Pedro era un
muchacho noble y muy bueno, pero su tiempo de trabajo no le dejaba disfrutar a
su padre, un anciano muy enfermo que su misma enfermedad lo hacia una persona
insoportable – eso decía toda la gente-, hasta que un buen día Pedro con rabia
y con ira, habló con él y le dijo:
- Padre
tengo muchos problemas; las cosas no me salen bien y estoy cansado de esta
situación, ¿Qué debo hacer?
Y el anciano
le respondió:
- Busca en
el fondo de ti mismo y encontrarás tu verdad.
A lo que
Pedro respondió:
- Tú eres
igual a todos. No sabes escuchar y con tus palabras me lastimas.
Enfurecido
salió corriendo sin rumbo fijo.
Ya en su
soledad reflexionó y se echó a la mar, buscó en el fondo y encontró las perlas
más hermosas jamás vistas y dijo: “Con estas perlas que brillan tanto soy el
hombre más rico del mundo”.
Y sus ansias
de riqueza y su egoísmo hicieron que no pensara que cuando se marchó de su
hogar dejó postrado a un anciano enfermo, y cuando su bondad lo invadió
recordó: “Mi padre”.
Ansioso
volvió a su casa. Ya adentro vio con tristeza que la perla más hermosa que él
tenía y con la cual él había discutido y enfurecido ya se había apagado. Lloró
como nunca lo había hecho porque vio que su padre murió solo y sin que él le
dijera cuánto lo amaba. Su arrepentimiento lo echó a la mar dónde con tristeza
por no haber estado con su padre en sus últimos momentos y no haberle dicho
cuánto lo quería, lo dañó tanto que hizo de Pedro un anciano solo y enfermo. Y
Pedro que encontró la muerte muy joven, murió sin que su padre escuchara las
palabras. ¡Te quiero mucho papá!
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