guapa como tú? —No quería decir eso —no sabía qué quería decir exactamente. —Yo sólo digo que preguntó por ti y que le comenté que acudiremos a la carrera del viernes. No tiene más importancia. —Ya —era yo la que le estaba dando importancia. —Sí, no tiene más importancia —Danielle me dedicó esa sonrisa suya que usaba para informarme de que estaba a punto de soltarme uno de sus típicos comentarios sarcásticos—. Y ahora, ¿te importaría explicarme por qué te pusiste como un jitomate?
Yo siempre recurría a la mamá de Levi cuando tenía dudas sobre cuestiones femeninas, pero no me apetecía consultarle qué me podía poner para asistir a la competición de atletismo. Sabía que me habría ayudado encantada, pero no estaba segura de que le sentara bien saber que me gustaba un chico. Siempre que Levi y yo empezábamos a lanzarnos indirectas, descubría a nuestros papás intercambiando miraditas. Con cara de “pero qué lindos son”. Una parte de mí estaba segura de que se alegraría, pero otra parte pensaba que la mamá de Levi quería que su hijo y yo acabáramos juntos. Si bien no creía que Ian estuviera interesado en mí en ese aspecto, también sabía que, si yo saliera con alguien, no estaría tan pendiente de la relación de Emily y Levi. Y yo adoraba las distracciones. Así que acudí a la única persona, aparte de la mamá de Levi, que me inspiraba confianza en cuestiones femeninas: Emily. Le envié un mensaje de texto rápido para decirle que iba a pasar por su casa y me puse en marcha. Estaba demasiado emocionada como para aguardar su respuesta. A menudo pasábamos por la casa de la otra sin avisar. Casi había llegado al portal cuando la puerta se abrió. Durante una milésima de segundo, pensé que Emily me había visto desde la ventana, pero entonces vi salir a alguien. A Troy. —¡Eh, Macallan! —me saludó—. ¿Cómo va todo? La puerta se abrió del todo y Emily apareció tras él. —¡Hola, qué sorpresa! —Te envié un mensaje —balbuceé mientras intentaba asimilar lo que estaba viendo. Emily agitó la mano con aire despreocupado. —Oh, no pasa nada. Troy vino a… este… hacer un trabajo de historia. Troy la miró extrañado. —Sí, eso. Luego nos vemos. Se alejó calle abajo como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. —No es lo que parece —me aseguró Emily cuando entramos en su recámara. —¿Y entonces qué es? —le pregunté. No quise sentarme a su lado en la cama. Me crucé de brazos esperando una explicación. —Troy y yo sólo estábamos platicando. De verdad. Sencillamente, me gustaría conocerlo mejor. La última vez que pregunté, no era ningún crimen. —¿Y qué pasa con Levi? —Levi lo sabe. Agarró una revista de su buró y se puso a hojearla como si diera la conversación por terminada. No dejé que se saliera con la suya. —¿Qué sabe Levi? —la presioné. —Sabe que Troy venía hoy a mi casa para estudiar. Son amigos. —Ya, vaya amigo. —Es complicado. Estaba harta de aquella excusa. Y sabía que no era sino eso: una excusa. —Pues explícamelo. Porque sinceramente, Emily, no sé qué es lo que te pasa últimamente. Emily soltó la revista como si fuera yo la que no quería entrar en razón. —Estoy confusa, eso es todo. Y te agradecería que no me juzgaras. No todos podemos ser tan perfectos como tú. Fulminé a mi amiga con la mirada. Me molestaba mucho que me echara la culpa. Aquello no tenía nada que ver conmigo. Por más que yo tuviera la sensación de que sí. Emily se dio cuenta de que yo seguía esperando una explicación. —Mira, me gusta Levi, claro que me gusta. Es super cariñoso y muy mono. Pero también me gusta Troy. Así que lo vi unas cuantas veces para saber si, ya sabes…
—No, no sé. Casi pude oír cómo las sílabas se congelaban al salir de mis labios. Emily se enfurruñó. —Me gustan los dos. Quiero estar bien informada antes de tomar una decisión. —¿Estás hablando en serio? Lo que le estás haciendo a Levi no tiene nombre. —Ya lo sé —reconoció Emily con tristeza—. Claro que lo sé. Me prometí a mí misma que tomaré una decisión antes de la graduación. —Pero si falta un mes para eso… —le recordé. —Por favor, no se lo cuentes a Levi, ¿quieres? Me levanté y me encaminé hacia la puerta. —¿Que no se lo cuente? No sabría ni por dónde empezar.

¿Por dónde empezar? Ya sé por dónde vas. Cuando una amiga te dice que lo que viste podría meterla en un lío, es obvio que algo va mal. Y cuando una amiga te dice que quedó con su antiguo amor platónico sólo para estudiar, no le crees. Una gran verdad. Y cuando tu mejor amiga te dice que te acompaña a una competición de atletismo, no te imaginas que en realidad va para tirarle la onda a otro. No fui por eso. ¿Quién es ahora la mentirosa? No estoy mintiendo. Si los chicos se quedan prendados de mi pálida piel y de mi increíble carisma, yo no tengo la culpa. ¿Qué quieres que haga, mandarlos a volar? Lo que tú digas.

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