viernes, 3 de marzo de 2017

LECTURA 13 LA SOMBRA

Lisandro era el único hijo de una familia muy humilde. Sus padres trabajaban en el campo y si bien no habían pasado hambre jamás, el dinero únicamente había alcanzado con lo justo durante toda su vida. 
Al joven no lo entristecía demasiado esa situación pues pensaba que habría un futuro diferente para sus padres, a quienes amaba profundamente y por supuesto para él también. 
Desde pequeño se había acostumbrado a ir solo al colegio, realizar los quehaceres del hogar y  hacer la comida.  No había podido jugar demasiado, había que ayudar en la casa, mientras los padres trabajaban. 
Lisandro ansiaba llegar pronto a los quince años, pues sabía que  a esa edad podría ir él a  trabajar la tierra y su madre podría quedarse  en la casa y descansar como tan merecido lo tenía. El hecho de que su madre pudiese tener otra vida, por humilde que siguiera siendo, lo obsesionaba. 
Sin embargo, cuando finalmente cumplió sus esperados quince años, no pudo hacer realidad su sueño. Su madre enfermó gravemente. Consultaron al médico del pueblo, quien les dijo que mucho no había para hacer allí con los pocos recursos que contaban e indicó que viajaran a la ciudad. 
Tanto Lisandro como su padre se desesperaron. No contaban con el dinero necesario para trasladar a la madre y menos aún para pagar el tratamiento necesario. 
– ¡Algo hay que hacer! Trabajaré doble turno, las veinticuatro horas si es necesario para conseguir el dinero – Dijo el padre con lágrimas en los ojos. 
– No seas ingenuo padre – Contestó Lisandro- Ni trabajando dos meses reuniríamos el dinero suficiente para el viaje y el tratamiento, hay que hacer otra cosa. 
Dicho esto, el joven se calló, miró un largo rato a su madre delirando de fiebre, miró a su padre en cuyo rostro ya no cabía más dolor ni más miedo y tomó una decisión. 
– Prepara todo lo necesario para el viaje, vuelvo lo antes que puedo con el dinero. 
– ¿De dónde lo sacarás hijo? – Preguntó su padre. 
– Algo se me ocurrirá – Contestó Lisandro y partió, no sin antes buscar una gorra y ropas que disimularan su aspecto. 
Siempre había sido una persona de bien, de principios. Así lo habían criado sus padres, pobre, pero honrado. Sin embargo, ante esta situación límite y no encontrando otra salida, Lisandro tomó un camino que jamás debería haber tomado. 
Salió de su casa corriendo como un loco, pensando en que sus vidas eran muy injustas, que no había derecho a que su madre enfermase y menos aún que no pudieran costear el viaje a la ciudad. Se enojó mucho, con la vida, con el destino, con Dios mismo. 
Sabía que no tenía tiempo de juntar el dinero necesario trabajando, pues sus estudios eran básicos y no sería fácil conseguir un trabajo bien pago. 
La desesperación y el enojo no son buenos consejeros y menos aún si van de la mano. Lisandro tenía decidido obtener el dinero a toda costa y cómo única salida pensó en el robo. 
No bien llegó al pueblo cobró su primera víctima, un señor bien vestido a quien llevó por delante y despojó de todo su dinero. Salió corriendo tan rápido que el hombre no pudo reaccionar, quedó tendido en el piso pidiendo ayuda. 
Mientras se escapaba, Lisandro creyó ver una sombra. Se distrajo por un momento, pero siguió corriendo. 
En el camino pasó por un comercio. Entró, maniató a su dueño y se llevó el contenido de la caja. 
Una vez más, mientras corría creyó ver la sombra. En realidad esta vez estaba seguro, detrás de él había una sombra. Se asustó y mucho, pero no tenía tiempo de pensar en que alguien lo hubiese visto y siguió su camino. 
Se topó con una anciana. No, no podía robarle a una pobre e indefensa señora mayor… no, no podía. Sin embargo, la desesperación pudo más y lo hizo. Nuevamente la sobra lo siguió. 
Así pasó dos días, robando, huyendo y sintiéndose la peor de las personas. 
Durante esos dos días la sombra lo acompañó, como si estuviese adherida a su persona, no le dejaba ni libre, ni solo. 
Estaba seguro que alguien lo estaba siguiendo y esperando el momento justo para apresarlo y que esa persona era la dueña de la sombra que no lo dejaba en paz. 
Buscó un escondite para contar el dinero. 
Agitado, desprolijo y humillado por su propio comportamiento, se tomó la cabeza sin poder creer lo que había hecho. Con la respiración entrecortada y un cansancio que parecía de años, contó el dinero obtenido, más de lo que pensaba realmente. 
Fue a su casa. Entró con mucho miedo de aquello que pudiera encontrar. 
Su madre seguía con fiebre y su padre le ponía paños fríos. 
– Aquí tienes, el dinero necesario para llevar a mamá a la cuidad. Apresúrate, no hay mucho tiempo – Dijo Lisandro evitando mirar a lo ojos. 
– ¿De dónde y cómo has obtenido semejante suma de dinero? – preguntó sorprendido el padre. 
– Luego te lo explico, ahora lleva a mamá a la ciudad, yo los espero aquí, vete rápido. 
Hicieron los arreglos necesarios y sus padres partieron.  Una vez solo en su casa, el joven se sintió más seguro, por poco tiempo. 
De repente, se dio cuenta que una vez más tenía la sombra detrás de si. Era imposible, no había visto a nadie seguirlo, sin embargo allí estaba, casi acariciándolo. 
Se sintió amenazado, supuso que el final estaba cerca. Apagó la luz y sin explicación lógica, seguía viendo la sombra. En la más absoluta oscuridad, era tangible su presencia. No había explicación posible. 
Hay cosas que sólo desde el alma se entienden. 
Resignado a su suerte, Lisandro prendió la luz, la sombra detrás de sí seguía casi adherida a su cuerpo y su destino. 
Recapituló una y otra vez todo lo que había hecho y si bien era cierto que había robado para salvar la vida de su madre, eso no lo eximía de sentirse sucio por dentro. 
Supo en ese momento que hay caminos que son difíciles de desandar y que no siempre el fin justifica los medios. Cerró los ojos y pensó en sus padres y en cómo, a pesar de sus necesidades y angustias, jamás habían traicionado sus principios, como él lo había hecho. 
Cuánto más pensaba en todo esto y más arrepentido se sentía, la sobra más lo abrazaba con un peso difícil de soportar. 
Abrió los ojos y una vez más no vio a nadie. Recién en ese momento comprendió que la sombra tan temida no era más que su conciencia. No era  alguien que venía a apresarlo, era él mismo que no podía con la culpa y la vergüenza. No se sintió aliviado. Ya no importaba si lo habían descubierto o no, él sabía lo que había hecho y no podía borrar el pasado. La sombra seguiría allí por siempre adherida a su vida como la más pesada de las pieles. 
Sin embargo, el joven no quiso quedarse con esa pesada carga, espero a que su madre sanara, contó toda la verdad a sus padres y decidió hacer algo para revertir, en la medida de lo posible, lo que había hecho. Comenzó a trabajar prácticamente las veinticuatro horas, de sol a sol, de domingo a domingo. 
Al tiempo, volvió al pueblo, buscó a cada persona que le había robado, le explicó porque lo había hecho y devolvió la mayor parte del dinero robado, el restó lo devolvió con más trabajo. 
Saldar sus deudas le llevó a Lisandro un tiempo considerable, no tanto como sentirme mejor con él mismo. 
Se dio una nueva oportunidad, era joven y estaba arrepentido de los errores cometidos. 
¿La sombra? Jamás se pudo desprender del todo de ella, pero ya no la sentía como una pesada carga, sino como un llamado de alerta para no olvidar cuáles son los caminos que se deben tomar y cuáles no.    Fin



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