¿Y si quedamos como amigos?
CAPÍTULO
DIEZ
Qué distintas
son las cosas cuando tu mejor amiga es una chica. Si empiezas a lamentarte
delante de tus amigos de que todas tus novias te ponen el cuerno o de que besas
fatal, ellos te molestarán, cambiarán de tema o te darán un zape. En cambio, si
te pones insistente con tu mejor amiga, te besa para hacerte callar. Cuando
sucedió, me quedé alucinando durante, digamos, 1.3 segundos. Y luego decidí
participar. Macallan besa de maravilla. Me sentí algo decepcionado cuando se
apartó y empezó a comportarse como si nada. Para que luego digan que nosotros
no nos clavamos cuando media el contacto físico. Como es lógico, intenté que
volviera a besarme, pero no funcionó. Le daba la lata adrede y luego le decía:
“Ay, será mejor que alguien me haga callar”. A continuación fingía que iba a
llorar. Macallan me ignoraba y seguía con lo que estaba haciendo. Qué coraje.
Por fin llegó la
primavera y con ella el buen tiempo. Y las carreras. Aunque ya estábamos a
mitad de temporada, yo aún me ponía nervioso antes de cada competición. Para
mí, eran muy importantes. Constantemente tenía que recordarme a mí mismo que
debía respirar. Luego sacudía las piernas. Oía las instrucciones y los gritos
de ánimo del público, pero yo mantenía la mirada al frente. Sólo pensaba en los
cuatrocientos metros que tenía por delante. Oí el aviso y me coloqué en la
línea de salida, listo para salir volando en cuanto sonara el disparo. Me
sumergí en esa zona que se crea justo antes de empezar una carrera. Adquieres
“visión de túnel” y todo lo demás se desvanece. Te invade la calma mientras tu
cuerpo se prepara para echar a correr. Oí el disparo y salí como una
exhalación. Mis músculos reaccionaron de inmediato después de tanto
entrenamiento. Respiraba en ráfagas muy breves a la vez que empujaba a mi cuerpo
a avanzar cada vez más deprisa. Tomé la primera curva de la pista y vi que
seguíamos corriendo en grupo, pero cuando llegué a la mitad del trayecto sólo
quedábamos dos o tres. Utilicé hasta la última gota de mis energías para
recorrer el tramo restante. Estaba dispuesto a darlo todo. Sabía que debía de
estar cerca de la meta, porque sólo oía la voz de Macallan, que gritaba más que
de costumbre. Cuando crucé la línea, tardé varios metros en aminorar el paso.
Miré a mi alrededor y vi a Ian corriendo a mi lado. —Por poco, hermano —resolló
casi sin aliento. Yo sólo pude asentir. Aún no me había recuperado.
Me palmeó la
espalda. Ian y yo nos habíamos declarado una especie de tregua tras el
incidente del semiengaño. Yo estaba más molesto con él por lo que le había
hecho a Macallan que por mí, aunque ella no parecía tan enojada como lo habría
estado yo en su lugar. No obstante, supongo que cuando has pasado por cosas tan
terribles como ella, cortar con tu novio de la secundaria no te parece una
tragedia. —¡Branigan, Rodgers, buen trabajo! —nos gritó el entrenador
Scharfenberg cuando nos dirigimos despacio adonde estaba el resto del equipo. Los
entrenadores y los jueces pasaron unos minutos revisando los tiempos oficiales.
—Oye, ¿vienes cuando acabemos? —me preguntó Ian. —Claro. Los chicos del equipo
de atletismo siempre salían después de las competiciones. La fiesta solía
incluir mucha comida y bebida energizante. —¡Estuviste brutal! —Andy me tendió
una botella de agua. —Gracias, tú corriste muy bien los doscientos. —Ya lo creo
—Tim se acercó y le dio unas palmadas a Andy en la espalda—. Aunque, digámoslo
claro, yo brillé en los relevos. Como siempre. Por fin tenía amigos. O sea,
camaradas, colegas de verdad. En cuanto me admitieron en el equipo de atletismo
(fui el único de segundo que lo consiguió), empecé a congeniar con Tim y Andy,
ambos de tercero. Eran buenos tipos, de ésos que te apoyan en todo. Sólo tenía
que tomármelo con calma y procurar no dar saltos de alegría cuando me invitaban
a salir con ellos. Había tenido que cancelar los planes con Macallan unas
cuantas veces, pero sabía que ella se alegraba por mí. Además, Macallan siempre
lo planea todo con mucha antelación, mientras que los chicos tienden a
improvisar. Me quedé mirando el marcador, ansioso por ver los tiempos. Y sí,
había ido de pelos. Ian me había ganado por una décima de segundo. Una décima.
En cierto sentido, preferiría haber perdido por un segundo. Cuando perdía por
tan poco, empezaba a obsesionarme. No creía que pudiera hacerlo mejor, pero,
por otra parte, no podía evitar pensar que, si me esforzaba un poco más, si
corría sólo dos décimas más deprisa, ganaría. —¡Bien hecho, hermano! —Ian me
palmeó la espalda. —Felicidades… te lo mereces. Me acerqué al lugar donde
Macallan y Danielle me estaban esperando. —¡Eh! —intenté sonreír. —¡Estuviste
genial! —exclamó Macallan, y me dio un gran abrazo.
Me agobié cuando
lo hizo, no sólo porque había perdido sino también porque estaba empapado en
sudor. Me encogí de hombros, poco dispuesto a aceptar el cumplido. Sobre todo
porque era injustificado. —Vamos… Eres el más joven —me recordó—. Un segundo
puesto es increíble. La próxima vez lo conseguirás, estoy segura. Sí, cuando
Ian ya no estuviera en el equipo. Macallan me agarró por los hombros y empezó a
sacudirme. —¡Tierra a Levi! Estuviste increíble. Nos vamos a Culver’s. ¡La
crema corre por mi cuenta! —Aunque me encantaría verte abrir la cartera aunque
sea una vez, hoy saldré con el equipo —la despeiné con ademán cariñoso. Ella me
apartó la mano de un manotazo. —Ah, está bien, sólo chicos. Tarde de chicos.
Fiesta de amigos. Eh, espera, ¿es una sonrisa eso que veo ahí? —frunció el ceño
y fingió escudriñar mi expresión—. Sí, definitivamente es una sonrisita. Claro,
para sonreír como Dios manda necesitas tiempo de calidad con los cuates. Sí,
para eso tienes que salir con los amigotes y hacer cosas de machotes. —Tú te lo
pierdes —intervino Danielle—. Macallan y yo teníamos pensado hacer una guerra
de almohadas en ropa interior. —Desde luego —Macallan hizo un movimiento travieso
con las cejas—. Y ahora que lo pienso, tenía planeado algo más. No sé, lo tengo
en la punta de la lengua — frunció los labios con ademán juguetón y se dio unos
golpecitos—. Mm… No sé qué será. —Son malvadas. Traté desesperadamente de
arrancar de mi mente la imagen de Macallan y Danielle en ropa interior. Aquello
era una crueldad lo mires por donde lo mires. Creo que a veces Macallan se
olvidaba de que soy hombre. Y de que los hombres experimentamos ciertas
reacciones difíciles de controlar. —Te estoy tomando el pelo —me dio un toque
de cadera. Yo más bien diría que me estaba torturando. —Tengo que ir a bañarme.
A darme un baño muy muy frío. —Que se diviertan. En serio —volvió a abrazarme
con fuerza. Lo cual no me ayudó a recuperarme—. Estoy orgullosa de ti. Nos
vemos mañana. Pásala bien con los del equipo. —Sí, pórtate como un machote —se
burló Danielle. Ambas se echaron a reír y se alejaron.
—Oye —Andy me
siguió a los vestidores—, ¿seguro que no puedo llevarla al baile de fin de
curso, ni aunque te prometa portarme como un caballero? Negué con la cabeza. Ni
en sueños. —Es una crueldad que me la restriegues onda “se mira pero no se
toca”. “Bienvenido al club”, pensé.
Tim y Andy me
habían estado ayudando a practicar con el balón. Incluso Keith se había unido a
nosotros unas cuantas veces y afirmaba que, el año que viene, me dejarían
jugar, salir al campo y eso. Aquella era la vida que había soñado cuando llegué
a Wisconsin hacía cuatro años. Tener amigos, ser popular. Me da igual si
parezco superficial. Es la verdad. Íbamos a clase en grupo. Salíamos en grupo.
Con mi grupo. Las chicas me prestaban más atención. Habían pasado dos semanas
desde el día que Macallan y yo habíamos compartido aquel abrazo sudoroso y
estaba con mis amigos celebrando la típica cena después de la competencia.
—¡California! —Andy se puso a dar palmadas en la mesa. Tim se le unió a golpes
de puño. —¡California campeón! Pronto, la mesa entera estaba entonando mi
nombre. Agarré el licuado y me lo bebí de un trago. Ni siquiera noté el sabor y
el frío me destrozó la garganta, pero no me importó. Los chicos me estaban
vitoreando. —¡Hermano! —se rio Andy—. Qué fuerte. Veintiséis segundos.
Machacaste el récord de Tim. —No será la última vez —alardeé sin hacer caso del
fuerte dolor de cabeza que me había provocado la bebida fría. Andy se irguió
una pizca y se pasó las manos rápidamente por el pelo. Luego sacó la barbilla.
—¿Qué tal, Macallan? Me di la vuelta y vi que Macallan acababa de entrar con
Danielle. Se sentaron en una mesa de la esquina. —Ándale —me suplicó Andy—.
Dile que se siente con nosotros. No sabría decir si la punzada que sentí fue
porque aplasté el envase del licuado de un puñetazo o por la insistencia de
Andy para que le facilitara el camino con Macallan. Andy interpretó mi silencio
como una negativa. Pensé que se había conformado… pero de repente se levantó de
la silla y se acercó a su mesa. Sólo veía la mitad del rostro de Macallan
mientras Andy se acercaba. Al principio pareció confusa y luego le dedicó una
gran sonrisa. Andy le dijo algo que la hizo reír y yo me puse en pie a toda
prisa. —¿Qué pasa aquí? —rodeé a Andy con el brazo y le pedí perdón a Macallan
con la mirada—. ¿Te está molestando? —Estoy invitando a estas preciosas
señoritas a sentarse con nosotros. Andy inclinó la cabeza con gesto de
caballero. Danielle agarró la carta y se negó a alzar la vista. Su nivel de
tolerancia hacia las “estúpidas payasadas de los chicos” no era mucho mayor que
el de Macallan. Yo sabía que el único modo de alejar a Andy de allí era ponerlo
celoso. —Eh, tú —empujé a Andy a un lado y me senté junto a Macallan—. ¿Qué vas
a comer? —le apoyé la barbilla en el hombro para aumentar el efecto—. A ver si
lo adivino. ¿Atún con queso? —Puede… —la vi lanzarle una mirada a Danielle que
se convirtió en una sonrisita conspiratoria. El silencio se apoderó de la mesa.
Andy se disculpó, pero yo quería quedarme allí unos minutos más para dejar bien
claro que aquella mesa me pertenecía. —Me voy a lavar las manos —Danielle se
levantó y se marchó. Yo ocupé su sitio frente a Macallan. —¿Cómo va todo?
Macallan se encogió de hombros. —Bien. ¿Vas a venir a cenar el domingo por la
noche? —No puedo… Quedamos en casa de Keith. Pero mis papás sí irán. Ella
volvió a mirar la carta. En aquel restaurante sólo había dos o tres cosas que
le gustaban, así que no entendía qué miraba con tanto interés. —Ah, y el
miércoles tampoco podré. Quedé… —Con los chicos —me cortó Macallan con un
atisbo de resentimiento en la voz. —Sí, claro —le quité la carta—. Mira, siento
haber estado tan ocupado. —Lo entiendo —comprendí que estaba dolida conmigo. No
estaba acostumbrada a que yo tuviera mis propios planes. ¿Qué podía hacer yo si
los chicos del equipo me acaparaban? Era un hombre muy solicitado—. ¿Y crees
que podrás venir a la fiesta de Adam? —¿No faltan aún varios meses? —Sí, pero
así vas reservando la fecha. Aunque seguramente lo cancelarás en el último
minuto. Decidí pasar por alto aquel comentario pasivo-agresivo. Macallan agarró
su refresco y dio un gran trago. Guardó silencio un instante. Luego dejó el
refresco en la mesa y dijo: —Pues Keith me volvió a pedir que salga con él.
—¿Que hizo qué? —le espeté.
—Sí, me abordó
ayer después de clase —encorvó el cuerpo como si fuera un cavernícola—. “Tú.
Yo. Salir. Gruñido.” Le dije que no, claro. —¿Por qué no me lo contaste? Me
miró fijamente. —Te envié un mensaje pidiéndote que me llamaras, pero, por
desgracia, no me contestaste. Qué raro —hizo un mohín. Yo recordaba haber
recibido su mensaje, pero estaba entrenando. Y si bien es verdad que debería
haberla llamado más tarde, también es cierto que últimamente me enviaba
mensajes todo el rato. Su actitud rozaba la dependencia—. Además, pensaba que
él ya te lo habría comentado. —No, no me dijo nada. Sabe que me habría
molestado. Le dejé muy claro que ni se acercara a ti. —¿Qué ni se acercara a
mí? —replicó—. ¿Y eso qué significa? —Sólo que… ya sabes… —No, no lo sé. Se
arrancó la liga del pelo y se hizo la cola de caballo otra vez, con movimientos
rápidos. Saltaba a la vista que estaba enojada. Intentaba ganar tiempo para
pensar qué decir a continuación. —Eres un hipócrita. No me lo esperaba. Apenas
pude contener la indignación. —Tú te buscas un montón de amigos y te quedas muy
contento, pero pones el grito en el cielo si uno de ellos quiere salir conmigo.
Yo no entendía nada. —¿Quieres salir con Keith? —¡No! Esto no tiene nada que
ver con Keith —bajó la vista—. Bueno, como mínimo hay alguien que aprecia mi
compañía. Aquello no era propio de Macallan. No es de esas personas que se
compadecen de sí mismas. —¿Quieres que vaya allí —señalé mi mesa— y les diga
que no volveré a quedar con ellos? ¿Es eso lo que quieres? Una expresión gélida
que yo conocía bien se adueñó de su semblante. —Ya sabes que no quiero eso. Y
si te molesta que quiera pasar más tiempo contigo, lo lamento. —Bueno, tenemos
todo el verano. —Faltan siglos para eso. Vi que Danielle se acercaba y me
levanté. —Pero, en serio, si quieres salir con Keith… Adoptó una expresión de
dolor.
—¡Uy! —exclamé
para aligerar el ambiente—. Que me cuelguen si no se cree un cielo. Antes de
que te des cuenta, te estará trayendo rosas a ti y a tu tía. Aguardé su
respuesta. Permaneció unos instantes enfurruñada, antes de responder con voz
apagada: —Pero, Buggy, yo no tengo tía. Me di media vuelta rápidamente. Me
pareció más inteligente dejarla con una cita de Buggy y Floyd que quedarme allí
discutiendo. En realidad, Macallan y yo no nos peleábamos. Nosotros no teníamos
ese tipo de relación. Pero me marché con la sensación de que acababa de
pelearme con ella.
Cuando el segundo
curso llegó a su fin, yo estaba ocupadísimo con el atletismo, el futbol y los
exámenes finales, pero me prometí a mí mismo que, en cuanto acabaran las
clases, le dedicaría un día entero a Macallan, como mínimo. Un día más y
seríamos libres. Por mucho que me hubiera encariñado de mis amigos, empezaba a
echar de menos a Macallan. Cuando estaba con ella, podía relajarme. Es verdad
que éramos un poco ácidos, pero era la única persona con la que podía mantener
una conversación de verdad. Pensaba que si me ponía demasiado trascendente con
los hombres, dirían que me estaba volviendo un chilletas. —¡Eh, tú! —Macallan
se acercó a mí después de clase. Danielle no andaba muy lejos—. Llevo toda la
semana enviándote mensajes. —¡Hola! —empecé a guardar los libros en la mochila.
—¿Vas a…? —¡Rodgers! —bramó Tim—. ¡Me las vas a pagar! ¡Qué gran exhibición
diste en gimnasia! —¡Lo tienes claro! —le grité. Me volví hacia Macallan—.
Perdona. ¿Qué decías? Parecía agobiada. —Me preguntaba si… —¡ALLÁ VA! —oí
gritar a Keith. Me di media vuelta y cacé el balón al vuelo. —Señor Simon, las
pelotas están prohibidas en los pasillos —lo regañó un profesor. —¡Perdón!
¡Perdón! —Keith se hizo el arrepentido hasta que el profesor le dio la
espalda—. ¡Bien hecho, California! ¡Tenemos todo el verano para practicar!
—¡Claro! Entrechocamos las palmas. Por fin recordé que Macallan intentaba
decirme algo. Miré a mi alrededor pero no la vi por ninguna parte. Divisé a
Danielle alejándose por el pasillo y la seguí. —¡Eh, tú! —le grité.
Se dio media
vuelta y me asesinó con la mirada. —¿Tú? Debes de estar de broma —siguió
andando. —¿Dónde está Macallan? —Ah, ¿por fin reparaste en su existencia? —me
espetó con brusquedad. —Vamos, yo… Me interrumpió. —No, en serio, Levi. Lo
capto. Tienes a tus amigos. Relájate, güey. Vaya. Alguien estaba haciendo
drama. Llamando al capitán Cliché. —Mira en su casillero —me dijo por encima
del hombro. Corrí al casillero de Macallan. Y sentí un gran alivio al verla
allí, hasta que se dio media vuelta y advertí que estaba a punto de echarse a
llorar. Sólo la había visto llorar por su madre. Afrontaba todo lo demás —el
fin de su amistad con Emily, la ruptura con Ian, el estrés académico— con
serena fortaleza. —¡Eh, eh! —corrí hacia ella, pero Macallan echó a andar en
dirección contraria—. ¿Estás enojada conmigo? Cuando se dio media vuelta, no le
hizo falta contestar. Su expresión hablaba por ella. Por desgracia, respondió:
—¿Tú qué crees? —Perdona. Sin embargo, no tenía ni idea de por qué estaba tan
disgustada. Si sólo había hecho un poco el tonto con mis amigos en los
casilleros. ¿No podía esperar un par de minutos a que estuviera con ella? Claro
que no. Estaba acostumbrada a tenerme en exclusiva. Ahora, no obstante, yo
tenía otros amigos, otros compromisos. Si no podía aceptarlo, era su problema.
Se rio. —¿Sabes? Normalmente te creo cuando te disculpas, pero ahora tengo la
sensación de que no tienes ni idea de lo que me pasa. —La verdad es que sí.
—¿Ah, sí? ¿Y te importaría explicármelo? Se puso tan impertinente que me enojé
aún más. —Te molesta que tu chico de los mandados no esté a tu entera
disposición. Ella me miró fijamente. Había dado en el clavo. —No —dijo con un
hilo de voz—. Lo que me pasa es que tengo la sensación de que estoy perdiendo a
mi mejor amigo. Espera, no, no sólo a mi mejor amigo sino a parte de mi
familia. Tú sabes mejor que nadie lo mucho que mi familia significa para mí, y
te dejé formar parte de ella. Me prometiste, Levi, le prometiste a mi mamá que
siempre podría contar contigo. Vaya promesa. Se me partió el corazón.
Ella se enjugó
una lágrima y continuó. —Entiendo que para ti sea muy importante pasar tiempo
con tus amigos, de verdad que sí, pero puedo contar con los dedos de una mano
las veces que nos vimos el mes pasado. El mes pasado, Levi. Y una de esas veces
sólo querías que te acompañara a comprarte un traje para llevar al baile a
aquella chica de primero. Sí, Macallan había sido tan amable de ayudarme a
escoger el ramillete que le regalé a Jill. —Renuncié a una de mis mejores
amigas por ti, Levi. Porque pensé que nuestra amistad valía la pena. Pero a los
dos segundos de tener cuates, me apartaste. ¿Tienes idea de lo insignificante
que me siento? ¿Alguna vez te has parado a pensar en mis sentimientos cuando me
llamabas para cancelar una cita? Keith, siempre tan inoportuno, se acercó en
aquel momento por el pasillo. —¡Ándale, California! ¿Vienes o no? —me gritó.
Macallan lo fulminó con la mirada antes de voltear hacia mí. —Ve, por favor. No
prives a tus amigos de tu preciosa compañía por mí —puso los ojos en blanco.
Fue entonces cuando exploté. Ya no me daba ninguna lástima. Estaba harto de que
me hiciera sentir como si sólo me preocupara por tonterías. Como si su tiempo
fuera más importante que el mío. De que hiciera cosas como besarme y luego
quedarse tan fresca. De que pudiera hacer lo que le viniera en gana sin
afrontar las consecuencias. —Para ti todo esto es una broma, ¿verdad? —le
escupí. Palideció. —Yo nunca pensé… La interrumpí. —Exacto, tú nunca piensas. Y
me marché. Ya no tenía ganas de oír lo que quería decirme. Odiaba que me
acusara de ignorarla. Que se comportara como si la hubiera decepcionado. Como
si yo fuera el único responsable de su felicidad. Como si yo fuera la causa de
que Emily y ella ya no fueran amigas. Fue Macallan quien tomó la decisión. Y yo
tampoco tenía la culpa de que hubiera cortado con Ian. Tenía que dejar de poner
tanta carga en nuestra amistad. Yo era un chico de quince años. ¿Qué tenía de
malo que quisiera salir con mis cuates? Con mis verdaderos amigos.
Me fui con
Keith, pero tenía la cabeza en otra parte. Atrapaba el balón porque era lo que
tocaba. Eso es todo. Mi pensamiento seguía en el pasillo de la escuela. Mi
mente no se había movido. No me sentía orgulloso de haber hecho llorar a Macallan.
Ni de saber que ahora mismo seguiría llorando, sin que yo pudiera consolarla.
Es que me había sacado de mis casillas. Detestaba que me hiciera sentir culpable,
cuando en realidad era ella la que debería… O sea, era ella la que, bueno,
quería… Estaba tan enojado que no podía ni pensar fríamente. Odiaba sentirme
así. Me daba muchísimo coraje pensar que antes se lo contaba todo a Macallan y
que ahora ya no podía. Me volvía loco. A veces hacía cosas que, sólo de pensar
en ellas, me enfurecían. Su manera de tomarme el pelo. Su manía de dar por
supuesto que yo debía estar a su entera disposición. Su costumbre de apoyar la
cabeza en mi hombro cuando veíamos una película. Su forma de despeinarme para
molestarme. Su manera de besarme y luego alejarse. Pensándolo bien, todo empezó
en aquel momento. Después de aquel beso, empecé a sentir algo distinto por
ella. Para Macallan, en cambio, no significó nada. ¿Por qué no significó nada
para ella? ¿Por qué no pudo significar algo? ¿Por qué ella no…? Y entonces lo
comprendí. Sé que a veces soy un poco lento, pero ¿por qué diablos me había
costado tanto entender lo que pasaba en realidad? Cuáles eran mis verdaderos
sentimientos. Por qué estaba tan ofendido con ella. Por qué quería alejarme de
Macallan. Por qué tenerla cerca se me hacía más y más difícil. Por qué me ponía
nervioso cada vez que algún chico la mencionaba. En cuanto lo reconocí, supe
que esta situación se remontaba a muchísimo tiempo atrás. Estaba enamorado de
Macallan. Dejé caer el balón y lo dejé allí, en el suelo. Keith me preguntó qué
me pasaba. Farfullé algo de que tenía que hablar con Macallan y eché a correr.
Sabía que amor era una palabra muy fuerte para alguien de mi edad, pero era
eso, ni más ni menos, lo que sentía. Lo que había entre nosotros. Y no quería
echarlo a perder. Habíamos tocado fondo, y allí, en lo más profundo, yo había
descubierto algo. La verdad. Corrí como alma que lleva el diablo. Aquel día no
pensaba perder por una décima de segundo. Aquel día, habría dejado atrás al más
rápido de los corredores. Porque en la línea de meta no me aguardaba un trofeo…
sino Macallan. Me faltaba el aliento cuando llamé a su puerta. Me daba igual
apestar a sudor o que me tomaran por loco. Lo que estaba a punto de hacer era
una locura. Lo que estaba a punto de hacer lo cambiaría todo. Sin embargo, no
podía seguir callado. La verdad que llevaba dentro la estaba alejando de mí.
Había llegado la hora de dejarme de tonterías y dar la cara. —Oh, hola, Levi
—me recibió el señor Dietz en la puerta. No parecía muy contento de verme.
—Hola, señor Dietz. ¿Puedo hablar con Macallan, por favor? —apenas reconocía mi
propia voz, de tan suplicante como sonaba. Él suspiró, pero abrió la puerta.
—Está en la parte de atrás. Crucé la casa y saludé a Adam, que me miró sin
inmutarse. Jamás lo había visto tan serio. En aquel momento, comprendí que
había metido la pata hasta el fondo. Me dirigí hacia la puerta de la terraza.
Macallan estaba sentada en los escalones que conducían al jardín trasero. Casi
se me rompe el corazón cuando vi un montón de pañuelos arrugados a su lado.
Empujé la puerta de vidrio. Su padre me indicó que no la cerrara. —Levi está
aquí —anunció. Ella se dio la vuelta y vi sus ojos enrojecidos—. ¿Te parece
bien, Calley? Nunca había oído a su padre llamarla de un modo que no fuera
Macallan. Aquello era peor de lo que pensaba. Ella asintió con un cabeceo casi
imperceptible. Entonces oí la voz de Adam. —Me voy a quedar aquí de pie por si
necesitas algo. Lo que sea. Asintió en mi dirección con gravedad, como
informándome de que me derribaría sin dudarlo si le daba motivos. La lealtad de
Adam aún dejaba más en evidencia mi traición. Jamás me había sentido tan
avergonzado de mí mismo. —Hola —dije acomodándome a su lado con suavidad—. Sé
que te he dicho esto muy a menudo últimamente, pero lo siento. Me he portado
como un idiota integral. Estaba muy confundido respecto a muchas cosas y quería
sentirme uno más, pero ahora me doy cuenta de que nada de eso importa, nada de
todo eso es importante. O sea, sólo me importas tú. Nunca me había declarado a
nadie, pero comprendí que lo estaba haciendo fatal. —Estaba muy enojado porque,
creo, o sea, sé, bueno, que estoy sintiendo algo. O sea, sabes, no sólo
sintiendo algo sino… Deja que vuelva a empezar.
—Me hiciste una
promesa, Levi. Me prometiste que estarías ahí siempre que te necesitara. Y la
rompiste. Y nunca jamás te he considerado mi “chico de los mandados a mi entera
disposición”. Aquellas palabras, las palabras que yo había pronunciado hacía
sólo unas horas, me escocieron. Apenas podía imaginar lo mucho que la habían
lastimado. Siguió hablando sin soltar el pañuelo de papel que aferraba entre
los dedos. —No me había dado cuenta de que se te hiciera tan difícil quedar
conmigo. —No —dije con vehemencia. No podía creer que hubiera llegado a pensar
eso, lo mirara por donde lo mirara. También es verdad que yo la había ignorado
bastante. Así que entendía en parte que se hubiera llevado esa impresión. No
hizo caso de mi respuesta. —Me parece genial que tengas tus propios amigos.
Sería egoísta por mi parte pedirte que renuncies a ellos. No era mi intención.
—No, no es eso. Me horroriza que hayas pensado algo así —le tomé la mano—. He
sido un completo idiota. Y ahora sé por qué me sentía tan confuso. Supongo que
me cuesta expresarme y, este… Macallan ni siquiera se volteó hacia mí. Le tomé
la otra mano y, con cuidado, la obligué a mirarme a los ojos. Se le saltaban
las lágrimas. —Macallan, te amo. Al pronunciar aquellas palabras, sentí que me
había quitado un enorme peso de encima. —Yo también te amo. Eres mi mejor amigo
—esbozó una sombra de sonrisa. No hablábamos de lo mismo. —No, Macallan —le
acaricié la cara con el pulgar, con delicadeza—, no me refiero a eso. La atraje
hacia mí y me incliné hacia ella. Sólo nos separaban unos centímetros. Noté en
el cuerpo el cosquilleo que precede a un beso. Uno que no iba a finalizar de
manera tan abrupta. Cuando comprendió lo que yo estaba a punto de hacer, Macallan
abrió los ojos como platos. Se puso en pie de un salto. —Me voy a Irlanda —me
espetó con voz chillona. —¿Que te vas? ¿Cuándo? —Voy a pasar el verano en
Irlanda con la familia de mi mamá. Me marcho dentro de una semana. Lo aclaró en
un tono tan inexpresivo que apenas le creí. —Macallan, por favor —tenía la
sensación de que yo era el culpable de aquella fuga precipitada—. ¿Cuándo lo
decidiste? —Hace… poco —mentía fatal—. Ya sabes que me invitan cada verano.
—¿Y por qué
ahora? —¿Por qué no? “¿POR QUÉ NO? ¿POR QUÉ NO ?”, quise gritar. “PORQUE ACABO
DE CONFESARTE QUE TE AMO. POR ESO.” Retrocedió un paso. —Mira, Levi, ya sé que
todo… cambió. Y ahora tienes todo el verano para divertirte con tus amigos. Ya
retomaremos las cosas cuando regrese. —¿Retomar qué exactamente? Le estaba
echando la mano. Acababa de decirle que no la amaba sólo como amiga. ¿No
pensaba darse por aludida? Parecía desorientada. —¡Esto! Nuestra amistad —la
palabra me dolió—. Está claro que necesitamos separarnos un tiempo. Tú quieres
pasar más rato con los cuates y yo quiero ver a mi familia. Buscaremos la
manera de que esto funcione. No voy a interponerme en tu camino. Eres libre,
tal como querías. —Macallan —le supliqué. Intenté agarrarle la mano pero ella
se alejó aún más. —Todo irá bien —me aseguró, pero yo no le creí—. Ya va siendo
hora de que vaya a visitarlos. De verdad, llevaba un tiempo pensándolo.
Pregúntale a Danielle. Me maldije a mí mismo por no haber contestado al
estúpido teléfono cuando me llamaba. ¿Y si una de esas veces quería pedirme mi
opinión al respecto? Ojalá hubiera respondido. Trató de fingir que todo era
normal. —No es para tanto. Nos enviaremos correos y chatearemos mientras esté
allí y, si tienes suerte, a lo mejor te traigo un leprechaun. No sabía si
respirar aliviado al comprobar que aún era capaz de bromear o hundirme del todo
al comprender que no iba a responder a mi declaración diciendo que ella sentía
lo mismo. Habíamos llegado a un punto muerto. Sólo tenía dos opciones: volver a
declararle mi amor y hacerle entender que podíamos ser algo más que amigos, o
tragarme el orgullo y mantener intacto lo poco que quedaba de nuestra amistad.
—Un leprechaun, ¿eh? Apuesto a que cabe en el compartimiento superior del
avión. Me odié a mí mismo por ello, pero no quería presionarla más. Quién sabe
a dónde sería capaz de marcharse con tal de evitarme. Irlanda ya estaba
bastante lejos.