sábado, 12 de marzo de 2016

Lectura 16

¿Y si quedamos como amigos?


CAPÍTULO DIEZ

Qué distintas son las cosas cuando tu mejor amiga es una chica. Si empiezas a lamentarte delante de tus amigos de que todas tus novias te ponen el cuerno o de que besas fatal, ellos te molestarán, cambiarán de tema o te darán un zape. En cambio, si te pones insistente con tu mejor amiga, te besa para hacerte callar. Cuando sucedió, me quedé alucinando durante, digamos, 1.3 segundos. Y luego decidí participar. Macallan besa de maravilla. Me sentí algo decepcionado cuando se apartó y empezó a comportarse como si nada. Para que luego digan que nosotros no nos clavamos cuando media el contacto físico. Como es lógico, intenté que volviera a besarme, pero no funcionó. Le daba la lata adrede y luego le decía: “Ay, será mejor que alguien me haga callar”. A continuación fingía que iba a llorar. Macallan me ignoraba y seguía con lo que estaba haciendo. Qué coraje.
Por fin llegó la primavera y con ella el buen tiempo. Y las carreras. Aunque ya estábamos a mitad de temporada, yo aún me ponía nervioso antes de cada competición. Para mí, eran muy importantes. Constantemente tenía que recordarme a mí mismo que debía respirar. Luego sacudía las piernas. Oía las instrucciones y los gritos de ánimo del público, pero yo mantenía la mirada al frente. Sólo pensaba en los cuatrocientos metros que tenía por delante. Oí el aviso y me coloqué en la línea de salida, listo para salir volando en cuanto sonara el disparo. Me sumergí en esa zona que se crea justo antes de empezar una carrera. Adquieres “visión de túnel” y todo lo demás se desvanece. Te invade la calma mientras tu cuerpo se prepara para echar a correr. Oí el disparo y salí como una exhalación. Mis músculos reaccionaron de inmediato después de tanto entrenamiento. Respiraba en ráfagas muy breves a la vez que empujaba a mi cuerpo a avanzar cada vez más deprisa. Tomé la primera curva de la pista y vi que seguíamos corriendo en grupo, pero cuando llegué a la mitad del trayecto sólo quedábamos dos o tres. Utilicé hasta la última gota de mis energías para recorrer el tramo restante. Estaba dispuesto a darlo todo. Sabía que debía de estar cerca de la meta, porque sólo oía la voz de Macallan, que gritaba más que de costumbre. Cuando crucé la línea, tardé varios metros en aminorar el paso. Miré a mi alrededor y vi a Ian corriendo a mi lado. —Por poco, hermano —resolló casi sin aliento. Yo sólo pude asentir. Aún no me había recuperado.
Me palmeó la espalda. Ian y yo nos habíamos declarado una especie de tregua tras el incidente del semiengaño. Yo estaba más molesto con él por lo que le había hecho a Macallan que por mí, aunque ella no parecía tan enojada como lo habría estado yo en su lugar. No obstante, supongo que cuando has pasado por cosas tan terribles como ella, cortar con tu novio de la secundaria no te parece una tragedia. —¡Branigan, Rodgers, buen trabajo! —nos gritó el entrenador Scharfenberg cuando nos dirigimos despacio adonde estaba el resto del equipo. Los entrenadores y los jueces pasaron unos minutos revisando los tiempos oficiales. —Oye, ¿vienes cuando acabemos? —me preguntó Ian. —Claro. Los chicos del equipo de atletismo siempre salían después de las competiciones. La fiesta solía incluir mucha comida y bebida energizante. —¡Estuviste brutal! —Andy me tendió una botella de agua. —Gracias, tú corriste muy bien los doscientos. —Ya lo creo —Tim se acercó y le dio unas palmadas a Andy en la espalda—. Aunque, digámoslo claro, yo brillé en los relevos. Como siempre. Por fin tenía amigos. O sea, camaradas, colegas de verdad. En cuanto me admitieron en el equipo de atletismo (fui el único de segundo que lo consiguió), empecé a congeniar con Tim y Andy, ambos de tercero. Eran buenos tipos, de ésos que te apoyan en todo. Sólo tenía que tomármelo con calma y procurar no dar saltos de alegría cuando me invitaban a salir con ellos. Había tenido que cancelar los planes con Macallan unas cuantas veces, pero sabía que ella se alegraba por mí. Además, Macallan siempre lo planea todo con mucha antelación, mientras que los chicos tienden a improvisar. Me quedé mirando el marcador, ansioso por ver los tiempos. Y sí, había ido de pelos. Ian me había ganado por una décima de segundo. Una décima. En cierto sentido, preferiría haber perdido por un segundo. Cuando perdía por tan poco, empezaba a obsesionarme. No creía que pudiera hacerlo mejor, pero, por otra parte, no podía evitar pensar que, si me esforzaba un poco más, si corría sólo dos décimas más deprisa, ganaría. —¡Bien hecho, hermano! —Ian me palmeó la espalda. —Felicidades… te lo mereces. Me acerqué al lugar donde Macallan y Danielle me estaban esperando. —¡Eh! —intenté sonreír. —¡Estuviste genial! —exclamó Macallan, y me dio un gran abrazo.
Me agobié cuando lo hizo, no sólo porque había perdido sino también porque estaba empapado en sudor. Me encogí de hombros, poco dispuesto a aceptar el cumplido. Sobre todo porque era injustificado. —Vamos… Eres el más joven —me recordó—. Un segundo puesto es increíble. La próxima vez lo conseguirás, estoy segura. Sí, cuando Ian ya no estuviera en el equipo. Macallan me agarró por los hombros y empezó a sacudirme. —¡Tierra a Levi! Estuviste increíble. Nos vamos a Culver’s. ¡La crema corre por mi cuenta! —Aunque me encantaría verte abrir la cartera aunque sea una vez, hoy saldré con el equipo —la despeiné con ademán cariñoso. Ella me apartó la mano de un manotazo. —Ah, está bien, sólo chicos. Tarde de chicos. Fiesta de amigos. Eh, espera, ¿es una sonrisa eso que veo ahí? —frunció el ceño y fingió escudriñar mi expresión—. Sí, definitivamente es una sonrisita. Claro, para sonreír como Dios manda necesitas tiempo de calidad con los cuates. Sí, para eso tienes que salir con los amigotes y hacer cosas de machotes. —Tú te lo pierdes —intervino Danielle—. Macallan y yo teníamos pensado hacer una guerra de almohadas en ropa interior. —Desde luego —Macallan hizo un movimiento travieso con las cejas—. Y ahora que lo pienso, tenía planeado algo más. No sé, lo tengo en la punta de la lengua — frunció los labios con ademán juguetón y se dio unos golpecitos—. Mm… No sé qué será. —Son malvadas. Traté desesperadamente de arrancar de mi mente la imagen de Macallan y Danielle en ropa interior. Aquello era una crueldad lo mires por donde lo mires. Creo que a veces Macallan se olvidaba de que soy hombre. Y de que los hombres experimentamos ciertas reacciones difíciles de controlar. —Te estoy tomando el pelo —me dio un toque de cadera. Yo más bien diría que me estaba torturando. —Tengo que ir a bañarme. A darme un baño muy muy frío. —Que se diviertan. En serio —volvió a abrazarme con fuerza. Lo cual no me ayudó a recuperarme—. Estoy orgullosa de ti. Nos vemos mañana. Pásala bien con los del equipo. —Sí, pórtate como un machote —se burló Danielle. Ambas se echaron a reír y se alejaron.
—Oye —Andy me siguió a los vestidores—, ¿seguro que no puedo llevarla al baile de fin de curso, ni aunque te prometa portarme como un caballero? Negué con la cabeza. Ni en sueños. —Es una crueldad que me la restriegues onda “se mira pero no se toca”. “Bienvenido al club”, pensé.
Tim y Andy me habían estado ayudando a practicar con el balón. Incluso Keith se había unido a nosotros unas cuantas veces y afirmaba que, el año que viene, me dejarían jugar, salir al campo y eso. Aquella era la vida que había soñado cuando llegué a Wisconsin hacía cuatro años. Tener amigos, ser popular. Me da igual si parezco superficial. Es la verdad. Íbamos a clase en grupo. Salíamos en grupo. Con mi grupo. Las chicas me prestaban más atención. Habían pasado dos semanas desde el día que Macallan y yo habíamos compartido aquel abrazo sudoroso y estaba con mis amigos celebrando la típica cena después de la competencia. —¡California! —Andy se puso a dar palmadas en la mesa. Tim se le unió a golpes de puño. —¡California campeón! Pronto, la mesa entera estaba entonando mi nombre. Agarré el licuado y me lo bebí de un trago. Ni siquiera noté el sabor y el frío me destrozó la garganta, pero no me importó. Los chicos me estaban vitoreando. —¡Hermano! —se rio Andy—. Qué fuerte. Veintiséis segundos. Machacaste el récord de Tim. —No será la última vez —alardeé sin hacer caso del fuerte dolor de cabeza que me había provocado la bebida fría. Andy se irguió una pizca y se pasó las manos rápidamente por el pelo. Luego sacó la barbilla. —¿Qué tal, Macallan? Me di la vuelta y vi que Macallan acababa de entrar con Danielle. Se sentaron en una mesa de la esquina. —Ándale —me suplicó Andy—. Dile que se siente con nosotros. No sabría decir si la punzada que sentí fue porque aplasté el envase del licuado de un puñetazo o por la insistencia de Andy para que le facilitara el camino con Macallan. Andy interpretó mi silencio como una negativa. Pensé que se había conformado… pero de repente se levantó de la silla y se acercó a su mesa. Sólo veía la mitad del rostro de Macallan mientras Andy se acercaba. Al principio pareció confusa y luego le dedicó una gran sonrisa. Andy le dijo algo que la hizo reír y yo me puse en pie a toda prisa. —¿Qué pasa aquí? —rodeé a Andy con el brazo y le pedí perdón a Macallan con la mirada—. ¿Te está molestando? —Estoy invitando a estas preciosas señoritas a sentarse con nosotros. Andy inclinó la cabeza con gesto de caballero. Danielle agarró la carta y se negó a alzar la vista. Su nivel de tolerancia hacia las “estúpidas payasadas de los chicos” no era mucho mayor que el de Macallan. Yo sabía que el único modo de alejar a Andy de allí era ponerlo celoso. —Eh, tú —empujé a Andy a un lado y me senté junto a Macallan—. ¿Qué vas a comer? —le apoyé la barbilla en el hombro para aumentar el efecto—. A ver si lo adivino. ¿Atún con queso? —Puede… —la vi lanzarle una mirada a Danielle que se convirtió en una sonrisita conspiratoria. El silencio se apoderó de la mesa. Andy se disculpó, pero yo quería quedarme allí unos minutos más para dejar bien claro que aquella mesa me pertenecía. —Me voy a lavar las manos —Danielle se levantó y se marchó. Yo ocupé su sitio frente a Macallan. —¿Cómo va todo? Macallan se encogió de hombros. —Bien. ¿Vas a venir a cenar el domingo por la noche? —No puedo… Quedamos en casa de Keith. Pero mis papás sí irán. Ella volvió a mirar la carta. En aquel restaurante sólo había dos o tres cosas que le gustaban, así que no entendía qué miraba con tanto interés. —Ah, y el miércoles tampoco podré. Quedé… —Con los chicos —me cortó Macallan con un atisbo de resentimiento en la voz. —Sí, claro —le quité la carta—. Mira, siento haber estado tan ocupado. —Lo entiendo —comprendí que estaba dolida conmigo. No estaba acostumbrada a que yo tuviera mis propios planes. ¿Qué podía hacer yo si los chicos del equipo me acaparaban? Era un hombre muy solicitado—. ¿Y crees que podrás venir a la fiesta de Adam? —¿No faltan aún varios meses? —Sí, pero así vas reservando la fecha. Aunque seguramente lo cancelarás en el último minuto. Decidí pasar por alto aquel comentario pasivo-agresivo. Macallan agarró su refresco y dio un gran trago. Guardó silencio un instante. Luego dejó el refresco en la mesa y dijo: —Pues Keith me volvió a pedir que salga con él. —¿Que hizo qué? —le espeté.
—Sí, me abordó ayer después de clase —encorvó el cuerpo como si fuera un cavernícola—. “Tú. Yo. Salir. Gruñido.” Le dije que no, claro. —¿Por qué no me lo contaste? Me miró fijamente. —Te envié un mensaje pidiéndote que me llamaras, pero, por desgracia, no me contestaste. Qué raro —hizo un mohín. Yo recordaba haber recibido su mensaje, pero estaba entrenando. Y si bien es verdad que debería haberla llamado más tarde, también es cierto que últimamente me enviaba mensajes todo el rato. Su actitud rozaba la dependencia—. Además, pensaba que él ya te lo habría comentado. —No, no me dijo nada. Sabe que me habría molestado. Le dejé muy claro que ni se acercara a ti. —¿Qué ni se acercara a mí? —replicó—. ¿Y eso qué significa? —Sólo que… ya sabes… —No, no lo sé. Se arrancó la liga del pelo y se hizo la cola de caballo otra vez, con movimientos rápidos. Saltaba a la vista que estaba enojada. Intentaba ganar tiempo para pensar qué decir a continuación. —Eres un hipócrita. No me lo esperaba. Apenas pude contener la indignación. —Tú te buscas un montón de amigos y te quedas muy contento, pero pones el grito en el cielo si uno de ellos quiere salir conmigo. Yo no entendía nada. —¿Quieres salir con Keith? —¡No! Esto no tiene nada que ver con Keith —bajó la vista—. Bueno, como mínimo hay alguien que aprecia mi compañía. Aquello no era propio de Macallan. No es de esas personas que se compadecen de sí mismas. —¿Quieres que vaya allí —señalé mi mesa— y les diga que no volveré a quedar con ellos? ¿Es eso lo que quieres? Una expresión gélida que yo conocía bien se adueñó de su semblante. —Ya sabes que no quiero eso. Y si te molesta que quiera pasar más tiempo contigo, lo lamento. —Bueno, tenemos todo el verano. —Faltan siglos para eso. Vi que Danielle se acercaba y me levanté. —Pero, en serio, si quieres salir con Keith… Adoptó una expresión de dolor.
—¡Uy! —exclamé para aligerar el ambiente—. Que me cuelguen si no se cree un cielo. Antes de que te des cuenta, te estará trayendo rosas a ti y a tu tía. Aguardé su respuesta. Permaneció unos instantes enfurruñada, antes de responder con voz apagada: —Pero, Buggy, yo no tengo tía. Me di media vuelta rápidamente. Me pareció más inteligente dejarla con una cita de Buggy y Floyd que quedarme allí discutiendo. En realidad, Macallan y yo no nos peleábamos. Nosotros no teníamos ese tipo de relación. Pero me marché con la sensación de que acababa de pelearme con ella.
Cuando el segundo curso llegó a su fin, yo estaba ocupadísimo con el atletismo, el futbol y los exámenes finales, pero me prometí a mí mismo que, en cuanto acabaran las clases, le dedicaría un día entero a Macallan, como mínimo. Un día más y seríamos libres. Por mucho que me hubiera encariñado de mis amigos, empezaba a echar de menos a Macallan. Cuando estaba con ella, podía relajarme. Es verdad que éramos un poco ácidos, pero era la única persona con la que podía mantener una conversación de verdad. Pensaba que si me ponía demasiado trascendente con los hombres, dirían que me estaba volviendo un chilletas. —¡Eh, tú! —Macallan se acercó a mí después de clase. Danielle no andaba muy lejos—. Llevo toda la semana enviándote mensajes. —¡Hola! —empecé a guardar los libros en la mochila. —¿Vas a…? —¡Rodgers! —bramó Tim—. ¡Me las vas a pagar! ¡Qué gran exhibición diste en gimnasia! —¡Lo tienes claro! —le grité. Me volví hacia Macallan—. Perdona. ¿Qué decías? Parecía agobiada. —Me preguntaba si… —¡ALLÁ VA! —oí gritar a Keith. Me di media vuelta y cacé el balón al vuelo. —Señor Simon, las pelotas están prohibidas en los pasillos —lo regañó un profesor. —¡Perdón! ¡Perdón! —Keith se hizo el arrepentido hasta que el profesor le dio la espalda—. ¡Bien hecho, California! ¡Tenemos todo el verano para practicar! —¡Claro! Entrechocamos las palmas. Por fin recordé que Macallan intentaba decirme algo. Miré a mi alrededor pero no la vi por ninguna parte. Divisé a Danielle alejándose por el pasillo y la seguí. —¡Eh, tú! —le grité.
Se dio media vuelta y me asesinó con la mirada. —¿Tú? Debes de estar de broma —siguió andando. —¿Dónde está Macallan? —Ah, ¿por fin reparaste en su existencia? —me espetó con brusquedad. —Vamos, yo… Me interrumpió. —No, en serio, Levi. Lo capto. Tienes a tus amigos. Relájate, güey. Vaya. Alguien estaba haciendo drama. Llamando al capitán Cliché. —Mira en su casillero —me dijo por encima del hombro. Corrí al casillero de Macallan. Y sentí un gran alivio al verla allí, hasta que se dio media vuelta y advertí que estaba a punto de echarse a llorar. Sólo la había visto llorar por su madre. Afrontaba todo lo demás —el fin de su amistad con Emily, la ruptura con Ian, el estrés académico— con serena fortaleza. —¡Eh, eh! —corrí hacia ella, pero Macallan echó a andar en dirección contraria—. ¿Estás enojada conmigo? Cuando se dio media vuelta, no le hizo falta contestar. Su expresión hablaba por ella. Por desgracia, respondió: —¿Tú qué crees? —Perdona. Sin embargo, no tenía ni idea de por qué estaba tan disgustada. Si sólo había hecho un poco el tonto con mis amigos en los casilleros. ¿No podía esperar un par de minutos a que estuviera con ella? Claro que no. Estaba acostumbrada a tenerme en exclusiva. Ahora, no obstante, yo tenía otros amigos, otros compromisos. Si no podía aceptarlo, era su problema. Se rio. —¿Sabes? Normalmente te creo cuando te disculpas, pero ahora tengo la sensación de que no tienes ni idea de lo que me pasa. —La verdad es que sí. —¿Ah, sí? ¿Y te importaría explicármelo? Se puso tan impertinente que me enojé aún más. —Te molesta que tu chico de los mandados no esté a tu entera disposición. Ella me miró fijamente. Había dado en el clavo. —No —dijo con un hilo de voz—. Lo que me pasa es que tengo la sensación de que estoy perdiendo a mi mejor amigo. Espera, no, no sólo a mi mejor amigo sino a parte de mi familia. Tú sabes mejor que nadie lo mucho que mi familia significa para mí, y te dejé formar parte de ella. Me prometiste, Levi, le prometiste a mi mamá que siempre podría contar contigo. Vaya promesa. Se me partió el corazón.
Ella se enjugó una lágrima y continuó. —Entiendo que para ti sea muy importante pasar tiempo con tus amigos, de verdad que sí, pero puedo contar con los dedos de una mano las veces que nos vimos el mes pasado. El mes pasado, Levi. Y una de esas veces sólo querías que te acompañara a comprarte un traje para llevar al baile a aquella chica de primero. Sí, Macallan había sido tan amable de ayudarme a escoger el ramillete que le regalé a Jill. —Renuncié a una de mis mejores amigas por ti, Levi. Porque pensé que nuestra amistad valía la pena. Pero a los dos segundos de tener cuates, me apartaste. ¿Tienes idea de lo insignificante que me siento? ¿Alguna vez te has parado a pensar en mis sentimientos cuando me llamabas para cancelar una cita? Keith, siempre tan inoportuno, se acercó en aquel momento por el pasillo. —¡Ándale, California! ¿Vienes o no? —me gritó. Macallan lo fulminó con la mirada antes de voltear hacia mí. —Ve, por favor. No prives a tus amigos de tu preciosa compañía por mí —puso los ojos en blanco. Fue entonces cuando exploté. Ya no me daba ninguna lástima. Estaba harto de que me hiciera sentir como si sólo me preocupara por tonterías. Como si su tiempo fuera más importante que el mío. De que hiciera cosas como besarme y luego quedarse tan fresca. De que pudiera hacer lo que le viniera en gana sin afrontar las consecuencias. —Para ti todo esto es una broma, ¿verdad? —le escupí. Palideció. —Yo nunca pensé… La interrumpí. —Exacto, tú nunca piensas. Y me marché. Ya no tenía ganas de oír lo que quería decirme. Odiaba que me acusara de ignorarla. Que se comportara como si la hubiera decepcionado. Como si yo fuera el único responsable de su felicidad. Como si yo fuera la causa de que Emily y ella ya no fueran amigas. Fue Macallan quien tomó la decisión. Y yo tampoco tenía la culpa de que hubiera cortado con Ian. Tenía que dejar de poner tanta carga en nuestra amistad. Yo era un chico de quince años. ¿Qué tenía de malo que quisiera salir con mis cuates? Con mis verdaderos amigos.
Me fui con Keith, pero tenía la cabeza en otra parte. Atrapaba el balón porque era lo que tocaba. Eso es todo. Mi pensamiento seguía en el pasillo de la escuela. Mi mente no se había movido. No me sentía orgulloso de haber hecho llorar a Macallan. Ni de saber que ahora mismo seguiría llorando, sin que yo pudiera consolarla. Es que me había sacado de mis casillas. Detestaba que me hiciera sentir culpable, cuando en realidad era ella la que debería… O sea, era ella la que, bueno, quería… Estaba tan enojado que no podía ni pensar fríamente. Odiaba sentirme así. Me daba muchísimo coraje pensar que antes se lo contaba todo a Macallan y que ahora ya no podía. Me volvía loco. A veces hacía cosas que, sólo de pensar en ellas, me enfurecían. Su manera de tomarme el pelo. Su manía de dar por supuesto que yo debía estar a su entera disposición. Su costumbre de apoyar la cabeza en mi hombro cuando veíamos una película. Su forma de despeinarme para molestarme. Su manera de besarme y luego alejarse. Pensándolo bien, todo empezó en aquel momento. Después de aquel beso, empecé a sentir algo distinto por ella. Para Macallan, en cambio, no significó nada. ¿Por qué no significó nada para ella? ¿Por qué no pudo significar algo? ¿Por qué ella no…? Y entonces lo comprendí. Sé que a veces soy un poco lento, pero ¿por qué diablos me había costado tanto entender lo que pasaba en realidad? Cuáles eran mis verdaderos sentimientos. Por qué estaba tan ofendido con ella. Por qué quería alejarme de Macallan. Por qué tenerla cerca se me hacía más y más difícil. Por qué me ponía nervioso cada vez que algún chico la mencionaba. En cuanto lo reconocí, supe que esta situación se remontaba a muchísimo tiempo atrás. Estaba enamorado de Macallan. Dejé caer el balón y lo dejé allí, en el suelo. Keith me preguntó qué me pasaba. Farfullé algo de que tenía que hablar con Macallan y eché a correr. Sabía que amor era una palabra muy fuerte para alguien de mi edad, pero era eso, ni más ni menos, lo que sentía. Lo que había entre nosotros. Y no quería echarlo a perder. Habíamos tocado fondo, y allí, en lo más profundo, yo había descubierto algo. La verdad. Corrí como alma que lleva el diablo. Aquel día no pensaba perder por una décima de segundo. Aquel día, habría dejado atrás al más rápido de los corredores. Porque en la línea de meta no me aguardaba un trofeo… sino Macallan. Me faltaba el aliento cuando llamé a su puerta. Me daba igual apestar a sudor o que me tomaran por loco. Lo que estaba a punto de hacer era una locura. Lo que estaba a punto de hacer lo cambiaría todo. Sin embargo, no podía seguir callado. La verdad que llevaba dentro la estaba alejando de mí. Había llegado la hora de dejarme de tonterías y dar la cara. —Oh, hola, Levi —me recibió el señor Dietz en la puerta. No parecía muy contento de verme. —Hola, señor Dietz. ¿Puedo hablar con Macallan, por favor? —apenas reconocía mi propia voz, de tan suplicante como sonaba. Él suspiró, pero abrió la puerta. —Está en la parte de atrás. Crucé la casa y saludé a Adam, que me miró sin inmutarse. Jamás lo había visto tan serio. En aquel momento, comprendí que había metido la pata hasta el fondo. Me dirigí hacia la puerta de la terraza. Macallan estaba sentada en los escalones que conducían al jardín trasero. Casi se me rompe el corazón cuando vi un montón de pañuelos arrugados a su lado. Empujé la puerta de vidrio. Su padre me indicó que no la cerrara. —Levi está aquí —anunció. Ella se dio la vuelta y vi sus ojos enrojecidos—. ¿Te parece bien, Calley? Nunca había oído a su padre llamarla de un modo que no fuera Macallan. Aquello era peor de lo que pensaba. Ella asintió con un cabeceo casi imperceptible. Entonces oí la voz de Adam. —Me voy a quedar aquí de pie por si necesitas algo. Lo que sea. Asintió en mi dirección con gravedad, como informándome de que me derribaría sin dudarlo si le daba motivos. La lealtad de Adam aún dejaba más en evidencia mi traición. Jamás me había sentido tan avergonzado de mí mismo. —Hola —dije acomodándome a su lado con suavidad—. Sé que te he dicho esto muy a menudo últimamente, pero lo siento. Me he portado como un idiota integral. Estaba muy confundido respecto a muchas cosas y quería sentirme uno más, pero ahora me doy cuenta de que nada de eso importa, nada de todo eso es importante. O sea, sólo me importas tú. Nunca me había declarado a nadie, pero comprendí que lo estaba haciendo fatal. —Estaba muy enojado porque, creo, o sea, sé, bueno, que estoy sintiendo algo. O sea, sabes, no sólo sintiendo algo sino… Deja que vuelva a empezar.
—Me hiciste una promesa, Levi. Me prometiste que estarías ahí siempre que te necesitara. Y la rompiste. Y nunca jamás te he considerado mi “chico de los mandados a mi entera disposición”. Aquellas palabras, las palabras que yo había pronunciado hacía sólo unas horas, me escocieron. Apenas podía imaginar lo mucho que la habían lastimado. Siguió hablando sin soltar el pañuelo de papel que aferraba entre los dedos. —No me había dado cuenta de que se te hiciera tan difícil quedar conmigo. —No —dije con vehemencia. No podía creer que hubiera llegado a pensar eso, lo mirara por donde lo mirara. También es verdad que yo la había ignorado bastante. Así que entendía en parte que se hubiera llevado esa impresión. No hizo caso de mi respuesta. —Me parece genial que tengas tus propios amigos. Sería egoísta por mi parte pedirte que renuncies a ellos. No era mi intención. —No, no es eso. Me horroriza que hayas pensado algo así —le tomé la mano—. He sido un completo idiota. Y ahora sé por qué me sentía tan confuso. Supongo que me cuesta expresarme y, este… Macallan ni siquiera se volteó hacia mí. Le tomé la otra mano y, con cuidado, la obligué a mirarme a los ojos. Se le saltaban las lágrimas. —Macallan, te amo. Al pronunciar aquellas palabras, sentí que me había quitado un enorme peso de encima. —Yo también te amo. Eres mi mejor amigo —esbozó una sombra de sonrisa. No hablábamos de lo mismo. —No, Macallan —le acaricié la cara con el pulgar, con delicadeza—, no me refiero a eso. La atraje hacia mí y me incliné hacia ella. Sólo nos separaban unos centímetros. Noté en el cuerpo el cosquilleo que precede a un beso. Uno que no iba a finalizar de manera tan abrupta. Cuando comprendió lo que yo estaba a punto de hacer, Macallan abrió los ojos como platos. Se puso en pie de un salto. —Me voy a Irlanda —me espetó con voz chillona. —¿Que te vas? ¿Cuándo? —Voy a pasar el verano en Irlanda con la familia de mi mamá. Me marcho dentro de una semana. Lo aclaró en un tono tan inexpresivo que apenas le creí. —Macallan, por favor —tenía la sensación de que yo era el culpable de aquella fuga precipitada—. ¿Cuándo lo decidiste? —Hace… poco —mentía fatal—. Ya sabes que me invitan cada verano.
—¿Y por qué ahora? —¿Por qué no? “¿POR QUÉ NO? ¿POR QUÉ NO ?”, quise gritar. “PORQUE ACABO DE CONFESARTE QUE TE AMO. POR ESO.” Retrocedió un paso. —Mira, Levi, ya sé que todo… cambió. Y ahora tienes todo el verano para divertirte con tus amigos. Ya retomaremos las cosas cuando regrese. —¿Retomar qué exactamente? Le estaba echando la mano. Acababa de decirle que no la amaba sólo como amiga. ¿No pensaba darse por aludida? Parecía desorientada. —¡Esto! Nuestra amistad —la palabra me dolió—. Está claro que necesitamos separarnos un tiempo. Tú quieres pasar más rato con los cuates y yo quiero ver a mi familia. Buscaremos la manera de que esto funcione. No voy a interponerme en tu camino. Eres libre, tal como querías. —Macallan —le supliqué. Intenté agarrarle la mano pero ella se alejó aún más. —Todo irá bien —me aseguró, pero yo no le creí—. Ya va siendo hora de que vaya a visitarlos. De verdad, llevaba un tiempo pensándolo. Pregúntale a Danielle. Me maldije a mí mismo por no haber contestado al estúpido teléfono cuando me llamaba. ¿Y si una de esas veces quería pedirme mi opinión al respecto? Ojalá hubiera respondido. Trató de fingir que todo era normal. —No es para tanto. Nos enviaremos correos y chatearemos mientras esté allí y, si tienes suerte, a lo mejor te traigo un leprechaun. No sabía si respirar aliviado al comprobar que aún era capaz de bromear o hundirme del todo al comprender que no iba a responder a mi declaración diciendo que ella sentía lo mismo. Habíamos llegado a un punto muerto. Sólo tenía dos opciones: volver a declararle mi amor y hacerle entender que podíamos ser algo más que amigos, o tragarme el orgullo y mantener intacto lo poco que quedaba de nuestra amistad. —Un leprechaun, ¿eh? Apuesto a que cabe en el compartimiento superior del avión. Me odié a mí mismo por ello, pero no quería presionarla más. Quién sabe a dónde sería capaz de marcharse con tal de evitarme. Irlanda ya estaba bastante lejos.

jueves, 3 de marzo de 2016

Lectura 14

¿Lealtad?

Comencemos por definir qué es lealtad:

Es una virtud que se desarrolla principalmente en nuestra conciencia, el compromiso de defender lo que creemos y en quien creemos, esto supone hacer aquello con lo que una persona se ha comprometido aun cuando las circunstancias cambien, dicho de otra manera, es cumplir con la palabra que ha dado.  Alguien que es leal responde a una obligación que tiene con los demás.
Todos tenemos amigos superficiales o conocemos a alguien que trabaja únicamente por le pagan pero una persona que es leal va más allá porque su compromiso es más profundo: está con un amigo en las buenas y en las malas, trabaja no solo porque le pagan, sino también porque adquiere un compromiso con la empresa en la que trabaja e incluso con la sociedad.
No hay que decir que la lealtad es esencial en la amistad y que es obvio que se relaciona estrechamente con otros valores como son el respeto, la responsabilidad, la sinceridad, la dignidad y la honestidad entre otros.
No se puede justificar, el ser leal solamente con uno mismo y creerse con el derecho de criticar o menospreciar a los demás y exigir a los que nos rodean, que sean leales. Esta virtud y valor humano, debe vivirse y practicarse primeramente, con uno mismo antes que nadie. No se puede ser leal con el prójimo, si antes no se ha practicado con uno mismo.
Eso sí, es muy difícil de ganar, muy fácil de perder y casi imposible de recuperar. Lo contrario a la lealtad es el engaño, la traición, no se es leal, independientemente de las disculpas que se tengan, si no se dice la verdad o se dicen medias verdades, o lo que al líder agrada, o lo que éste desea oír, o si se esconden  expresamente situaciones y hechos reales.
Con la pérdida de la lealtad, las personas se quedan solas y sin amigos, ni familiares, como los traidores que han sido descubiertos.
Cómo enseñar la lealtad a nuestros hijos:
·         Demostrando comprensión cuando alguien de la familia, escuela o trabajo, reconoce sus propias culpas para no incrimina a los demás.
·         Demostrando confianza a nuestros hijas, familiares, amigos y compañeros para que consulten sus dudas, sin temor a represalias.
·         Demostrando el cumplimiento de los acuerdos tácitos o explícitos en la familia, trabajo, estudios o sociedad.
·         Enseñando de forma práctica a los hijos que se puede confiar en ellos y pueden ser confidentes y colaboradores.
·         Demostrando lealtad a los principios religiosos, sociales y económicos.
·         Demostrando lealtad entre los hijo/as, familiares y amigos.
·         Demostrando lealtad y voluntarismo, para ayudar en las tareas de la casa, aportando cada uno sus máximas posibilidades, incluso antes de que los demás lo necesiten.
·         Demostrando que cuando alguien ha dado algo bueno, la familia le debe mucho más que agradecimiento.
·         Enseñar que se defiende lo que se cree y en quien se cree.
·         Demostrando que se puede ser leal, aunque se denuncie lo que está mal, a pesar de poder perder un amigo.
Es entonces cuando… Una persona leal es aquella que apoya a otra, le es fiel y nunca le da la espalda. Los verdaderos amigos son leales porque se ayudan mutuamente cuando tienen problemas. Un ejemplo de ellos seria…. Los camaradas de Ana Luisa deciden cortarse el pelo como una muestra de aprecio y solidaridad. Mediante este gesto quieren que ella se dé cuenta de que no está sola, de que los cuatro se encuentran a su lado para enfrentar no sólo la enfermedad que padece, sino también las burlas de sus compañeros.
Pero la lealtad no se relaciona únicamente con los amigos. También podemos ser leales a una comunidad con la que nos sentimos identificados: nuestra escuela, la gente del barrio, una congregación religiosa, un club deportivo, etcétera. Asimismo, este valor puede relacionarse con alguna causa que nos parezca valiosa. Tal es el caso de aquellas personas que creen en la igualdad humana, la ecología o la defensa de los animales, y luchan en favor de dichos ideales. Muchos consideran que la lealtad tiene que ver también con el nacionalismo. Amar a tu país, defenderlo de quienes lo denigran, respetar sus símbolos patrios, conservar sus riquezas naturales o históricas, trabajar para que sea un lugar mejor para vivir… Todas estas son maneras de expresar lealtad a la patria.
Finalmente, existe también la lealtad hacia uno mismo. Ésta consiste en mantenerse fiel a lo que consideramos justo, bueno y correcto sin importar las circunstancias ni los fracasos. También se trata de creer en uno mismo y en la vocación. Un caso de lealtad vocacional… es el de Walt Disney, cuyo enorme éxito no debe hacernos olvidar que, cuando comenzó su carrera como dibujante y caricaturista, tuvo que enfrentar numerosos rechazos. El director del periódico en el que trabajaba lo despidió porque, según él, le faltaba imaginación y sus ideas no eran buenas. En lugar de dedicarse a otra cosa, Disney fue leal a sí mismo y continuó dibujando pese a las críticas. Las numerosas películas animadas que realizó —entre las cuales destacan Blanca nieves, Bambi y Dumbo— demostraron que las críticas que había recibido eran erróneas.

¿Y tú qué piensas…?      


Hombres y mujeres de bien
Las buenas personas cumplen sus promesas, aunque las circunstancias y los intereses cambien. Dan el máximo valor a la confianza que los demás depositan en ellas: actúan de la forma que esperan, a pesar de que les resulte difícil. Cuando se comprometen a algo con otra persona están dispuestas a darlo todo sin fijarse en su propio provecho y a tener actitud respuesta valiente y creativa para llevar a cabo la misión que les pidieron.
El mejor ejemplo está en la unidad de la familia: los matrimonios fieles se esfuerzan por seguir juntos, aunque a veces tengan problemas y diferencias; los padres fieles se comprometen a hacer lo mejor por sus hijos pequeños y el conjunto se esfuerza para mantener unida a la familia. La misma experiencia puede ampliarse al compromiso que debemos tener con México: ser leales con el país es promover la paz, la justicia, la honestidad y la tolerancia en cada acción.

La lealtad es que no se paga, se corresponde. Si alguien nos ayuda en una circunstancia difícil, no habrá ningún objeto o cantidad de dinero suficientes para darle las gracias. La única alternativa es apoyarlo cuando se vea en una circunstancia difícil, sabiduría que se resume en la frase “hoy por ti, mañana por mí.” De esta forma, la lealtad contiene y lleva al máximo los valores más importantes de la convivencia y es una expresión de amor. Al practicarla no sólo beneficiamos a los demás: también le vamos dando forma a nuestra vida y poco a poco no convertimos en hombres y mujeres de bien.