viernes, 4 de diciembre de 2015

Lectura 11



¿Y SI QUEDAMOS COMO AMIGOS?


CAPÍTULO TRES

— ¿Y si me corto el pelo? Levi acababa de formular una pregunta muy sencilla, pero no podía imaginar el efecto que iba a provocar en mí. A menudo jugaba conmigo misma a “y si…”. Me había pasado todo el verano haciendo ese juego. ¿Y si hubiera sido otra persona la que le hubiera enseñado a Levi la escuela el primer día de clases? ¿Y si no hubiera visto su pin de “MANTÉN LA CALMA Y SIGUE COLGADO” y no me hubiera puesto a hablar con él para descubrir qué más teníamos en común? ¿Y si el tío Adam no le hubiera mencionado a la mamá de Levi el problema de los miércoles? ¿Y si su mamá no hubiera estado siempre ahí cuando yo la necesitaba? Ése es el quid del juego de “y si…”. Nadie conoce la respuesta a esas preguntas. Y puede que sea mejor así. Porque por debajo de todos esos “y si…” se esconden otros mucho peores. ¿Y si aquel día no se me hubiera olvidado el libro de ciencias? ¿Y si no hubiera estado lloviendo? ¿Y si el otro conductor no hubiera estado usando su celular? ¿Y si mi mamá hubiera tardado tres segundos más en salir de casa? ¿Y si…? —Eh, Macallan —Levi agitó la mano delante de mi cara—. ¿Qué te parece? Se quitó la liga para soltarse el pelo. —Tengo la sensación de que, ahora que voy a empezar octavo, debería comenzar de cero. Me encogí de hombros. —A lo mejor te queda bien. —Algunos de mis amigos de casa ya se lo cortaron. De casa. Aunque Levi llevaba casi un año en Wisconsin y sus padres no tenían previsto regresar, seguía refiriéndose a California como “su casa”. Como si le costara aceptar que éste era su nuevo hogar. —¿Y bien? —preguntó Levi. En aquel momento me di cuenta de que estábamos delante de la peluquería del centro comercial. —¿Ahora mismo?
Titubeó unos instantes. —¿Por qué no? Veinte minutos después, aguardaba sentado en una butaca, peinado con la cola de caballo de siempre. El estilista la sujetó y empezó a trabajar con las tijeras. Segundos después, la cola de caballo colgaba de su mano. Levi se llevó las manos a la nuca. —Qué fuerte. Hablaba en un tono apagado, como si no acabara de creerse lo que había hecho. La estilista me pasó la cola de caballo. Yo me la quedé mirando, preguntándome cuánto tiempo habría tardado en crecer. Pensando en la vida que llevaba Levi antes de conocerme. En aquel momento, comprendí lo que significa empezar de cero. En cierto sentido, yo también había sentido que tendría que empezar de cero después del accidente. Sin embargo, aún me despertaba en la misma cama, iba a la misma escuela, tenía los mismos amigos. Es un alivio despertarte por la mañana y saber que estás en casa. Tenía la esperanza de que algún día, muy pronto, Levi también tendría la sensación de que éste era su hogar. Miré hipnotizada los mechones que seguían cayendo alrededor de la silla. La estilista no decía gran cosa, concentrada en igualar los laterales. Cuando terminó de cortar y de darle forma al pelo, hizo girar el asiento de Levi. Al verlo de frente, apenas lo reconocí. Llevaba el pelo muy corto por la parte superior y de un color más oscuro, más rubio ceniza, seguramente porque su cabello “reciente” apenas había visto la luz del sol. —¿Qué te parece? —me preguntó Levi con los ojos muy abiertos. —Me gusta. Era verdad, aunque llevaba el mismo corte que casi todos los chicos de la escuela. —¿En serio? —ahora se estaba mirando al espejo—. ¿De verdad te gusta? —Sí —me acerqué y le acaricié la cabeza. No me pude resistir—. Te lo dejaron muy corto, pero te queda bien. Levi se estremeció con el roce, probablemente porque no estaba acostumbrado a tener nada ni a nadie tan cerca de la nuca. Se paró de un salto. —Hagamos algo. —Mmmm… pensaba que estábamos haciendo algo. Estamos en el centro comercial. Gimió. —Ya sabes que no me refiero a eso. Vayamos al minigolf o al parque. Hagamos algo. Miré el reloj. —No puedo. Tengo que prepararlo todo para esta noche. Hundió los hombros con ademán derrotado.
—Está bien. Pero mi mamá insiste en llevar algo. Y si le digo que no necesitas nada, se enojará conmigo. —No quiero que traiga nada. Los invité a cenar para darles las gracias por todo y para celebrar que la escuela empieza la semana que viene. —Eres la única persona del mundo que se alegra de regresar a la escuela. Con lo bien que la hemos pasado este verano. El verano había sido increíble, claro que sí, pero de todas formas estaba ansiosa por sumirme en la rutina del curso escolar. Aún necesitaba distraerme.
Sabía que mi papá sólo quería ayudar, pero yo lo tenía todo pensado al detalle. Aquel verano, había asistido a clases de cocina en el YMCA y cada vez se me daba mejor. Estaba preparando una ensalada mientras la lasaña se cocía en el horno. —¿Seguro que no necesitas nada? —me preguntó por enésima vez. —En serio, papá, lo tengo todo controlado. Por favor, haz algo, lo que sea. Vete a ver la tele con Adam. Soltó una risita tonta. —Hablas igual que tu mamá. Era la primera vez que la mencionaba sin ponerse triste. Se estaba riendo. Se reía de mí, claro, pero no era el momento de enojarse. Tenía que tostar el pan de ajo. Por suerte, el timbre de la puerta me rescató. Mi papá se marchó a recibir a Levi y a sus padres. Oí las voces a lo lejos. —Huele de maravilla —dijo la señora Rodgers cuando pasó por la cocina para saludarme—. No quiero molestarte; sólo quería decirte que noté un aroma delicioso al entrar. Mi papá apareció a continuación con una botella de vino en la mano, seguramente obsequio de los padres de Levi. Luego vi a mi amigo y apenas lo reconocí con su nuevo corte de pelo. Tardé un momento en darme cuenta de que sostenía un ramo de flores. Su padre entró tras él y lo apremió con un gesto. —Oh, sí —dijo Levi cayendo en la cuenta—. Ejem, para la chef. Me tendió las flores algo ruborizado. —¡Gracias! —las agarré a toda prisa. El padre de Levi le guiñó el ojo a su esposa antes de abrazarme. Era todo un honor que el doctor Rodgers hubiera venido. Trabajaba hasta tan tarde que casi nunca llegaba a tiempo para la cena, ni siquiera en su propia casa. Los eché a todos de la cocina para poder terminar. Se me escapó una sonrisa cuando los oí platicar y reír en la sala. Me encantaba que la alegría volviera a reinar en mi hogar. De vez en cuando oía gemir a Adam y supuse que Levi estaba provocando a los presentes con comentarios sobre la próxima temporada de futbol. Aunque llevaba aquí casi un año, aún no había aprendido a disimular su simpatía por los Bears. El temporizador del horno sonó justo cuando dejaba la ensalada sobre la mesa del comedor. No habíamos vuelto a usarla desde la fiesta de mi décimo cumpleaños. Llevábamos una larga temporada sin tener motivos para celebrar nada ni para sacar la vajilla buena. Eché un último vistazo a la mesa para asegurarme de que todo estuviera en su lugar antes de llamarlos a cenar. Se me hinchó el pecho de orgullo cuando entraron y estallaron en exclamaciones. En cuanto empezamos a comer, se hizo el silencio en la mesa salvo por algún que otro cumplido a la ensalada. A continuación serví la lasaña con pan de ajo y para terminar saqué el pastel de chocolate que había preparado de postre. —¡Pastel! —la señora Rodgers se palmeó su esbelta cintura—. ¡Me alegro de haber apartado un lugar en la clase de spinning de mañana! —Oh —me disculpé—. Es de caja. Las clases de postres aún no han empezado. Abrió los ojos como platos. —Querida, todo esto es increíble. Tendré que esmerarme más cuando te quedes a cenar. Me entraron ganas de abrazarla. Estar sentada a una mesa con tantos comensales me hizo darme cuenta de lo mucho que añoraba aquellos momentos. Había olvidado lo que era disfrutar de una cena en familia. Nos habíamos acostumbrado a cenar bocadillos o a ordenar comida preparada. Encendíamos la tele para llenar el silencio. Porque a veces el silencio es más elocuente que cualquier palabra. En aquel momento, supe que ésa sería la primera de muchas otras cenas compartidas. Quería instaurar una tradición con aquellos nuevos miembros de mi familia. Era consciente de que los Rodgers y yo no éramos parientes, claro que no, pero las familias no siempre están unidas por lazos de sangre. Yo creo que una familia se crea también a partir de un sentimiento. —¿Saben?, esto me recuerda una cosa —mi papá levantó un dedo en alto—. Hace tiempo que les quería comentar algo sobre el curso que viene. A partir de ahora, Macallan se puede quedar en casa los miércoles, o cualquier otro día en realidad. Ha estado haciendo de niñera en casa de los vecinos y ha pasado mucho tiempo a solas este verano, así que ya no hace falta que cuiden de ella. Levi y yo intercambiamos una mirada. Estoy segura de que pusimos la misma cara, o al menos eso esperaba. Me gustaba ir a su casa y pasar un rato con su mamá y con él. No me latía llegar a un hogar desierto pero atestado de recuerdos. Mi papá prosiguió: —Creo que la he estado sobreprotegiendo. Mi niña pronto irá a la secundaria. No puedo creerlo. La mirada de mi papá se desplazó hacia la pared que quedaba a mi espalda. No tuve que darme la vuelta. Ya sabía lo que había allí: una foto de mis papás bailando el día de su boda. Mi papá había hecho un chiste y los dos se estaban riendo. —Pero si nos encanta que Macallan venga a casa —objetó la señora Rodgers. Me sentí mejor al instante—. ¿Verdad, Levi? Contuve el aliento. Sabía que Levi anhelaba hacerse amigo de algún chavo, pero esperaba que eso no afectara nuestra amistad. Hablábamos de cosas de las que no podía hablar con mis amigas. No quería pasarme el día hablando de los chicos o del modelito que llevaríamos al día siguiente. Con Levi mantenía conversaciones de verdad. Y hacía años que no me reía tanto con nadie. Levi miró a mi papá a los ojos. —No sería lo mismo sin ella, señor Dietz. Sentí tal alivio al oír su respuesta que me ardieron los ojos. Me levanté y empecé a quitar la mesa. Levi me imitó. Cuando dejamos los platos apilados sobre la barra de la cocina, me miró con esa sonrisa burlona suya. —Oye, estuvo de pelos. Que me cuelguen si habría sabido qué hacer sin ti. Yo sentía exactamente lo mismo.

Cuando nos entregaron los horarios de octavo, descubrimos que lo impensable había sucedido. Emily, Levi, Danielle y yo almorzábamos a horas distintas. Por suerte, nos habían separado de dos en dos, así que nadie tendría que comer a solas. Emily y Levi lo harían en el primer turno, mientras que a Danielle y a mí nos había tocado el segundo. Emily fue la más afectada por el desastre, lo cual me agarró por sorpresa. Siempre ha sido de esas personas que llegan a un lugar y se ponen a charlar con el primero que encuentran, pero la idea de empezar octavo la tenía preocupadísima. Se había pasado todo el verano repitiendo que aquél tendría que ser nuestro mejor curso, pues nadie sabía lo que pasaría al año siguiente, cuando fuéramos a la secundaria. Gran parte de sus miedos, estaba claro, se debían al hecho de que la hermana mayor de Emily, al entrar a la preparatoria South Lake, había pasado (en palabras textuales de mi amiga) “de ser popular a convertirse en una marginada”. Me pasé toda la clase de historia sufriendo por Levi. ¿Se sentaría Emily con él? ¿O lo dejaría tirado para compartir mesa con las animadoras o con Troy, el chavo que le gustaba últimamente? Mis miedos se esfumaron en cuanto vi a Emily y a Levi riéndose juntos en el pasillo. —¡Eh! —me saludó Emily—. No te acerques a los sándwiches. Están super pastosos. Le hizo un guiño a Levi y sentí una punzada de celos. Lo cual, me dije al momento, era una tontería. Yo quería que Emily y Levi fueran amigos. Cuando nos despedimos de Levi, Emily se ofreció a acompañarme a mi casillero. Por suerte, al él lo vería más tarde en clase de inglés. Mi amiga me agarró del brazo. —No me habías dicho que Levi se había cortado el pelo. ¡Está muy mono! —Oh —fue la única respuesta que se me ocurrió. —Y bien… Dejó la frase en el aire. Yo sabía lo que venía a continuación. Decidí cortar por lo sano. —¿Qué tal te va con Troy? —le pregunté. A principios de cada curso, a Emily le gustaba un chico distinto. La cosa siempre funcionaba igual: Emily declaraba que le gustaba fulanito, se encargaba de que todo el mundo lo supiera, el chico le pedía salir, salían y ella se fijaba en otro. Había tenido ocho novios formales antes de empezar octavo. Yo siempre le tomaba el pelo diciéndole que, a ese paso, no le quedaría ningún chico disponible para el baile de graduación, pero ella juraba que para entonces ya saldría con universitarios. No me cabía duda de que cumpliría su promesa. —Ugh, Troy. No sé —por la cara con que me miró, supe que sí sabía—. Levi tiene un aire de misterio… ¿Le hablarás de mí? Se me quitó el hambre. ¿De verdad quería que mi mejor amiga saliera con mi…? Bueno, Levi se había convertido en uno de mis mejores amigos también. Me imaginé a mí misma haciendo de celestina y mensajera. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que no era tan mala idea que mis dos mejores amigos salieran. A veces tenía la sensación de que debía escoger entre ver a Levi o pasar el rato con Emily. Si andaban, podríamos salir en grupo. —Claro —asentí. Al fin y al cabo, ¿qué era lo peor que podía pasar?

viernes, 20 de noviembre de 2015

AVISO

BUEN DÍA

POR MEDIO DEL PRESENTE SE LES INFORMA; QUE EN SEMANA DE EVALUACIÓN DEL BLOQUE 2, NO SE PUBLICARA LECTURA; YA QUE FUE UN ACUERDO EN   LA INSTITUCIÓN PARA QUE LOS ALUMNOS SE DISPONGAN A ESTUDIAR, OBTENIENDO MEJORES RESULTADO.

SIN MAS POR EL MOMENTO; AGRADEZCO SU ATENCIÓN.


NOTA: FAVOR DE IMPRIMIR Y FIRMAR POR PARTE DE SUS PAPAS

jueves, 12 de noviembre de 2015

LECTURA 10


¿Y si quedamos como amigos?


Elizabeth Eulberg

CAPÍTULO DOS


La primera vez que mis papás me dijeron que nos mudábamos a Wisconsin, me quedé hecho polvo. O sea, ¿tenía que dejar atrás a mis amigos y toda mi vida sólo porque a mi papá lo habían ascendido? ¿Por qué no podíamos quedarnos en Santa Mónica, donde hacía buen tiempo y había unas olas brutales? Luego, me di cuenta de que empezaría de cero. Siempre había envidiado a los chicos nuevos que llegaban a la escuela. Todo el mundo les hacía caso. Los envolvía un aura de misterio. Podían convertirse en la persona que quisieran. Así que, a lo mejor, la idea de mudarse no era tan mala. Me iba a convertir en un forastero procedente de una tierra extraña. ¿Qué chica se resiste a eso? Y por fin llegué a Wisconsin. Cuando la directora me presentó a Macallan, me puse nervioso, porque era muy bonita. En seguida, al cabo de unos 2.5 segundos, me hizo saber que no le interesaba en lo más mínimo. Si le hubiera dado un vaso de leche, se le habría congelado en la mano en menos de un minuto. Así de fría fue. Supuse que no volvería a hablarme y me centré en los chicos de la escuela. De todos modos, los hombres siempre se llevan mejor que las mujeres. Aquel primer día, justo antes de comer, me acerqué a un grupo de chicos, me presenté e intenté aparentar que controlaba la situación. Sin embargo, estoy seguro de que apestaba a desesperación por todos lados. Me di cuenta enseguida de que Keith, ese mala sangre, era el cabecilla del curso. Iba a todas partes acompañado de un grupo de tres o cuatro chicos y todos llevaban una playera de no sé qué equipo de Wisconsin. Keith vestía una sudadera de los Badgers y jeans por la rodilla. Medía más de metro ochenta y le pasaba una cabeza a todo el mundo, incluidos casi todos los maestros. No estaba delgado pero tampoco gordo; sencillamente, era un tipo grande. Cuando me acerqué a él, me miró de arriba abajo y me soltó: “¿Qué te pasa?”, antes incluso de que tuviera ocasión de presentarme. Dije unas cuantas estupideces y me sentí como si me estuvieran entrevistando para un trabajo. Entonces cometí un error fatal. Debería haber sido más listo. Reconocí ser fan de los Chicago Bears. Juro que oí el siseo. Supuse que, en cualquier caso, me tomarían el pelo, como hacen los hombres. Era eso lo que esperaba, lo que ansiaba. Porque si los chicos te toman el pelo, significa que te han aceptado, más o menos. En cambio, cuando me serví el almuerzo y busqué una mesa, nadie me miró siquiera.
Todos estaban demasiado ocupados hablando de sus vacaciones como para fijarse en el chico nuevo. En vez de ser el recién llegado que despertaba el interés de todo el mundo, me trataban como si tuviera lepra o algo así. Me habían repetido hasta el cansancio que la gente de Wisconsin era simpatiquísima, pero yo no tuve esa sensación. Me sentía como si hubiera invadido su territorio. No había pasado ni medio día y ya tenía ganas de llorar. Entonces llegó Macallan. Me salvó de la humillación pública de tener que comer solo el primer día de clases. A partir de entonces, me senté a comer con ella y con sus amigas, cada día. Al principio, no me agradaba mucho eso de que Macallan viniera a casa los miércoles después de clase. En cuanto llegaba, sacaba las tareas y se ponía a trabajar hasta que su padre venía a buscarla. Sólo se animaba cuando veíamos algún episodio de Buggy y Floyd. Al cabo de unos cuantos miércoles, empezamos a charlar un poco más. Era bastante cool. O sea, increíblemente cool, aunque a veces podía ser muy distante. Un miércoles, cosa de un mes más tarde, tuvo que quedarse más rato que de costumbre. Mi mamá llegó del supermercado y dijo: —Macallan, querida, tu padre acaba de llamarme. Se le hizo tarde, así que tendrás que quedarte a cenar. Espero que te guste la carne molida. Sentada en la mesa del comedor en la que solíamos estudiar, Macallan se quedó mirando a mi mamá, que había entrado en la cocina y estaba sacando la compra. Procuré no reírme cuando Macallan frunció el ceño. Siempre hacía eso para concentrarse, tanto en las matemáticas como en mi mamá. Me parecía adorable. —Eh —intenté que Macallan me prestara atención—. ¿Quieres que juguemos a un videojuego o algo? —Prefiero acabar el trabajo de literatura. Se puso a escribir a toda prisa. Agarré el manoseado libro que estaba leyendo. —¿Miss Lulú Bett? —me reí—. ¿Estás haciendo un trabajo sobre alguien que escribió un libro titulado Miss Lulú Bett? Macallan tendió la mano hacia el libro. —¿Puedes tener cuidado, por favor? Lo saqué de la biblioteca. Es una rareza. Le ofrecí el libro con ambas manos haciendo un gesto de reverencia. —Y, para que te enteres, la autora, Zona Gale, nació en Wisconsin y fue la primera mujer galardonada con el premio Pulitzer de teatro. No te vas a morir por aprender un poco de historia de esta zona. Ahora vives aquí. —Uh… Casi siempre le respondía eso cuando Macallan me soltaba un sermón. Me iba bastante bien en la escuela y sacaba buenas notas, pero no era tan ñoño como ella. Macallan siguió escribiendo. —¿Y tú trabajo de qué trata? ¿Del doctor Seuss? —Me gustan los huevos verdes con jamón, Mac yo soy. Macallan hizo una mueca. —A veces no sé ni por qué me molesto. Fingió volver al trabajo, pero me di cuenta de que le empezaban a bailar las comisuras de los labios. Volví a agarrar el libro con cuidado. —A lo mejor debería leer éste. Me pregunto qué clase de apuesta hizo Miss Lulu. Lo dije porque bet significa “apostar” en inglés. Macallan gimió. —Señora Rodgers, ¿necesita ayuda con la cena? Mi mamá asomó la cabeza por el umbral de la cocina. —No te preocupes. Creo que ya está todo. Macallan se levantó de todos modos y se reunió con ella. —¿Seguro? —Bueno, si quieres me puedes ayudar a cortar las verduras. Mi mamá le sonrió. “Genial, ahora tendré que ayudar yo también”, pensé. Si quieres quedar como un vago, invita a Macallan a cenar. Mi mamá sacó pimientos rojos y verdes, calabacitas y champiñones de la bolsa de la compra y le dio a Macallan la tabla de cortar y un cuchillo. Macallan se quedó mirando el cuchillo y las verduras como si le hubieran puesto delante una ecuación muy complicada. Acercó el cuchillo al pimiento, primero en un sentido y luego en el otro. Por fin, dirigió la vista hacia mí, seguramente pidiendo ayuda. Vaya ocurrencia. El año pasado, cuando intenté preparar palomitas en el microondas, estuve a punto de quemar la casa. El tufo a palomitas carbonizadas duró una semana. Desde entonces, tengo prohibida la entrada en la cocina. —¿Quiere que las corte de alguna forma en especial? —le preguntó a mi mamá. Ella abrió la boca, pero antes de que dijera nada se le prendió el foco. Se acercó a Macallan y le enseñó los distintos modos de cortar cada cosa. Los ojos verdes de Macallan lo miraban todo como si se lo tuviera que aprender para un examen. —Gracias —dijo en voz baja cuando se puso a trabajar—. En mi casa apenas se cocina. Ya no. En aquel momento, me di cuenta de que Macallan estaba enamorada de mi mamá. Fue Emily quien me contó lo del accidente de coche; Macallan no me había dicho gran cosa sobre su madre. No tenía ni idea de si debía comentarle algo al respecto, o preguntarle. O sea, ¿qué se hace en esos casos?
Que me cuelguen si lo sé.
Aunque me estaba haciendo amigo de Macallan y su grupo, echaba de menos la compañía de los chicos. —¿Qué pasa, California? —me dijo Keith después de clase a principios de noviembre—. ¿Cómo va todo, hermano? —aunque lo dijo con acento fresa. Sabía que se estaba burlando de mi manera de hablar, pero ¿acaso él no se había oído? Allí, todo el mundo se comía letras y ni siquiera pronunciaban la eses finales. A mí me daba mucha risa—. Te vi corriendo por la pista en clase de educación física. No se te da mal. —Gracias, hermano. Estuve a punto de ponerme pesado diciendo que podía correr mucho más cuando no estaba medio congelado. Aunque la nieve de la primera ventisca del año (que cayó antes de Halloween) se había derretido, seguía haciendo un frío de mil demonios. Una parte de mí ya había tachado a Keith y su grupo de la lista y sin embargo me emocioné una pizca cuando prosiguió: —A lo mejor te gustaría jugar un partido. Como receptor o algo así. ¿Juegan futbol en Plaza Sésamo? —se rio. Decidí responder con otra indirecta. —No sé, hermano. ¿Has oído hablar de algo llamado el Torneo de las Rosas? Seguro que no, porque los Badgers llevan años sin ganarlo. —Touché —Keith parecía impresionado. Yo había perdido la práctica de lanzar indirectas. En California, mis amigos y yo nos pasábamos horas molestándonos los unos a los otros, con nuestras familias, con las chicas que nos gustaban. Con cualquier cosa. Cuanto más aguda la indirecta, más nos reíamos. Lo habíamos convertido en un arte. —Está bien, California —Keith asintió para sí—. Nos vemos por ahí. No dejes que esas niñas empiecen a trenzarte el pelo o a hacerte el manicure. Los hombres juegan futbol. —Pues sí. Nos despedimos con esa especie de saludo que me hace sentir aún más imbécil, pero, oye, por lo menos me había hablado. Algo es algo.
Después de clase, advertí al instante que Macallan estaba de mal humor. Mi mamá tenía una reunión y llegaría tarde, así que tuvimos que caminar un trayecto de veinte minutos para llegar a mi casa. Apenas me dirigió la palabra en todo ese rato y ni siquiera quiso parar en el parque Riverside. Cuando íbamos andando a casa, siempre pasábamos un rato por el parque para entretenernos. Por mucho frío que hiciera. Aquel día, por lo visto, no. —¿Está todo bien? —le pregunté por fin, sobre todo porque tanto silencio era súper incómodo. Ella respondió: —Sí…, no. No me encuentro bien. La vi sujetarse la barriga y temí que vomitara delante de mí. Cuando llegamos a casa, se quedó sentada. No quería hablar ni ver la tele, no le apetecía comer nada. Aquello tenía mala pinta. Jugué un rato a la consola; ella miraba en silencio desde el sofá. —Vaya, en serio… —la miré y vi que tenía mal aspecto. Sólo había una cosa capaz de arrancarle una sonrisa—. Uy —exclamé con mi mejor acento londinense—. ¿Te vas a quedar ahí sentada o me vas a ayudar a tener… un bebé? A continuación fingí un desmayo. Un gag típico de Buggy. Ella se levantó de repente y se fue al baño. Es lo malo de hacerte amigo de una chica. A veces son tan complicadas… O sea, ¿tenía que adivinar lo que le pasaba? ¿No podía darme alguna pista? Después de jugar un buen rato más, me di cuenta de que Macallan llevaba demasiado tiempo en el baño. Vaya asco. Pero ¿y si se había golpeado la cabeza contra el lavabo o algo? No quería molestarla, pero había dicho que no se encontraba bien. Me acerqué a la puerta del baño con cautela. —Ejem, ¿Macallan? —¡Vete! —Esto… ¿necesitas…? —¡HE DICHO QUE TE VAYAS! Estoy seguro de que tiró algo contra la puerta. O la golpeó. Luego se oyeron más ruidos y me quedó claro que no estaba muy alegre que digamos. No sabía qué hacer. Mis amigos de California nunca se encerraban en el baño. Gracias a Dios, mi mamá llegó pocos minutos después. Cuando me vio allí plantado, mirando la puerta del baño, me miró extrañada. —Mamá, no sé qué le pasa. Se encerró ahí dentro. Creo que está llorando. Te juro que yo no le hice nada. Mi mamá abrió los ojos como platos. —Ve a entretenerte con los videojuegos. Mi mamá siempre me decía que no perdiera tanto tiempo con la consola de juegos. Me largué a la sala antes de que cambiara de idea. Tras lo que me pareció una eternidad, mi mamá salió del baño. —¿Qué…? Me interrumpió.
—Mira, no hables de esto con Macallan ni con nadie de la escuela. ¿Me entiendes? —no estaba acostumbrado a que me hablara en un tono tan brusco—. Ahora quiero que te vayas a tu habitación… —¿Qué? —protesté—. Pero si yo no le hice… Mi mamá tronó los dedos. Genial. Ahora ella también estaba enojada conmigo. Bajó la voz. —Cuando llegue el papá de Macallan, necesito hablar con él en privado. Ve a tu recámara. No quiero oír ni una palabra más sobre esto. Se cruzó de brazos y supe que no tenía más remedio que obedecer. Me fui a mi recámara confundido. Sólo tenía una cosa clara. No hay quien entienda a las mujeres.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Lectura 9


¿Y si quedamos como amigos?

Elizabeth Eulberg


¿Es posible que un chico y una chica sean sólo amigos? ¿O están siempre a una pelea de no volverse a hablar jamás y a un beso de distancia del verdadero amor? Macallan y Levi se hicieron amigos desde el primer momento en que se vieron. Todo el mundo dice que los hombres y las mujeres no pueden ser sólo amigos, pero ellos dos lo son. Se quedan juntos al salir de la escuela, comparten un montón de bromas que sólo ellos entienden, sus familias son muy cercanas…

CAPÍTULO UNO
Seguro que soy la única niña del mundo que deseaba que terminaran las vacaciones. Durante los meses de verano, tenía demasiado tiempo libre, lo cual implica demasiado tiempo para pensar, sobre todo si eres una niña de once años en pleno duelo. No veía el momento de empezar séptimo. Ponerme a estudiar mucho. Pasar menos tiempo a solas. Al principio de las vacaciones, me arrepentí de haber rechazado la invitación de mi papá de pasar el verano en Irlanda con la familia de mi mamá, pero es que sabía que allí todo me recordaría a ella. Aunque para recordarla me bastaba con mirarme al espejo. El caso es que la escuela era mi única vía de escape. Cuando me dieron el recado de que pasara a la dirección antes de clase, temí que me esperara otro curso lleno de visitas obligatorias al psicoterapeuta escolar, de miradas compasivas por parte de mis compañeros y de maestros bienintencionados, pero algo despistados, empeñados en decirme lo importante que era “mantener vivo su recuerdo”. Como si pudiera olvidarla. Aquella mañana, no estaba para muchos dramas. Ya tenía bastante con enfrentarme a un nuevo curso desde que… —¿Quieres que te acompañe, Macallan? —me preguntó Emily cuando recibí el recado de la dirección. Aunque intentaba disimular, la sonrisa tensa en su rostro la traicionaba. —No, tranquila —repuse—. Seguro que no es nada. Me escudriñó un momento antes de arreglarme el pasador del pelo. —Muy bien, si me necesitas estaré en clase del señor Nelson. Esbocé una sonrisa tranquilizadora y me la pegué a los labios para entrar en el despacho. La señora Blaska, la directora, me abrazó. —¡Bienvenida, Macallan! ¿Qué tal el verano? —¡Muy bien! —mentí. Nos miramos mutuamente sin saber qué decir a continuación. —Bueno, necesito ayuda con un nuevo alumno. Te presento a Levi Rodgers. ¡Es de Los Ángeles! Me volteé a mirar y vi a un chico rubio que llevaba una cola de caballo a la altura de la nuca. Su pelo era aún más largo que el mío. Se recogió un mechón suelto detrás de la oreja antes de tenderme la mano y decir: —Qué tal.
Tenía que reconocerlo: como mínimo era educado… para ser un surfista. La señora Blaska me tendió el horario del chico nuevo. —¿Puedes enseñarle la escuela y acompañarlo a su primera clase? —Claro. Salí de la oficina seguida de Levi y me dispuse a mostrarle rápidamente la escuela. No estaba de humor para jugar a “cuéntame la historia de tu vida”. —El edificio tiene forma de T. Por este pasillo llegarás a los salones de mate, ciencias e historia —movía las manos como una aeromoza—. Detrás de ti, los salones de español, además de la biblioteca —eché a andar con brío—. Hay gimnasio, cafetería, salón de música y salón de arte. Ah, y cuartos de baño al fondo de cada planta, además de un dispensador de agua. Puso cara de sorpresa. —¿Qué es un dispensador de agua? Mi primera reacción fue de incredulidad. ¿Cómo era posible que no supiera lo que era un dispensador? —Pues una especie de llave, para beber. Se lo enseñé y apreté el botón para que manara agua. —Oh, te refieres a un surtidor. —Sí, dispensador, surtidor… qué más da. Él se echó a reír. —Nunca había oído eso de “dispensador”. Yo me limité a caminar más deprisa. Mientras él echaba un vistazo al pasillo, me fijé en que tenía los ojos de un azul muy claro, casi grises. —Qué raro —prosiguió—. Toda esta escuela cabría en la cafetería de la mía — formulaba las frases en tono ascendente, como si fueran preguntas—. O sea, voy a tener que cambiar de chip, ¿sabes? Supongo que la reacción apropiada habría sido interesarme por su antigua escuela, pero quería llegar al salón cuanto antes. Unos amigos se acercaron a saludarme y todos le echaron un vistazo al chico nuevo. Mi escuela era bastante pequeña; la mayoría asistíamos desde primero, muchos desde preescolar. Volví a mirarlo de reojo. No estaba segura de si me parecía lindo o no. Tenía las puntas del pelo casi blancas, seguramente como consecuencia del sol. El bronceado de su piel resaltaba aún más el tono trigueño de su cabello y el azul de sus ojos; pero no le duraría mucho, teniendo en cuenta que en Wisconsin, pasado el mes de agosto, apenas si vemos el sol. Levi llevaba una camisa a cuadros blancos y negros, bermudas y chanclas. Se diría que había intentado combinar un estilo casual con otro más formal. A mí, por suerte, me había ayudado Emily a escoger el conjunto del primer día de clases: un vestido a rayas amarillo y blanco con un saco blanco. Levi me sonrió nervioso. —¿Y qué nombre es ése de Macallan? ¿O es McKayla? Mi primer impulso fue preguntarle si el nombre de Levi procedía de los jeans que su madre llevaba puestos el día que él nació, pero opté por comportarme como la alumna responsable que, al menos en teoría, era. —Es un nombre típico de mi familia —respondí. Era una mentira muy grande. El nombre tal vez fuera típico de alguna familia, pero no de la mía. Aunque me encantaba tener un nombre tan original, me daba pena admitir que el nombre procedía del whisky favorito de mi papá—. Es Ma-ca-llan. —Güey, qué bien. No podía creer que acabara de llamarme “güey”. —Sí, gracias —di por concluida la visita delante del salón de su primera clase—. Bueno, aquí te dejo. Me miró indeciso, como esperando a que le buscara un pupitre y lo arropara en la cama. —¡Hola, Macallan! —me saludó el señor Driver—. Pensaba que no tenías clase conmigo hasta más tarde. Ah, vaya, tú debes de ser Levi. —Le estaba enseñando la escuela. Bueno —me volteé hacia Levi—, me tengo que ir a mi salón. Buena suerte. —Ah, sale —balbuceó él—. ¿Nos vemos luego? En aquel momento, me di cuenta de que me miraba con una expresión de miedo. Estaba asustado. Por supuesto. Me sentí culpable un momento, pero me sacudí de encima la sensación mientras me dirigía a mi salón. Ya tenía bastantes problemas y ninguna necesidad de añadir uno más. En cuanto nos formamos en el comedor, Emily fue directo al grano. —¿Y qué pasa con el chico nuevo? —me preguntó. Me encogí de hombros. —No sé. No está mal. Ella examinó una porción de pizza. —Lleva el pelo larguísimo. —Es de California —señalé. —¿Y qué más sabes de él? Renunció a la pizza y escogió un sándwich de pollo y una ensalada. La imité. Estaba profundamente agradecida de tener una amiga tan femenina como Emily. Mi papá, por más que se esforzase, no podía ayudarme con cosas como peinados, ropa y maquillaje. Si dependiera de él, iría siempre vestida con jeans, tenis y una playera del equipo de futbol más famoso de Wisconsin, los Green Bay Packers, y además comería pizza a diario. Emily, sin embargo, rezumaba fineza. Sin duda era una de las chicas más guapas del salón, con su pelo largo, negro como el carbón, y sus ojos oscuros. También tenía muchísimo estilo y, afortunadamente para mí, compartíamos talla, así que podía ponerme su ropa, aunque ella estaba más desarrollada que yo. Al menos, tendría a alguien a quien pedirle consejo cuando me tuviera que poner brasier. No podía ni imaginar lo incómodo que se sentiría mi papá en una situación como ésa. Lo incómodos que nos sentiríamos los dos. —Mmmmm… Traté de recordar qué más sabía de Levi. Ahora, demasiado tarde, tenía la sensación de que me había esforzado poco. Danielle se reunió con nosotras. Sus rizos color miel rebotaban en su cabeza mientras recorríamos la cafetería. —¿Ése es el chico nuevo? Señaló a Levi, que comía solo sentado a una mesa. —Qué delgado está —observó Emily. Danielle se rio. —Ya lo creo. Pero no se preocupen, si no engorda con nuestras grasientas hamburguesas, lo hará con nuestro famoso queso en grano y las salchichas. Las tres echamos a andar hacia la mesa de siempre. Levi nos siguió con la mirada. Estábamos acostumbradas. La gente hacía chistes del tipo: “Una rubia, una pelirroja y una asiática entran en…”. Yo, sin embargo, prefería pensar en nosotras como “la chica con la que todo el mundo se quiere sentar porque es muy chistosa, la que es el blanco de todos los chismes y la que les da varias vueltas a los chicos”. Esbocé una sonrisa rápida en dirección a Levi, con la esperanza de borrar en parte la mala impresión que debía de haberse llevado de mí por la mañana. Él me devolvió un saludo triste. Yo me detuve un momento y, en ese instante, advertí que me miraba con expresión de gratitud. Pensaba que me iba a sentar a su lado o, como mínimo, que lo invitaría a unirse a nosotras. Titubeé sin saber qué hacer. No me apetecía hacer de niñera, pero también sabía lo que es sentirse solo. Y asustado. —Oigan, me sabe mal que se quede ahí solo. ¿Les importa que se siente con nosotras? Como nadie puso objeciones, me acerqué a Levi. —Este… ¿Qué tal te fue en la mañana? —le pregunté haciendo esfuerzos por sonreír y ser amable por una vez. —Bien. Por el tono de su voz, era obvio que le había ido de todo menos bien. —¿Quieres sentarte con nosotras? —señalé nuestra mesa con un gesto. —Gracias —respiró aliviado. Pronto, la atención que despertábamos fue sustituida por chismes del estilo de “sé cómo pasaste en realidad las vacaciones de verano”. Levi se sentó a mi lado y picoteó su comida con aire cohibido. Dejó la mochila sobre la mesa y advertí que llevaba un pin prendido a una tira. —¿Eso no será…? Me mordí la lengua. ¿Qué posibilidades había de que aquello fuera lo que creía que era? Demasiada casualidad. Levi se dio cuenta de que estaba mirando su pin de “MANTÉN LA CALMA Y SIGUE COLGADO”. —Ah, este… Es una serie de televisión increíble… —empezó a explicar. Yo apenas pude contener la emoción. —Buggy y Floyd. ¡Me encanta esa serie! Se le iluminó la cara. —No es posible… Nadie conoce Buggy y Floyd. ¡Es alucinante! Era alucinante. Buggy y Floyd trata de las payasadas de Theodore “Buggy” Bugsy y su primo/compañero de piso Floyd. En casi todos los episodios, Buggy se mete en algún lío absurdo del que Floyd tiene que rescatarlo. Y Floyd siempre se está quejando de la situación, de Buggy y de la sociedad en general. Noté que una sonrisa se extendía por mi cara. —Sí, la familia de mi mamá vive en Irlanda. Vi la serie hace un par de veranos, cuando fui de visita. Tengo los DVD en casa. —¡Yo también! Un amigo de mi papá es director de desarrollo de una productora y está pensando en adaptarla para pasarla aquí. Gemí. Odio que adapten una buena serie inglesa a los Estados Unidos. A veces, el humor británico es intraducible y todo se convierte en una tontería. —Lo estropearán —dijimos Levi y yo al unísono. Durante un segundo, nos quedamos con la boca abierta. Luego nos echamos a reír. —¿Episodio favorito? Levi se había echado hacia delante, ahora más relajado. —Buf, hay muchos. Ése en el que la hermana de Floyd está a punto de dar a luz… —Que me cuelguen si sé de dónde sacar agua hirviendo a menos que cuente una taza de té —Levi logró el acento londinense. —¡Sí! —palmeé la mesa con fuerza. —¿Qué está pasando aquí? —perpleja, Emily nos miró por turnos —¿Te acuerdas de esa serie inglesa que siempre les digo que tienen que ver? —¿Ésa? —Emily negó con la cabeza como hacía siempre que mis pequeñas excentricidades la divertían. Se volteó hacia Levi—. ¿La conoces? Él se rio. —Sí, es brutal. —Ajá —Emily arrugó la nariz—. Es adorable que tengan algo en común. —¡Común! —bufó Levi—. Ya sé que no soy la reina de Inglaterra, pero desde luego no soy común. Era otra cita de la serie. —Un engorro vulgar y corriente, eso es lo que eres —terminamos los dos. Emily nos miró como si fuéramos dos bichos raros. Danielle sonreía divertida. Platicamos un poco más sobre nuestros respectivos veranos y, cuando llegó la hora de irnos, me aseguré de que Levi supiera dónde estaba su siguiente clase. Esta vez, cuando preguntó: “¿Nos vemos luego?”, descubrí que no me horrorizaba la idea. Sería bastante padre tener un amigo que no compartía los gustos de la mayoría. Emily se rio cuando dejamos las charolas en la cinta transportadora. —Parece ser que tu nuevo novio y tú tienen muchas cosas de que hablar. —¡Para ya! Sabes muy bien que no es mi novio. —Claro que lo sé, pero toda la cafetería vio su pequeña fiesta de reconciliación. Seguro que tenía razón. A estas horas, todo el mundo estaría comentando nuestra animadísima conversación. Sin embargo, me daba igual. Prefería mil veces ese tipo de chismes a los que habían proliferado a mis espaldas el curso anterior. El tío Adam me estaba esperando para llevarme a casa después de clase. Siempre se alegraba mucho de verme, aunque hiciera pocas horas que nos habíamos separado. —¿Qué tal tu primer día? —me preguntó mientras me daba un gran abrazo. —¡Bien! —le aseguré. —Qué bueno. Agarró mi mochila y echó a andar hacia el coche. Allí al lado, Levi se subía a una camioneta manejada por una mujer que debía de ser su madre. Le dijo algo y ella comenzó a caminar hacia nosotros. Levi la siguió poco convencido. Noté que se me hacía un nudo en el estómago. Siempre me pongo a la defensiva cuando tengo que presentar a Adam. El tío Adam es una persona increíble y todo el mundo lo adora. Es simpático, extrovertido y el primero en echar una mano cuando hace falta. Pese a todo, nació con un defecto del habla y arrastra un poco las palabras. No sé muy bien cuál es el término exacto para definir su problema, pero no se le cierra del todo la garganta y a veces cuesta un poco entenderlo. Cuando pregunté, de pequeña, qué le pasaba al tío Adam, mi mamá me dejó muy claro que no le “pasaba nada”, sencillamente hablaba de manera distinta a causa de un defecto de nacimiento. Yo me lo tomé al pie de la letra. Hace un par de años, regresaba a casa del parque cuando unos chicos me preguntaron qué tal le iba a mi “tío el retrasado”. Yo les grité: “No es retrasado, sólo habla de un modo extraño”. Entré a casa llorando y le conté a mi papá lo sucedido. Fue entonces cuando me informó de que Adam padecía una discapacidad mental. Mis papás pensaban que yo ya lo sabía. Sin embargo, ¿cómo iba a saberlo? Maneja, tiene un empleo y vive solo (en la casa de enfrente). Su vida es idéntica a la nuestra. Contuve el aliento cuando la madre de Levi se presentó, temiendo que, como muchas otras personas, metiera la pata de algún modo. —Hola, Macallan, soy la madre de Levi. Muchas gracias por haberlo tratado tan bien. Es muy duro tener que trasladarse a la otra punta del país y empezar de cero en una escuela nueva —tenía el pelo del mismo color que Levi, pero ella llevaba la cola de caballo a la altura de la coronilla. Vestía un pantalón de algodón y una sudadera, como si acabara de salir del gimnasio. Incluso sin maquillar, era guapísima. —Mamá —gimió Levi, temiendo que me contara su vida. Ella se volteó hacia Adam. —Y usted debe de ser su padre. El tío Adam le tomó la mano. Cuando la madre de Levi se la estrechó, vi que se sobresaltó un poco. —Su tío. —Él es mi tío Adam —intervine. —Mucho gusto. Sonrió con calidez mientras mi tío y Levi se estrechaban la mano a su vez. Me fijé para comprobar si Levi titubeaba también, pero no lo hizo. Seguramente estaba más pendiente de arrastrar a su madre de vuelta hacia el auto. De repente, me sorprendí a mí misma dando explicaciones. —Es que mi papá a veces trabaja hasta muy tarde en su empresa de construcción, así que Adam sale un momento del almacén para llevarme a casa. —Bueno, si alguna vez necesitas que te llevemos a tu casa o quieres quedarte en la nuestra hasta que tu padre o tu tío salgan del trabajo, estaremos encantados de que vengas con nosotros. No supe qué decir. Estaba acostumbrada a las buenas maneras de la gente del medio oeste, pero allí estaba aquella mujer, recién llegada al pueblo y que acababa de conocerme, ofreciéndome su casa. Y lo hacía por pura amabilidad, no porque supiera lo del accidente. —¡Qué bien! Los miércoles siempre se nos complican —dijo el tío Adam antes de que pudiera cerrarle la boca. Por lo general, Adam trabajaba de las siete de la mañana a las dos de la tarde, así que era él quien me recogía de la escuela. Salvo los miércoles. Ese día, tenía el turno de la tarde. El año pasado o bien me quedaba en la biblioteca o esperaba a que Emily o Danielle terminaran sus respectivas clases extracurriculares. La madre de Levi no lo dudó ni un instante. —¿Por qué no vienes a casa este miércoles? Si quieres, claro. Le eché una ojeada a Levi, que me miró y articuló sin voz las últimas palabras de su madre: “Si quieres”. —¡Desde luego! —asintió el tío Adam. —Le daré mi número por si el papá de Macallan quiere ponerse en contacto conmigo, ¿de acuerdo? Levi señaló el pin de su mochila y enarcó las cejas con ademán risueño. Me vino a la cabeza la imagen de nosotros dos viendo juntos Buggy y Floyd. —Sí —articulé a la vez. Los dos adultos intercambiaron los números de teléfono. Mi yo destructivo pensaba que la madre de Levi se estaba ofreciendo a ocuparse de mí porque pensaba que mi tío no estaba en condiciones de cuidarme. Mi yo constructivo me dijo que aquella mujer tan simpática sólo quería que su hijo hiciera amigos. “Puede que lo haya dicho por lástima”, dijo mi yo destructivo. “No lo sabe”, arguyó mi yo constructivo. Lo sucedido no se parecía a cuando alguien con quien tenías poca relación se interesaba por ti de repente, te ofrecía un hombro en el que llorar o te traía un guiso de algo que tu mamá jamás en la vida había cocinado. El tío Adam y yo subimos al coche. Él siempre se aseguraba de que me hubiera abrochado el cinturón antes de arrancar. —¿Todo bien? —me miraba fijamente. —Sí —dije, aunque no sabía qué pensar de lo que acababa de suceder. No me gustaban los giros inesperados. A esas alturas de mi vida, había protagonizado más de los que me correspondían. Adam parecía muy triste. —A tu mamá le encantaba recogerte de la escuela. Respondí con un asentimiento, como hacía casi siempre que alguien hablaba de ella. Una lágrima rodó por la mejilla de Adam. —Te pareces tanto a ella… Me estaba acostumbrando a aquel comentario. Me encantaba parecerme a mi mamá. Tenía sus mismos ojos, grandes y de color café, el rostro acorazonado y el cabello ondulado color castaño que en verano se aclaraba y adquiría un tono rojizo. Sin embargo, también era la chica del espejo, el recordatorio andante de había perdido. Cerré los ojos, inspiré a fondo y me prometí a mí misma: “Dentro de quince minutos, estarás haciendo la tarea de mate. Dentro de quince minutos, se te concederá una tregua. Sobrevive esos quince minutos y todo irá bien”.

jueves, 22 de octubre de 2015

Lectura 8



El altar de muertos: origen y significado en México


A través de la historia del hombre, el culto a los muertos se ha manifestado en diferentes culturas de Europa y Asia, como la china, la árabe o la egipcia, pero en las culturas prehispánicas del continente americano no ha sido de menor importancia; así, la visión y la iconografía sobre la muerte en nuestro país son notables debido a ciertas características especiales, como el sentido solemne, festivo, jocoso y religioso que se ha dado a este culto, el cual pervive hasta nuestros días.
La muerte es un personaje omnipresente en el arte mexicano con una riquísima variedad representativa: desde diosa, protagonista de cuentos y leyendas, personaje crítico de la sociedad, hasta invitada sonriente a nuestra mesa.
En México, las culturas indígenas concebían a la muerte como una unidad dialéctica: el binomio vida-muerte, lo que hacía que la muerte conviviera en todas las manifestaciones de su cultura. Que su símbolo o glifo apareciera por doquier, que se le invocara en todo momento y que se representara en una sola figura, es lo que ha hecho que su celebración siga viva en el tiempo.
Es así, una ardua tarea entender la muerte y su significado, labor que abarca momentos de innumerables reflexiones, rituales y ceremonias de diversa índole, lo que ha erigido el máximo símbolo plástico de la representación de esta festividad: el altar de muertos. Dicha representación es quizá la tradición más importante de la cultura popular mexicana y una de las más conocidas internacionalmente; incluso es considerada y protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Para conocer más acerca de la festividad del Día de Muertos y el significado que tiene hoy el altar, es necesario echar una vista atrás a la historia, hacia las épocas prehispánica y colonial, para tener un panorama más amplio de su significado.
La época prehispánica
Los orígenes de la tradición del Día de Muertos son anteriores a la llegada de los españoles, quienes tenían una concepción unitaria del alma, concepción que les impidió entender el que los indígenas atribuyeran a cada individuo varias entidades anímicas y que cada una de ellas tuviera al morir un destino diferente.
Dentro de la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos descarnados o inframundo, también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno. Este viaje duraba cuatro días. Al llegar a su destino, el viajero ofrecía obsequios a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos). Estos lo enviaban a una de nueve regiones, donde el muerto permanecía un periodo de prueba de cuatro años antes de continuar su vida en el Mictlán y llegar así al último piso, que era el lugar de su eterno reposo, denominado “obsidiana de los muertos”.
Gráficamente, la idea de la muerte como un ser descarnado siempre estuvo presente en la cosmovisión prehispánica, de lo que hay registros en las etnias totonaca, nahua, mexica y maya, entre otras. En esta época era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento. El festival que se convirtió en el Día de Muertos se conmemoraba en el noveno mes del calendario solar mexicano, iniciando en agosto y celebrándose durante todo el mes.
Para los indígenas la muerte no tenía la connotación moral de la religión católica, en la cual la idea de infierno o paraíso significa castigo o premio; los antiguos mexicanos creían que el destino del alma del muerto estaba determinado por el tipo de muerte que había tenido y su comportamiento en vida. Por citar algunos ejemplos, las almas de los que morían en circunstancias relacionadas con el agua se dirigían al Tlalocan, o paraíso de Tláloc; los muertos en combate, los cautivos sacrificados y las mujeres muertas durante al parto llegaban al Omeyocan, paraíso del Sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. El Mictlán estaba destinado a los que morían de muerte natural. Los niños muertos tenían un lugar especial llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche para que se alimentaran.
Los entierros prehispánicos eran acompañados por dos tipos de objetos: los que en vida habían sido utilizados por el muerto, y los que podía necesitar en su tránsito al inframundo.


La época colonial
En el siglo XVI, tras la Conquista, se introduce a México el terror a la muerte y al infierno con la divulgación del cristianismo, por lo que en esta época se observa una mezcla de creencias del Viejo y el Nuevo Mundo. Así, la Colonia fue una época de sincretismo donde los esfuerzos de la evangelización cristiana tuvieron que ceder ante la fuerza de muchas creencias indígenas, dando como resultado un catolicismo muy propio de las Américas, caracterizado por una mezcla de las religiones prehispánicas y la religión católica. En esta época se comenzó a celebrar el Día de los Fieles Difuntos, cuando se veneraban restos de santos europeos y asiáticos recibidos en el Puerto de Veracruz y transportados a diferentes destinos, en ceremonias acompañadas por arcos de flores, oraciones, procesiones y bendiciones de los restos en las iglesias y con reliquias de pan de azúcar –antecesores de nuestras calaveras– y el llamado “pan de muerto”.
La época actual
El sincretismo entre las costumbres españolas e indígenas originó lo que es hoy la fiesta del Día de Muertos. Al ser México un país pluricultural y pluriétnico, tal celebración no tiene un carácter homogéneo, sino que va añadiendo diferentes significados y evocaciones según el pueblo indígena o grupo social que la practique, construyendo así, más que una festividad cristiana, una celebración que es resultado de la mezcla de la cultura prehispánica con la religión católica, por lo que nuestro pueblo ha logrado mantener vivas sus antiguas tradiciones.
La fiesta de Día de Muertos se realiza el 31 de octubre y el 1 y 2 de noviembre, días señalados por la Iglesia católica para celebrar la memoria de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos. Desde luego, la esencia más pura de estas fiestas se observa en las comunidades indígenas y rurales, donde se tiene la creencia de que las ánimas de los difuntos regresan esas noches para disfrutar los platillos y flores que sus parientes les ofrecen.
Las ánimas llegan en forma ordenada. A los que tuvieron la mala fortuna de morir un mes antes de la celebración no se les pone ofrenda, pues se considera que no tuvieron tiempo de pedir permiso para acudir a la celebración, por lo que sirven solamente como ayudantes de otras ánimas. El 28 de octubre se destina a los muertos que fueron asesinados con violencia, de manera trágica; el 30 y 31 de octubre son días dedicados a los niños que murieron sin haber sido bautizados (limbitos) y a los más pequeños, respectivamente; el 1 de noviembre, o Día de Todos los Santos, es la celebración de todos aquellos que llevaron una vida ejemplar, celebrándose igualmente a los niños. El día 2, en cambio, es el llamado Día de los Muertos, la máxima festividad de su tipo en nuestro país, celebración que comienza desde la madrugada con el tañido de las campanas de las iglesias y la práctica de ciertos ritos, como adornar las tumbas y hacer altares sobre las lápidas, los que tienen un gran significado para las familias porque se piensa que ayudan a conducir a las ánimas y a transitar por un buen camino tras la muerte.
El altar de muertos
Como ya comentamos, el altar es la representación iconoplástica de la visión que todo un pueblo tiene sobre el tema de la muerte, y de cómo en la alegoría conduce en su significado a distintos temas implícitos y los representa en forma armónica dentro de un solo enunciado.
El altar de muertos es un elemento fundamental en la celebración del Día de Muertos. Los deudos tienen la creencia de que el espíritu de sus difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con la familia ese día, y así consolarlos y confortarlos por la pérdida.
El altar, como elemento tangible de tal sincretismo, se conforma de la siguiente manera. Se coloca en una habitación, sobre una mesa o repisa cuyos niveles representan los estratos de la existencia. Los más comunes son los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; en cambio, los altares de tres niveles añaden a esta visión el concepto del purgatorio. A su vez, en un altar de siete niveles se simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descan- sar en paz. Este es considerado como el altar tradicional por excelencia. En su elaboración se deben considerar ciertos elementos básicos. Cada uno de los escalones se forra en tela negra y blanca y tienen un significado distinto.


En el primer escalón va colocada la imagen de un santo del cual se sea devoto. El segundo se destina a las ánimas del purgatorio; es útil porque por medio de él el alma del difunto obtiene el permiso para salir de ese lugar en caso de encontrarse ahí. En el tercer escalón se coloca la sal, que simboliza la purificación del espíritu para los niños del purgatorio. En el cuarto, el personaje principal es otro elemento central de la festividad del Día de Muertos: el pan, que se ofrece como alimento a las ánimas que por ahí transitan. En el quinto se coloca el alimento y las frutas preferidas del difunto. En el sexto escalón se ponen las fotografías de las personas ya fallecidas y a las cuales se recuerda por medio del altar.
Por último, en el séptimo escalón se coloca una cruz formada por semillas o frutas, como el tejocote y la lima.
Las ofrendas y su significado
Las ofrendas deben contener una serie de elementos y símbolos que inviten al espíritu a viajar desde el mundo de los muertos para que conviva ese día con sus deudos.
Entre los elementos más representativos del altar se hallan los siguientes:
Imagen del difunto. Dicha imagen honra la parte más alta del altar. Se coloca de espaldas, y frente a ella se pone un espejo para que el difunto solo pueda ver el reflejo de sus deudos, y estos vean a su vez únicamente el del difunto.
La cruz. Utilizada en todos los altares, es un símbolo introducido por los evangelizadores españoles con el fin de incorporar el catecismo a una tradición tan arraigada entre los indígenas como la veneración de los muertos. La cruz va en la parte superior del altar, a un lado de la imagen del difunto, y puede ser de sal o de ceniza.
Imagen de las ánimas del purgatorio. Esta se coloca para que, en caso de que el espíritu del muerto se encuentre en el purgatorio, se facilite su salida. Según la religión católica, los que mueren habiendo cometido pecados veniales sin confesarse deben de expiar sus culpas en el purgatorio.
Copal e incienso. El copal es un elemento prehispánico que limpia y purifica las energías de un lugar y las de quien lo utiliza; el incienso santifica el ambiente.
Arco. El arco se coloca en la cúspide del altar y simboliza la entrada al mundo de los muertos. Se le adorna con limonarias y flor de cempasúchil.
Papel picado. Es considerado como una representación de la alegría festiva del Día de Muertos y del viento.
Velas, veladoras y cirios. Todos estos elementos se consideran como una luz que guía en este mundo. Son, por tradición, de color morado y blanco, ya que significan duelo y pureza, respectivamente. Los cirios pueden ser colocados según los puntos cardinales, y las veladoras se extienden a modo de sendero para llegar al altar.
Agua. El agua tiene gran importancia ya que, entre otros significados, refleja la pureza del alma, el cielo continuo de la regeneración de la vida y de las siembras; además, un vaso de agua sirve para que el espíritu mitigue su sed después del viaje desde el mundo de los muertos. También se puede colocar junto a ella un jabón, una toalla y un espejo para el aseo de los muertos
Flores. Son el ornato usual en los altares y en el sepulcro. La flor de cempasúchil es la flor que, por su aroma, sirve de guía a los espíritus en este mundo.
Calaveras. Las calaveras son distribuidas en todo el altar y pueden ser de azúcar, barro o yeso, con adornos de colores; se les considera una alusión a la muerte y recuerdan que está siempre se encuentra presente.
Comida. El alimento tradicional o el que era del agrado de los fallecidos se pone para que el alma visitada lo disfrute.
Pan. El pan es una representación de la eucaristía, y fue agregado por los evangelizadores españoles. Puede ser en forma de muertito de Pátzcuaro o de domo redondo, adornado con formas de huesos en alusión a la cruz, espolvoreado con azúcar y hecho con anís.

Bebidas alcohólicas. Son bebidas del gusto del difunto denominados “trago” Generalmente son “caballitos” de tequila, pulque o mezcal.
Objetos personales. Se colocan igualmente artículos pertenecientes en vida a los difuntos, con la finalidad de que el espíritu pueda recordar los momentos de su vida. En caso de los niños, se emplean sus juguetes preferidos.
El altar de muertos como enunciado
La cultura mexicana tiene su más colorida representación en la celebración de Día de Muertos, festividad que se ha visto retratada en diferentes expresiones culturales, las que abarcan todas las manifestaciones: desde el arte prehispánico hasta el popular de nuestros días. Actualmente, la muerte hecha objeto, la muerte representada, no nos toma por sorpresa. Para el mexicano no radica esta visión en el desprecio sino en su valoración, pues se entiende como una manifestación y una explicación del mundo, heredadas y evocadas inconscientemente.
La fusión de ambas culturas hace del altar un producto comunicativo que evoca constantemente los elementos que le dieron origen y que lo traducen en una repetición y evocación constantes del mundo indígena y del católico, con símbolos que adquieren un nuevo significado.
La muerte, en este sentido, no se enuncia como una ausencia ni como una falta; por el contrario, es concebida como una nueva etapa: el muerto viene, camina y observa el altar, percibe, huele, prueba, escucha. No es un ser ajeno, sino una presencia viva. La metáfora de la vida misma se cuenta en un altar, y se entiende a la muerte como un renacer constante, como un proceso infinito que nos hace comprender que los que hoy estamos ofreciendo seremos mañana invitados a la fiesta.

viernes, 16 de octubre de 2015

Lectura 7



Ventajas y Desventajas de las redes sociales


      Las Redes Sociales están cobrando gran importancia en la sociedad actual, reflejando la necesidad del ser humano de expresión y reconocimiento, bien lo dijo Aristóteles “El Hombre es un ser sociable por naturaleza”, pues para satisfacer sus exigencias físicas y espirituales necesita vivir en sociedad, ya que al ser una criatura racional e individual, no es autosuficiente y requiere la ayuda y protección de los demás de su especie, por ello forma comunidades”. Pero ¿Qué es una Red Social? Podríamos definirla como una forma de interacción social, en donde se produce un intercambio dinámico entre personas, grupos e instituciones que comparten gustos o preferencias entre sí, logrando un sentido de pertenencia y desarrollando un tejido que actúa por el bienestar de toda la comunidad.
Algunos años atrás, específicamente en el 2000 y 2001 surgieron los primeros sitios dedicados a formar grupos de amigos que llegaron a ser bastante populares: My Space, Friendster, Tribe, el primero surgido en Estados Unidos, que tenía como interés común entre los usuarios la música, convirtiéndose en una gran herramienta para que músicos independientes dieran a conocer sus propuestas. Más tarde llegó el famoso Facebook que actualmente está en pleno auge siendo la red social número uno y que nació como parte de un proyecto para mantener contacto entre universitarios.
Pero no debemos dejar de lado Twitter que en muy poco tiempo se ha transformando en un factor clave para hacer negocio y ganar mayor credibilidad con los consumidores. Esta red ha crecido mucho en los últimos años, llegando a 100 millones de usuarios en el mundo. Hoy en día formar parte de una Red Social ya no es cuestión de gusto pues ha empezado a ser parte de la necesidad de estar actualizados y presentes socialmente. Es muy fácil integrarse a una red, únicamente hay que dar de alta nuestro perfil y comenzar a tejerla invitando a algunas de nuestras amistades. Pero como todo tiene ventajas y desventajas y el uso de estos nuevos canales de comunicación no son la excepción, por ello enumeramos los siguientes puntos, que proponen lo bueno y lo malo que trae abrir un perfil.
Perfil Personal
La rápida evolución de Internet ha cambiado los hábitos de la sociedad y las Redes Sociales son una nueva fórmula para interactuar con otras personas, siendo capaces de generar canales de expresión, espacios de debate y sistemas para el intercambio de información, música, videos, etc., en donde cualquiera puede convertirse en emisor y producir sus propios contenidos. Andy Warhol, icono del pop-art estadounidense lo decía en 1968 “En el futuro todo el mundo tendrá sus 15 minutos de fama”.

Ventajas

Reencuentro con conocidos.
Oportunidad de integrarse a Flashmobs (reuniones breves vía online con fines lúdicos y de entretenimiento con el propósito de movilizar a miles de personas)
Excelentes para propiciar contactos afectivos nuevos como: búsqueda de pareja, amistad o compartir intereses sin fines de lucro.
Compartir momentos especiales con las personas cercanas a nuestras vidas.
Diluyen fronteras geográficas y sirven para conectar gente sin importar la distancia.
Perfectas para establecer conexiones con el mundo profesional.
Tener información actualizada acerca de temas de interés, además permiten acudir a eventos, participar en actos y conferencias.
La comunicación puede ser en tiempo real.
Pueden generar movimientos masivos de solidaridad ante una situación de crisis.
Bastante dinámicas para producir contenido en Internet.

Desventajas

Son peligrosas si no se configura la privacidad correctamente, pues exponen nuestra vida privada.
Pueden darse casos de suplantación de personalidad.
Falta en el control de datos.
Pueden ser adictivas y devorar gran cantidad de nuestro tiempo, pues son ideales para el ocio.
Pueden apoderarse de todos los contenidos que publicamos.
Pueden ser utilizadas por criminales para conocer datos de sus víctimas en delitos: como el acoso y abuso sexual, secuestro, tráfico de personas, etc.

Perfil Empresarial o Grupal

Internet ha contribuido a tener mayores posibilidades de las que en algún tiempo pudimos imaginar y ahora con las Redes Sociales y otras comunidades virtuales se incrementan los canales de negocio. En México se empieza a manifestar todo un panorama empresarial, en donde casi un millón de personas ya utilizan estas plataformas multimedia para hacer crecer sus empresas.

Ventajas

Útiles para la búsqueda de personal.
Son utilizadas en forma de Intranet.
Permiten realizar foros y conferencias online
Han modificado la manera de hacer marketing, generando una mayor segmentación de medios e interactividad con sus consumidores.
El consumidor puede interactuar y conocer las características de los productos, además de promociones, noticias de la empresa, lanzamiento de nuevos productos, etc.
En tiempos de crisis es una excelente forma de hacer mercadotecnia y publicidad a bajos costos.
Perfecta fuente de información para saber lo que quiere el cliente y en un futuro retomar esta información para los planes estratégicos de la empresa.
Útil para apalancar el servicio al cliente, además permite establecer relaciones con clientes prospecto.
Desventajas
Los malos comentarios generados en la red pueden dar mala imagen al negocio.
Absorben el tiempo de los trabajadores y los agobian con el uso de tantas tecnologías.
Los empleados pueden abusar de estas plataformas o usarlas con fines no profesionales.
Los mensajes no pueden ser muy extensos, y se tienen que abreviar demasiado.
El ruido que se genera dentro de las redes puede ser excesivo por lo que es muy difícil mantener a un público fiel.
Algunos usuarios se dedican a hacer SPAM.

¿Sabes que es el Sexting?

El Sexting es uno de los peligros al cual estamos expuestos al navegar en Internet, pero todo tiene un comienzo. La norma básica es no contactar con extraños y no enviar ni recibir fotografías de tono sexual. Como sabrás, en Internet no podrás tener el control de los materiales que compartes y no podrás saber con certeza que la otra persona no lo publicará o que otra persona no tendrá acceso a su teléfono celular o computadora.

10 consejos para que sepas cómo evitar el Sexting

1) No accedas a chantajes.

2 Evita contactar con desconocidos.
3)  Denuncia el Sexting.

4) No compartas información o fotografías comprometedoras.

5) Si te piden, nunca envíes ni te saces fotografías que pudieran afectar tu reputación.

6) Deberás saber que tus fotografías pueden ser interceptadas por terceros.

7) ¿Quiénes exactamente reciben tus fotografías?

8) Si enviaste una imagen, no lo vuelvas a hacer, será una cadena que jamás terminará.

9)  Bloquea tus fotografías de las Redes Sociales, tal vez algunas sean comprometedoras y podrían afectar tu reputación en un futuro cercano.

10) Si sabes de alguien que está enviando o recibiendo fotografías, explícales el peligro, así estarás evitando que se propague esta práctica

¿Texting?

Qué difícil es hablar del Texting, cuando el Joven Adolescente cree que es normal y que a su vez es algo generacional, el Texting son los mensajes dónde explícitamente se habla de sexo con sus iguales.
¡Que hacer!

Se ha vuelto una tendencia cada vez más popular entre los adolescentes; sin embargo, esto puede traer terribles consecuencias a los involucrados.
1
Conversa seguido. Demuestra interés en la vida de tu hijo para ganarte su confianza y prevenir algún peligro potencial. En vez de hablar sobre este tema con una actitud incriminatoria u hostil, sería mejor que converses sobre las últimas noticias que han salido sobre el sexteo; u otro asunto que te lleve a desviar el tema de forma natural a lo perjudicial que puede ser esta práctica.
2
Comprende su perspectiva. Mientras que a ti te parece que el sexteo está mal, es posible que tu hijo no esté de acuerdo. En una generación donde se envían y reciben constantemente los mensajes de texto, los correos electrónicos, las fotos, los tweets, los blogs, entre otros, no se le toma importancia a la gravedad del sexteo.
3
Recuérdales que es ilegal. Deja bien en claro que tomar y compartir fotos o videos sin ropa de un menor de edad, es un delito grave. En muchos casos de sexteo, los adolescentes enfrentan cargos por la producción, la posesión o la distribución de pornografía infantil.
4
Explícales las consecuencias no legales. Menciona que aparte del castigo que le darás por sextear (confiscarle el teléfono móvil, no darle permiso para salir, etc), si se descubre que un adolescente sextea, puede causar una suspensión por parte de la escuela, entre otras repercusiones. Mientras que algunos adolescentes confían plenamente en que sus novios o novias jamás traicionarían su confianza, deberías explicarles como una foto o un mensaje explícitamente sexual puede terminar fácilmente en el lugar equivocado. Si un teléfono móvil se pierde o cae en las manos de un compañero de escuela con un sentido del humor cruel, las fotos o los mensajes de texto que debían mantenerse privados, terminarán siendo compartidos con decenas o incluso cientos de personas. La mejor forma de prevenir que esto suceda es no tomándose ese tipo de fotos en primer lugar.
5
Configura el control parental. Muchas operadoras telefónicas permiten tener planes limitados para que tu hijo pueda mandar mensajes a números de teléfono registrados. Averigua qué red social usa tu menor y mándale una solicitud de amistad, es posible que en este último tu hijo se oponga, pero sumado a la conversación, estar conectado con tu hijo por medio de la red, es una forma importante de ser parte de su mundo.




Actúa de inmediato si descubres que tu hijo manda o recibe material sexual explícito. Ponle fin antes que se le imputen cargos criminales y trata de comunicarte con los padres del otro menor involucrado.