viernes, 29 de abril de 2016

Lectura 20

LIBERTAD Y LIBERTINAJE EN LA EDUCACIÓN.

Hay una clara diferencia entre libertad y libertinaje que, no obstante, es ignorada voluntariamente sobre todo por quienes practican de esto último, con el fin de adherirse al derecho universal de libertad, para justificar sus acciones. Todo ser humano es libre de pensar lo que quiera. “Somos libres de lo que pensamos y esclavos de lo que expresamos”. Todos somos libres de expresar nuestras opiniones, pero viene con la responsabilidad simultánea de las ideas que expresamos.
No existe libertad absoluta entre los seres humanos, nunca ha existido y tampoco existirá. Muchos confunden la libertad con el libre albedrío. “El libre albedrío se define positivamente por la simple posibilidad de elegir y, negativamente, por la ausencia de coacción interna”. La verdadera libertad es una relación entre libres, iguales y con respeto a su dignidad: la libertad de cada persona de expresarse o actuar tiene como límite la libertad de la otra persona, grupo, comunidad, nación, país y la humanidad.
Tiene máximo valor la expresión: “No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”.
Quien no es responsable por lo que dice o hace no practica la libertad, sino el libertinaje. Eso es simplemente tener licencia de decir o hacer lo que le dé la “regalada” gana, es extrema irresponsabilidad. Ninguna persona tiene la libertad y el derecho a denigrar la honra ajena. Quien no respeta la dignidad no es libre, es un libertino. El hombre que impone su voluntad a una mujer no es libre, es un machista. Ningún padre tiene la libertad de violar los derechos de los niños. Un niño, adolescente o joven no son libres para ser insolentes, son maleducados. El que tiene más dinero y humilla al que tiene menos no es libre, es un prepotente. Ninguna persona tiene la libertad de atentar contra la moral y buenas costumbres de una comunidad. Los medios, las cadenas y monopolios mundiales de comunicación en nombre de “su libertad” no tienen el derecho de mentir, deformar y alienar las conciencias y culturas. Nadie tiene la libertad de cometer crímenes de lesa humanidad. No es libertad de comercio imponer reglas a través de la fuerza y el miedo que conducen a la pobreza de pueblos y países.
En los que tienen poder político, militar, económico, empresarial, comunicacional, administrativo o personal, la “libertad” de ellos termina donde comienza la de otros que exigen mutuo respeto. Los que no respetan la justicia, la libertad y la honra creen que tienen la “libertad” de invadir, colonizar y humillar a los demás. Eso es libertinaje. Eso es abuso de poder.
De acuerdo al poder que se tenga, el hacer uso de la libertad es igual a la responsabilidad de responder ante los demás.
La libertad humana no es ilimitada. El hombre debe usar de su libertad dentro de los límites que imponen la moral y las leyes. Cuando sobrepasa esos límites, cuando abusa de la libertad, cae en la licencia, es decir, en el exceso de libertad.
La libertad tiene que estar unida al deber. La libertad sin freno, sin la conciencia del deber, sin el respeto de los derechos ajenos, produce la anarquía, el imperio de la fuerza bruta sobre la inteligencia y la moral.
En el orden individual la libertad verdadera y digna de ser deseada es la que no hace al hombre esclavo del error ni de la pasión. La única libertad que merece este nombre no es la que nos mueve a hacer todo cuanto se nos ocurre; sino la que nos ayuda a lograr nuestra propia perfección.
La libertad no consiste en hacer lo que se quiera; la libertad consiste en poder hacer lo que se debe, y en no ser obligado a hacer aquello que no se debe hacer.
En el orden social la libertad busca la dignidad de la persona humana y el bien común. Está limitada por la ley y se basa en la igualdad
El alcance y el ejercicio de la libertad en la sociedad están limitados por la dignidad esencial de la persona humana y por el bien común.
Hay ciertos derechos y libertades individuales o familiares que el Estado debe proteger, como el derecho al honor y la reputación, el derecho a la libertad religiosa, el derecho originario de los padres sobre sus hijos y su educación.
En cambio, otros derechos sólo son legítimos, en principio, si no perjudican al bien común. Como el derecho de propiedad, de libre expresión del pensamiento, de reunión, de asociación, etcétera.
La ley es la que determina el alcance y asegura el ejercicio de la libertad en la sociedad.
Cuando falta la ley o no se la aplica, las personas están sometidas a la fuerza de otras personas o de grupos más poderosos.
La ley suprime o limita el uso de la fuerza por los individuos y a cada persona le concede ciertos derechos y la protección necesaria para que pueda ejercitarlos sin intromisiones extrañas
La ley protege la libertad del hombre, no sólo contra los ataques exteriores, sino también contra los extravíos de la libertad misma. La ley limita y regula el ejercicio de los derechos, para que la libertad no degenere en licencia.
La libertad es, de forma general, la capacidad que tiene cualquier ser humano para obrar y pensar según su propia voluntad. La libertad entendida como un derecho único de la persona a lo largo de toda su vida, implica una obligación, que es la responsabilidad de las consecuencias derivadas de los actos que el implicado ha ejecutado en base a dicha libertad. Es decir, se debe hacer responsable de lo que hace.
Los conceptos que se abogan en relación a la libertad son los de justicia e igualdad. Si bien, en un concepto legal, la libertad queda limitada por aquellas leyes y normas que rigen la convivencia de una sociedad. El libertinaje, en cambio, es aquella actividad propia del libertino. Consiste en adoptar una conducta desenfadada y totalmente abocada a satisfacer el placer y los caprichos.
Con el libertinaje, la responsabilidad resultante de nuestros actos es totalmente ignorada, con frecuencia ocasionando un rechazo social y, en ocasiones, problemas con la ley.
Se suele asociar libertinaje a conductas inapropiadas según la moral imperante en relación al sexo, al propio cuerpo (hedonismo), al juego y al abuso de comida y bebida. No obstante, no se debe confundir el libertinaje con otros términos como el de don juan, al que la principal motivación es la seducción, no la promiscuidad depravada y sin control, ni con el alcoholismo, en el que la adicción a bebidas con alcohol cobra más protagonismo que el deseo de satisfacer los deseos corporales de la persona.
El libertinaje es como la enfermedad de la libertad, es el abuso de nuestra libertad no para hacernos crecer como personas sino para deteriorarnos.
Cuando libremente elegimos el mal no estamos siendo libres sino al contrario, estamos siendo esclavos. Por ejemplo: Si usamos nuestra libertad para escoger usar drogas nos estamos haciendo esclavos de ellas y alterando nuestras facultades mentales, nuestra propia libertad.
El escoger libremente implica aceptar las consecuencias de este escoger. Es un error exigir la libertad si no estamos dispuestos a aceptar las consecuencias.
Nada grande se ha hecho en el mundo sin un gran esfuerzo. Vivir con libertad implica un esfuerzo y un compromiso.
Libertad no es lo mismo que independencia o desarraigo. Creemos que ser libres quiere decir no depender de nadie ni de nada, pero nuestra condición humana necesita de los demás. Ser libres, por lo tanto, no significa desarraigarnos, sino comprometernos con los demás.
Quizá nunca en la historia de nuestro mundo se ha hablado tanto de libertad como en nuestros días. Tal vez porque nunca hubo tan poca. No me estoy refiriendo a los regímenes totalitarios ni dictatoriales, ni siquiera a las oposiciones económicas. Aludo a la continua mordaza que todos los días nos meten los medios de comunicación en nuestros hogares... Y todavía se sigue pensando que somos plenamente libres en nuestras ideas.
Existe entre los hombres un buen número de los que acogen a la libertad "en casa" como un huésped más; pero hay un número aún mayor que no sólo la acogen en casa, sino que la usan de tal forma que incluso llegan a meterla en una bolsa de basura y depositarla fuera -para que la recoja el camión del ayuntamiento- si no se acopla a su persona, si no se identifica íntimamente con su . Es así como la libertad personal se convierte en no pocos casos en libertinaje.
Hay que llegar a comprender que la libertad es un elemento constitutivo de la acción específicamente humana, en virtud de la cual la voluntad no elige necesariamente una de las varias opciones que le ofrece el entendimiento, sino que elige cualquiera de ellas o simplemente ninguna. Es decir se es libre en la elección.
Se pueden distinguir diversos tipos de libertad; la libertad física, que es la capacidad de actuar porque no existen impedimentos físicos. Se trata de la libertad que recobra el encarcelado cuando sale de su prisión, o la que recupera el enfermo que estaba por una dolencia que le ataba al lecho.
Me remito a lo que se ve en la televisión. El derecho de libre expresión se ha convertido en un argumento para sacar en televisión todo tipo de basura, violencia, malos tratos, escenas que sólo los muy mayores pueden resistir.
Es tal el influjo de los medios de comunicación que no sólo nos hacen la papilla del libertinaje, sino que incluso nos la ponen en la boca, quedando para nosotros el "fatigoso" trabajo de tragarla inconscientemente.
Creo que a estas alturas de la vida no hace falta refrescar mucho los atropellos de los que "poseen su poder personal" y "son libres y dueños de sus actos". El delito de privar al prójimo de su libertad injustamente -se entere o no- es suficiente.
Han habido luchas por la libertad bien entendidas como la de Juana de Arco; pero ha habido otras muchas no justificadas y que ni siquiera vale la pena enunciar.
La libertad no consiste en una total autonomía, sino que desde sus orígenes está asociada a un orden legal, bien sea natural o positivo.
Pero el conformismo actual se ha vuelto la gran ley del mundo y son cada vez más los seres que abdican de su libertad de pensar a cambio de que les garanticen la libertad de pensar igual que los demás y así, según ellos, "no hacer el ridículo".
PROPUESTAS DE SOLUCION

Libre albedrío
El libre albedrío es la capacidad que tiene cada individuo para tomar sus propias decisiones. Existen debates en cuanto a si las personas realmente poseen la capacidad para distinguir entre lo bueno y lo malo y aceptar sus consecuencias. Por ejemplo, sé que copiar en el examen es malo, y que si lo hago y me descubren tendrá sus consecuencias conforme a las reglas del colegio. De mí depende decidir; sé lo que es bueno y lo que es malo, y sus consecuencias.
La libertad
El concepto de libertad, por definición, está unido al concepto de justicia, pero a su vez, estos dos conceptos son genéricos; es decir, no estamos hablando de la libertad de una persona o de una sociedad en particular, sino de la libertad del ser humano. Libertad es poder hacer todo lo que uno desee, pero sin causar perjuicios o consecuencias a uno mismo o a los demás. Por ejemplo, sé que robar es malo y que haciéndolo no solo le perjudico a los demás, sino también a mí mismo, porque tendrá sus consecuencias.
La libertad se ve constantemente amenazada por dos vicios extremos: el autoritarismo —la falta de libertad—, y el libertinaje —mal uso o exceso de la libertad—; ambos iguales de perniciosos.
Libertinaje

La libertad es un arma de doble filo si no hacemos un buen uso ella. El libertinaje es hacer mal uso de la libertad, porque esta tiene sus límites; no debemos olvidar que donde comienzan los derechos del otro, terminan los míos. Libertinaje es hacer lo malo deliberadamente sin restricciones y sin pensar en las consecuencias. Por ejemplo, si un/a joven pide permiso a sus padres para ir a una fiesta, y ellos se lo conceden con la condición de que venga a determinada hora y que no beba, pero llega a una hora que no fue la convenida y en estado de ebriedad, entonces está haciendo un mal uso de la libertad y la confianza que le dieron sus padres.

jueves, 21 de abril de 2016

Lectura 19


¿Somos víctimas de un malentendido?

Antonio estaba preocupado. Advirtió que su buen amigo Leonardo, de pronto y sin motivo aparente, lo trataba con frialdad.  No le devolvía el saludo, y cuando estaban juntos, algo parecía distanciarlos. Antonio temía que su amigo hubiera malinterpretado algún comentario o acción de su parte. Pero ¿de qué se trataba?
Es común que se produzcan malentendidos. Muchos son triviales y fáciles de corregir. Otros pueden ser frustrantes, sobre todo cuando no conseguimos aclararlos de ningún modo. Ahora bien, ¿por qué surgen los malentendidos? ¿Cómo afectan a los implicados? ¿Qué hacer si se nos malinterpreta? ¿Importa realmente lo que otras personas piensen de nosotros?
Un hecho ineludible
Ya que nadie conoce nuestros pensamientos e intenciones, tarde o temprano alguien acabará malinterpretando lo que hagamos o digamos, y las posibilidades de que ello ocurra no son escasas. A veces sencillamente se trata de que no conseguimos comunicar las ideas con la claridad y la precisión deseadas. Los ruidos u otras distracciones quizá impidan a los demás dedicarnos toda su atención.
También existe la tendencia a malinterpretar ciertos comportamientos. Por ejemplo, alguien tímido puede causar la impresión equivocada de ser frío, distante u orgulloso. Ante determinadas circunstancias, las experiencias del pasado tal vez provoquen una reacción emocional en vez de una respuesta racional. No se debe dar por sentada una comprensión diáfana cuando existen diferencias culturales y lingüísticas. Añadamos a lo anterior una dosis de información inexacta y de chisme, y no nos debería extrañar que las palabras o acciones se tomen de un modo distinto al pretendido. Claro está, esto es un pobre consuelo para quienes creen que sus intenciones han sido malinterpretadas.
Por ejemplo, un comentario sin malicia que Anna hizo sobre la popularidad de una amiga ausente se repitió fuera de su contexto. Para sorpresa y consternación de Anna, su amiga la acusó encolerizada ante varias personas de estar celosa de las atenciones que cierto conocido le dispensaba. Lo que dijo Anna se había tergiversado por completo, y fue en vano todo el empeño que puso en demostrar a su amiga que no pretendía herirla. El malentendido ocasionó mucho sufrimiento, y pasó bastante tiempo hasta que Anna pudo aclararlo del todo.
El concepto que se tiene de nosotros a menudo depende de cómo se juzguen nuestras intenciones. Por tanto, es normal disgustarse cuando los demás confunden nuestros motivos. Quizá pensemos indignados que no hay razón para que nadie nos interprete mal. A nuestro parecer, una valoración así es parcial, crítica o totalmente errónea. Además, causa dolor profundo, en especial si tenemos en alta estima la opinión de quienes emiten tales apreciaciones injustas.
Aunque nos irrite el juicio que los demás se formen de nosotros, es prudente respetar las opiniones ajenas. Hacer caso omiso de ellas no es un proceder para querer, y herir al prójimo de palabra u obra es lo último que desearíamos. De modo que, a veces, se requerirá que hagamos un esfuerzo por rectificar conceptos erróneos sobre nosotros. 

Con todo, una preocupación excesiva por contar con la aprobación de los demás es contraproducente, pues conduce a la pérdida del amor propio o a un sentimiento de rechazo. Al fin y al cabo, nuestra verdadera valía no depende de las valoraciones de otras personas.

Por otro lado, quizá reconozcamos que la crítica está justificada. Y aunque eso también nos aflija, si admitimos nuestras imperfecciones de buen grado y con honradez, tales experiencias pueden ser positivas al servirnos de acicate para efectuar los cambios precios.


Consecuencias negativas

Los malentendidos pueden tener graves consecuencias. Por ejemplo, si oímos a un hombre elevar la voz en un restaurante, tal vez concluyamos que se trata o de alguien extrovertido o de un fanfarrón. No obstante, puede que padezca un trastorno auditivo. O quizá pensemos que una dependienta es desagradable, pero es posible que no se sienta bien. Aunque tales malentendidos producen impresiones negativas, lo más seguro es que no tengan consecuencias graves ni duraderas. Sin embargo, hay ocasiones en que los resultados pueden ser desastrosos. 

el lenguaje, herramienta defectuosa de la comunicación, es la fuente principal de los malentendidos. Sin duda alguna, esta constatación puede ser considerada como un truismo ya que cada uno de nosotros lo sabe o por lo menos lo tiene interiorizado. Así, este problema de comunicación, aunque presente, dentro de una cultura parece menos grave o incluso pasa desapercibido en el seno de una cultura dada, pero la situación se hace más interesante si entramos en el campo de la comunicación intercultural.

Así, tomemos como ejemplo dos amigos: un polaco, estudiante de español, que nació en Polonia y un latinoamericano que tiene raíces polacas, pero no sabe absolutamente nada de Polonia, de su historia, cultura, ni conoce el sistema lingüístico aunque se declara orgulloso de sus antecesores polacos cuyos apellidos no sabe pronunciar. En consecuencia, los dos amigos no se comunican en polaco, lo que es obvio, sino en el lenguaje común para los dos, el castellano. Resulta que estas dos personas se entienden perfectamente en lo que atañe a la cultura que podemos llamar global o general. Dicho de otro modo, el polaco y el latino tienen la facilidad de hablar de intereses y aficiones como motos, deporte internacional, líos de faldas, etc. No obstante, el problema aparece cuando nuestros amigos entran en el campo de la cultura autóctona de uno u del otro. El latinoamericano, cuando oye que su amigo polaco tiene una inclinación fuerte hacia su patria, lo que es nuestro vicio o virtud nacional (según el punto de vista), le llama “nacionalista” puesto que en castellano nacionalismo significa justamente esta “inclinación de los naturales de una nación hacia ella”. El amigo polaco entiende esta palabra que también existe en su lengua materna, pero se siente ofendido. ¿Por qué? La respuesta es fácil, se trata de la diferencia lingüístico-asociativa. Nacionalismo en polaco es un término que tiene connotación peyorativa y significa: “una postura socio-política y una ideología que supone superioridad de la nación propia, egoísmo nacional, falta de tolerancia y discriminación de otras naciones”.

Así, el chico polaco tiene todo el derecho de sentirse insultado, pero también debe tener en cuenta las diferencias socio-lingüísticas, culturales e históricas ya que es quien conoce la cultura polaca y tiene algunas nociones de la cultura hispanohablante como estudiante de español. Así, en vez de ofenderse mortalmente, mejor explicarle al amigo latino esta diferencia sutil. Además, hay que tener en cuenta que aunque el hispanohablante tenga sangre polaca, esto no significa necesariamente que conozca la cultura del país de sus padres o abuelos. Diría que es más probable que no la conozca bien puesto que su personalidad y su percepción del mundo se formaron básicamente en un país hispanohablante y fueron influenciadas por cultura, historia y lenguaje de este determinado país. En consecuencia, podemos constatar que aunque la palabra española “nacionalista” tiene su correspondiente polaca “nacjonalista”, el significado de las dos no es el mismo, ya que remiten a otras realidades y otras percepciones del mundo. Así, el problema de comunicación entre los dos amigos no consiste en no entender las palabras, sino en darles otro significado, otra asociación.

El caso presentado puede parecer trivial, pero es el ejemplo más frecuente de malentendidos entre polacos y sus amigos extranjeros. Obviamente, los polacos también cometemos este tipo de errores utilizando palabras o expresiones inocentes en nuestra lengua, pero que tienen su peso peyorativo en español, francés, finlandés, etc.

No obstante, la moraleja de esta fábula es simple y clara: entablando las amistades con los extranjeros a veces mejor preguntar o verificar el sentido de alguna frase y no ofenderse automáticamente. Asimismo, es gracias a esta investigación que se opera el enriquecimiento intercultural. Así, el amigo polaco puede explicárselo a su amigo latinoamericano y el hispanohablante puede, por su parte, aumentar sus conocimientos sobre el país de sus ancestros, si le importa hacerlo y si este elemento polaco en su vida no constituye sólo una marca de exotismo que le hace distinguir de los demás. E infelizmente a esta actitud me la he encontrado varias veces personalmente.

Para concluir, tengo que confesar que es justamente esta actitud de querer guardar ignorancia respecto al aspecto lingüístico-cultural del interlocutor que viene de otro ámbito cultural que me inspiró para escribir este texto. Hoy la técnica nos da tantas posibilidades de conocer otros países, su historia, su cultura. Además no tenemos que limitarnos a mirar las fotos ya que podemos hablar con la gente de diferentes zonas del mundo por Internet. Así, lo que importa es disfrutar de estos logros plenamente y no encerrarse en su propia cultura, afirmando por ejemplo: “sí, tengo ancestros de otras partes del mundo y me sirve para sacar provecho individual, pero me importa un pepino su historia o cultura”. Para mí es una actitud inaceptable.

domingo, 17 de abril de 2016

Felicitación

Por este medio, queremos felicitar a estos alumnos; por su destacada participación en el Concurso de Ajedrez, asintiendo a la Escuela Secundaria General Nº 1
quedando Victoriosos en su desempeño



viernes, 15 de abril de 2016

Lectura 18

  

  ¿SABES DECIR: NO?



    Sin el arte de decir “no”, es imposible que haya un joven de carácter. Cuando los deseos, las pasiones de los instintos se arremolinan en ti, cuando después de una ofensa la lava encendida de gases venenosos bulle en ti y se prepara a una erupción a través del cráter de tu boca, cuando la tentación del pecado te muestra sus alicientes, ¿sabes entonces con gesto enérgico pronunciar la breve y decisiva palabra. No? Entonces no habrá erupción. No habrá precipitación. No habrá golpes. No habrá disputa.
    César quiso acostumbrarse a no hablar precipitadamente. a pesar las palabras de antemano, contando hasta veinte en sus adentros antes dar una respuesta. Excelente medio. ¿Para qué sirve? Para que nuestro mejor “yo”, nuestra comprensión más equitativa, pueda hablar, después de sentirse abrasado un momento por la llamarada de los sentidos.
    Por un espléndido camino nevado íbase deslizando un joven en esquí. Al fin de una colina se abría un profundo precipicio. El joven iba volando hacia abajo, lanzado como una flecha; pero he aquí que delante del precipicio, con admirable técnica, se para de repente y se mantiene allí en el borde de la sima como una columna de granito. “-Bravo! ¡Estupendo! ¿Dónde lo has aprendido?” “-¡Ah!- contesta el muchacho-, no he empezado ahora. Al principio tuve que ensayarlo muchísimas veces, para poder parar, en las más suaves pendientes.”
    También el camino de la vida es una especie de carrera de esquí con innumerables precipicios. Y todos caen, y todos van al abismo, si no han hecho prácticas de pararse infinitas veces, plantados como columna de mármol, y responder un recio y rotundo “no” a las tempestades turbulentas de las pasiones.
    El ejercicio de la voluntad no es otra cosa que el prestar una ayuda sistemática al espíritu en la guerra de libertad que ha de sostener contra el dominio tiránico del cuerpo. Quien se incline, sin decir una palabra a cualquier deseo que se asome en su instinto, perderá el temple de su alma y su interior será la presa de fuerzas encontradas. Ahora comprenderás la palabra del Señor: “El reino de los cielos se logra a viva fuerza y los esforzados son quienes lo arrebatan” (San Mateo, XI,12).
    Es una suerte si puedes pronunciar -cuando es necesario- el “no” enérgico.
    ¡No! -has de decir a tus compañeros cuando ellos te incitan a cosas prohibidas.
    ¡No! -has de gritar a tus instintos cuando ciegamente te acucien.
    ¡No! -has de gritar a todas las tentaciones que, adulando, quieren envolverte en sus telarañas.
    Tihamer Toth. El joven de carácter.

SUGERENCIAS METODOLÓGICAS
            Objetivo.- Aprender a decir “no” a las cosas negativas y dañinas.
        Contenido.-
Autodominio

    Formar un carácter capaz de dominar la comodidad y los impulsos propios de su forma de ser para hacer la vida más amable a los demás.

    Es el valor que nos ayuda a controlar los impulsos de nuestro carácter y la tendencia a la comodidad mediante la voluntad. Nos estimula a afrontar con serenidad los contratiempos y a tener paciencia y comprensión en las relaciones personales.

    El autodominio debe comprenderse como una actitud que nos impulsa a cambiar positivamente nuestra personalidad. Cuando no existe esa fuerza interior, se realizan acciones poco adecuadas, generalmente como resultado de un estado de ánimo; la armonía que debe existir en toda convivencia se rompe; quedamos expuestos a caer en excesos de toda índole y entramos en un estado de comodidad que nos impide concretar propósitos.

    Cada día que buscamos ejercer ese señorío sobre nosotros mismos, automáticamente nuestro carácter comienza a madurar por la serenidad y paciencia que imprime este valor, la voluntad nos libera del desánimo, controlamos nuestros gustos y vivimos mejor la sobriedad, en pocas palabras, entramos en un proceso de superación constante.

    Algunas personas han opinado que la fuente para lograr el autodominio proviene de la aplicación de algunas técnicas para relajarse, y aunque efectivamente pueden ayudar, no debemos perder de vista que los valores se forman a través del ejercicio diario, con el esfuerzo por descubrir en nuestra personalidad aquellos rasgos poco favorables.

    Las costumbres y hábitos determinan en mucho la falta de autodominio. Debemos comenzar por analizar cuales de ellas nos condicionan e impiden vivir este valor.

    El autodominio nos ayuda a reconocer los distintos aspectos de nuestra personalidad y nuestra forma de reaccionar ante determinadas circunstancias. Debemos cambiar nuestras disposiciones en sentido positivo: “en lugar de molestarme por la lentitud de “x” empleado -cuyo ritmo de trabajo es así-, ahora no sólo evitaré el disgusto y llamada de atención, procuraré darle un buen consejo que le ayude a mejorar”. Lo mismo aplica para los hijos, el cónyuge y hasta con algunos amigos. Este cambio no es sencillo, requiere atención y esfuerzo para anticipar nuestras reacciones, lo cual significa remar contracorriente para corregir este mal hábito.

    Otras de las costumbres más arraigadas se encuentran en el terreno de los gustos y comodidades personales, en apariencia es poco significativo privarse de una golosina a media mañana, quedarse en cama más de lo debido, terminar de trabajar antes de la hora de salida, o buscar como perder el tiempo para llegar más tarde a casa y evadir alguna ocupación, pero cada una de estas cosas pequeñas constituye una excelente oportunidad para practicar el autodominio. Quien tiene la capacidad de privarse de un gusto, también tendrá la fortaleza para soportar situaciones desagradables.

    Para algunas personas, la falta de este valor se manifiesta por el deseo de convertirse en el centro de atención en todo lugar, acaparar las conversaciones, presumir de sus logros, compararse continuamente con los demás... El autodominio también ayuda a ser más sencillos, hombres y mujeres de acción y no de palabras inútiles.

    En familia este valor es indispensable para la sana convivencia, pues implica aprender a tolerar y pasar por alto las pequeñas fricciones cotidianas, no se tratar de desentenderse, sino de dar ejemplo de serenidad, comprensión y cariño, principalmente cuando se tiene la responsabilidad de educar a los hijos. También nos ayuda a estar pendientes de las necesidades de los demás y prestarles servicios, pues la comodidad nos hace esperar ser atendidos, mientras que el autodominio nos impulsa a ser más participativos en los quehaceres cotidianos.

    En el contexto de las relaciones personales, el autodominio nos impulsa a ser discretos y maduros para evitar la murmuración, la crítica y la difamación de los demás por cualquier situación que es incompatible con nuestra forma de pensar.

    La práctica del autodominio también nos induce a perfeccionar nuestros hábitos de trabajo, aprovechar más el tiempo, tener más cuidado en lo que hacemos, “dar el extra” cuando se necesite. En el campo escolar y profesional siempre es necesario el perfeccionamiento, que sólo se alcanza con esfuerzo, alejando la pereza y la mentalidad conformista.

    Para iniciar y desarrollar el autodominio, considera como importante:

    - Aprende a escuchar. De lo contrario, se convierte en la muestra más clara de la falta de autodominio.

    - Procura no distinguirte por comer abundantemente, decir disparates, vestir de forma estrafalaria, mostrar poca educación o malos modales.

    - Evita el deseo de enterarte de lo que no te incumbe, hacer comentarios imprudentes y dar consejos no solicitados, eso es ser entrometido.

    - Cuida especialmente tus relaciones personales, evita suponer las palabras y actitudes que los demás tienen y que “motivan” tu enojo. Lo más importante es que tu cambies de actitud, que hasta ahora también es predecible.

    - Dedica unos minutos cada día para reflexionar y elaborar una pequeña lista sobre las situaciones cotidianas que normalmente te disgustan, provocan pereza, caes en excesos y aquellas en las que evades tus responsabilidades. No te preocupes si en un principio son pocas, más adelante seguirás descubriendo otras no menos importantes.

    - De la lista obtenida, selecciona dos de todas ellas (puedes elegir entre las interrupciones en el trabajo, comprar los víveres para el hogar, desvelarte con frecuencia, dedicar el tiempo necesario al estudio, por ejemplo), reflexiona sobre la actitud correcta que debes adoptar y llévalas a la práctica por una o dos semanas, después de ese período elige otras y así sucesivamente.

    La persona que aprende a controlarse interiormente tiene el privilegio de vivir una alegría auténtica, pues jamás se deja llevar por los disgustos y contratiempos; además, tiene la tranquilidad del deber cumplido, pues por el control que tiene sobre la comodidad, es capaz de cumplir con sus deberes oportunamente. Consecuentemente, todo esto le ayuda a tener excelentes relaciones personales, por la cordialidad y delicadeza que mantiene en su trato.

sábado, 9 de abril de 2016

Lectura 17

EL NÚMERO CERO
Carlos Peüalver Hernánde

Como siempre digo cuando voy a contarle a alguien la historia de mi vida... “Escuchadla con mucha atención, porque, la creáis o no, eso es lo de menos, creo que disfrutaréis oyéndola, es realmente fantástica”.
Solo me gusta contarlo en ocasiones especiales, como ahora, ante unas pocas personas que me escuchen de verdad, y así evitar las reacciones lógicas, en cierto modo, de los más incrédulos.
Antes de nada, para situaros, deciros que soy un número cero; digo un número porque hay otros muchos como yo, en mi mundo; soy gordito, simpático y tengo muchos amigos.
Mis padres siempre me dicen que soy un inútil, pero no es verdad. Yo soy un poco especial.
Mis padres no son malos; lo que pasa es que en mi mundo todo es muy exacto, muy estricto y no hay segundas lecturas: las cosas son como son... Aquí es mejor no equivocarse.
Ellos son dos vectores perpendiculares; son un producto desde hace mucho tiempo, y por eso nací solo, sin hermanos, nací número cero.
Mi familia es muy antigua y de una gran relevancia social. Formamos un problema de más de dos caras de hoja, y siempre se nos ha tenido un gran respeto aquí, en el cuaderno de Maribel García García , 2.° C.
Es muy dura la vida, en el miserable mundo de los cuadernos: es un mundo sucio Y peligroso que no pega mucho con nuestra naturaleza exacta y perfecta. Por eso, mi aspiración, como la del resto de mis amigos v de todos los habitantes de los cuadernos en general, sería, algún día, poder llegar a los libros, Eso es lo más grande que hay- para nosotros; son ciudades perfectas, exclusivas para números sin errores, donde todo es orden y limpieza v donde a todos nos hubiera gustado nacer...
Eso lo saben nuestros creadores, especialmente Maribel, que es muy aplicada y cuida mucho de nosotros aquí en el cuaderno, aunque todos andamos un poco alborotados desde que, hace unos días, se dice que un determinante de Van Der Monde vio cómo borraba, justo al lado suyo, a todo un logaritmo resuelto y todo, sin dar explicación.
Son cosas que tenemos que aceptar: tenemos que vivir con ellas y resignarnos, porque, al fin y al cabo, todo se lo debemos a ella
Mis padres tampoco me dejan pensar de este modo, tener creencias, hablar de Maribel
concretamente... Les molesta que hable de ella con tanta seguridad en su existencia. Porque aquí, en los cuadernos, no todos piensan como yo, no todos creen en Maribel, y aún en estos tiempos, algunos analfabetos piensan que las equis de las ecuaciones se despejan solas, por pura lógica, sin darse cuenta de que antes ha estado Maribel pensando en ello durante un rato, y de que ella es la causa de todo lo que ocurre aquí, de que estamos en forma vectorial y no en
paramétrica , por ejemplo, porque ella así lo ha querido.
Ahora viene lo más fantástico de mi historia, lo que cambió por completo mi aburrida vida de número.
Yo detestaba la vida de los cuadernos, sentía vergüenza de mí mismo al compararme con los robustos y perfectos números en negrita de los libros, y, como cualquier otro de mis compañeros, habría dado hasta mi potencia cúbica para salir de aquí si me fuera posible...
Pues bien, este que era mi sueño iba a cumplirse en unas horas; así fue como ocurrió.
Ese día me había despertado muy tarde, debajo de la diagonal principal. Estábamos donde siempre, cerca de las anillas dentro de la matriz transpuesta de A, con mis amigos y 2 algunos parámetros, cuando , sin más, ocurrió.
Maribel abrió el cuaderno por nuestra página; el número nueve enmudeció. Cuando esto ocurre, suele ser un acontecimiento, Ella no es muy estudiosa, y todos nos callamos y la observamos expectantes. Todos juraríamos que nos estaba mirando a nosotros, con sus azules ojos brillantes, esa niña rubia de casi 17 años... No lo podíamos creer... Alargó su dedo índice oteando nuestras cabezas y con una precisión aterradora lo dirigió justo hacia mí, me iba a tocar a mí, me iba a tocar, me iba...
Ya no pude pensar nada más. Cuando me quise dar cuanta de qué había pasado, de dónde estaba, no daba crédito.
Estaba en su dedo: toda la tinta de mi pequeño cuerpecito redondo y- gordito había ido a parar allí, a la punta de su dedo índice.
Me fui alejando de mis amigos más y más, de la matriz, de la hoja, de la libreta, del pupitre... Había salido de los cuadernos y lo estaba viendo todo: estaba, estaba viendo que había algo más allá, el mundo real, un mundo que en mi interior siempre supe que existía.
Pero muy lejos de las maravillas que esperaba encontrar, mi decepción fue inmensa cuando vi lo triste y caótica que era la vida fuera de las matemáticas, Decenas de hombres como Maribel andaban sin orden ni control en este nuevo mundo, destrozando todo cuanto encontraban a su paso. No pude reprimir mis lágrimas cuando vi el maltrato al que estos sometían a los números.
Vi los cuadernos tirados por el suelo, abiertos de cualquier manera, viejos y descuidados y amontonados en grandes pilas. Vi a un niño que borraba sin parar, vi a otro que escribía algo y, furioso, arrugaba el papel estampándolo con fuerza contra el suelo..., vi cosas dantescas. También vi cómo un hombre, de un solo golpe, tachaba con una línea roja todo un sistema de tres incógnitas con parámetros al cubo, perfectamente clasificado y resuelto por el viejo Cramer (era un tipo larguirucho y muy pesado, pero que siempre se había llevado bien con los nuestros).
También había una pared donde colgaba un extraño aparato, como una cárcel de cristal, donde un puñado de números asustados estaban encerrados dentro, tratando de pedirme ayuda golpeando el cristal, al tiempo que esquivaban tres peligrosas agujas de diferentes tamaños que se dirigían a todas partes.
Había visto muchas cosas horribles, pero aún no había visto lo peor... Solo os puedo asegurar que es cierto esto que os digo. Un niño se levantó de repente y, alzando al aire un libro abierto, cogió fuertemente una de sus páginas v..., antes de que me diera tiempo a girar la vista, por desgracia pude ver cómo la... cómo la arrancaba de cuajo.
No quise ver nada más. Todo para mí había perdido el sentido, así que decidí volver a mi viejo mundo de los cuadernos, que, aunque imperfecto, era mi mundo y el de los míos, y era allí donde quería estar, fuera o no este mundo mío de las matemáticas el mundo real.

Aproveché que Maribel iba a escribir algo y me colé por un pequeño orificio que separa el exterior del boli con el tubo de la tinta negra; me mezclé entre la tinta y. cuando recobré el sentido, ya estaba allí de nuevo, dispuesto, como buen número que soy, a decir únicamente la verdad y a contarles a todos que no se estaban perdiendo nada ahí fuera...