CAPÍTULO
CUATRO
De haber sabido
que un corte de pelo me iba a convertir en un imán para las nenas, me habría
rasurado la cabeza en cuanto llegué a Wisconsin. Desde el primer momento, me di
cuenta de que Emily se comportaba de manera distinta, pero di por supuesto que
su actitud se debía a que Macallan no estaba presente. Luego empezó a hacer
todas esas cosas que hacen las chicas para informarte que están interesadas en
ti. Se moría de risa cada vez que yo abría la boca, aunque no hubiera dicho
nada especialmente divertido. No paraba de tocarme el brazo y de mirarme a los
ojos. Al principio, pensé que quizá se le había aflojado un tornillo durante el
verano, pero luego caí en la cuenta: Emily estaba coqueteando. No digo que
fuera la primera vez que una chica tonteaba conmigo. En casa había salido con
unas cuantas. Sin embargo, desde que había llegado al país del queso, ninguna
me había prestado atención en ese sentido. No estaba seguro de si contarle a
Macallan lo de Emily. O sea, sabía que Macallan y yo sólo éramos amigos, pero
la gente siempre daba por supuesto que andábamos. Y cuando lo hacían, Macallan
fruncía la nariz o fingía que la mera idea le producía arcadas. Lo cual no era
nada halagador, pero yo entendía por qué lo hacía. Y cuando Macallan me dijo
que Emily estaba interesada en mí e incluso me ayudó a pedirle que saliera
conmigo, lo tuve claro. Macallan y yo nunca seríamos pareja. Sólo éramos
amigos. No quería nada más de mí. Y quizá fuera mejor para los dos que nuestra
relación no pasara de ahí. A mí me parecía bien. Sobre todo porque era mi mejor
amiga aquí en Wisconsin. Decidí darle una sorpresa después de la escuela. Le
dije a mi mamá que no viniera a buscarnos para poder estar a solas con ella.
—¿A dónde vamos? —me preguntó cuando tomé un desvío a la izquierda en lugar de
doblar a la derecha. —Es una sorpresa. La agarré por el codo y la guie calle
abajo. —Está bien —lo dijo como si no se fiara de mí—. ¿Ya sabes lo que van a
hacer el viernes? —¿A quién le importa? Aquella semana, había repetido esa
misma frase hasta el cansancio. Cada vez que Macallan se interesaba por mi
inminente cita, yo me preguntaba si lo hacía por mera curiosidad o si me estaba
sonsacando información para pasársela a Emily. —A mí. Lo preguntaba por si no
sabías qué hacer.
—Oh —me sentí un
bobo por haberme puesto paranoico—. Pensaba ir a comer algo y al cine. ¿Te
parece aburrido? —A mí me parece bien. Por aquí no hay muchas más opciones.
—Ya, en casa tampoco. Advertí que Macallan se crispaba. Estuve a punto de
preguntarle si había hecho algo que le molestara, pero ya llegábamos a nuestro
destino. —¡Mira! Señalé la marquesina del restaurante Culver’s. Abrió los ojos
como platos. —¡Sí! ¡La crema de pastel de queso es mi favorita! Ya lo sabías,
¿verdad? —Claro. Cuando pasé por aquí y vi que era el sabor del día, decidí
traerte. Invito yo. Cuando entramos en el restaurante y nos formamos en la
cola, Macallan sonreía. —Bueno, si tú invitas, pediré cuatro raciones. —Lo
suponía. Yo pediré una hamburguesa doble. Tengo que engordar un poco —me di
unas palmaditas en la barriga. Quería inscribirme a algún deporte cuando fuera
a la secundaria, pero seguía siendo el alumno más delgado del salón—. Creía
que, entre lo bien que cocinas y todas las frituras que se comen en esta
ciudad, habría ganado unos kilos a estas alturas, pero no. —Vaya problema —negó
con la cabeza—. Será mejor que no le comentes a Emily lo mucho que te cuesta
engordar. Tiene buen cuerpo, pero eso no significa que esté contenta con él.
—Qué absurdo. Nunca he entendido por qué las chicas están, o sea, tan
obsesionadas con el peso. Emily está… mm… —en momentos así, el hecho de que tu
mejor amiga sea una chica te pone en apuros. No podía decir “enferma” como les
habría dicho a mis amigos de casa—. No está gorda. Ni mucho menos. Ni tú
tampoco. Las dos están… este… o sea… muy… bien. Macallan se cruzó de brazos.
Decidí que sería mejor cerrar la boca. Sabía que el tema la incomodaba.
Macallan había engordado un poco últimamente, aunque sólo por… bueno… ciertas
partes del cuerpo. Me había fijado en que las playeras le apretaban más que
antes. Soy un chico, luego soy humano. Muy, muy humano. Sacudí la cabeza para
alejar de mi mente la imagen de Macallan con su suéter lila de cuello en V.
Gracias a Dios, nos tocaba ordenar. Cuando nos sirvieron, buscamos una mesa.
—Bueno, ¿algún otro tema de conversación que deba evitar el viernes? —pregunté
mientras Macallan se abalanzaba sobre su crema de vainilla con caramelo,
chocolate y nueces pecanas.
Asintió. —Será
mejor que no le hables del próximo curso. Está paranoica con la idea de ir a la
secundaria. Mientras me contaba la historia de la hermana de Emily, tomé notas
mentalmente. Por lo visto, el viernes tendría que ir con pies de plomo. No
sería como salir con Macallan; con ella podía hablar de casi todo. Bueno, excepto
de cambios corporales. —Sí, ya lo sé, ella… Me callé cuando Macallan se quedó
mirando la zona del rincón. Cuando me volteé, vi que un grupo de chicos grandes
se estaba metiendo con el empleado que limpiaba las mesas del fondo. Lo
señalaban y se reían de él. No supe por qué hasta que se dio media vuelta y vi
que tenía síndrome de Down o algo así. —¿Esos chicos…? Me interrumpió. —Qué
idiotas. No tienen por qué hacer eso. Estaba muy agitada. —¿Quieres que vaya a
buscar al encargado? —me ofrecí. Macallan, sin embargo, pasó directamente a la
acción. Se levantó y se encaminó al rincón. Yo vacilé un momento pero enseguida
comprendí que debía seguirla por si necesitaba ayuda. —¿Hay algún problema?
—les espetó a los tres chicos, que debían de tener unos dieciséis o diecisiete
años. —Oh, ¿es tu novia? —preguntó uno. Estaba acostumbrado a oír esa pregunta
dirigida a mí, pero esta vez se la formulaban al joven que limpiaba la mesa de
al lado. —Ohhh —otro chavo tiró un refresco al suelo—. Será mejor que limpies
esto, retrasado. —¿PERDONA? La voz de Macallan resonó por todo el local. La
gente de la cola empezó a mirar en nuestra dirección. —No hablaba contigo. El
otro se echó a reír. Ella se plantó ante la mesa. —Bueno, pues ahora sí. Los
chicos soltaban risitas tontas y decían cosas que yo no alcanzaba a oír.
Macallan golpeó la mesa con los puños. El tipo que parecía el cabecilla se
sobresaltó. —¿Qué les pasa? —les preguntó ella, temblando con todo el cuerpo—.
Este chavo está aquí trabajando, sin molestar a nadie, limpiando la porquería
de cerdos como ustedes. Contribuye a la sociedad, que es más de lo que se puede
decir de ustedes. Así que, ¿quién es el que sobra aquí? El encargado se acercó.
—¿Está todo bien? Los chicos farfullaron que sí, pero Macallan no pensaba dejar
que se libraran tan fácilmente. —No, no está todo bien. Estos caballeros
—pronunció la palabra con infinito desdén — estaban molestando a uno de sus
empleados que, por cierto, está haciendo un trabajo excelente. —Sí —asintió el
encargado, que debía de tener la misma edad que los revoltosos—. Hank es uno de
nuestros mejores empleados. Hank, ¿por qué no descansas un poco? Hank agarró su
jerga, recogió las charolas de la mesa y se alejó. El encargado aguardó a que
el chico se marchara. Luego se volteó hacia la mesa del grupito. —Voy a tener
que pedirles que se vayan. Ellos se rieron. —Da igual. De todas formas, ya nos
íbamos. Cuando se levantaron para marcharse, uno de ellos me empujó al pasar
diciendo: —Tendrás que ponerle un bozal a tu novia. Yo me había quedado allí
callado, sin hacer nada. Macallan les había plantado cara a aquellos
maleducados mientras yo lo miraba todo pasmado. Macallan platicó unos instantes
con el encargado y, por fin, él le dio las gracias por haber intervenido. —Te
felicito por lo que hiciste. Por desgracia, esas cosas pasan. —Pues no deberían
—replicó ella con frialdad. Cuando regresamos a la mesa, de nuevo a solas, le
pregunté: —¿Estás bien? —No. Odio a esa gente. Se creen mejores que Hank. Y
seguramente se creen mejores que tú y que yo. Me pone mal que esos idiotas
vayan por ahí metiéndose con la gente sin que nadie les diga nada. Te aseguro
que Adam trabaja más en un solo día de lo que trabajarán esos tipos en toda su
vida. Nunca había visto a Macallan tan enojada. Sabía que no aguantaba las
estupideces, pero no tenía ni idea de que la sacaran de quicio hasta tal punto.
—Tienes razón —le dije—. Y estoy orgulloso de ti. Además, juro que nunca te
haré enojar. Aluciné. Una sonrisa se abrió paso en su semblante. —Lo siento. No
puedo evitarlo. —No, lo digo en serio. Fue alucinante. Nunca te había visto
así. Lo tendré en cuenta.
—Sólo cuando se
comete un abuso, espero. —Marchémonos de aquí. Esto requiere una maratón de
Buggy y Floyd. —Y un poco más de crema. Ésa era la Macallan que yo conocía. —Ya
sabes que no puedo negarte nada. Se rio mientras nos formábamos otra vez en la
fila. Le di un codazo. —Te lo juro, en casa no hay ninguna chica tan cool como
tú. Macallan volvió a crisparse. Al instante, miré a mi alrededor para
comprobar si aquellos tipos habían regresado. —¿Sabes? —se volteó a mirarme—.
Entiendo que pasaras los primeros doce años de tu vida en California, pero
ahora ésta es tu casa. Yo no acababa de entender por qué estaba tan molesta.
—Yo no… Hundió los hombros e impostó un tono de voz más grave. —Sí, mis amigos
de casa esto, en casa hacemos esto otro, en casa tal y cual, en casa todo es
alucinante. Creo que me estaba imitando, pero yo no hablo con un acento tan
fresa. Al menos, eso espero. Me miró fijamente. —Ahora, éste es tu hogar. Se
acercó al mostrador y pidió una segunda ración de crema. Yo me quedé donde
estaba, pensando en lo que Macallan acababa de decir. Puede que siguiera
viviendo en el pasado. Era posible que no hubiera aceptado que el traslado era
definitivo. A lo mejor había llegado la hora de vivir en el presente, de
aceptar la nueva escuela y a mis nuevos compañeros. Quizá no me hubiera
esforzado lo necesario. Tenía que afrontar el hecho de que ahora Wisconsin era
mi hogar.
Dejé de
considerarlo todo, en especial la escuela, como algo temporal. Tendría que
encontrar la manera de sentirme cómodo en ella y también entre los estudiantes.
No obstante, primero debía centrarme en un asunto más inminente: la cita con
Emily. Estábamos sentados el uno frente al otro, como hacíamos cada día a la
hora de comer. Esta vez, sin embargo, todo era distinto. No sólo porque
estuviéramos en una pizzería haciendo tiempo antes de ir al cine. Esto era una
cita. Y no una cita cualquiera, sino con la más guapa del salón que, además,
era la mejor amiga de Macallan. Gran responsabilidad. Emily siempre se ponía
muy guapa para ir a la escuela, pero aquella noche estaba despampanante. Me
quedé impresionado cuando nos vimos en el centro comercial. Llevaba un vestido
de flores y un pasador de brillos en el pelo. Y cada vez que me sonreía, me
entraban náuseas. No náuseas del tipo “voy a vomitar”, sino más bien onda
“estoy superemocionado”. Di un gran trago al refresco y Emily me sonrió
mientras esperábamos la pizza. Tenía la sensación de que debía decir algo
ingenioso, algo que no fuera el típico repaso a la jornada escolar. —Y bien…
—se enrolló un mechón suelto en el dedo. —Y bien… —fue mi brillante respuesta.
Tendió la mano libre hacia mí. —Me alegro tanto de que hayamos quedado… —Yo
también. Puaj. Juro que no se me da mal conversar con chicas. Hablo con
Macallan constantemente. Por desgracia, empezaba a temer que, platicando con
Emily a la hora de comer, hubiera agotado mi capacidad de decir banalidades.
—Estoy pensando en dar una fiesta de Halloween —comentó Emily sin dejar de
retorcerse el mechón. Yo no era el único que estaba algo nervioso. —Sería
divertido. Asintió. —Sí, sobre todo porque estoy pensando en invitar a los
chicos. A Keith, a Troy… —Troy me cae muy bien. Además, era el único que me
daba los buenos días. —Ya, y tengo la sensación de que te vendría bien pasar
más tiempo con ellos. Me molestó saber que todo el mundo había notado que los
chicos de la escuela pasaban de mí. Me tragué mi maltrecho orgullo. —Gracias.
—No te agobies por eso. Incluso a mí me cuesta integrarme. El comentario me
sorprendió. Emily era una de las chicas más populares de la escuela. Siguió
hablando: —Sobre todo con Keith. Siempre ha tenido muchísimos amigos, desde que
éramos pequeños. Todos queríamos que nos invitara a sus fiestas de cumpleaños.
Para él, no va a cambiar nada. No tendrá problemas para encontrar su lugar.
Pero la secundaria es muy grande. Me da miedo sentirme sola —bajó la voz y se
hundió un poco en el asiento. Emily siempre era tan alegre y encantadora que
tuve la sensación de estar descubriendo una nueva faceta suya—. No sé. Supongo
que le doy demasiadas vueltas. Es que me gusta este pequeño círculo que
tenemos. Las cosas ya han cambiado mucho desde que tú llegaste. O sea, ahora
veo menos a Macallan. Emily agrandó los ojos como si acabara de darse cuenta de
que estaba hablando más de la cuenta. Antes de que yo pudiera responder que no
tenía la menor intención de separarlas, Emily me cortó para aclarar: —No digo
que… —titubeó un momento—. Me alegro de que vinieras. Espero que no me
malinterpretes. —No, lo entiendo perfectamente. —De todas formas… —Emily se
irguió, y supe que la conversación también iba a cambiar de tono— conozco a una
persona que no tendrá ningún problema en formar parte del círculo de Keith el
año que viene. Enarcó las cejas con ademán travieso. ¿A quién se refería? A mí
no, eso seguro. —Macallan. Hace un tiempo Keith estaba loquito por ella. No me
extrañaría que aún lo estuviera. Juraría que los ojos casi se me salieron de
las órbitas. Emily se echó a reír. —¿Te sorprende que un chico esté interesado
en Macallan? —No, no, para nada. En realidad, alguna que otra vez me había
preguntado por qué nunca me hablaba de chicos. Había supuesto que reservaba ese
tipo de conversaciones para sus amigas. —Sí, cuando estábamos en sexto. Pero a
ella no le interesaba Keith, ni nada en realidad, después de que su mamá… La
frase inacabada de Emily proyectó una sombra sobre nosotros, como una nube
negra. Yo siempre evitaba mencionar a la madre de Macallan. Sabía que lo correcto
habría sido decirle lo mucho que sentía su pérdida si se presentaba la ocasión,
pero nunca encontraba el momento. Macallan siempre me hablaba de su padre, de
su tío, de la escuela…, casi nunca de su madre. —No sé cómo le hace para
llevarlo tan bien. No sólo me sorprendió que aquellas palabras hubieran salido
de mi boca, sino también la timidez con que las pronuncié. Emily agachó la
cabeza. —Fue horrible. Espantoso. Ojalá hubieras conocido a Macallan antes de
que muriera su mamá. Era otra persona. Siempre estaba sonriendo y riendo. No
digo que ahora vaya por ahí con cara de funeral, pero fue… muy fuerte. Estaba
seguro de que “muy fuerte” era decir poco. —Pero te digo una cosa: últimamente
está mucho mejor. Como cuando empieza a hablar de las clases de cocina o de las
recetas nuevas que ha aprendido. Y, además, no sé si te das cuenta de lo mucho
que tu mamá la está ayudando. Asentí. Tenía clarísimo que Macallan adoraba a mi
mamá. Me había ayudado a comprender la suerte que tenía de contar con ella. De
contar con los dos, con mi papá y con mi mamá, por mucho coraje que me diera
que mi papá pasara tanto tiempo en el hospital. —¡Oh! —Emily empezó a brincar
en el asiento—. ¡Ya lo tengo! Le pediré a Macallan que prepare algo para la
fiesta de Halloween. Se pondrá muy contenta, ¿no crees? —Sí, le encantará —me
puse a pensar en todos los platillos que Macallan había aprendido últimamente—.
¿Por qué no le pides que prepare los bocadillos de carne de cerdo? —Hecho
—Emily sonrió radiante. Nos saltamos la función de las siete y luego la
siguiente. Emily y yo nos quedamos platicando horas y horas. Todo el
nerviosismo del principio se había esfumado. Sólo volví a ponerme nervioso
cuando llegó la hora de despedirnos. Porque tenía ganas de besarla. No sólo
porque fuera muy bonita sino porque, por primera vez desde que había llegado,
tenía un aliciente que no incluía a Macallan. Así que la besé. Y ella me
regresó el beso. No volvería a desperdiciar ninguna otra oportunidad.
Normalmente,
cuando empiezas a salir con una chica, acabas pasando menos tiempo con tus
amigos. Con Emily sucedió todo lo contrario. Antes de que me diera cuenta,
había trabado amistad con Keith y Troy. Fuimos juntos al centro comercial para
comprar los disfraces que pensábamos llevar a la fiesta de Halloween. Acabamos
comiendo unas pizzas y hablando de deportes. No había pasado tanto tiempo en
plan de cuates desde que me marché de California. Incluso me emocioné cuando
Keith me tomó el pelo por ser tan amigo de Macallan sin intentar nada. Me tomé
sus burlas como un cumplido. O sea, ya era uno más. —¿Te dije que eres el mejor
novio del mundo? La noche de la fiesta, Emily me pellizcó la mejilla mientras
yo colocaba la última telaraña de mentira en la sala de su casa. —Hoy no. Le
hice un guiño. Se rio y echó un último vistazo a la habitación antes de que
llegaran los invitados. Habíamos movido los muebles para dejar una zona
despejada donde platicar o bailar. Pusimos una mesa a un lado, sobre la que
servimos “limo verde” (que básicamente era ponche de color verde), papas
fritas, salsas, galletitas saladas y chucherías. Y dejamos mucho sitio para la
comida de Macallan. Macallan, como tenía por costumbre, se superó a sí misma.
Trajo minipizzas de momia (con aceitunas negras como ojos), huevos picantes con
cuernos hechos de pimiento (de tal modo que los huevos parecían diablos) y
cupcakes decorados con palomitas dulces. Y, por supuesto, sus inigualables
bocadillos de carne de cerdo. —¡Todo se ve increíble, Macallan! —Emily la
abrazó. Habíamos decidido disfrazarnos de personajes de Grease. Las chicas iban
de Damas Rosas, mientras que los chicos nos habíamos vestido de T-Birds. Emily
se había disfrazado de Sandy con una chamarra de cuero, ropa negra y unos
zapatos rojos. Se había rizado el pelo, que era oscuro y liso cuando lo llevaba
al natural, y le había dado tanto volumen que casi no se la reconocía. Si Emily
era Sandy, supongo que a mí me tocaba hacer de Danny. Los chicos lo teníamos
fácil; sólo tuvimos que buscar playeras blancas y escribir en ellas “T-Birds”.
Algunos llevábamos chamarras de cuero. Yo agarré la vieja chamarra de
motociclista de mi papá (mi mamá lo obligó a deshacerse de la moto cuando quedó
embarazada). Las chavas habían comprado playeras rosas y habían escrito “Damas
Rosas” con tinta de brillantina. Completaron el disfraz con faldas amplias,
diademas de color rosa y cardados en el pelo. El señor Dietz, Adam y los padres
de Emily se quedaron en la cocina mientras la fiesta transcurría en la sala y
en el comedor. Casi todos los chicos que no pertenecían a nuestro grupo se
habían disfrazado de jugadores de futbol o de vaqueros, lo cual significaba
básicamente una playera a cuadros y un sombrero de cowboy. Fueron las chicas
las que se esmeraron al máximo: maestras, colegialas de uniforme y en general
cualquier cosa que requiriera un disfraz llamativo y un montón de maquillaje.
No podía quejarme. —¡Eh, California! —me gritó Keith. Estaba sentado en el
sofá, delante de la tele—. Te toca. Me tiró un control y me apoltroné a su
lado. Estuvimos jugando con la consola durante cosa de una hora. De vez en
cuando, Keith se burlaba de mi acento, de mi disfraz (que era idéntico al
suyo), de mi pelo (que llevaba corto desde hacía dos meses, pero él no se había
percatado) y de casi todo lo que decía. Yo lo soporté estoicamente. Keith
trataba así a sus amigos. —Hermano, el próximo fin de semana en mi casa. ¿Te
apuntas? —me dijo después de que le ganara una pelea de boxeo. No tenía ni idea
de qué fin de semana era ése ni de lo que haríamos en su casa, pero asentí.
Tenía novia, una amiga íntima alucinante y un grupo de amigos. La vida empezaba
a sonreírme.
No creas que me
encanta eso de que estuvieras desesperado por tener amigotes. Güey, ya sabes
que no me refería a eso. Güey. Tal como lo cuentas, cualquiera diría que te
obligaba a tomar el té con mis muñecas y a trenzarme el pelo. Pasabas mucho
rato en la cocina. Qué raro. No recuerdo haber oído ni una queja cuando te
tragabas mi comida. Porque eres la mejor cocinera del estado de Wisconsin. De
todo el mundo gastronómico, en realidad. Los halagos te llevarán muy lejos. No
me digas.
CAPÍTULO
CINCO
Ver en pareja a
tus dos mejores amigos no es tan raro como yo pensaba. Es peor, muchísimo peor.
El primer mes resultó bastante incómodo. Tenía que ser cuidadosa con lo que
decía de uno en presencia del otro. Ellos, por su parte, intentaban sonsacarme
todo el rato. A veces tenía que hacer de mensajera. Incluso me tocó ir de
chambelán varias veces en sus primeras citas. Una vez, en el cine, fui a buscar
palomitas antes de que empezara la película y cuando volví me los encontré
besándose (o, más bien, besuqueándose como locos). Me quedé helada, sin saber
qué hacer. Durante unas milésimas de segundo, consideré la idea de dar media
vuelta y golpearme la cabeza contra la pared con la esperanza de sufrir
amnesia. En cambio, carraspeé con fuerza y ellos se separaron despacio. Gracias
a Dios, las luces se atenuaron mientras me sentaba, así que no tuve que
establecer contacto visual con ninguno de los dos. No tenía claro quién se
habría sentido más incómodo, si ellos o yo. Hacia el mes de noviembre, Levi y
Emily eran inseparables. Siempre estaban agarraditos de la mano y juro que una
vez los vi frotarse las narices entre clases. Yo me esforzaba al máximo por
llevarlo bien. No digo que me apeteciera tener novio, pero sentía una punzada
de celos cuando me insinuaban que querían estar solos; no podía evitarlo. En
vez de ser una necesidad, me había convertido en un estorbo. Cada vez que les
proponía hacer algo a alguno de los dos, ellos ya tenían planes… Que no me
incluían. A veces, casi tenía ganas de que cortaran, pero luego me decía que
eso sólo serviría para empeorar las cosas. ¿Y si me obligaban a tomar partido?
Jamás conseguiría que las cosas volvieran a la normalidad. Así que opté por
pasar más tiempo con Danielle. —Van muy en serio, ¿eh? —comentó Danielle
mientras hacíamos cola en el cine, las dos solas, la semana anterior a las
vacaciones de Navidad. —Sí. También me estaba hartando de ser la portavoz de la
parejita feliz. Danielle titubeó un momento. —¿No crees que…? —miró a su
alrededor para asegurarse de que no hubiera por allí ningún conocido—. ¿No
crees que Emily nos evita? O sea, ya sé que quiere estar a solas con su novio.
Obvio. Pero nunca se había alejado tanto de nosotras. Se está pasando un poco,
¿no?
Sí, se estaba
pasando un poco. Y por partida doble en mi caso. Si aún seguía viendo a Levi
los miércoles era porque Emily tenía práctica con las animadoras. —Ya lo creo
que sí. Sólo me permitía a mí misma reconocerlo delante de Danielle. —Aunque,
seamos sinceras, seguramente tendrás que recordarme esta conversación cuando
por fin consiga novio —bromeó ella. Asentí de mala gana, como si compartiera su
sentimiento, aunque tener novio no era una de mis prioridades. —Hablando del
diablo. Seguí la mirada de Danielle hacia el puesto de palomitas, donde estaba
Levi rodeando a Emily con el brazo. Ella se apretujó contra él y se rio de algo
que le decía. Me cae bien Levi, de verdad que sí, pero no es tan gracioso como
Emily daba a entender. Gemí. —¿Crees que van a ver la misma película que
nosotras? Durante un momento, me dio miedo tener que tragarme Emily y Levi
coquetean en vez de la nueva comedia romántica de Paul Grohl. Danielle me leyó
el pensamiento. —¿Y si fingimos que no los vimos y nos sentamos en las primeras
filas? —Por mí, hecho. Agarramos las entradas y nos encaminamos hacia la sala
cabizbajas. El corazón me latía desbocado. —¡Eh, hola! Me quedé paralizada al
oír la voz de Emily. Por una milésima de segundo, consideré la idea de hacer
oídos sordos, pero Danielle ya caminaba hacia la parejita. —¡Hola! —los saludó
en tono alegre—. ¿Qué hacen aquí? Tomé nota mental de animar a Danielle a
unirse al grupo de teatro. Emily se rio. —¡Vamos a ver una peli, boba! —¿En
serio? ¿No vinieron sólo por las palomitas? —le soltó Danielle. —Vamos a ver El
juicio de Salem —Emily fingió un escalofrío—. Menos mal que estaré bien
protegida —sonrió a Levi. Hacía muchos años que conocía a Emily y siempre se
había negado a ver una película de terror. Aunque fuera de categoría B, de esas
que son divertidas de tan malas. Supongo que aprovechaba cualquier excusa para
EPL (exhibir públicamente a Levi). —Qué padre —dijo Danielle, cuya expresión
reflejaba todo lo contrario—. Bueno, tengo que ir al baño antes de pasar
noventa minutos en compañía del romántico y encantador Paul Grohl. —Te
acompaño. Emily agarró a Danielle del brazo y ambas se dirigieron a los baños.
—Hola —Levi se dignó a saludarme por fin. —Hola —decidí no tratar de aparentar
que me sentía cómoda. —Oye —empezó a decir—. Estaba pensando que a lo mejor el
miércoles podríamos ir a comer algo y luego de compras. Tengo que buscar el
regalo de Navidad para mi mamá. Dejé que las estalactitas que se multiplicaban
a mi alrededor se derritieran un poco. Se estaba esforzando. Además, me estaba
pidiendo ayuda con el regalo de su mamá porque yo la conocía mejor que Emily. Y
también a él. A lo mejor me estaba pasando de suspicaz. Nadie me estaba
reemplazando. Por más que yo tuviera esa sensación. Me estaba portando como una
tonta. Levi jamás me sustituiría. Cuando Emily y Danielle regresaron del baño,
nosotros dos ya habíamos quedado. —¿Listo? Emily agarró a Levi de la mano. —Sí
—Levi me hizo un guiño—. Que se diviertan. —Lo mismo digo —respondí. Y hablaba
en serio. Levi y Emily no eran el problema, sino mi actitud. Estaba claro que
yo tenía problemas si me sentía amenazada sólo porque mis dos mejores amigos no
me prestaban el cien por ciento de su atención. En aquel momento decidí cuál iba
a ser mi buen propósito de Año Nuevo: dejar de ser tan dependiente.
Como parte de mi
cambio de actitud, empecé a sonreír siempre que veía juntos a Levi y a Emily.
Recordaba haber leído en alguna parte que si sonríes cada vez que ves algo, ese
algo acaba por hacerte feliz. De modo que si Levi o Emily sacaban al otro a
colación, yo sonreía. Pronto se convirtió en un reflejo automático. Levi y yo
caminábamos por el centro comercial cargados con bolsas de la compra. —Y le
dije a Emily —“¡SONRÍE!”— que no acabo de acostumbrarme a este clima. Todo el
mundo dice que el invierno pasado fue brutal, pero a mí éste me parece aún
peor. O sea, ¿bajo cero? ¿En qué cabeza cabe que la temperatura deje de
existir, que se exprese en negativo? ¿Cómo es posible algo así? Suerte que
Emily prometió ayudarme a entrar en calor. “¡SONRÍE!” No tenía más remedio.
Tenía que representar un papel, una versión más alegre de mí misma para que no
se le quitaran las ganas de verme.
Levi se tomó mi
silencio como una invitación a proseguir. —Así que esperaba que me ayudaras a
escoger un regalo para Emily. “¡SONRÍE!” —¡Oh, genial! —repuso Levi. Aunque yo
no había dicho nada, juzgó por mi estúpida sonrisa que lo ayudaría encantada a
elegir un regalo. Levi me llevó a la joyería. —Qué buena onda. No sabía si te
sentaría mal que te lo pidiera, pero ¿quién conoce a Emily mejor que tú? Algo
de razón tenía. Yo no entendía por qué todo aquel asunto me ponía tan mal. Él
seguía siendo el mismo. Y estaba claro que, antes o después, uno de los dos iba
a acabar saliendo con alguien. Además, siendo prácticos, su relación impedía
que la gente diera por supuesto que andábamos. —Claro que te ayudaré —accedí—.
¿Qué tenías pensado? —Bueno, estuve aquí con mi mamá la semana pasada y vi un
collar. Quería saber qué opinas —me llevó a una vitrina llena de cadenas de oro
y plata con colgantes diversos. Señaló la del centro—. Ésa, pero con una E. Me dio
un vuelco el corazón cuando vi el collar al que se refería. Era una cadena de
plata con un colgante que llevaba grabada una P. Retrocedí unos pasos. El suelo
empezó a oscilar bajo mis pies. Oí a Levi preguntarme si me encontraba bien,
pero no podía concentrarme. Lo veía todo borroso. Ya no oía lo que estaba
diciendo; en realidad no podía hacer nada. —No puedo respirar, tengo que… Salí
de la tienda dando traspiés y me senté en el piso, junto a una fuente. Puse la
cabeza entre las rodillas y traté de respirar con normalidad. —Macallan, ¿qué
pasa? —a Levi se le quebró la voz—. Por favor, háblame. Empecé a sollozar. No
podía recuperar el aliento. Necesitaba respirar. Tenía que tranquilizarme y
respirar. No podía. Justo cuando pensaba que estaba mejorando, recibía un golpe
bajo. Y siempre sucedía cuando menos lo esperaba. Siempre. —¿Macallan? —sacó el
teléfono—. Señor Dietz, estoy con Macallan. No sé qué le pasa, creo que ha
tenido un ataque de pánico o algo así. “Mi papá no”, pensé. “Por favor, no
metas a mi papá en esto.” Sin saber cómo, reuní fuerzas para estirar el brazo y
tocarle la pierna. —Espere, creo que quiere decirme algo —Levi se arrodilló—.
Tu papá quiere hablar contigo. Levi me acercó el celular al oído. —Calley,
cariño, ¿qué tienes? —mi papá parecía preocupadísimo. Me sabía fatal lo que le
estaba haciendo—. Por favor, háblame. —Es… por… —intenté tranquilizarme, pero
oír la voz de mi papá empeoró aún más las cosas. Inspiré profundamente—.
Cuéntale lo del collar. No pude decir nada más, pero mi papá ya me había
entendido. Vi cómo Levi escuchaba sus explicaciones. Palideció. —Lo siento
mucho. No lo sabía —hablaba con voz grave y queda—. No tenía ni idea. Yo no
distinguía si se estaba disculpando con mi papá o conmigo. Seguramente con los
dos. Claro que no lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo? ¿Cómo iba a saber que mi mamá
llevaba un collar muy parecido, el suyo con la letra M, que mi papá le regaló
el día que me llevaron a casa del hospital, después de mi nacimiento? ¿Cómo iba
a saber que jamás se lo quitó? ¿Cómo iba a saber que lo llevaba puesta cuando
murió? ¿Que la enterramos con él? Levi cortó la comunicación y se sentó a mi
lado. Me rodeó con el brazo, y yo apoyé mi cabeza en su hombro. —Tu papá viene
hacia aquí. Perdóname, Macallan. Siento mucho no haberlo sabido. Lamento
haberte recordado algo tan horrible. Siento no saber cómo ayudarte con esa
parte de tu vida. Si acaso es posible. Siento muchísimo no saber qué decir
ahora mismo. Se quedó en silencio un momento, pero el mero hecho de tenerlo
allí, a mi lado, me hizo sentir mejor. —Sé que últimamente me he portado como
un idiota y que no he estado a tu lado cuando me necesitabas. Siento mucho eso
también. Ya sé que ignoro muchas cosas, pero te prometo que te apoyaré. Puedes
contar conmigo, cuando me necesites, para lo que me necesites, ¿está bien? Nada
va a cambiar eso. Nada. Lo sabes, ¿verdad? No creo que yo lo hubiera sabido
hasta aquel mismo instante. Y si bien el recuerdo de mi mamá me destrozaba el
corazón, dejé que el gesto de Levi me ayudara a recomponerlo.
Comprendí que
había llegado el momento de que Levi conociera a alguien. Subimos la cuesta muy
cargados. Levi guardó silencio durante todo el camino. Yo no estaba segura de
cuál iba a ser su reacción, pero sabía que había llegado el momento de abrirle
mi corazón. Nos acercamos a nuestro destino. Levi caminaba unos pasos por
detrás de mí, cabizbajo. —Levi, quiero que conozcas a mi mamá —me senté junto a
la tumba de mármol gris —. Mamá, éste es Levi. Ya te he hablado de él.
Aparté la nieve
que cubría la piedra. —Hola —dijo Levi con suavidad. —Ven a sentarte —saqué una
cobija y la extendí sobre el suelo frío—. Quería traerte aquí para hablarte un
poco de mi mamá. Me temblaba la voz. Tal como me temía. Me costaba mucho hablar
de mi mamá sin ponerme triste. Pero el psicólogo al que visité después de su
muerte me dijo que era importante que hablara de ella. Que compartiera mis
recuerdos con otras personas. Ojalá Levi hubiera conocido a mi mamá. Se habrían
llevado de maravilla. —Ella… —empecé a decir, pero se me saltaron las lágrimas.
—No pasa nada —me tranquilizó Levi—. No lo hagas si te cuesta demasiado.
—Quiero hacerlo. —¿Empiezo yo? —preguntó—. Hola, señora Dietz, soy Levi. Estoy
seguro de que Macallan le ha contado un montón de cosas sobre mí. Y, bueno, nada
es verdad, a menos que le haya dicho que soy alucinante. Se me escapó una
risita de gratitud. —Sí, la conocí el primer día de clases y debería haber
visto lo bien que me trató. He visto fotos suyas en su casa y sé lo mucho que
se parece a usted. Y, ejem, es una alumna sobresaliente. Casi da coraje lo
lista que es —me miró preocupado—. ¿Te parece bien? Me encantó que mantuviera
una conversación con mi mamá como si ella estuviera presente. —Sí, genial.
—Bien, pues, o sea, cuando la conocí, pensé que le había caído fatal. Verá, yo
llevaba el pelo largo y estoy seguro de que me tomó por un hippy o algo así.
Pero luego descubrió que nos gustaba la misma serie, Buggy y Floyd —alzó la
vista—. ¿Sabe de qué estoy hablando? Asentí. Me alegré mucho de que usara el tiempo
presente al hablar de mi mamá. —Sí, y a partir de ese momento como que
conectamos. Es la única persona que se ha esforzado al máximo por hacerme
sentir en casa. Así que, gracias, señora Dietz, por haber educado a su hija
como lo hizo. Me habría encantado conocerla, pero supongo que, en cierto modo,
ha sido así. A través de Macallan. Y, para que lo sepa, haré cuanto esté en mis
manos por protegerla. Y ella podrá contar conmigo siempre que me necesite.
Aunque tenga un gusto pésimo respecto a equipos de futbol. —¡Eh! —le propiné un
manotazo—. Mi mamá es superfán de los Packers. Sólo te toma el pelo, mamá. Levi
me agarró la mano sin quitarse el guante. —¿Te parece bien que bromee? —Sí,
ella siempre está bromeando.
—¿Y qué otras
cosas le gustan? Y no hizo falta nada más. A lo largo de la hora siguiente, le
conté a Levi todo sobre mi mamá. Todo lo que recordaba. Muchos de los recuerdos
me hicieron reír. Y no derramé ni una sola lágrima más. Me dolía pensar en mi
mamá, pero cuando hablaba de ella sentía como si cobrara vida en mi interior.
No tenía la menor duda de que, allá en lo alto, mi mamá nos miraba sonriente.
Todo cambió
después de aquel día. Puede que “cambiar” no sea la mejor forma de describirlo,
pero Levi y yo estábamos más unidos que nunca. Entre la crisis del centro
comercial y la visita a mi mamá, Levi se aseguró de pasar más tiempo conmigo.
No digo que ignorara a Emily por mí. Él sabía muy bien que yo nunca le pediría
eso. Sólo empezó a ser más consciente de su conducta. De las decisiones que
tomaba. Del tiempo que dedicaba a cada cual. Cuando se marchó a California para
Navidad, me llamaba como mínimo una vez al día, aunque nos enviábamos mensajes
constantemente. —Sé que te vas a alegrar muchísimo de lo que te voy a decir —me
anunció cuando llamó para felicitarme en Año Nuevo—. Todo el mundo se queja de
lo mucho que hablo de “mi casa”. —¿No será que sufres la enfermedad de “el pasto
siempre crece más verde al otro lado de la cerca”? —le pregunté. Se echó a
reír. —Seguramente. Pero lo que más les interesa a mis amigos son las fotos de
la chica más cool que existe sobre la faz de la Tierra. —Espero que estés
hablando de mí. —Pues claro. Aunque la susodicha esté celebrando una fiesta
salvaje sin mí. —Eh, que no soy yo la que se largó a tres mil kilómetros. Y la
fiesta no será salvaje con tantos adultos presentes. Mi papá creyó que sería
divertido dar una fiesta de Año Nuevo, así que había invitado a unos cuantos
amigos y a sus hijos, y yo había invitado a mis amigos y a sus padres. Al
principio, pensé que nadie querría venir a una fiesta con sus padres, pero
supongo que, si queríamos celebrar la llegada del Año Nuevo como Dios manda, no
teníamos más remedio. Tuve que dejar a Levi para prepararme. Emily y Danielle
llegarían temprano para echarme una mano en la cocina. Preparé macarrones al
horno, fettuccini alfredo con pollo, espagueti con albóndigas de pavo, pan de
ajo y ensalada picada. Por suerte, nos dejaron el sótano para nosotros y
pudimos disfrutar de cierta intimidad, aunque me supo mal en parte por Trisha e
Ian, que eran hijos de los amigos de mi papá, porque no conocían a nadie.
Trisha acababa de llegar de Minneapolis e Ian era un año mayor que nosotros.
Cuando supe que venía, pensé que no se le antojaría nada tener que pasar la
noche con chicos tan jóvenes, pero bajó con una gran sonrisa en el rostro y se
presentó a todo el mundo muy tranquilo. Trisha se puso a ver la tele en un
rincón con la hermana pequeña de Emily y el hermano de Danielle. —Ojalá Levi
estuviera aquí —se lamentó Emily—. ¿A quién voy a besar a medianoche? —A mí no
me mires —bromeó Danielle—. Voy a desplegar mis encantos con el chico mayor.
Está guapísimo. Fíjense en cómo lo deslumbro con mi increíble personalidad.
Danielle se alejó para sentarse junto a Ian. —¿Crees que Levi habrá quedado con
alguna chica esta noche? —me preguntó Emily. —No, salía con sus amigos —la
tranquilicé. Me había tocado repetirle eso mismo cada día desde la partida de
Levi. Estaba segura de que Emily no tenía por qué preocuparse. Levi no es de
los que engañan. —¿Qué onda? —Troy se acercó con un plantón de papas fritas—.
¿Jugamos a algo o qué? Emily le sonrió. —¡Qué buena idea! ¡Sí, juguemos a algo!
Se llevó a Troy hacia una mesa sobre la que habíamos dejado unos cuantos
juegos. La hermana de Emily agarró unas damas y se las llevó al otro lado de la
salita para jugar con el hermano de Danielle. —Mira, se creen demasiado
importantes como para jugar con sus hermanos mayores —se rio Emily—. Yo también
me creía lo máximo cuando iba en quinto. Troy alzó la vista del Monopoly que
tenía en la mano. —No sé… A mí me sigues pareciendo lo máximo. Emily echó la
cabeza hacia atrás y lanzó aquella risita tonta que siempre soltaba cuando
había chicos cerca. Troy se rascó la cabeza y el cabello se le quedó medio de
punta. Sonreía con ganas, y advertí por primera vez el hoyuelo que se le
marcaba en la mejilla derecha. Tuve la sensación de que Emily, en cambio, ya se
había fijado en aquel rasgo. Al fin y al cabo, antes de que empezara a salir
con Levi le gustaba Troy. —Cómo crees —Emily le palmeó la mano. Luego se
retorció la melena con ademán nervioso y volvió a soltarla enseguida. Por fin
se volteó a mirarme—. ¿Por qué no preguntas por ahí si alguien quiere jugar a…?
Al principio, pensé que intentaba deshacerse de mí, pero luego pensé que me
estaba poniendo paranoica. Emily sólo quería asegurarse de que la gente la
pasara bien, justo lo que yo debería estar haciendo. Como una buena anfitriona,
me acerqué al rincón donde estaban sentados Danielle, Ian y Trisha. —¿Quieren
jugar a algo o ver una película? Aún faltan dos horas para la medianoche. O si
gustan, les puedo traer algo de comer. —Una peli sería genial —respondió
Trisha. —Sale. Escójanla ustedes mismos. Danielle se unió a Trisha para
ayudarla a elegir. Ian se levantó. —Voy a buscar algo de comer. Lo acompañé
arriba. Las risas de los adultos resonaban en la sala. Por lo visto, su fiesta
era mucho más salvaje que la nuestra. —No puedo creer que hayas preparado todo
esto —comentó Ian cuando llegamos a la cocina. Volvió a llenarse el plato de
macarrones—. Están riquísimos. —Gracias —metí más pan de ajo en el horno—. Me
encanta cocinar. —Pues te digo una cosa… la cafetería de la secu te va a
horrorizar. Estuve a punto de preguntarle más cosas sobre la secundaria, pero
no quería parecer tan… joven. —Pues tendré que llevarme una lonchera —fue lo
único que se me ocurrió. Hundió el tenedor en la pasta. Le cayó un mechón sobre
los ojos y sacudió la cabeza para apartarlo. —Buena idea. Y si quieres que te
aconseje sobre las mejores clases o los profes que debes evitar, no tienes más
que decirlo. Me dedicó una gran sonrisa. Tenía el labio superior manchado de
jitomate. —Gracias. Me daba perfecta cuenta de que estaba haciendo un papel
penoso. Por lo que parecía, había olvidado cómo se habla con los chicos, sin contar
a Levi. No digo que nunca platicase con chicos, sino que no me apetecía hablar
por hablar. Ian me ayudó a cortar el pan y les llevamos una cesta a los
adultos, que estaban enzarzados en una discusión sobre política. Cuando
regresamos al sótano, encontramos a Danielle y a Trisha viendo Se busca novio.
—No la he visto —comentó Ian dejándose caer en el sofá, a mi lado. —Es un
clásico —le dijo Trisha—. Mi mamá dice que a mi edad estaba obsesionada con
esta peli. Miré a mi alrededor. —¿Dónde están Emily y Troy? Danielle le robó a
Ian una rebanada de pan de ajo. —¿No los han visto? Fueron arriba a buscar no
sé qué.
—Oh. Debían de
haber pasado por el comedor cuando estábamos en la cocina. Nos pusimos a ver Se
busca novio. De vez en cuando, hacíamos algún que otro comentario sobre la ropa
y los peinados de los personajes. —Recuérdame que te enseñe alguna foto de mi
mamá —se rio Danielle—. Llevaba el pelo superchino y como parado por la parte
del fleco. Jura que ese peinado estaba de moda en su época, pero no sé en qué
planeta. A mí me parece vulgar, ahora y en los ochenta. —Al menos la música era
decente —intercedió Ian. —Sí —asentí mientras sacaba la película del
reproductor. Eché un vistazo al reloj —. ¡Quince minutos para las doce!
Encendimos la tele para ver cómo bajaba la bola de Times Square. Sólo hacía dos
años que me había enterado de que retrasaban una hora la transmisión para las zonas
horarias del centro. Hasta entonces, pensaba que dejaban caer la bola cuatro
veces, una por cada zona horaria. Me parecía la bomba que en Nueva York se
celebrara el fin de año cuatro veces. —Ya, en serio, ¿dónde están Emily y Troy?
—preguntó Danielle. Casi me había olvidado de ellos. —Se habrán quedado
platicando con los adultos. Voy a rescatarlos. Miré en la planta superior, pero
no los encontré en la cocina ni en la sala. Entré al cuarto de baño y no
estaban allí. Cuando subí al primer piso, encontré cerrada la puerta de mi
recámara. No se me ocurrió que tuviera que llamar. ¿Por qué iba a llamar a mi
propia puerta? —Eh…, em, ¿están…? Me quedé helada. Emily y Troy se estaban
besando en mi cama. Se levantaron de golpe. —Oh, este…, estábamos, este… Emily
se mordió el labio, seguramente discurriendo a toda prisa una mentira
convincente. Y yo estaba deseando oír algo que me persuadiera de que no acababa
de ver a mi mejor amiga engañando a mi otro mejor amigo. Troy pronunció la
frase más inteligente que se le ocurrió dadas las circunstancias. —Voy abajo.
Cuando se marchó, Emily y yo guardamos silencio. Sólo se oían las voces de los
adultos, que se reían ajenos al drama. Mi amiga habló por fin. —Ya lo sé. —¿Ya
lo sabes?
—Ha sido una
tontería, pero es que… es Año Nuevo. Estoy en una fiesta. ¿Qué tiene de malo
que quiera divertirme un poco? —volvió a sentarse en mi cama y se tapó la cara
con las manos—. No se lo digas a Levi. Yo no sabía qué responder. No podía
creer que todo hubiera cambiado en un instante. Emily me miró por fin. —Di
algo, por favor. Lo que sea. Me daba miedo abrir la boca porque no tenía ni
idea de lo que iba a salir de ella. Por fin, no pude contenerme más. —¿Cómo
pudiste? Emily negó con la cabeza. —No sé. O sea, ya sabes que Troy me gustaba
hasta hace poco. Y nos pusimos a tontear mientras jugábamos. Es muy mono. Y
sabes que me gustaba. —Pero sales con otro. Y, por si no lo recuerdas, es mi
mejor amigo. —Pensaba que yo era tu mejor amiga. —Los dos lo son. En aquel
momento, sin embargo, me sentía mucho más unida a Levi que a ella. —Levi es
genial. Pero no está aquí. Emily se tendió en la cama, con los pies colgando
hacia el suelo. Era una postura que ambas adoptábamos a menudo. Una posición
física. En cambio, era la primera vez que yo me encontraba en aquella incómoda
posición emocional. Y esperaba que fuera la última. —¿Y eso lo justifica? —le
pregunté. —No, no lo justifica —su respuesta me alivió—. Estoy confundida, nada
más. —¿Con qué? —Con todo —se echó a llorar—. Me da pánico pasar a la
secundaria. Me parece que no te das cuenta de lo mucho que van a cambiar las
cosas. Todo va a cambiar. Ya está cambiando. Me tendí a su lado y las dos nos
quedamos mirando las estrellas fosforescentes del techo. —Emily, tienes que
olvidarte de eso. Tú no eres tu hermana. —Pero tú sabes lo que le pasó. La
viste. Cassie tenía montones de amigos a nuestra edad. Luego entró a secundaria
y la excluyeron. El primer año, llegaba a casa de la escuela y se encerraba en
su recámara a llorar. —Pero tu hermana es mucho más tímida que tú. A ti no te
cuesta nada hacer amigos. No te van a excluir. Y me tienes a mí —quise añadir
que salir con toda la población masculina de la escuela al mismo tiempo no iba
a mejorar las cosas, pero comprendí que no era el momento. Necesitaba decirle
algo que la tranquilizara—. No todo va a cambiar. —Nuestro grupo se separará.
Antes, yo era tu mejor amiga, y no creas que no me duele que pases tanto tiempo
con Levi. No podía creer que me hiciera reproches. Sí, yo pasaba mucho tiempo
con Levi, pero era ella la que cancelaba los planes conmigo para quedar con él.
—Además, estoy preocupada por ti, Macallan. En serio. Levi es increíble, pero
cuando vaya a la secu, ¿crees que se conformará contigo? Tendrá un montón de
amigos y no quiero que te quedes sola. —Nunca pensé que fuera a quedarme sola
—se me hizo un nudo en la garganta—. Creía que tú también eras mi mejor amiga.
Volteé a tiempo de ver cómo se encogía al comprender lo que acababa de
insinuar. —Soy tu mejor amiga. Pero a veces me pregunto de qué lado estás. Me
quedé pasmada repitiendo mentalmente las palabras de Emily. Acababa de ponerme
entre la espada y la pared. ¿De verdad me estaba pidiendo que hiciera una
elección imposible? Se me encogió el estómago. ¿Podía escoger entre los dos?
Conocía a Emily de toda la vida. Siempre estaba dispuesta a echarme una mano
cuando necesitaba consejo femenino. Estuvo a mi lado durante la época más
terrible de mi vida. A lo mejor Emily tenía razón. Puede que la hubiera
desplazado un poco desde que Levi apareció. Pero ¿acaso eso le daba derecho a
pedirme lo que me estaba pidiendo? Levi y su familia habían transformado mi
existencia durante los últimos dieciocho meses. No me imaginaba la vida sin él.
Y tampoco sin Emily. ¿Por qué de repente todo dependía de mí? Me encontraba en
la situación exacta que tanto había temido desde que Emily y Levi habían
empezado a salir. ¿Qué pasaría cuando cortaran? Intenté que no me temblara la
voz. —¿Me estás dando un ultimátum? ¿Me estás pidiendo que escoja? —No sé lo
que digo —Emily se incorporó—. Estoy hecha un lío. Perdóname. Me siento fatal.
No quiero interponerme entre Levi y tú, y no quiero que él se interponga entre
nosotras. “Ya”, pensé, “llegas unos cuantos besos tarde para eso”. En aquel
momento, oí que abajo empezaba la cuenta regresiva. Mientras todos contaban a
voz en grito, yo intentaba discurrir cómo salvar las dos relaciones más
importantes de mi vida. —¡FELIZ AÑO NUEVO! —bramó un coro de voces. —¡Eh!
—Emily me abrazó mientras yo me levantaba—. ¡Feliz Año Nuevo, Macallan! ¿Podemos
empezar de cero? Te prometo que hablaré con Levi. No quiero que te preocupes
por eso. Es mi problema, no el tuyo.
Yo no podía hacer
nada más que confiar en que tuviera razón. Emily se levantó de la cama y dio
una palmada. —¡Anda, Macallan! ¡Es Año Nuevo, un nuevo comienzo! Todo es
posible. Un temor difuso me invadió en aquel momento. Porque Emily tenía razón:
todo era posible. Y los últimos diez minutos me habían demostrado lo peligroso
que era eso.
Los nuevos
comienzos están sobrevalorados. Ya lo sé. Jamás entenderé por qué la gente le
da tanta importancia al 1° de enero. Tuvieron trescientos sesenta y cuatro días
para cambiar. O para empezar de cero. O para ponerse a dieta. Te prohíbo que
empieces a cocinar con ingredientes light. Cómo crees. O que me vuelvas a
ocultar algo. Pues yo te prohíbo que vuelvas a salir del estado de Wisconsin.
Sale, me parece justo. Es que yo sola no puedo controlarlo todo. Ojalá
estuvieras a cargo del mundo. ¡Por fin alguien se da cuenta! Yo debería estar a
cargo del mundo. ¿Verdad que la vida sería mucho mejor? Ya lo creo. Condeno a
los Chicago Bears al destierro. Ahora que lo pienso… Eh, es mi mundo. Puedo
gobernarlo como me plazca. ¿Y si decido que tú seas el parámetro con el que
medir a todos los chicos? Como si no lo hicieras ya. Exacto. Pregunta: ¿cuántos
soles hay en nuestro mundo?